En la tercera jornada de la novena edición del D’A Film Festival descubrimos la intimidad de dos familias completamente opuestas a través de los ojos de uno de sus integrantes: «Ray & Liz» de Richard Billingham y «La casa de verano» de Valeria Bruni Tedeschi.
Tras unos días yendo y viniendo al Cine Aribau, ya hemos cogido el ritmo ajetreado al que nos tiene acostumbrados el D’A Film Festival. Una vez más, la oferta sobrepasa nuestras agendas y con el corazón en un puño nos vemos obligados a escoger las cintas que, a priori, atraen más nuestra curiosidad como espectador. Y esa curiosidad me lleva hoy a contemplar dos historias autobiográficas hasta la médula: «Ray & Liz» de Richard Billingham y «La casa de verano» de Valeria Bruni Tedeschi. Ambos cineastas diseccionan, desde un lugar doloroso de su alma, el tóxico, alocado y/o aborrecible ambiente familiar que les rodea (o les ha rodeado en su pasado). En los dos casos, los autores pretenden, con sus piezas fílmicas, exorcizar sus demonios pasados y perdonar a esos seres queridos que hirieron gravemente su corazón y les obligaron a protegerlo con una armadura insensible.
«Ray & Liz»: Retrato de familia
Richard Billingham presenta su ópera prima «Ray & Liz» tras una breve introducción del director del Festival Carlos. R. Ríos, que cuenta, sin rodeos, que estamos delante una de las mejores (si no la mejor) película de esta edición. Cuando llega su turno, Billingham explica que el germen de la película surgió de un simple pensamiento que esconde en él una profunda reflexión: Cuando era pequeño, en su casa no había ninguna foto familiar colgada en las paredes, ni un sólo rastro de que allí habitaba una familia con unos padres y unos hijos. Billingham, fotógrafo de profesión, también confiesa que no descubrió que su infancia había sido atípica y atroz hasta que la comparó con la de sus propios hijos, los cuáles van a una escuela, tienen amigos, ropa nueva y un apoyo incondicional. Sus palabras aún retumban en nuestra cabeza cuando la película empieza a proyectarse.
Una pared amarillenta y destartalada, una mosca que vuela de aquí para allá zumbando ruidosamente y un hombre viejo que bebe sin parar un líquido rojizo que se encuentra almacenado en diversas botellas de plástico. Así se nos presenta a Ray, el patriarca de la familia. Un hombre sin ánimo ni fuerzas claramente derrotado por la vida y la soledad. Después de unos instantes, Billingham se sumerge en los recuerdos pasados de Ray (a través de una fotografía de su juventud) para presentarnos al resto de la familia: Liz, una mujer corpulenta y de mal carácter, Jason, el hijo pequeño en constante búsqueda de un hogar mejor y el más apocado Richard, la versión adolescente del cineasta. Autobiográfica hasta el nivel más doloroso posible, «Ray & Liz» nos muestra una familia de «chavs» que subsiste gracias a las ayudas sociales y que se encuentra en el límite de la normas sociales y morales. La mecánica es aterradora: unos padres que se pasan el día durmiendo y unos hijos que hacen y deshacen a su antojo intentando encontrar la salida de esa ratonera.
Rodada en 16mm y con una maravillosa fotografía a cargo de Richard Landin, Billingham demuestra su gran ojo como fotógrafo enmarcando los rostros fatigados y hastiados de sus personajes, por un lado, y remarcando pequeños detalles, objetos y agujeros que nos ayudan a visualizar mucho mejor la suciedad y el desorden que impera en el diminuto apartamento de Birmingham dónde habitan. Sin duda alguna, «Ray & Liz» es british dirty realism llevado al extremo; una película que no se arruga ante escenas inmorales y asquerosas y que apuesta por mostrarlas sin ningún tipo de pudor para adentrarnos en un universo nauseabundo y terrorífico.
Con unos actores extraordinarios que se dejan la piel en unos personajes grotescos e inimaginables, finalmente, «Ray & Liz» permanece en una zona ambivalente que sitúa el filme entre el ajuste de cuentas y el perdón. Con las dos líneas temporales (presente y pasado), Richard Billingham quiere dejar claro que la situación actual de los padres es consecuencia directa de su comportamiento en el pasado y que su soledad es ahora un merecido castigo por la soledad que sufrieron él y su hermano de niños. Ganadora de diferentes premios alrededor de Europa y de algún que otro MBIFA, la ópera prima de Billingham se configura como un acto de valentía, una declaración de intenciones que reza: Éste soy yo. Me crié en este ambiente y, con suerte, pude salir de él. Nos os imagináis el tedio que fue.
«La casa de verano»: Bruni Tedeschi se abre en canal
Aún recordamos cuando Valeria Bruni Tedeschi inauguró el D’A Film Festival en 2014 con «Un castillo en Italia«, una tragicomedia un tanto irregular que mostraba las dinámicas internas de una familia de la alta burguesía italiana con problemas financieros. Aunque los personajes y sus conflictos principales no estaban sacados directamente de la vida real, nos pareció valiente que Bruni Tedeschi eligiera a Louis Garrel (su pareja en ese momento) y a Marisa Borini (su madre) como algunos de sus protagonistas con el fin de aportar un punto autobiográfico a su historia. Ahora, la directora y actriz vuelve a colocarse tras de las cámara para abrirse totalmente en canal. «La casa de verano» es un ejercicio de auto-reflexión, una comedia sacada de la vida misma y que sigue el verano en el que la cineasta estuvo pensando y escribiendo el guión de «Un castillo en Italia» mientras intentaba lidiar con su separación con Louis Garrel y se esforzaba en pasar más tiempo con su familia tras la muerte de su hermano.
Escrita junto a Caroline Deruas-Garrel, esposa actual de Philippe Garrel, y, Noémi Lvovsky, co-guionista habitual y confidente, «La casa de verano» mezcla actores que interpretan a personajes reales (como es el caso de Valeria Golino haciendo de Carla Bruni y Riccardo Scamarcio de Louis Garrel) con personas que se auto-interpretan, como es el caso de su madre Marisa Borini o de su propia hija, la jovencísima Cécile Bruni Garrel. La carne está puesta en el asador, señores y señoras.
No obstante, ya sólo con la primera escena de la película Valeria Bruni Tedeschi demuestra que no tiene miedo alguna a confrontar sus demonios y su pasado, y que además, tiene la valentía de hacerlo con humor: La directora está a punto de viajar a la Costa Azul francesa, dónde pasará el verano en una gran casa familiar, pero antes debe asistir a una reunión de negocios para conseguir financiación para su último proyecto. Minutos antes de que empiece dicho encuentro, su pareja le propone estar un tiempo separados. Bruni Tedeschi hace de tripas corazón y acepta el reto, pero, se derrumba poco tiempo después, en medio de la reunión que cuenta con la presencia del totémico Frederick Wiseman. No sabemos si eso le llegó a pasar en la vida real, pero, como decía Woody Allen, tragedia + tiempo= comedia.
«La casa de verano» nos sitúa en una casa en medio del bosque; una enorme mansión con jardines y piscina que se nos antoja como un auténtico sueño de verano. Habitada por una familia de burgueses adinerados, el paisaje nos recuerda irremediablemente al escenario de «Call Me By Your Name» de Luca Guadagnino. Cierto es que la dinámica interna resulta la misma: los burgueses pasean y chapotean en la piscina mientras los trabajadores se encargan de limpiar la casa, cocinar las cenas y planchar las camisas. Ante ese «arriba y abajo» que impera en la alta sociedad italiana («La gran belleza» podría ser otro ejemplo), Bruni Tedeschi decide hacer visibles tanto los problemas de los adinerados como de los trabajadores. Para ella, todos los personajes que están en la casa son dignos de mención, burla y admiración a partes iguales e intenta tratarlos a todos con el mismo «respeto». No obstante, la cabra siempre tira al monte, y Bruni Tedeschi fácilmente se deja envolver por los pequeños vicios y tics de su educación burguesa. Pese a que intente burlarse de ella, su clara distinción de clase se convierte en una barrera invisible para el espectador y sentimos, como ya pasaba en «Call Me By Your Name«, que ese es un mundo que podemos admirar, pero al que no podemos pertenecer. Una lástima.
Bruni Tedeschi parte de una situación real para elaborar su retrato de familia, pero se permite exagerar y embellecer conversaciones y eventos sucedidos durante ese verano: Un romance inesperado, una conversación de sobremesa llena de confesiones traumáticas, unas mágicas apariciones de un desaparecido miembro de la familia… En su conjunto, Bruni Tedeschi se esfuerza por encontrar una fórmula para llevar la película a un estrado más alto. Y sin duda, lo consigue con la configuración de sus personajes. Reales o no, nos creemos al 100% a su Carla Bruni volátil, su apasionada y alocada Valeria Bruni Tedeschi, su mandón Sarkosy y a su fanfarrón Louis Garrel. Sentimos que estamos viendo sus vidas y sus almas reales a través de una rendija muy cercana y que, tras contemplar «La casa de verano«; los conocemos un poco mejor. Ahora sólo nos queda saber cuál fue la reacción de los allegados de Valeria Bruni Tedeschi tras la proyección del filme. Auguramos que la pequeña Celine estará encantada con el resultado.
Después de contemplar la descarnada «Ray & Liz» y «La casa de verano«en una misma tarde, puede parecernos, en primera instancia, que acercarse a la realidad autobiográfica des del prisma de la comedia es más banal que hacerlo des del drama. Pero no por contener comicidad, una película contiene menos verdad. Si algo nos ha demostrado Bruni Tedeschi con sus anteriores trabajos es que si se mezclas vida y ficción, a veces, añadirle unos toques de comedia, puede ser el ingrediente que de sabor al asunto.