En el ecuador de la 9ª edición del D’A Film Festival visionamos la película mexicana «Las niñas bien», que orbita alrededor de un grupo de mujeres de clase alta y «Vivir deprisa, amar despacio», la nueva película del cineasta Christophe Honoré, el cual protagoniza la retrospectiva honorífica de este año en la Filmoteca de Cataluña.
Ya estamos en el ecuador del festival. Quinto día consecutivos en el que nos acercamos al CCCB y a los cines Aribau para contemplar el mejor cine de autor de la temporada. Tras unas jornadas emocionalmente intensas, hoy nuestro recorrido personal por el D’A Film Festival nos lleva a contemplar el drama mexicano «Las niñas bien» de Alejandra Márquez Abella y la totémica «Vivir deprisa, amar despacio», última incursión cinematográfica de Christophe Honoré. Justamente, y perdón que no lo haya mencionado antes, el D’A Film Festival rinde homenaje a su cine y figura y programa una retrospectiva completa en la Filmoteca de Cataluña. Estos días se proyectarán allí cintas como «Les chansons d’amour» y «La belle personne«. Pese a que no elabore un extenso análisis sobre su filmografía, os animamos a descubrir este director y guionista francés que ya tiene su nueva película, «Chambre 212» lista para la Sección Oficial de la próxima edición del festival de Cannes.
«Las niñas bien»: La fragilidad de un elegante maniquí
Avalada por diferentes premios internacionales y una crítica muy entusiasta tras su proyección en el festival de Málaga, acudimos a la proyección de «Las niñas bien» de Alejandra Márquez Abella. La sala está abarrotada, el patio de butacas expectante. Tras una pequeña confusión en la sala de proyección que ha alzado el público en gritos y silbidos, empieza la cinta escrita y dirigida por esta joven cineasta mexicana.
«Las niñas bien» comienza con un plano de su personaje principal, Sofía, probándose un vestido para la lujosa fiesta que va a dar esta noche en su casa. Es un vestido largo, blanco, una pieza única que le sienta como un guante. El vestidor está lleno de espejos que reflejan su figura en mil posiciones diferentes. Así se nos presenta a la protagonista de la cinta: una mujer con dinero, elegante, avariciosa y que tiene más de mil caras; una persona a la que no puedes pillar desprevenida pues tienes ojos hasta en la espalda.
Si bien la promoción en Mexico está orientada a presentar la cinta como si se tratara de un divertimento bastante ligero, feminista y simpático, la verdad sea dicha, ninguno de estos adjetivos corresponde con la realidad. «Las niñas bien» es un drama situado en la década de los 80 y que muestra la pérdida del estatus primero, y de la «dignidad» finalmente, de una mujer adinerada cuya mayor preocupación es ser (o mostrarse) mejor que sus amigas y confidentes. Sofía es un ser despreciable, una persona que sólo se preocupa por los bienes materiales y que tiene montada una vida ilusoria alrededor de la fortuna de su marido. Ante tal espécimen, no podemos sentir lástima alguna por todas las «desgracias» que le ocurren tras el hundimiento del negocio familiar.
Pese a tener alguna conseguida pirueta artística y visual, como la escena fragmentada y remontada de la fiesta de cumpleaños, una banda sonora de palmeos que llama nuestra atención y una interpretación soberbia por parte de Ilse Salas, a nosotros nos resulta imposible que la película de Márquez Abella «nos caiga bien». Si la cineasta quería elaborar un retrato poliédrico de una ama de casa para mostrar ironicamente la «decadencia» de la clase alta tras una crisis financiera en Mexico, se ha quedado muy corta. Más que burlarse de ese estrado de la sociedad, parece que esté del lado de los ricos y sienta pena de todo lo que les ocurrió en el pasado.
El entrecomillado que he usado en las palabras «desgracias» y «decadencia» se debe a que Márquez Abella pone demasiado énfasis en la pérdida de un poco de dignidad (ni que pidiera ayuda a sus compañeras o andara en chandal…) de una mujer que trata a sus criadas como unas lacayas, es fuertemente racista y clasista y parece que no sienta afecto por nada ni por nadie a parte de ella misma. Ni un plano enfocado para esas personas que le limpian la casa y la sostienen cuando no puede tenerse en pie. Ni una mención al hecho de que «hay muchos que están mucho peor que ella». Sí, definitivamente, parece que la cineasta está más a gusto con los ricos-nuevos-pobres con los pobres-siempre-pobres.
Siendo tan reciente una película como «ROMA» de Alfonso Cuarón, que visibiliza todo lo que «Las niñas bien» deja de lado, (sin descuidar la figura de la madre de clase alta) creemos que la cinta se queda demasiado anclada en un mundo burbuja que no representa el México real. ¿Lo más escalofriante de toda esta historia? Que estas Sofías que van al padel, dejan que sus maridos se ocupen de las finanzas y sólo se preocupan de sus vestidos siguen existiendo y viviendo hoy en día, en sus casas y mansiones de los barrios más lujosos de país.
«Vivir Deprisa: Amar Despacio»: Le grand amour de Christophe Honoré
Christophe Honoré es el cineasta «honoré» de esta edición del D’A Film Festival (perdonadme, tenía que decirlo). Pocas de sus películas se han estrenado en nuestro país («La belle personne» es uno de los pocos ejemplos) y ahora, gracias al festival, podemos descubrirlas. La última vez que vimos algo de Honoré fue en 2016, cuando contemplamos «Les deux amis«, escrita a cuatro manos con Louis Garrel. Una simple y melancólica historia de loosers que mezclaba la ligereza de Garrel con las pensadísimas conversaciones de Honoré. Ahora, en 2019, España (y en concreto Surtsey Films) se atreve a estrenar el nuevo trabajo del cineasta: «Vivir Deprisa, amar despacio«, filme que entusiasmó en el Festival de Cannes y se alzó con el premio al mejor actor ex-aequo para Pierre Deladonchamps y sí, lo habéis adivinado, Vincent Lacoste.
Honoré auto-explora su juventud y presente retratando la historia de un intenso romance entre dos hombres que pasan etapas vitales distintas. Em ambas vemos reflejado algún aspecto de la vida del cineasta. Deladonchamps interpreta a Jacques, un escritor de unos 30 y pico que intenta encontrar en su trabajo y en los libros de sus autores fetiches esa pasión que hace tiempo que no puede entregar a nadie. Lacoste es Arthur, un joven pueblerino que llega a París para tirarse a todo aquel que se le cruce por delante. Jacques es reservado y reflexivo, pues la vida le ha dado muchos golpes (y eso que no sabe que pronto afrontará uno de los más duros), mientras que Arthur es impulsivo y abierto de mente; la vida le parece un regalo. Los dos se conocen en una sala de cine; dos desconocidos a la luz del proyector que cruzan sus caminos en un intercambio de frases tan locuaz como entrañable: «Odio que en tu generación seáis más guapos que en la mía». Alrededor de la inusual pareja convive Mathieu, interpretado por Denis Podalydes, un periodista cincuentón que va y viene intentando sobrellevar su existencia con el mayor optimismo posible.
Sin duda, Honoré nos regala tres personajes para el recuerdo, un trío de personas que se complementan a la perfección (destacables son la escena del baile y la de la cama) y que, sin embargo, se encuentran en tres puntos distintos de su vida. En esa triada actoral, quien destaca por encima es un solemne Pierre Deladonchamps que, con delicadeza y paciencia, interpreta a un sereno Jacques necesitado (sin aceptarlo) de amor y apoyo. Vincent Lacoste, por otro lado, no nos acaba de convencer en el papel de ese guaperas con una labia que quita el hipo. Lacoste es mejor cuando sufre; no cuando es el objeto del sufrimiento. No obstante, su esfuerzo es más que notable y consigue congeniar con sus dos compañeros de reparto.
Con «Vivir deprisa, amar despacio» Honoré elabora una película introspectiva y poética, un documento totémico de dos horas y 15 minutos con un gusto remarcado por la «corporiedad» y el acercamientos de cuerpos que se aman y desean. Tratando la temática del primer amor y la epidemia del sida des de un lugar menos festivo, discotequero y lúgubre que la magnífica «120 pulsaciones por minuto«, la cinta de Honoré apuesta por el ritmo lento y los personajes burgueses. Sus protagonistas no tienen 18 años y se mueven en un universo adulto y desangelado. Diálogos para el recuerdo («No puedo permitirme un romance, no soy un soñador»), escenas visualmente tan potentes como el primer cruising en el parque y el abrazo en la bañera entre Jacques y su amigo enfermo de SIDA y una predilección por el baile absurdo, el buen vino y el pesimismo optimista hacen de esta película una de las mejores del D’A Film Festival. Si ayer os advertíamos que os tendrías que secar las lágrimas al salir de Amanda», volvemos a avisar a los espectadores más sensibles: el tramo final de «Vivir deprisa, amar despacio» os puede golpear fuertemente el corazón. No diremos más.