A dos días de terminar el D’A Film Festival 2019 contemplamos una de las mejores cintas de esta edición, «Eighth Grade» de Bo Burnham, y una de las peores, el drama sudafricano con tintes religiosos «The Harvesters».
Empieza el segundo y último fin de semana de la 9ª edición del D’A Film Festival. Es una tarde lluviosa de un día lluvioso, pero agarramos nuestro paraguas más resistente y nos acercamos por enésima vez a los cines Aribau. Esta tarde, tenemos planificado ver dos películas alrededor de adolescentes inadaptados e incapaces de trasmitir sus emociones a sus progenitores. «Eighth Grade» de Bo Burnham consigue sorprendernos muy gratamente y eso que íbamos con las expectativas por las nubes. Por otro lado, «The Harvesters» nos ha resultado un tanto soporífera y excesivamente melodramática. Un fin de jornada lejos del sobresaliente con el que la habíamos empezado.
«Eighth grade»: Todas somos Kayla
Llegamos a «Eighth Grade» con una expectativas casi imposibles: ganadora del premio al mejor primer guión en los Spirit Awards, con una nominación a los Golden Globes para su jovencísima protagonista Elsie Fisher y avalada por la crítica internacional. Que la película no estuviera a la altura de lo esperado nos hubiese decepcionado más que Hong Sang-Soo con su «Hotel by the River». Para nuestra alegría, «Eighth Grade» supera las expectativas de largo y se planta directamente como una de las mejores cintas del festival. Si estos días hemos alabado la veracidad y cercanía de los guiones de «Deux fils» de Felix Moati y «Sueño Florianápolis» de Ana Katz, el relato de Bo Burnham se lleva la palma. «Eighth Grade» plasma a la perfección ese momento crucial de toda chica entre la niñez y la primera juventud, un periodo de transición complicado, confuso y doloroso y que demasiado rápido se nos olvida una vez lo hemos dejado atrás.
«Eighth Grade» empieza con Kayla grabando su vídeo semanal en Youtube. Su canal está lleno de consejos para ser una misma, llevar una vida plena y encontrar la forma de ser feliz. No obstante, todo lo que cuenta con un alto grado de optimismo en sus grabaciones se diluye como gotas de agua en la lluvia cuando la vemos actuar en la escuela. Tímida, solitaria y callada, Kayla es una alumna que pasa inadvertida entre los demás miembros de su clase. Y aunque intente luchar por dejar de ser invisible, las inseguridades se comerán de un bocado todas sus buenas intenciones. A los 14 años, establecer y mantener una buena relación con un grupo de amigos y amigas parece un trabajo titánico y asfixiante… La joven no tendrá más remedio que superar sus miedos sociales si quiere acabar el curso dejando de ser un fantasma.
El joven director y guionista Bo Burnham (nacido en 1990) es capaz de idear y presentar situaciones cotidianas e incómodas por las que toda adolescente ha pasado alguna vez en su camino hacia la madurez: acudir a fiestas dónde la anfitriona se ha visto obligada a invitarte, sentir que tu corazón va a explotar la primera vez que quedas con un grupo de nuevos y excitantes amigos, e incluso, sufrir la vergüenza e incomodidad que se producen cuando un chico mayor empieza a sexualizar el tono de una conversación corriente sólo para dejarte en ridículo. Escena tras escena podemos reconocernos en la extraordinaria Elsie Fisher y volver, por unos minutos, a nuestro propio octavo grado.
Qué rápido olvidamos esa época en la que nuestras prioridades estaban totalmente deformadas por el prisma de la escala social. Qué pronto pasamos página tras superar ese momento vital en el que sentirse parte de algo parecía lo más difícil e importante del mundo. Y con qué maestría Bo Burnham pone en boca de Kayla valientes reflexiones como «A veces parece que esté nerviosa, pero estoy nerviosa todo el tiempo» o «Como voy a hacer buenos vídeos de consejos si nunca me los aplico a mí misma». Me gustaría pensar que todas (Burnham incluido) nos hemos sentido así en nuestros 14 años. Que todas pasamos ese calvario hacia el auto-conocimiento.
Y aunque Burnham hable de un proceso vital intrínseco en todas las adolescentes de cualquier época histórica, es totalmente certero a la hora de ubicar a su protagonista en la realidad del 2018: Filtros de snapchat, corazones de Instagram, vídeos de Youtube, Tumblr, Twitter… Básicamente, Kayla vive su vida a través de una pantalla y las redes sociales tergiversan y configuran su visión del mundo y las relaciones sociales. Siendo el cineasta de 1990, podemos asegurar que sabe de lo que habla. También él vivió el boom del MSN, el Fotolog y los inicios de Youtube. También él fue un chico enganchado a la pantalla esperando que alguien le enviara un dichoso zumbido por Messenger.
Reservo un párrafo final para hablar de la maravillosa figura del padre de Kayla, Mark. Como todo padre de adolescente, Mark pretende hacer lo mejor para su hija sin interferir en su vida privada. Obviamente, fracasa en su intento, pero sus intenciones son tan entrañables y adorables que sólo deseamos que Kayla le perdone y en vez de gritarle una bordería o ignorarle, le de un abrazo de una vez por todas. Su discurso tras el derrumbamiento emocional de su hija le da 1000 vueltas a la palabrería que Michael Stuback le suelta a Timothée Chalamet en el tramo final de «Call me by your name». Así debería ser un padre, así es el padre que nos merecemos tener a nuestro lado en nuestra convulsa adolescencia.
Con un humor inteligente, dosificado y cercano, «Eighth Grade» se convierte en un brillante paseo por los recuerdos adolescentes protagonizado por una luminosa Elsie Fisher y el gran Josh Hamilton; una visita agradable y desternillante que nos sonsaca más de una sonrisa y que nos obliga a mirarnos en el espejo del presente para vislumbrar el reflejo de nuestro pasado teenager. Una auténtica maravilla.
«The Harvesters»: Viviendo religiosamente
Entramos a la sesión de «The Harvesters» a contratiempo, casi a punto de perdernos los primeros minutos. Rápidamente nos aposentamos y esperamos a que empiece la función. Dirigida por Etienne Kallos, «The Harvesters» es un melodrama de Sudáfrica hablado en Afrikaans que se presentó en la pasada edición de Cannes, dentro de la sección Un Certain Regard.
Cargados de prejuicios, nos sorprende que la película esté protagonizada por una comunidad de hombres y mujeres blancos con descendencia holandesa. No esperábamos una cinta que se centrara en un porcentaje tan pequeño de la población africana. También nos intriga que la trama esté situada en el entorno rural y que rápidamente salga una vertiente religiosa a la palestra. Entramos a la sala sin saber muy bien con qué nos encontraríamos y, en las primeras secuencias de la película, nuestra mente nos remite constantemente a «La Prière» de Cédric Kahn, vista el año pasado en la Berlinale.
Tanto «La Prière» como «The Harvesters» comparten la figura del adolescente malcriado, drogadicto y rebelde que se ve obligado a ir a un centro religioso para re-educarse y modificar su comportamiento a través de las plegarias y la vía espiritual. Si en la cinta de Kahn, el joven iba a un centro en las montañas regentado por Alex Brendemuhl, aquí, Pieter tendrá que convivir con una nueva familia que ya tiene un macho alfa en sus filas: el confundido y rudo adolescente Janno.
La trama de «The Harvesters» se desarrolla de manera siniestra y opresiva a lo largo de una hora y 45 minutos. El subversivo Pieter intentará ocupar el puesto de Janno mientras éste lo defenderá con uñas y dientes. La «madre» de ambos, una religiosa empedernida, querrá que Pieter y Janno sean amables el uno con el otro, pero su propia crisis de fe no le dará fuerzas suficientes para facilitar esa posible unión de almas.
Lánguida y con solo algunas secuencias reseñables (esa fantasía homoerótica de Janno o la fiesta de las barracas dónde se juntan todo tipo de razas y personas), «The Harvesters» es un primer filme que apunta maneras, pero que se nos antoja irregular y, en ciertos momentos, gratuito. Si la religión ya da para una buena dosis de dramatismo, Kallos nos ofrece dos tazas bien cargadas: peleas a puñetazos, tensión sexual de lo más bizarra y arranques de gritos y furia descontrolada. Innecesariamente grandilocuente y condescendiente, «The Harvesters» no pasará a los anales de la historia del festival.