En estos tiempos extraordinarios que estamos viviendo, el D’A Film Festival de Barcelona se reinventa digitalmente de la mano de Filmin para ofrecernos la mejor añada del cine de autor actual.
Estábamos preparados para vivir la décima edición del D’A Film Festival por todo lo alto. Iba a ser un año fantástico para el certamen, un evento único para la cinefília barcelonesa. Pero la crisis del Coronavirus estalló, (casi) sin previo aviso, volando por los aires toda posibilidad de celebrar esa década de forma presencial. No obstante, como bien reza su eslogan: el D’A decidió no cancelarse ni aplazarse. Avanzándose a las estrategias de sus semejantes, se reinventó digitalmente y, durante 10 días, de la mano de Filmin, nos ofrece su programación de manera online para nuestro disfrute. Una oportunidad de oro para el festival para expandirse por el territorio español y consolidarse como el gran certamen de cine de autor que es. Ahora, más allá de tierras catalanas.
Armados con una smart TV, este año el D’A se vive en casa. Y, a falta de tertúlias post-película acompañadas de cerveza y largas conversaciones, como siempre, gozo de este espacio que año tras año Videodromo me brinda, y que, en esta ocasión, tengo el placer de compartir con dos críticos de cine de altura: Luis Suñer y Sofía Pérez Delgado, que desde Madrid se suman a comentar con deleite y palabras sabias la programación del D’A 2020.
«Habitación 212»: Los fantasmas de María
Asistimos a la inauguración del D’A con un trozo de pizza en una mano y una cerveza en la otra. En esta ocasión no nos hace faltar sacar a paseo nuestras mejores galas ni saludar a diestro y siniestro a todos los invitados. Pero la sensación que estamos asistiendo a uno de los «eventos» del año no ha desaparecido. Estamos listos para empezar nuestro periplo. Y qué mejor que hacerlo reencontrándonos con el cine de Christophe Honoré (retrospectiva en el D’A 2019) y el actor Vincent Lacoste (a quién vimos en pantalla hasta tres veces en la edición pasada). Sí, «Habitación 212» (proyectada en el festival de Cannes) es la cinta elegida para inaugurar el certamen.
Protagonizada por una maravillosa Chiara Mastroianni (Premio en el festival de Cannes 2019), la nueva película de Honoré vuelve a transitar por la senda del amor y el desamor persiguiendo, en esta ocasión, a María, una mujer que sobrepasa la cuarentena y que echa una pizca de sal y pimienta a su vida matrimonial teniendo historias sin importancia con hombres de nombre exótico. Cuando su marido, un tanto desgreñado, descubra su última hazaña, María se instalará en el hotel de enfrente para reflexionar. Y será allí, en la habitación 212, dónde transcurrirá la magia.
Las últimas películas de Christophe Honoré denotan un cierto peso nostálgico, de un pasado que fue más romántico y excitante que el presente. Véase «Vivir Deprisa, Amar Despacio«, donde retrataba y ficcionaba un amor que tuvo en su juventud idealizando algunos instantes y elevándolos a un estado mágico y de ensoñación donde el espectador podía perderse encantado. En «Habitación 212» el cineasta parece querer hacer frente a esta nostalgia: poniendo los fantasmas del pasado de María cara a cara con ella la obliga a cuestionarse si sus decisiones fueron correctas, si su vida pasada fue mejor y si el presente en el que parece estar atrapada vale realmente la pena. Algunos fantasmas de la noche resultan más atractivos y logrados que otros: ese marido, Richard, que se nos aparece de repente con tan sólo 25 años, resulta ser todo un hallazgo y un interesante hilo del que tirar. Mientras que otros, como la profesora de piano y amante de Richard en la juventud, entran en la habitación para recorrer sendas menos apasionantes.
Lejos de un tono lúgubre o aleccionador, como podríamos decir del famoso Cuento de Navidad de Charles Dickens, «Habitación 212″ se acerca más al vodevil absurdo, llegando incluso a parecer el camarote de los hermanos Marx en algunos instantes: una habitación donde se amontonan personajes, donde algunos se hacen amigos mientras que otros se pelean, se besan o simplemente, echan un polvo. Mastroianni se pone al servicio de esta historia casi mágica de forma completa y tanto resulta convincente en sus tramos más cómicos como en aquellos algo más reflexivos. Vincent Lacoste y Benjamin Biolay (ex marido de Chiara Mastroianni en la vida real) interpretan a Richard en diferentes etapas de su vida. Y Honoré, cargado de nostalgia, les reserva una espléndida escena juntos dónde joven y viejo comparten unas risas, unos cigarros y unas teclas al piano, dejándonos imaginar por un momento cómo sería salir de copas contigo mismo. Una locura, sí, pero que casa totalmente con las obsesiones de Honoré por el pasado. Pese a que lo ve ya lejano, prefiere sentirlo aún cerca.
«Todo el mundo puede ser joven», dice el veinteañero Richard. «Pero no seguir siéndolo.» Contesta María. «¿Y por qué?» pregunta él. Equilicuá.
Bañada en baladas francesas (los créditos iniciales a cargo de Charles Aznavour, ángel de la guarda de María, nos remiten a otra época), onírica en ciertos puntos (esos bailes que tanto gustan al cineasta), carnal en otros (Honoré bien se regodea en la desnudez de Lacoste) y con un tono ligero y a la vez melancólico, «Habitación 212» es una inauguración que se nos antoja como una ensoñación, como un gag con poso afligido, pero también como un rayo de esperanza de cara el futuro. No hay nada mejor que hablar con tu pasado para descubrir cómo quieres que sea tu futuro. Y un apunte final para esa sala de cine siempre omnipresente en la filmografía de Honoré. Con un gran neón anaranjado nos invita a que algún día volvamos a entrar en ella. Algún día lo haremos.
«Adam»: Welcome to the LGBTIQ+ World!
«Adam» de Rhys Ernst es la película elegida para empezar nuestro paseo por la programación del D’A. Y no podía ser de otra forma, pues es la cinta que nos ha recomendado el RecomenD’Ador de Filmin. ¡Qué herramienta tan curiosa! Así pues, nos disponemos a visionar (con lupa, hay que decirlo) la ópera prima de Ernst basada en el libro de Ariel Schrag, pues nos han llegado voces que la comunidad LGBTIQ+ no acaba de estar satisfecha con el resultado. Ver antes de juzgar, ese es nuestro lema.
«Adam» sigue de cerca a un joven de 17 años que decide pasar el verano con su hermana mayor en Nueva York. La hermana, lesbiana politizada y universitaria, le presenta todo su circulo de amistades, un grupo de personas que crece noche tras noche, que convive dentro de la comunidad LGBTIQ+ y participa de todo su espectro de actividades: fiestas fetiche, manifestaciones a favor de los derechos LGBTIQ+, reuniones politizadas, ruidosas discotecas de ambiente con derecho de admisión… Adam no puede estar más maravillado. Cuando conoce a la chica de sus sueños y ésta le confunde por un hombre trans (¿qué hombre cis-hetero estaría en una fiesta de lesbianas y trans en 2006?), él decide seguir con la mentira hasta límites insospechados.
«Adam» lo tiene todo para ser políticamente incorrecta y para caer en todas las trampas y tópicos implantados por la sociedad. Pero, dejémonos de cinismos un momento y digamos bien fuerte que «Adam» es una película MUY valiente. Si estuviera rodada en 2006. En 2020, me gustaría pensar que es una película más, una dramedia indie con buena factura y buenos personajes.
No obstante, aún es difícil encontrar una representación tan abierta de mujeres lesbianas, mujeres bi, mujeres trans, y ante todo, hombres trans en la maquinaria del cine norteamericano. ¡Y no digamos ya un plantel de actores tal como el que tiene esta cinta! Sí, Margaret Qualley alumbra la función con sus sonrisa y ojos saltones, pero también aparecen por el metraje nuevas promesas como MJ Rodríguez (Pose), Theo Germaine (The Politician) y Leo Sheng (L: Generación Q), entre muchos otres. Un reparto del que sentirse realmente orgullose, Ernst.
Sabiendo que la película está basada en la juventud de Ariel Schrag y que Rhys Ernst es un hombre trans, no podemos tacharla de falsa, frívola o de que no sabe de lo que habla. Sí lo sabe. Schrag en 2006 tenía 20 años, vivía en NY y escribía la tercera temporada de la serie The L World con otras compañeras lesbianas y un único hombre cis hetero llamado, ¿coincidencia? Adam. Sí, en 2006 poca visibilidad había en el mainstream, los hombres trans parecían un «fenómeno inexistente» para los heteronormativos y las mujeres lesbianas acudían a clubs y reuniones, y fiestas, y manifestaciones hechas por ellas para ellas porque nadie más lo organizaba. El maravilloso mundo LGBTIQ+ del que disfrutamos ahora no era para nada la realidad en 2006, sólo una gran G estaba en boca de todos gracias a los filmes «Brokeback Mountain» y «C.R.A.Z.Y«.
«Adam» es una película fresca y distendida, con unos actores 100% comprometidos con sus personajes (os animo a buscarlos en las redes sociales) y que abre un mundo fantástico a todos aquellos que aún no lo conocen mientras que sonsaca sonrisas y complicidad a aquellos que sí (¿Quedada para ver The L World? I MEAN). No obstante, se enfrasca en una trama demasiado retorcida (un hombre cis que se hace pasar por trans para gustar a una chica lesbiana mientras que «fagocita» el estilo de vida de su hermana lesbiana») que cae en algunos recovecos un tanto facilones. Sin ser una apuesta tan azucarada (aunque encantadora) como «Con Amor, Simon«, «Adam» se queda un poco a medio camino entre eso y aquello. Una apuesta para esos días y horas en las que queremos ver algo agradable y jovial y que sirve para recordarnos a todes que volveremos a ocupar esos bares y esos eventos que celebran la diversidad una vez acabe la pesadilla.