Mar. Mar 19th, 2024
Frame Little Joe

Traspasamos el ecuador de este particular D’A Film Festival vislumbrando dos de sus joyas internacionales: «Little Joe» de Jessica Hausner, y «Roubaix, une lumière», del ya reincidente en el certamen, Arnaud Desplechin.

Que el D’A Film Festival haya llegado a nuestras casas es toda una suerte, por supuesto, aunque quisiera advertir a los más cinéfilos que debemos andarnos con cuidado. Su amplia oferta nos tienta a pasarnos horas en el sofá devorando toda su programación día tras día,cosa que bien puede ser sana para la mente y espíritu, pero no para la musculatura y la postura corporal. Debemos mantener el cuerpo activo para no padecer esquinces y roturas el primer día que salgamos a correr. Y es por eso que, muy a nuestro pesar, debemos ser selectivos con lo que vemos durante estas jornadas, esperando que aquello que no podamos visionar ahora, lo recuperemos próximamente en las salas de cine.

En esta ocasión nos dejamos seducir por las propuestas «Little Joe» de Jessica Hausner (a quien, por cierto, el festival rinde homenaje con una retrospectiva en esta edición) y «Roubaix, une lumière» de Arnaud Desplechin, un viejo conocido del festival que siempre nos sorprende para bien o para mal. Desplechin no entiende de términos medios y nos encanta por ello.

«Little Joe»: Una Audrey II para el siglo XXI

Siendo seguramente la cinta más esperada del festival, entramos en «Little Joe» con la esperanza de visionar algo único, extraño, diferente, siniestro, oscuro, raro. Y Jessica Hausner nos sorprende para bien. La cineasta austriaca nos ofrece una película de terror cuidada al milímetro, fría como un témpano y que bebe de la historia del cine de horror para re-imaginarlo de manera sorprendente. Compatriota de un cineasta tan terroríficamente perturbador como es Michael Haneke y del no menos truculento Ulrich Maria Seidl, Hausner nos confirma que hay un elemento en el imaginario colectivo austriaco que liga el retrato de la actualidad con una visión glacial e inquietante del presente. Y antes de entrar en materia, un pequeño apunte sobre las cineastas germanas como Hausner, Maren Ade («Toni Erdmann«)  y Valeska Grisebach («Western«), que confirman la relevancia de la mirada femenina en el resurgir del cine alemano-austriaco.

A grandes rasgos, «Little Joe» es la historia de un experimento científico que sale mal. En la línea del Frankenstein de Mary Shelley o la película «Morgan» de Luke Scott, una científica, interpretada brillantemente por Emily Beecham (mejor actriz en Cannes), juega a ser dios, y su creación rápidamente escapa de su control y adquiere autonomía propia. Que esa creación sea una planta que teóricamente alegra los corazones de la gente con su aspecto nos recuerda irremediablemente a «La pequeña tienda de los horrores» (de 1960 con una versión musical de 1986). Allí también una pequeña planta que agrada a todos por su aspecto, Audrey II desarrolla un apetito de sangre humana que le resulta imposible de controlar y que, si su cuidador Seymour no consigue remediar, acabará con la humanidad.

Sin desvelar la trama en exceso, claramente podemos confirmar que «Little Joe«; la planta que Alice Woodard alimenta, cría y esteriliza con un propósito claramente comercial, aunque ella intente negarlo, se confirma como una Audrey II para el siglo XXI, una planta bella en apariencia y maligna en su interior, que, más sutilmente que su predecesora, se alimenta del alma humana para ser adorada, cuidada, empoderada y, en su motivo definitivo, sobrevivir a toda costa. Una tienda de los horrores que tiene lugar en los verdaderos núcleos económicos actuales, las fábricas de experimentación y centros farmacéuticos. Como anotación al pie, decir que tanto Little Joe como Audrey II comparten nombre humano, nombre otorgado por su criador en «honor» a la persona que más quieren en ese mundo.

Jessica Hausner firma LITTLE JOE

Alejándose de los clichés del terror moderno y palomitero, lleno de sustos, montajes adrenalíticos y esperpénticos efectos de sonido alimentados de gritos y susurros, Jessica Hausner nos ofrece un terror más cerebral, psicológico y terriblemente incómodo: Un gusto por los travellings laterales que nos ponen en situación y se alargan hasta límites insospechados, una composición de plano fría, cuadriculada y trabajada por colores (Beechan con ese look naranja y rosa palo contrasta constantemente con los rojos y violetas asociados a Little Joe) y un uso del sonido no apto para soñolientos. Un molesto chirrido incesante inunda todas las escenas que implican una planta o un peligro inminente y de repente nos vemos sobresaltados por golpes de efecto sonoro que llegan sin previo aviso. Hausner trabaja el anticipo, la amenaza invisible, la tensión oculta de manera sublime para transmitirnos el miedo que debería darnos a todos esa bonita planta.

«Little Joe» resulta fascinante en forma, en contenido, en mensaje, y, en tiempos de Coronavirus, en su uso de las medidas de protección: guantes, mascarillas, una perfecta ejemplificación del distanciamiento social… profética. A la vez se configura como algo sórdida en su mensaje sobre la felicidad, la experimentación genética y los límites de ésta en pos del bienestar y la buena salud de la economía de consumo.

Apunte final para las interpretaciones del siempre brillante Ben Whishaw, que confiere una aura de extrañeza y vulnerabilidad a cualquier papel que se le ofrece, Kit Connor, que ya nos había enamorado con su interpretación de joven Reginald Dwight en «Rocketman» y Kerry Fox, como la voz de la consciencia que advierte a los cegados por el proyecto su condición de invidentes.

«Roubaix, Une lumière»: El Sheriff de la ciudad sin ley

Arnaud Desplechin nos deslumbró hace ya varios años en el mismo D’A Film Festival con «Trois souvenirs de ma jeunesse«, una joya de la cinematografía francesa que pasó directamente a engrosar la lista de obras maestras galas y en la que resuenan ecos de los grandes cineastas del país vecino como son Godard, Rohmer, Truffaut y Bonello. Su siguiente pieza, «Los fantasmas de Ismael», fue uno de los grandes fiascos de 2017, un poti-poti tedioso, largo y errático que nos decepcionó sobremanera. Con «Roubaix, Une lumière», sabíamos que Desplechin no nos decepcionaría. Sin ir más lejos, su actor protagonista, Roschdy Zem, se coronó con el César al mejor actor este año compitiendo con auténticas bestias interpretativas como son Daniel Auteuil, Vincent Cassel, Jean Dujardin y Melvil Poupaud.

«Roubaix, Une lumière» nos sitúa en Roubaix, una ciudad fronteriza con Bélgica y que, como comentan en la película, es una de las que goza del índice de criminalidad y pobreza más altos de Francia. Desplechin, validado por haber nacido y pasado su infancia en Roubaix, decide contar una historia que, como bien rezan los intertítulos iniciales «está basada en personajes reales y los crímenes cometidos en la zona».

Por si fuera poco, coloca en el centro de atención a un policía interpretado con aplomo por Zem. Fascinado por los caballos (hasta le vemos a lomos de uno) y siendo el jefe de la comisaria, rápidamente se nos antoja como el viejo Sheriff de una ciudad sin ley, el preservador de la paz y el bien, aquel que se las sabe todas y que lucha por y para el pueblo. A su lado se sitúa un joven aprendiz de policía, llegado de la otra punta del país, y que se guía por su formación más que por su corazón. Un dúo que instaurará el orden en Roubaix conservando, eso sí, su encanto natural. (El personaje de Zem siente un amor profundo por la población por haber crecido en ella de pequeño, cosa que nos aventuramos a comentar que a lo mejor también le sucede a Desplechin).

Los primeros minutos de «Roubaix, Une lumière» son, simplemente,deslumbrantes. Los dos policías corren de un lado al otro de ciudad, de caso en caso, intentando arreglar por las buenas los problemas de sus convecinos. Desplechin muestra la pobreza, la diversidad y la inestabilidad de Roubaix sin caer en el estereotipo ni la banalidad mientras que en pocas secuencias ya nos retrata de forma impecable el personaje de Zen; el poli bueno que nunca se altera y que genuínamente cree que una buena conversación es la mejor de las armas para resolver  los crímenes.

De repente, la película se detiene en un crimen supuestamente cometido por dos mujeres que viven juntas, interpretadas con una solemnidad inquebrantable por Lea Séydoux y Sara Forestier. A partir de aquí, Desplechin olvida el resto de casos de la ciudad para centrarse en el procedimiento con el cual los comisarios y policías sonsacan una confesión a los criminales. Romantizado en exceso por las películas de persecuciones, thrillers adrenalíticos y filmes del cine noir, Desplechin nos confiesa a la cara que este es un proceso arduo y extenuante. El cineasta no escatima en detalles: gritos, lloros, suspiros, paciencias que se desmoronan, labios que se secan. A lo largo de muchos (muchos) minutos, el espectador sufre el proceso igual que lo sufren los protagonistas, deseando que ese suplicio termine lo antes posible y todos los personajes puedan volver (o no, dependiendo del resultado final) a sus respectivas vidas. La revelación final es climática y a la vez anticlimática por su veracidad y acritud, y por la extenuación a la que ya todos estamos, inteligentemente, sometidos.

Cautivadora en su crudeza, minuciosa en su recreación de diálogos y situaciones, perfecta en sus interpretaciones (en el punto justo de melodrama) «Roubaix, Une lumière» se configura como una de las piezas más logradas del D’A Film Festival y de su autor, Arnaud Desplechin, del que seguro que seguiremos la pista gracias a este certamen.

Podcast

Puedes escuchar el podcast corto de 15 minutos Lo que te D’A tu madre, que realizmos junto a los compañeros de Cine y sé feliz, Celuloides en remojo y La película del día, descargándolo aquí.

O puedes escucharlo online:

Por Marina Cisa

Film PR, Social Media Manager, Productora y lo que me echen. Comunicación Audiovisual en la UPF y a mucha honra. Cinéfila hasta límites insospechados. Una vez toqué a Xavier Dolan y me firmó el DVD de "Yo maté a mi padre". Espero ver a monsieur Godard en vida.

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