En la segunda jornada del D’A 2016 nos reencontramos con Gabriel Ripstein y Tim Roth en «Chronic» y con el cine asiático más independiente en «Kaili Blues».
«Chronic»: Enfermero busca paciente
Si justamente ayer acabábamos nuestra jornada con la ópera prima de Gabriel Ripstein, «600 millas«, un thriller protagonizado por Tim Roth; el segundo día del D’A empieza con un drama seco, áspero y duro protagonizado por el mismo actor y producido por el susodicho Gabriel Ripstein. Esta vez, quién ocupa la silla del director es su compañero y amigo: Michel Franco. Al contrario que Ripstein, Franco sí goza de una larga trayectoria en el mundo del cine. Sin embargo, esta nueva incursión cinematográfica, «Chronic», le ha valido un reconocimiento sin igual: el premio al mejor guión en la última edición del festival de Cannes. Como «600 millas«, la cinta también se presentó en la sección «Horizontes Latinos» del festival de San Sebastián.
«Chronic«, un retrato hermético y desagradable de un enfermero especializado en cuidar de pacientes terminales, no puede dejar de verse como el reverso de «600 millas«: ambas cintas mexicanas, protagonizadas por Tim Roth, y con las dos mismas mentes creativas detrás. Tanto la película de Ripstein como la de Franco tienen inicios y finales abruptos, escenas que te dejan con la boca abierta por su crudeza y poca sutileza. En ambas películas, los títulos de crédito se clavan como una puñalada en el estómago y la sonrisa con la que entrabas en la sala, como un iluso, se borra para un buen rato. Sin embargo, por encima de lo chocante que puedan ser inicio y final, lo más importante de ambas cintas es que las dos, en el fondo, teorizan y hablan sobre un mismo concepto: la frialdad del ciudadano americano. Un personaje, salido tanto del imaginario colectivo como de la vida real, que sólo mira por si mismo y utiliza a cualquier otro ser humano para su propio beneficio. Es una tesis dura, punzante y desagradable, pero, estos dos directores latinoamericanos, la muestran de forma sin igual en sus filmes.
«Chronic» bien merece sus reconocimientos. Mucho menos «hollywoodense» que «600 millas» (con planos más largos, montaje lánguido y tempos pausados), en vez de adentrarse en el terreno pantanoso de las armas, lo hace en el de los enfermos. Si los estadounidenses vendían armas sin tapujos, «Chronic» nos muestra como, paralelamente, escoden a sus enfermos y los invisibilizan en lo relativo a la vida social. Tim Roth, el enfermero obsesionado con cuidar de enfermos terminales, es testigo de cómo familiares, amigos, etc, los apartan totalmente de sus vidas corrientes para visitarles sólo el rato que les viene bien. Sin embargo, la doble moral no tarda en aparecer. Roth los cuida, pero, si «se pasa un pelín de la raya», la familia ya le denuncia por acoso. De nuevo, sale a la luz el americano egoísta, el que vela por si mismo, el que sólo sabe sacar provecho de los demás.
«Chronic» es una hora y media de dureza, de tiempos muertos, de largos planos secuencia terriblemente incómodos. Roth pasa de una enferma de SIDA, a una de cáncer para acabar con un chico en silla de ruedas. Poco a poco vamos desgranando el porqué de su compromiso (anómalo) con su trabajo y descubrimos quién es realmente este hombre y que le aporta el contacto con estas personas. Los silencios hablan más alto que las palabras en una película difícil que ver, que se convierte en la pieza perfecta para hacer una sesión doble de Roth y el cine mexicano actual junto con «600 millas«. – MARINA CISA
«Kaili Blues», espectacular ópera prima de Bi Gan
Era uno de los platos fuertes del festival, y como no podía ser de otra manera, el público no ha fallado, estando a punto de llenar la sala donde hemos disfrutado de su proyección. Hablamos de la enigmática «Kaili Blues», un filme procedente de China cuya carrera festivalera alargó su sombra al concederle el premio al mejor director emergente en Locarno y la mejor película en Las Palmas. Y no es para menos, pues nos encontramos ante una de las sorpresas más estimulantes de la temporada.
Es difícil tratar de abordar una película de estas características en un simple visionado. Un filme capaz de alternar distintos tonos que dibujan una escala entre lo real y lo lírico apostando por estrategias formales muy diferenciadas y a la vez tan armoniosas. Porque Bi Gan nos introduce en primera instancia un sutra budista, haciéndonos conocedores de la dimensión filosófica por la que irá su obra. Y aun así, no tardará en sobrepasar esta línea para adentrarse en el mundo de la fábula, la leyenda y la superstición. El crédito que se le dará a estos elementos misteriosos, potenciados también por los medios de comunicación, nos invitarán a pensar en la convivencia entre lo certero y lo imaginado como un todo en el cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul. Y sin embargo, pese a una presentación de cierto carácter críptico, se nos deja entrever una China rural de provincias donde la pobreza de sus infrastructuras nos rememoran sin lugar a dudas a Jia Zhang-ke, señalando el fracaso de la abertura al capitalismo del gigante asiático. A su vez, advertimos un acercamiento naturalista a la violencia generalizada, el maltrato hacía los semejantes, la mofa, la burla, la envidia y el conflicto fraternal. Nos sumergimos en una espiral de marginalidad donde se altera el orden de los prejuicios morales, elevando al exconvicto como héroe contrario a la venta de un menor.
Y en mitad de esta mirada caleidoscópica de una zona en concreto, asistimos a modo de road movie a un plano secuencia estelar que supera los 40 minutos de duración. Un oasis en medio del camino de nuestro protagonista, la llegada a un pueblo que bien podría ser Macondo o Comala. En él sentimos un trato veraz del tiempo, pues en su despliegue técnico, viajamos en moto, coche o barco con sus protagonistas, pero siempre que éstos deben hacer una actividad rutinaria, la cámara toma otra dirección, siguiendo a otra persona para desembocar de nuevo en la reunión de todos aquellos los que han protagonizado dicha proeza. No vemos los males del plano secuencia que puede tener por ejemplo la muy distinta «Victoria«, ya que la diversificación de los actores permite emprender nuevos caminos. Resulta curiosa pues esta emulación del tiempo real, sobre todo al ser contrastada con la irrealidad onírica y mística de la percepción del tiempo que sufre el protagonista instantes antes de finalizarlo.
En «Kaili Blues», no solo percibimos la presencia de referentes asiáticos como los mentados Jia Zhang-ke y Apichatpong Weerasethakul, sino que a su vez sentimos un sentido de la circularidad, el espacio rural y la filmación del viaje en los medios de transporte que nos recuerdan al iraní Abbas Kiarostami. Desde luego que este debut de Bi Gan cuenta con las influencias de algunos de los autores más importantes del momento, algo que sabe utilizar con inteligencia sin olvidar evidenciar su propio estilo, dando señales de convertirse próximamente en un importante nombre a seguir dentro de la cinematografía asiática y mundial, como bien reconoció Locarno con su premio el pasado año. – LUIS SUÑER