Mar. Mar 19th, 2024

Diferentes y muy variadas maneras de entender la ficción en la quinta jornada del certámen

«Atlantis»

Avalada por estar dirigida por el director de fotografía de la reconocida «The Tribe» (Miroslav Slaboshpitsky, 2014), «Alantis», de Valentyn Vasyanovych, es sin duda una de las joyas visuales de la sección Transicions de este D’A. Situada en una Ucrania de 2025, el filme aborda la reconciliación personal de un antiguo soldado de guerra. Un conflicto que, pese a haber terminado, mantiene las rencillas entre vencedores y vencidos que acarrea cualquier enfrentamiento armado. Así pues, nacionalistas ucranianos proeuropeístas seguirán en tensión al acercarse a los prorrusos y viceversa. Y en esta tesitura, el filme parece querer hermanarse espiritualmente, casi en forma de secuela, con «Donbass» de Sergei Loznitsa, si bien esta nueva cinta mantiene mejor las distancias y no existen atisbos de maniqueísmos o posicionamiento político.Sigue tan solo el camino de un hombre apesadumbrado abrumado por la situación que le ha tocado vivir. Vasyanovych se vale de la apertura de su dispositivo formal para firmar largos planos secuencia, estirando hasta la extenuación la fotografía para adentrarnos en un mundo devastado donde la atmósfera grisácea del entorno se fusiona con la psique de su protagonista. Perdiendo su casa, posteriormente a su amigo, y con una necesidad irremediable de abandonar sus ansias de venganza, perderá su empleo debido a la globalización capitalista que también afecta a Ucrania. Circunstancia que le hará replantearse su pasado en la guerra para acabar trabajando desenterrando cadáveres de los diferentes bandos en cunetas y caminos desperdigados. Un acercamiento frío y distante que contrasta con otros filmes de temática similar como la reciente «Nuestras madres», de César Díaz, y que evidencia la idiosincrasia de un país sumido en la fatalidad desde hace demasiado tiempo.

Estamos ante un logro audiovisual, con una escenografía pulcramente conseguida, ensanchando la imagen a todos los niveles. Un juego cromático de atormentada y salvaje belleza. Y es de agradecer que, ante todo pronóstico, este no sea un filme tan pesimista como su misma premisa y prólogo pueden indicar. Existe un halo de esperanza y un interesante despliegue emocional que manifiesta la necesidad empática que tenemos todos los seres humanos.

«Saturday Fiction»

Puede parecer «Saturday Fiction» en sus primeros compases una cinta en exceso ambiciosa. Nada más lejos de la realidad. Y es que esta `película china de Lou Ye, lleva la temática del cine negro y el espionaje tan al límite que parece incluso querer engañarnos en un principio sobre la misma esencia de lo que realmente es. Con una dirección personalísima, la cámara se mueve alrededor de los personajes sin concesiones. Un movimiento continuo, cámara al hombro, que nos sumerge en los tiempos convulsos en lo que se situa la historia. Una trama ambientada en un blanco y negro y una estética clásica que constrasta con la dirección y que evocan al cine negro de antaño. «Saturday Fiction», protagonizada por la eterna Gong Li, se situa en Shanghai en 1941. Como podemos imaginar, este espacio estará repleto de diferentes segmentos de la segunda guerra sinojaponesa y la IIGM. Agentes secretos de los aliados, infiltrados en el gobierno colaboracionista de Nankín, conspiran contra los japoneses. Para ello, logran hacer llegar a la ciudad a Jean, una reputada actriz cuyo exmarido fue recluido y repudiado por traicionar a los japoneses. A su vez, las fuerzas militares niponas, que van tomando presencialmente la ciudad sin entrar en conflicto armado alguno, preparan una misión secreta desde su posición. Lidiando con espías de uno y otro bando, Jean tendrá la inverosímil misión de lograr desencriptar las palabras clave de la inteligencia japonesa. Lo hará aprovechando el parecido físico que guarda con la esposa asesinada del mandamás japonés Furuya. Un eco a «Vértigo» de Hitchock que pudimos explorar en mayor profundidad en una cinta anterior del director como es «Suzhou River» (2000).

La película se desarrolla pues de manera alocada y en ocasiones absurda. Siendo el desencadenante la supuesta misión aliada, un despropósito en lo que a la verosimilitud se refiere. Y es en este momento donde Lou Ye se desenmascara para mostrarnos lo que en realidad pretende. Una cinta frenética y desenfada, una locura repleta de acción, traiciones y demás clichés del cine negro magnificamente llevado. Entretenimiento de un gran nivel, convirtiendo las imágenes en arte y emoción. Una cinta con ecos tarantinianos por la que es imposible no sentirse arrastrado. Una vorágine de personajes y tiroteos que harán las delicias de muchos pacientes espectadores. Sin más pretensiones ni profundidad que disfrutar de una buena película. Quizás, lo único que le pedíamos al cine era ver a Gong Li disparando con una metralleta.

«El corazón rojo»

La películas de Marc Ferrer son un género en si mismo. Él lo sabe, nosotros lo sabemos también. Y quien haya seguido la trayectoria del director, coincidirá en lo mismo que anuncia en su presentación del mediometraje en Filmin. Sus obras cada vez son más chapuceras y las hace peor. Y en eso reside su encanto. Porque «El corazón rojo», como bien nos indica, se puede disfrutar como un apéndice de «Puta y amada». Preparémonos para la misma temática. Tres personas cuya vida sentimental, pasada la treintena, no avanza de ninguna manera. Y todo grabado con una cámara de baja resolución, con un sonido en directo donde los micrófonos y las perchas ni están, ni se les espera. Donde la improvisación y realizar las tomas de seguido son la clave para acabar la cinta. Una película donde recibir un WhatsApp a las 9 y media de la noche mientras entra un sol de justicia por la ventana. Una oda a la pobreza técnica que resulta un sello de identidad por el cual su misma filmografía se siente orgullosa. Y lo hace desde la autoparodia, siendo consciente de la diferencia entre los referentes a los que cita, veáse esos zooms y zooms out, así como la pirueta narrativa a lo Hong Sang-soo o esa voz en off a lo Philippe Garrel. Todo inundado por colores pop, música chicle de la mano de Adrià Arbona, líder de la banda Papa Topo, siendo también una de las integrantes del grupo un personaje secundario en la trama.

Nos regala Marc Ferrer de nuevo una reflexión muy poco reflexiva sobre las relaciones fugaces tanto homosexuales como heterosexuales. Una manera de deambular por un mundo cultural donde los romances son cada vez más complicados. Una visión freak de aquello que abordan las cintas joviales de certámenes como el D’A. Un ejercicio divertido y amistoso, que además puede presumir de contar en su filme con un actor de la talla de Louis Garrel.

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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