DocsBarcelona lleva 20 años ejerciendo de exhibidor de realidades alternativas; dos décadas de retratos humanos, crítica sociales, alarmas ecologistas…
Lo sabemos, el foco cinéfilo internacional de las últimas semanas estaba puesto en Cannes. Lo notábamos en las redes sociales, en los medios tradicionales y en la red de redes, en la calle, en la panadería cuando tu vecino -que sabe que eres crítica de cine- te pregunta sorprendido cómo es que no estás en Francia… Estaba en el ambiente. Todos estábamos pendientes de Cannes.
Sin embargo, en un rincón de Barcelona, un festival de documentales se atrevía a contraprogramar al attention whore de la Croisette cannoise sin achicarse, sin tartamudear, sin mirar (ni de reojo) los destellos cegadores de las estrellas que levitan sobre una alfombra roja de flashes y vítores. A grandes rasgos, el cine documental es austero por naturaleza, es generoso por definición, es observacional. Si fuese una persona, sería el típico amigo introspectivo, profundo, intensito, que en una fiesta se ofrece a hacer la foto para que el resto pueda colgar el testimonio de la farra en sus redes sociales.
El documental pone foco sobre la realidad, sobre lo cotidiano hecho excepcional, sobre aquello que (por la razón que sea) debería conocerse más, mejor. El DocsBarcelona lleva 20 años ejerciendo de exhibidor de realidades alternativas; dos décadas de retratos humanos, crítica sociales, alarmas ecologistas…, y en este 20 aniversario han ampliado fechas, proyecciones y público. Su programación, más que reflexionar o ejercer de picapica de las nuevas tendencias del documental, se centra en la capacidad transformadora del cine. Las temáticas gobiernan la programación, no los formatos, aunque sí había lugar para el riesgo en algunas de sus sesiones. Alrededor de esas temáticas que preocupan a sus responsables, que nos deberían preocupar a todos como ciudadanos y personas que somos, hemos estructurado esta aproximación (algo tardía, lo sabemos…) al 20 aniversario del Docs Barcelona.
¿Un mundo? Nuestro mundo
Como el hielo glacial que se deshace ante el contacto con los primeros rayos de sol primaverales, la comunidad inuit ve cómo su forma de vida se evapora al ritmo que la sociedad occidental avanza en la senda del progreso industrial y global. Dicho así, o visto como una batalla entre lo anacrónico y el futuro ilusionante basado en ideas progresistas, las tradiciones esquimales (con la caza de focas en el centro neurálgico de todas sus actividades) cabría pensar que son los inuits quienes, ante el avance de la sociedad, deberían adaptar sus anacrónicas formas de vida a los tiempos que corren (y que dictamos desde las sociedades evolucionadas… capitalistamente evolucionadas, claro).
Alethea Arnaquq-Baril arma este documental, acertadamente llamado «Angry Inuk (Inuit enfadada/o)«, para luchar contra aquello que impide a su pueblo ejercer su forma de vida, esto es, el prejuicio negativo que, desde principios de los 80, existe sobre la caza de focas. Paso a paso, la directora introduce al espectador en las costumbres esquimales derivadas de la caza (desde la pura alimentación, motivo principal de esta práctica, hasta la confección y la moda elaborada con las pieles de focas con las que comercializan), para acabar señalando a aquellos que, por intereses propios, impiden que el mensaje inuit llegue a la sociedad global. El gran acierto de programar en Docs Barcelona un documental como «Angry Inuk» es el de señalar a los grandes aliados del movimiento verde (Greenpeace) como agentes de la doble moral, como ONG convertida en establishment, pero también dar voz a una comunidad que, por pequeña y pacífica, está encontrando auténticos problemas para hacer llegar su discurso, el cual se aleja del bienpensar ecologista generalizado y que puede llegar a ejercer de auténtico blow minding para muchos. Proponer que la caza de focas permite crear un mundo más sostenible porque colabora al equilibrio del ecosistema de su zona, es precisamente la tesis que, de entrada, más ampollas podría levantar. Sin embargo, todo queda más que justificado por razones varias, pero sobre todo por la denuncia que el documental supone para el más horrible proyecto de futuro que los gobiernos americano y canadiense tienen planteado para estas zonas: la extracción de petróleo que acabarían con buena parte de la fauna marítima del área.
La mirada dirigida de «Angry Inuk» se da de bruces, o eso parece, con la cámara preciosista, Romántica, que Audrius Stonys utiliza en «Woman and the Glacier» para filmar a la glacióloga Ausra Revutaite. Como si de una astronauta se tratase, Revutaite vive su día a día en la sobriedad de su estación, acompañada únicamente de un perro, un gato, y los sonidos de la naturaleza: el silbido y el vaivén del viento, el crujido de la nieve virgen resquebrajándose bajo su pisada, las constantes gotas de agua cayendo sobre el suelo helado… La científica queda anulada por la inmensidad de las montañas, del glaciar, de la nieve que la rodea y así la filma Stonys, perdiéndose entre la niebla mientras se dirige a uno de los puntos de control, como Apichatpong Weerasethakul filmaba a su protagonista en aquel plano mítico en el que se adentraba en el bosque para nunca volver en su forma humana.
La Naturaleza mirada en su minimalismo ocupa buena parte del documental, pero poco a poco el montaje elude su carácter Romántico festivo para convertirse en una crítica a la acción humana. El rugido de un helicóptero colma la banda sonora cuando en la imagen observamos los desprendimientos del glaciar, una asociación que nos recuerda al ventilador de «Apocalypse now» y que, como en aquella, no tiene nada de inocente en «Woman and the Glacier». El documental es un regalo para los sentidos, tanto a nivel visual como de audio, pero también nos lleva a imaginar la vida de la glacióloga Revutaite como la de una astronauta en una misión de 30 años. Un time lapse de la noche cerrada nos recuerda a la imagen que, desde una nave espacial, debe aparecer del Universo; la vida de la científica, totalmente organizada en base a las necesidades de su profesión, son las mismas de las de la tripulación de la NASA (por poner un ejemplo conocido), y la soledad y los paisajes que le rodean son también conocidos por los expertos del Universo.
«Woman and the Glacier» es una experiencia sensorial para disfrutar en pantalla grande y con un equipo de sonido de calidad, es una visita pormenorizada al mundo de los glaciares, sin informaciones didácticas ni historias narrativas, sino a través de los detalles observados en macro de todo aquello que conforma el alrededor a la estación científica. Una experiencia estimulante, solo nublada por ese intento final de meter una crítica política que no acaba de ser consecuente con la propuesta.
Hablábamos de Universo y Espacio, de Naturaleza y acción humana, y ahí entroncamos de lleno con el documental «Spaceship Earth» de Kevin McMahon, en el que se propone la siguiente analogía: el Planeta Tierra es una nave que circula por el Universo y es responsabilidad de todos hacer que esta funcione, por eso no debemos vernos como pasajeros sino como parte de su tripulación.
Esta llamada a la responsabilidad, a la conciencia ecologista, está dividida en cinco partes (el combustible, los pilotos, el motor, los pasajeros, la tripulación) para desgranar la problemática de la sostenibilidad, partiendo de la dependencia que las sociedades actuales tenemos del petróleo, pasando por el aumento de CO2 que causa el efecto invernadero, observando ejemplos de sostenibilidad energética en proyectos alternativos (la hidráulica en Brasil, geotérmica en Islandia, solar y eólica en Alemania, etc.) y hasta romper con dos máximas bajo las cuales los seres humanos nos hemos escudado para no tomar cartas en el asunto: el crecimiento no es siempre positivo y asumir, como decíamos antes, que todos somos parte de la tripulación, no simples pasajeros.
Didáctico, increíblemente documentado y con una aproximación holística al asunto que trata, «Spaceship Earth» ofrece ejemplos y alternativas a aquello que critica, evita ser tendencioso aunque defienda su tesis, y sobre todo expone una realidad que llama a la colaboración, a la responsabilidad y a la acción popular. Un film de obligado visionado para interesados en asuntos de ecología, ya que, desde la explicación y la argumentación, evita la crítica directa en favor de ir en busca de las posibles soluciones. Un haz el amor, no a la guerra en pleno siglo XXI.
Su madre. Mi padre. Nuestra familia.
Hablar de la familia de uno en un documental es abrirse en canal, exponerse al público, casi como abrir la visita al psicólogo a todos los públicos para que vean, observen y comenten nuestras filias, fobias, nuestras vulnerabilidades. Porque es precisamente en nuestra madre, nuestro padre, nuestra familia, donde somos de manera más profunda, más veraz. Desde el ADN y desde lo aprendido en el entorno familiar (presente o no) nos formamos como personas, como seres sensibles y emocionales.
«You Have No Idea How Much I Love You» es la recreación de varias sesiones de una madre y una hija en la consulta del psicólogo Bogdan de Barbaro. El objetivo del experimento teatral es adentrarse en las dinámicas paternofiliales desde la psicología, desde el acompañamiento de un experto que ayuda a reconstruir una relación rota trazando puentes allá donde se habían construido muros. El film de Pawel Lozinski se mantiene desnudo en su puesta en escena; planos cortos que captan los rostros y gestos de los tres protagonistas, un solo escenario del que no vemos más que el color grisáceo de la pared, y la palabra como lenguaje sanador de las heridas. El psicólogo escenifica junto a las dos actrices su trabajo diario, acertando con las preguntas que abran la comunicación, eliminando todo desvío del objetivo y ofreciendo el perdón (a uno mismo y al mundo exterior) como herramienta básica del entendimiento. El film, interesantísimo en su propuesta, no logra la intensidad que cabría esperar de un desnudo emocional propio de una sesión psicológica, pero sí ayuda a observar ciertas dinámicas terapéuticas y, sobre todo, es un alegato a la escucha activa del otro, un buen comienzo para tratar de solucionar nuestros problemas y alcanzar así cierta tranquilidad, cierta paz.
Saber de dónde venimos, conocer los ancestros, sus orígenes, a qué se dedicaban y con qué soñaban, forma tanto nuestras personalidades como aquello que pensamos, sentimos o hacemos. En Magallón, Zaragoza, Pablo Forniés nunca dejó de visitar el cementerio para recordar a su padre, asesinado durante la Guerra Civil. Su hijo Víctor, director de «Un padre», explica que nunca le dejaron acompañar a sus padres en aquellas visitas y siempre se quedaba a las puertas del lugar, algo que solo entendió con el paso del tiempo, cuando los silencios paternos fueron desvelándose como heridas sin cerrar. El abuelo Forniés fue abandonado en una fosa común, supuestamente bajo la tierra de aquel camposanto de su pueblo, pero la falta de certeza ha acompañado a Pablo a lo largo de su vida, y convirtió ese tema en un tabú. Víctor, convertido en documentalista, acompaña a su padre en el proceso de apertura de la fosa y de reconocimiento de los restos de su abuelo, pero durante el proceso otra película se formará, la de la relación entre padre e hijo, la del silencio dando paso a la palabra, la de la distancia desapareciendo en favor de la proximidad.
Víctor Forniés, con una sensibilidad palpable en su voz en off, en su forma de filmar a su padre, nos permite acompañarle en ese proceso de redescubrimiento de la figura paternal, en lo que acaba siendo una suerte de retrato familiar escrito (filmado) para dar (cierta) justicia a su abuelo, para dar (cierta) paz a su padre, para darse (cierto) conocimiento a sí mismo, y para dar (cierta) luz a la familia futura pueda estar por venir. Víctor Forniés encuentra en el cine el sustituto ideal para cuando la palabra no cumple su función comunicativa, y con él logra armar un puente de comunicación entre las diferentes generaciones de su familia, entre aquellos a quienes las balas callaron, aquellos que ante tal pérdida enmudecieron, los que no juntaron el valor para preguntar y los que, por no existir aún, no pueden hablar por sí mismos.
Claudio Capanna fue un bebé prematuro, una condición que le ha llevado a querer filmar en su documental «Life to Come» los primeros días, meses, de una familia que vive en Bélgica lo que los suyos vivieron con él en su Italia natal. Empezando con un ficticio parto grabado en primera persona, «Life to Come» acompaña en su espera a la madre de dos gemelos prematuros; momentos de esperanza, momentos de pavor, celebraciones familiares vividas entre las paredes del hospital del que no se quieren ir sin sus hijos, soledad, cansancio, miedo, ánimo… Capanna capta con su cámara la intimidad de una madre con sus hijos, el vínculo que de manera innata surge entre seres humanos que se protegen y aman sin motivos racionales, la lucha también innata de dos bebés por la supervivencia y el temor y la esperanza de unos padres que animan, miman y lo dan todo por ver cómo sus hijos logran salir con vida de la incubadora.
«Life to Come» se mantiene en todo momento cerca del drama familiar sin dramatizar ni epatar, desde el respeto y la sensibilidad, con la generosidad y la esperanza como centro de la narración, que no tiene más guía que las imágenes y diálogos que surgen en el hospital. Las imágenes de Capanna, bellas en su forma y contenido, no hacen sino estar a la altura de ese sentimiento maternal que la protagonista emana a lo largo de todo el documental. Una película tierna, llena de esperanza y cariño, que emocionó a un patio de butacas formado casi exclusivamente por mujeres.
Todos somos política
Tener acceso directo a Baltasar Garzón y a Julian Assange durante su relación como abogado y representado, convierte a «Hacking Justice» en un documento interesantísimo, casi tanto como lo fue el documental «Citizenfour« de Laura Poitras en lo relacionado con Edward Snowden. El documental de los españoles Clara López Rubio y Juan Pancorbo, llamado tristemente en nuestro país «El juez y el rebelde», crea una interesante similitud entre las dos figuras, al presentarlas como bastiones de resistencia, de ética, cada cual en su profesión y, al mismo tiempo, como personas cuyas vidas han sido puestas en el punto de mira por sus acciones de responsabilidad civil. Assange sigue aprisionado en la embajada ecuatoriana por haber hecho públicos documentos secretos de diferentes gobiernos, mientras ejercía lo que viene a ser su profesión de periodista; Garzón, inhabilitado como juez por el Tribunal Supremo por haber metido el dedo en la llaga con el caso Gürtel, se reinventa como abogado quizás asqueado por la corrupción vivida y sufrida en las más altas esferas del ámbito judicial.
El documental, pues, tiene como gran ventaja tener las puertas abiertas a dos personas que están en el centro de la noticia, dos personajes maltratados por creer en la transparencia y por hacer su trabajo para la opinión pública, dos héroes vilipendiados por el Poder y el establishment, pero respetados y admirados por una buena parte de la sociedad civil. En ese acceso libre a ambos a lo largo de meses y meses de negociaciones, creación de estrategias, etc., «Hacking Justice» no puede sino interesar, cautivar al espectador por esa condición de privilegio, de ojo tras la mirilla.
En cambio, el trabajo de documentación que acompaña a «All Governments Lie», de Fred Peabody, da un abrumador resultado y una profunda sensación de responsabilidad en el espectador. El documental, que parte de la afirmación de su título (“todos los gobiernos mienten”), traza un recorrido por los medios norteamericanos que persiguen la veracidad en las noticias en lugar de repetir como loros lo que las ruedas y notas de prensa oficiales, las cavernas subvencionadas o las agencias de comunicación quieren que digan los profesionales de las noticias. Peabody, que contagia con su documental el amor por un periodismo de raza cada vez menos presente en los medios generalistas, reivindica la figura de I.F. Stone y busca en el periodismo actual a sus discípulos para reclamar atención sobre ellos. «All Governments Lie» hace una llamada al ciudadano para actuar con responsabilidad sobre lo que oye, lee y dice; le exige ejercer la crítica del discurso oficial; pero lo hace de manera generosa, ofreciendo al mismo tiempo ciertas guías de aquellos periodistas que, como Assange y Garzón, ejercen su profesión para el bien Común de la Ciudadanía: los programas Democracy Now! y The Young Turks (creado por Cenk Uygur), la web The Intercept (creada por Glenn Greenwald, Laura Poitras -que participaron en la trama Snowden, como se recoge en el documental «Citizenfour» del que hablábamos antes- y el periodista Jeremy Scahill) el blog de Tom Engelhardt.
…y otros
La mujer y su rol en diferentes sociedades («Siberian Love», «Fallen Flowers Thick Leaves», «Grab and Run», «Girasoles de Nicaragua»), los conflictos bélicos («Mogadishu Soldier», «Los Ofendidos», «Last Men in Aleppo», «El silencio de los fusiles»), las minorías sociales («Rebels on Pointe», «Los niños») y personas que parecen personajes («Ukrainian Sheriffs», «The Wonderful Kingdom of Papa Alaev», «Madame Saïdi», «In Loco Parentis») han sido otras de las temáticas protagonistas de este Docs Barcelona que puso punto final con galardones variados y 16.000 espectadores en un certamen con dos sedes, cuatro pantallas y diez días de proyecciones y actividades. Y que sea así por muchos años más.
Un crítico en apuros
¡15 años de Videodromo!
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