Tres propuestas muy diferentes en un Festival que se pone muy serio
Poco podía imaginar, cuando se hicieron públicos los carteles de esta edición del Festival, que las bonitas y evocadoras escaleras de “El desprecio” no eran un homenaje a Godard. No. Eran un homenaje a todas las escaleras que subes y bajas al cabo del día para poder ver cada una de las películas. Quienes me conocen un poco saben que el deporte para mi es algo que ver por televisión. Poco más. Así que, no os imagináis los gemelos tan modelados que se me están quedando. Poco sufrimiento me parece para compensar la constatación de que Mads Mikkelsen es real (y huye de las cámaras como Bolt va a por los records), y Woody Allen también lo es. Real y muy mayor. Como verídica es la historia de ese periodista que hace años buscaba a su compañero Raúl en una Sala Debussy ya a oscuras. Su grito desesperado llamando a su colega forma parte de la mística festivalera. Y aunque, según dicen, el autor de ese momento ya mítico hace unos años que no pisa el Palais, hay quien le ha tomado el relevo. Ayer, en los pocos segundos en los que la cortinilla se fundía en el negro previo a “Sieramadre”, alguien (sentado justo a mi izquierda) parió ese grito. De momento, le mantendremos en el anonimato, por cariño y porque nos debe una birra.
“Rester vertical”: Guiraudie se desata con un grupo de “desconocidos en el campo»
Uno de los títulos que más ha polarizado a la crítica estos últimos años ha sido “El desconocido del lago”. Obra maestra, o casi, para algunos, más discutible para otros. Lo cierto es que el largometraje de Guiraudie por su temática, su composición audiovisual y su acercamiento al sexo no deja indiferentes. Por todo ello, el estreno de su nuevo trabajo, “Rester vertical” (“Staying vertical”), dentro de la Sección Oficial a concurso era muy esperado. Y lo cierto es que el director francés ha decidido arriesgar su nuevo filme al “todo o nada”, ha ganado y de paso se ha quedado con el respetable (que en esta ocasión era prensa acreditada). El director lleva a extremos cómicos a los personajes en una película montada como un drama campestre. A una historia de desconocidos en el mundo rural.
La locución latina que popularizada Hobbes, ‘el hombre es un lobo para el hombre’, aquí no puede ser más cierto. El lobo como símbolo del mal, pero sobre todo del mal que podemos llegar a infligirnos. Tras haberse planteado esta premisa, y tras el semiprimer plano genital inicial, ya tienes la metáfora pensada, la cita filosófica preparada y piensas que esta va a ser la crítica fácil del Festival. Y en ese mismo momento, Guiraudie se postula como el listo de la clase, dinamitando de forma progresiva lo que parecía asentado en los primeros diez minutos. Y, reconozcámoslo, sí ha sido el listo de la clase: utiliza el sexo como forma de expresión y forma de opresión, incluso eleva al sentido más literal la felicidad orgásmica; los personajes temen al lobo, y se temen a sí mismos, se relacionan pero no son capaces de verse reflejados en el otro. Se mienten, se aman, las tramas se funden en un hilo único ¿Drama? En absoluto, es la reducción al absurdo echa cine. Hacia el final, Guiraudie plantea sutilmente un interesante juego de identidades que cierra varios círculos argumentales, pero lo hace con la sorna con la que ha dirigido gran parte de la película. Es como sí, el director hubiera decidido que la sucesora de “El desconocido del lago” hiciera saltar por los aires su cine.
“Money monster”: araña pero no hiere
Parece que una vez superado el trauma (y sumidos ya en lo que parece una recaída en errores pasados), Hollywood ha decidido que la crisis es un tema a incluir en sus proyectos. La penúltima fue la finalista al Oscar “La gran apuesta”, y ahora llega el nuevo proyecto de Jodie Foster, presentado fuera de concurso, “Money monster”. La película juega con el carisma de Clooney como piedra angular de todo el metraje. En él, en su capacidad para hacer el payaso de forma elegante en una secuencia, para en la siguiente convencernos de que teme por su vida descansa gran parte del peso de la cinta. Julia Roberts aporta más presencia que personaje, pero resuelve cada una de sus escenas de forma convincente. Sin embargo, el petróleo actoral podemos encontrarlo en Jack O’Connell, su trabajo es el más destacable del filme. Caitriona Balfe y Dominic West resuelven sin problemas unos personajes más bien planos.
Por un momento, cuando vemos a Julia Roberts ponerse los cascos para dirigir el programa de televisión que da nombre a la película, nos imaginamos una entrada triunfal al estilo Sorkin. Y Jim Kouf hace un intento, pero su historia (y el autor) es demasiado inteligente como para seguir por esa vía. Lo que sí echamos de menos es que profundice un poco más en todos los aspectos que plantea: los gurús periodísticos convertidos en los nuevos telepredicadores, el hecho de que la inmediatez con la que los usuarios reciben información parezca actuar más como efecto ansiolítico que como revulsivo, la superficialidad con la que se asiste a dicha información. Incluso la necesidad de desenmascarar a eses millonarios de negocios turbios, dentadura perfecta y tan blanca como los guantes que usan para robar, o los efectos de la crisis el ciudadano. Temas lo suficientemente interesantes como para que la película tomara alguno, tampoco pedimos más. Sin embargo, Foster y Kouf deciden llevar “Money monster” por otros derroteros, quedando el largometraje como algo que funciona pero que tal como se digiere, se olvida.
“I, Daniel Blake”: para qué cambiar cuando la cosa funciona
Ken Loach ve la necesidad de plantear los problemas sociales, de darle voz a quien no la tiene y de reclamar soluciones a quien debe darlas. La ve y, fiel a sí mismo, lo hace en todas sus películas. En esta ocasión, apunta hacia las trabas que desde las administraciones públicas se ponen al acceso a las ayudas de desempleo y a las dificultades para el reingreso en el mercado laboral. Plasma como los obstáculos en forma de impresos, llamadas telefónicas interminables, análisis por parte de profesionales y demás, solo persiguen que el angustiado desempleado acabe por renunciar y firme su salida del mercado laboral. En ese sentido, «I, Daniel Balke» es ágil, agria en algunos momentos, amable con los personajes (con notables excepciones) y dura con las administraciones. También funciona el reparto, sobre todo Dave Johns, entrañable y sobrio a partes iguales.
Loach es un artesano, que produce con cariño y mimo. Y si algo no puede negarse es que es fiel a sí mismo. Sin embargo, esta fidelidad parece cerrarle las puertas a la entrada de cualquier tipo de innovación en su cine. Es indiscutible que el cine con un mensaje de denuncia o de protesta ayuda a hacer cierta pedagogía desde las salas de cine, y que una propuesta con un tono que resultara artificial socavaría la fuerza de lo que pretende transmitirse. Pero Loach parece introducir cambios en guion y reparto, precisamente los puntos más destacables de “I, Daniel Blake”, y manteniendo un mismo tipo de producción proyecto tras proyecto. Quizás esto haga que su cine acabe resultando atemporal, pero le resta brillantez a sus propuestas.
Epílogo: en el “aplausometro” de las distintas sesiones tenemos reacciones de todo tipo. Pero uno tiene la sensación que hay algo de forzado en el que ha recibido la película de Loach. Muchas más sinceros han resultado los aplausos que ha recibido “Sieramadre” o “Rester vertical”, ni siquiera la recepción silenciosa por parte de los acreditados presentes en ambos pases empañan el entusiasmo con el que las han recibido el resto.
Muy grande el aplausómetro Immaculada, brillante.