Comienzo descafeinado para la 70ª edición del Festival de Cannes. Esperábamos mucho más de un director que suele responder al interés que genera con buenas películas .
Primer día, primeras películas… ¿Y primera polémica? Las palabras de Almodóvar, mostrando su desacuerdo con la posibilidad de que la ganadora de una Palma de Oro no se vaya a proyectar en cines, han marcado una jornada festival.
“Les fantômes d’Ismaël”: Desplechin abre muchos frentes, ata pocos cabos
El comienzo fulgurante, a toda velocidad, de “Les fantômes d’Ismaël”, hacía prever que estábamos ante una buena inauguración. Las ideas planteadas desde el inicio resultaban más que interesantes: identidades que se confunden, duplicidades en cada personaje, ausencias que se mitifican. Chispas de humor bien intercaladas y la presencia subyacente de un drama intuido, pero no manifestado. Hábil al ir desvelando sus cartas poco a poco, según avanzaba la película se iba haciendo patente que Desplechin ha fallado en la ejecución. Pareciera que el guionista fuera llevando la historia a callejones de los que no podía salir.
El protagonista, Ismaël (Mathieu Almaric), vive una vida fracturada por ausencia. Una muerte no confirmada, un silencio infinito. Vuelca su desazón en la escritura de personajes que desaparecen, que nadie parece conocer y de los que todos dudan. Catarsis llevada del folio a la pantalla, ya que Ismaël es director. Su vida personas parece encarrilarse al cruzarse en su vida Charlotte Gainsbourg (Sylvia), una astrofísica (mente en las estrellas, pies en la tierra) que parece asumir como labor propia la reconstrucción de Ismaël. La aparición en pantalla de Gainsbourg hace que la película suba enteros. Un personaje complejo, con personalidad propia, al que la actriz dota de una halo de fragilidad muy convincente.
Desgraciadamente, la cinta comienza a decaer cuando Ismael se ha de enfrentar a su principal fantasma, Carlotta. Una esposa desaparecida durante más de veinte años, a quien da vida Marion Cotillard. La actriz, villana de la historia a su pesar, parece un tanto desdibujada, jugando a ser el fantasma que reaparece para atormentar al protagonista. Su aparición da un vuelco emocional a la pelicula, se aceleran las crisis, y todo parece perder sentido. La ausencia de Carlotta tiene más fuerza que su preeencia. Con ella en escena, la película se embarulla. No podemos evitar pensar en “Rebecca”, el personaje que no aparece pero marca todo el arco argumental.
En el último tramo de la película, Ismaël se deja arrastrar por las emociones que en él generan ambas mujeres. Se ha convertido en otro fantasma. Entra en escena su labor como director y las películas, tanto la real como la de la ficción, parecen avanzar sin dirección. Se genera confusión con los personajes y sus acciones, mostrando más síntomas de dejadez que usos estilísticos. El cambio de narrador hacia el final parece más capricho que recurso narrativo, un tanto forzado por la necesidad de cerrar tramas.
Si algo resulta interesante en la cinta es la exposición y contraposición de los personajes femeninos. El comportamiento voluptuoso pero emocionalmente inestable de Carlotta, quien ha vivido a la sombra de un padre famoso (director de cine también) y un marido demasiado ensimismado como para comprenderla, frente a la inteligencia acompañada de cierta torpeza en lo sentimental/pasional que muestra Sylvia. No se puede tener todo, parece decirnos Desplechin. Olvida el director que el objetivo amoroso de ambas es ese tullido sentimental que es Ismaël.
El resultado de todos estos vaivenes es una película desigual, olvidable en casi todos sus aspectos. Y que, por cierto, no ha permitido que estrenásemos el aplausómetro, ya que no ha habido ni siquiera algún aplauso de compromiso. Pero pasamos página rápido, que mañana hay dos platos fuertes: Todd Haynes y Andrei Zvyagintsev.