Si algo ha marcado la jornada de hoy han sido que hemos visto dos productos donde sus creadores han arriesgado mucho y no podemos dejar pasar por alto la polémica del día.
Si algo faltaba para acrecentar la sensación de circo que se está viviendo en esta edición de Cannes con todo lo que concierne al “tema Netflix”, tenía que darse el primer fallo técnico de la edición en el pase de la mañana en el Gran Teatro Lumiere (para prensa y público) de la película de Bong Joon Ho. La pantalla no estaba preparada para el formato de la película, lo que ha provocado una sonora pataleta y algún que otro chascarrillo (“Almodóvar es el proyeccionista”). Parón, reconfiguración de la pantalla y vuelta a empezar. A la salida, ya teníamos comunicado de prensa del Festival asumiendo el error y pidiendo disculpas.
Al salir, sin embargo, el comunicado nos daba ya bastante igual. Los pitidos iniciales (y tan infantiloides) al logo de la distribuidora de video por demanda que produce la película, se han convertido en sonoros aplausos. Porque, digámoslo ya, de esta primera parte del Festival, “Okja” es la cinta que sale mejor parada.
“Okja”: un ecologista canto a la amistad (entre otras muchas cosas)
El prólogo de “Okja” dejaba dos cosas claras: la película iba a ir a toda velocidad desde el principio y que Tilda Swinton es, hoy por hoy, la versatilidad absoluta. A los diez minutos, Bong Joon Ho nos ha dejado planteados todos los elementos sobre los que construirá el filme y, a partir de ahí, se dispone a desarrollar la trama poniendo cuantos acentos cree necesarios. Y lo hace con un absoluto control del montaje, de las cadencias y las pausas; con una pegadiza y acorde selección musical y con unos actores llevados al límite. Juega el director a la exageración mezclada con algo de parodia, arriesga y cae de pie, bien lejos del posible ridículo. De nuevo, queda patente que el director se siente muy cómodo bailando en la cuerda floja.
Con “Okja” se confirma que Bong Joon Ho es un excelente narrador. No descuida ningún detalle ni deja tramas inconclusas. Utilizando la sobrepoblación del planeta y la escasez de recursos alimenticios como hilo de Ariadna, la película se va convirtiendo en un puzle, en el que se disecciona la relación (o relaciones) de los humanos con los animales, el capitalismo salvaje, la simple efectividad del mundo rural, los movimientos de protesta del maltrato animal, la doblez de las altas finanzas, etc. Los golpes de humor que se van intercalando, son pequeñas válvulas de escape: aligeran por un momento el tono sin que la película deje de avanzar. Todo tiene cabida y todo funciona.
En cuanto al reparto, todos hacen muy buena labor. Magnética Swinton, que logra que un personaje caricaturesco nunca caiga en el ridículo. An Seo Hyun da vida a la joven Mija. La actriz esta acertada en esa improbable pareja que forma que Okja, una relación no tan diferente a la que Spielberg plasmara en su día en “E.T. El extraterrestre”. Como Elliot, Mija ha de evitar que le arrebaten a Okja, algo que la convierte en el vínculo sentimental de la cinta con el espectador. Del resto del reparto, destacar a Jake Gyllenhaal y, sobre todo, a Paul Dano (para lo que nos tiene acostumbrados, sale poco magullado de la película).
Ha quedado claro: quien no arriesga no gana.
“Jupiter’s moon”: parábola fallida de Kornél Mundruczó
“Quien no arriesga, no gana”. Eso mismo se debía repetir a si mismo Kornél Mundruczó, mientras escribía el guion de “Jupiter’s moon”. Decidido a jugar sin red, el director apuesta por la mezcla de géneros y por las referencias religiosas para dar forma a esta historia sobre refugiados. Démosle también un toque fantástico y hagamos que el protagonista vuele. Doble salto mortal hacia atrás. Según avanza la cinta nos daremos cuenta de que, al contrario que Aryan, el personaje a quien da vida Zsombor Jeger, la película no logra tomar la altura que necesita. Ya os imagináis como acaba el símil deportivo.
La película se presenta con un comienzo muy patente. De noche, seguimos a un grupo de refugiados que tratan de entrar en Hungría, son descubiertos y perseguidos. Una escena muy realista, rodada de forma impecable… que acaba con el protagonista flotando a unos quince metros del suelo. A partir de ahí, el muchacho se ve atrapado en esa tela de araña que forman los falsos amigos y los poderosos enemigos. Entre los primeros, ese medico de ética dudosa interpretado por Merab Ninidze, que ve en Aryan a su ángel redentor, pero que no puede evitar traicionarlo. Entre los enemigos, el policía obsesionado con Aryan, con formas bastante salvajes (y eficaces) de guardar la frontera húngara.
Cuando la película se centra en el thriller, funciona. Aunque no precisamente original, mantiene la tensión de ese juego de gato/ratón. Una persecución por las calles de Budapest es, sin duda, una de las mejores escenas del filme. Al igual que la escena final en el hotel. Sin embargo, cuando entra en juego esa vertiente mesiánica del protagonista la película se embarulla. Queda en tierra de nadie, sin estudiar las posibilidades filosóficas que le da la capacidad voladora de Aryan.
Sería imperdonable no valorar positivamente la producción de la película, visualmente muy potente, o su capacidad dramática. Pero ante un tema tan delicado como el de los refugiados, también lo sería no afearle a Mundruczó el que muestre en cierto momento a los refugiados como posibles terroristas.
Resulta curioso, o no, que sea la película de Bong Joon Ho, a pesar de algún tímido y aislado silbido la que se sitúe por delante en el aplausómetro.