Mar. Mar 19th, 2024
El nuevo trabajo de Yorgos Lanthimos

El cine de autor con mayúsculas se apodera hoy del certamen con el realizador bávaro Haneke y el griego Lanthimos, que no han dejado indiferente a nadie.

No pasó en la edición del año pasado. Ha pasado en la primera mitad de la edición de este año: he visto una película sentada en las escaleras de la Debussy. 1068 plazas y yo en las escaleras. Porque antes que sentarme como las personas normales, pero estar demasiado escorada y ver en oblicuo la pantalla, mejor utilizar la chaqueta de improvisado asiento. Si además una está sentada al lado de un asiento ocupado por una bolsa a modo de dispositivo reservapuesto; si dos minutos antes de que comience la proyección llega un compañero y pide que quiten la bolsa; si le hacen caso con un “puede que mi amigo no haya podido entrar. It’s free!”. “It’s free”… Podéis imaginaros como, con un susurro y con suma delicadeza, solté un “IT’S FREE? THEN… WHY AM I SITTING ON THE FLOOR?”. A continuación, la indignada acreditada elimina unas invisibles motas de polvo del pantalón, y se dispone a mirar la película, mientras razona con suma templanza “que ya le pueden dar 24 Palmas de Oro a Loach, que estos no cambian”.

“Happy end”: Haneke envenena (aún más) las relaciones familiares

En “Happy end”, Haneke afronta de nuevo la cotidianeidad de la muerte, ya sea violenta o por causas naturales, en la vida de familias que aparentan una normalidad tan burguesa como impostada. Porque en el cine del director austriaco la apariencia es el elemento que marca la diferencia capital y que lo justifica casi todo, hasta el punto de adquirir tonos obscenos.  La actitud de Haneke como narrador pudiera ser la de mostrarse equidistante ante la muerte. Un acercamiento casi aséptico a todos los involucrados sin intención de tomar partido.

Tanto es así, que “Happy end” podría entenderse como una película de zombis. Muertos en vida que conviven, se quieren, se odian y se matan bajo la apacible apariencia de clase acomodada. También está presente en la película la lucha de clases. No como movimiento reivindicativo, sino como una realidad funesta en la que las relaciones están marcadas por el recelo de unos y la condescendencia de otros. Hay algo que, aunque no lo apreciemos en el día a día, resulta muy incómodo cuando se traslada a pantalla: la obligación que siente el más acomodado de observar ciertos protocolos sociales, pero que rápidamente se revelan falsos.  Las prisas por abandonar el hogar de una familia (inmigrante, trabajadora) que al personaje de Isabelle Huppert le resulta extraño y sofocante, los abusos verbales a los que se ven sometidos los trabajadores, etc. El desapego manifiesto de los protagonistas hacia los demás y hacia sí mismos resulta enfermizo.

El nuevo trabajo del realizador Michael Haneke

La frialdad con la que Haneke disecciona todo esto se ve apoyada también en el hecho de que el director muestre pantallas de redes sociales o de app de mensajería instantánea. El silencio, la comunicación sin palabras ni gestos, que abre aún más la brecha que separa a cada personaje del resto. Palabras escritas que no se llevara el viento, como bien aprenderá alguno de los protagonistas. Mientras asistimos al desmoronamiento de los personajes, la película avanza con pequeños saltos temporales. Los diálogos de cada escena permiten al espectador recoger toda la información de lo que no se ha mostrado en pantalla. Haneke consigue de esta manera que haya una sensación acuciante de que hay algo que se nos escapa, de que la historia avanza sin que la cámara sea testigo.

En el plano actoral, destacar a Jean-Louis Trintignant, interpretando a un personaje que bien podría ser el reverso del que diera vida en “Amour”. Hablar de las excelencias interpretativas de Isabelle Huppert puede resultar repetitivo, pero quizás en esta ocasión no nos sorprendan ni su personaje ni su manera de interpretarlo. Del resto, destacar a la joven Fantine Harduin. En resumen, posiblemente Haneke no sorprenda con “Happy End”, pero sigue planificando las películas para incomodarnos, como siempre ha hecho.

“The killing of a sacred deer”: terror y referencias mitológicas pasados por el filtro Lanthimos

Desde que se conociera el proyecto de “The killing of a sacred deer”, había cierto temor entre la cinefilia sobre la posibilidad de que Lanthimos rebajara un poco su estilo tan característico en aras de resultar más asequible al público anglosajón. Y, aunque, inicialmente estos temores pudieran verse confirmado, no tardaremos muchas escenas en darnos cuentas que nada más lejos de la realidad. La película comienza en los blancos pasillos de un hospital, con una conversación casual. Pero según avanza se ennegrecen su humor y su trama.

El matrimonio de médicos que forman Colin Farrell y Nicole Kidman viven una vida idílica, en la que entra Martin (Barry Keoghan). Un adolescente cuya aparición coincide con el inicio de la degradación de la salud (física y emocional) de la familia. A partir de ahí, la película va dando un vuelco hacia el terror, los planos se van cerrando, la iluminación juega con las sombras. Quizás la vida de esta familia no era tan idílica y Martin solo ha removido el agua estancada, o al menos así lo percibimos con la realización de Lanthimos. En cualquier caso, los tres actores funcionan muy bien. Nicole Kidman tiene el personaje con el arco emocional más amplio y la actriz lo recorre con una empatía que resulta sobrecogedora.

Barry Keoghan se une a Colin farrell y Nicole Kidman en el reparto de la ultima de Lanthimos

La película es desasosegante. Lo es en su planteamiento visual y lo es por las decisiones que tienen que ir tomando los protagonistas. Lanthimos, además, no se muestra comedido en las dosis de humor con las que va regando la película. La mezcla es una coctel de mala baba que eclosiona con un final que logra helar la sangre del espectador.  En cualquier caso, la película convencerá a quienes ya disfrutan del cine del director griego, pero no logrará nuevos adeptos. Y, posiblemente esto sea una buena noticia.

Entra Haneke en el Aplausómetro con menos de la contundencia de la esperada. Lanthimos ha recibido aplausos (contundentes) y abucheos. Como ya sucediera en un par de ocasiones el año pasado, tengo la impresión de que hay escopetas que salen cargadas del hotel.

Por Alfredo Manteca

Periodismo UCM. Cinéfilo y cinefago compulsivo. Crecí con Kubrick, Hitchcock y Cronenberg.

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