Buen día para la competición oficial, con dos películas (una producción rusa y otra francesa) que si bien no han logrado la unanimidad de la crítica, han dejado un buen sabor de boca en la vigilia godardiana.
“Leto”: el auge del rock en el Leningrado de principios de los ochenta
Repasando la crítica que os presentábamos ayer de la película egipcia “Yomeddine”, comentábamos que se echaba en falta algo más de riego. Desde su discurso argumental hasta su planteamiento visual, la película mostraba una falta de arrojo que acababa lastrando a la cinta. No ha habido que esperar mucho para encontrarnos un ejemplo diametralmente opuesto. “Leto”, de Kirill Serebrennikov, es una obra que arriesga desde su propuesta inicial, que nos muestra el panorama del rock en el Leningrado (hoy San Petersburgo) de principios de los ochenta. Algo de lo que, Wikipedia mediante, estamos todos muy informados, pero que horas antes del pase nos resultaba bastante desconocido. Pero es en lo artístico donde Serebrennikov arriesga de verdad: el uso del color y la ausencia del mismo, los interludios oníricos, el montaje desde varios puntos de vista para algunas escenas, el uso de la banda sonora… Todo en “Leto” huye de lo que podríamos esperar de este tipo de películas.
Sin ser un biopic convencional, “Leto” nos cuenta la relación profesional y personal de Viktor Tsoi (Teo Yoo) y Mike Naumenko (Roman Bilyk) como figuras del despegue de un género musical, el rock, que era visto por muchos soviéticos como una herramienta de manipulación del capitalismo. Rockeros que vivían en comunas y que podían acercarse por primera vez a un estilo que llevaba varias décadas seduciendo a varias generaciones de “occidentales”. Sin pretender ser tampoco un drama social, “Leto” nos muestra de una forma sutil como era la sociedad previa a la Perestroika: conciertos de rock con el público sentado y siendo vigilado para evitar cualquier efusividad, letras de canciones revisadas por estamentos gubernamentales para certificar su idoneidad. El uso del blanco y negro resulta muy adecuado para remarcar esta realidad, en la que cualquier conato de alegría era eliminado.
Durante la primera hora (la cinta dura 120 minutos), “Leto” avanza al ritmo de las idas y venidas, y de las canciones, de sus protagonistas. Después la película parece trastabillarse y perder un poco de ritmo, pero vuelve a remontar y finaliza dejando una muy buena impresión. Culpables de esto, además de Serebrennikov, son su director de fotografía, Vladislav Opelyants, y el resposable del montaje, Yuri Karikh. “Leto” ha sido, en definitiva, la película que ha subido el nivel de esta sección oficial.
“Plaire, aimer et courir vite (Sorry Angel)”: Honoré conmueve y convences a (casi) todos
Nivel que se ha confirmado horas más tarde. Si “Leto” se sitúa en el Leningrado de los ochenta, Cristophe Honoré ha llevado “Plaire, aimer et courir vite” al Paris de principios de los noventa (en los cines proyectan “El piano” y “The crying game”, y en el teatro Isabelle Huppert interpretaba “Orlando”), en un momento en el que la sociedad francesa comienza a tomar conciencia en lo referente al SIDA. Comparte cronología con “120 pulsaciones por minuto” (2017), pero todo lo que en la película de Robin Campillo miraba a lo colectivo, aquí se vuelve hacia el drama individual, en la historia de un escritor que vive la que va a ser su última relación amorosa. Emotiva, sutil y excesivamente pudorosa en algunas escenas, la película de Honoré plantea conflictos y los soluciona con una mirada melancólica en algunos momentos, socarrona en otros y con un definitivo halo de tristeza.
Honoré no permite que la enfermedad, con su impacto en las relaciones afectivas y el deterioro físico, sea la protagonista de la película. Serán el amor y la muerte quienes se asocien para formar el binomio sobre el que avanza el guion. El sexo también es un elemento inherente al relato. Es mostrado en algunas de sus muchas facetas: el que se centra en la búsqueda de placer; el que busca el vínculo afectivo a partir de ese encuentro físico; el sexo como forma de evadirse del inevitable golpe de la pérdida.
La película no rehúye en ningún momento el mostrar las relaciones sexuales entre sus personajes. Pero aún cuando celebra la carnalidad, son pocas las escenas en las que Honoré permite que la cámara se acerque a la desnudez de sus protagonistas. En cuanto al reparto, sobre ellos descansa gran parte del éxito de la película. Denis Podalydès y Vincent Lacoste dejan dos buenas interpretaciones. En cuanto a Pierre Deladonchamps, ha logrado la que a buen seguro será una de las interpretaciones de este Festival.