Mar. Mar 19th, 2024

La última jornada de un Festival siempre tiene un aire un tanto extraño. Hay prisas, nervios y, al mismo tiempo, se empiezan a desmontar casilleros de prensa.

En el Festival de San Sebastián, la última jornada se inicia con la proyección de la película de clausura. Por las tardes se van conociendo los ganadores de las secciones paralelas y todo acaba con la Gala de Clausura, la Fiesta, etc. En Cannes, durante la última jornada se pasan las películas en competición de la Sección Oficial, por lo que hay una sensación de que el Festival ha acabado y que tenemos películas para entretenernos.

Se acaban las crónicas y se hacen quinielas. Este año me negué a dar mis favoritos por categoría. Pero, ha quedado claro crónica tras crónica, que tenía dos opciones claras para la Palma de Oro. “Burning” (Lee Chang-dong) y “Shoplifters” (Hirokazu Koreeda). Ver a Cate Blanchett entregarle la Palma de Oro al realizador japonés es ya uno de esos momentos más emocionantes que he vivido fuera de una sala de cine en un Festival. Pero no solo de Koreeda se vive en un Festival.

Se adora o no se soporta (como a su director), pero “Le livre d’image” es uno de los largometrajes que definirán este Festival. Al jurado le debió parecer tan inclasificable como a mi, que se tuvieron que inventar un Premio especial para incluir a su película en el palmarés. La rueda de prensa en la que participó vía facetime ya es uno de los momentos más surrealistas que se han vivido en la historia del Festival. La 71ª  también ha sido la edición de lo que se ha denominado pornografía sentimental. De esas cintas que, de tan evidentes en su discurso pretendidamente social, han mosqueado a más de uno. Personalmente, siento cierta aversión a esas películas construidas únicamente para justificar cierta premisa/desenlace. Largometrajes en los que todo apunta a desembocar en un “¿veis como no hay más solución que la que yo propongo?”. Algunas son tan evidentes que no hay plano secuencia que las salve.

Sea como sea, además de esos títulos que han dejado huella y de los que, seguro, volveremos a disfrutar, después de ver a uno de mis directores favoritos recoger la Palma de Oro, personalmente guardaré siempre el recuerdo de la primera masterclass a la que asistí. Tener a Gary Oldman a diez metros, y oírle decir aquello de “I have crossed oceans of time…”, compensa cualquier película que haya podido parecer no gustarme.

Y una edición tan variada, con un buen palmarés y que, personalmente, he disfrutado más que la del año pasado, tenía que acabar por todo lo grande. Y como si para la clausura se elige un film fuera de competición, no podemos esperar una obra maestra, se agradece algo ligero y con un punto estrafalario. Terry Gilliam, con su “El hombre que mató a Don Quijote”, ha puesto el cierre al Festival de Cannes de 2018.

“El hombre que mató a Don Quijote”: la película que no tenía que existir

Durante años, se habló del proyecto de Terry Gilliam sobre El Quijote como de un proyecto maldito. Un Proyecto que ha sobrevivido a dos Quijotes (John Hurt y Jean Rochefort) y que, cuando estaba acabado y anunciada su participación en Cannes, acabamos pendiente de que un tribunal confirmara que el largometraje podría proyectarse. Visto lo visto, tiene mucho mérito lo que ha presentado Gilliam.

Un cine exagerado, con un ritmo enloquecido y, por encima de todo, con dos actores que brindan dos estupendas interpretaciones. Jonathan Pryce, zapatero que es escogido para interpretar a Don Quijote en el proyecto fin de carrera de un aspirante a director y que acaba convencido de ser Don Quijote. Y Adam Driver (con dos películas en esta edición del Festival), el director que le selecciona y que será confundido con Sancho Panza. Ambos sostienen el filme, junto con secundarios como Stellan Skarsgard, Sergi López u Olga Kurylenko que aportan interpretaciones interesantes y alguno, como Jordi Mollá, que está algo menos entonado.

La película, que comienza en el rodaje de una cinta sobre el Quijote y evoluciona, por tierras castellanas, hacia el thriller costumbrista, funciona si uno de deja llevar por la locura que propone Gilliam. Si es así, podemos encontrar un divertimento entretenido y dos actores a un muy buen nivel. Si no, puede acabar pareciendo una opereta exagerada y sin gracia. En cualquier caso, a estas alturas, celebramos que esta obra se haya convertido en una realidad.

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