Hay algo de místico en una jornada inaugural de un Festival. Reencuentros con conocidos, revisiones de última hora de la programación (“¿Has metido a Lav Díaz?”), previsiones de a quién puede ser más afín ese presidente del Jurado y recuerdos de ediciones anteriores.
Y en esas estás, cuando empieza a sonar «El carnaval de los animales» por primera vez en la nueva edición. Es un momento en el que hay algo de iniciático. Es el Festival Cannes y, en esta ocasión, comienza con Jim Jarmusch. ¿Qué puede salir mal? Aparentemente nada. Jarmusch domina Cannes casi tanto como su propio cine. Aparece contento, pero con cierto aire de tipo imperturbable en la alfombra roja. Sin la incomodidad que aún no es capaz de controlar Adam Driver, ni esa cualidad tan de Bill Murray que parece decirnos que en cualquier otra parte del mundo estaría igual de contento.
Fremaux espera al equipo con gesto de satisfacción, sí. Pero no tanta como la que capta la cámara mientras escucha el discurso de Alejandro González Iñarritu. El Presidente del Jurado, tras un vídeo que celebra su carrera (y con el que nos vemos justificados quienes, a través de un cine que nos gusta, defendemos su elección), afirma que hará todo lo posible por buscar aquello que emocione, que calme cuando el sentimiento predominante sea la perturbación y nos remueva cuando estemos instalados en la tranquilidad ensimismada. Pero defiende que el único juez absoluto a la hora de calificar una película, de entenderla o de justificarla, es el tiempo.
No sabemos como tratará el tiempo a la película inaugural de este año, pero sospechamos que no será la obra por la que se recordará a su director.
“The dead don’t die”: metacine a la Jarmusch
Cuando creíamos que, de ocurrir un apocalipsis zombi, nuestro hombre era Brad Pitt, Jim Jarmusch presenta la doble candidatura de Adam Driver y Bill Murray. Extraña pareja, sí. Pero hay algo cautivador en la química inusual que ambos desprenden. En su complicidad y en la que inspiran en el espectador.
La película tiene una muy buena primera media hora. Durante ese parte inicial en la que además de la carta de presentación de acción y personajes, ya avanza el desarrollo de cuales van a ser todas sus líneas argumentales, sus gags y sus recurrencias. Un inicio contundente y condensado, en el que no desentona el ritmo sin estridencias con el que desarrolla sus películas el realizador. Incluso aparecen las primeas notas autorreferenciales. Hay tanto en esos minutos que, en cierta manera, agotan a la propia película.
A partir de ahí, el metraje continúa algo trastabillado y, aunque de manera más irregular, logra conservar nuestro interés. Sobre todo, gracias a los trabajos de Bill Murray, Adam Driver, Choë Sevigny y Tilda Swinton, bien a nivel individual y con momentos brillantes en algunas de sus interacciones. Pero la cinta ya transcurre instalada en una especia de inmovilismo argumental, con algunos detalles de montaje y posicionamiento de cámara tan brillantes como aislados. Porque cuando el gag se reitera y la moraleja se sobre-explica, todo aquello que parecía bien asentado acaba cediendo bajo su propio peso, precipitándose a un final previsible e insatisfactorio.
Intentando analizar la película desde la perspectiva autoral de su director, parece poco probable que Jarmusch, quien también firma el guion de la misma, no fuera consciente de que el apocalipsis zombi arrastraba a la deriva al filme. Siendo así, podría interpretarse que la autoconciencia de la película ha sido llevada hasta el extremo. Y no solo eso, sino también que la película acaba exactamente dónde Jarmusch quería que lo hiciera. En un final que no es tanto una culminación, sino un alejamiento, vía crítica machacona, de una sociedad tan no muerta como no viva.
Sea como fuere, de Jarmusch esperamos algo más convincente. Los tímidos aplausos con los que ha sido recibida por la prensa así lo indican.