Mar. Mar 19th, 2024

Cerramos la sección oficial con la olvidable «Sybil», la reivindicable nueva cinta de Suleiman y nos quedamos atónitos ante un Kechiche con muy poco que contar

“En el tiempo que he escrito y reescrito esta introducción, Kechiche ha filmado tres fiestas y mil veinticinco minutos de primeros planos de culos” pensó la indignada cronista mientras releía el texto que estaba preparando. El asistir a la proyección de lo último de Kechiche, con sus 210 minutos de música de discoteca, debe ser la experiencia más inmersiva de este Festival. Una sale peor que tras una noche entera de baile y alcohol.  Todo lo contrario a Suleiman con su “It must be heaven”, una película que utiliza el tono ligero para hacernos reflexionar sobre la realidad palestina. En medio, “Sibyl”, una película olvidable.

“Mektoub, My Love: Intermezzo”: el mirón que hay dentro de cada uno (según Kechiche)

El propio título de la película presentada por Kechiche en el Festival de Venecia de 2017, “Mektoub, My Love: Canto Uno”, ya dejaba clara la amenaza de que vendrían más. Este “Intermezzo” (luego podemos esperar un Canto dos), es una colección de primeros planos de culos femeninos, precedidos de una conversación presuntamente trascendental y seguidos de otra sobre culos. Si en ocasiones anteriores, Kechiche jugueteaba con el fetichismo, aquí ya entra de lleno en el. Y resulta agotador porque durante gran parte de la película aun esperamos encontrar un sentido a todo esto y lo buscamos con ahínco, pero nos consigue evitar.

La cuestión aquí es que, más allá de que nos guste la música pensada para ser bailada en una discoteca, el intento de justificar las imágenes que forman este LARGOmetraje resulta harto difícil. Es el tratar de ver algo más allá de esa marea de cuerpos núbiles femeninos y no encontrar ningún elemento solido al que aferrarse para ello. Por no hablar de que, de tan agotada, la fórmula de incluir una escena de veinte minutos de sexo oral practicado a una de las jóvenes en los baños de la discoteca, ni siquiera nos deja ganas de aventurar un conato de provocación.

Nos aferramos al personaje de Ophelie por su sinceridad y su mirada irónica, tratamos de comulgar con la manera en la que la recién llegada Marie acepta la invitación y disfruta de la fiesta como la que más.  Pero la mano de Salim Kechiouche, o la de Kamel Saadi, dirigiendo los movimientos de la chica con la que este bailando son fácilmente asimilables a la del realizador. Así como la mirada ávida de Shaïn Boumedine, que desde la barra observa a las chicas, la entendemos como la  del director. Escasa conclusión tras varias horas de cinta.

“Intermezzo” confirma que el “Canto uno” ya había agotado todas las posibilidades narrativas de la historia. Pero también confirma la deriva creativa de un director más interesado en su propia colección de imágenes que la conformación real de un relato fílmico.

Sybil”: Basada en hechos reales

La protagonista de la novela de Delphine De Vigan, Delphine, veía como su día a día y su trabajo como novelista iba cambiando según se consolidaba su relación con una fan, quien acababa vampirizando a la autora. En “Sybil”, la psiquiatra a la que da vida Virginie Efira, desea dedicarse a la escritura y no dudara en utilizar a quienes debería ayudar como borradores de los que extraer situaciones y reacciones para su (supuesta) ficción.

Desde ese punto de partida Justine Triet y Arthur Harari arman un drama con componentes lo suficientemente potentes (identidad, dependencia, alcoholismo) que, desgraciadamente, no está a la altura de lo que podría haber sido. Confiar en la capacidad dramática de Adèle Exarchopoulos, con un personaje que parece más boceto que otra cosa, es un error que lastra la película. Lo mismo podría decirse de  Gaspard Ulliel, que en algunos momentos parece realmente incómodo. La Sybil de Efira es, sin duda, el personaje más trabajado y la actriz lo defiende correctamente, pero no nos transmite los conflictos emocionales por los que atraviesa.

El trabajo de Justine Triet tras la cámara es correcto, pero no aporta nada de personalidad a un drama que, en diferentes versiones, ya hemos visto en otras ocasiones. Y ese es, en resumen, el sentimiento que deja la cinta. El de no destacar por nada malo, pero tampoco por nada bueno.

It Must Be Heaven”: cierre de oro a la competición

Tras la cuestionable, y cuestionada, película de Kechiche y la insulsa “Sybil”, el festival se guardaba un último as en la manga para cerrar la competición de esta edición. Se trataba de la nueva película del realizador Elia Suleiman, “It must be heaven”. Se trata de una cinta protagonizada por el propio Suleiman, a pesar de que prácticamente apenas tiene media docena de frases. Pero, aun así, logra transmitirnos su pesimismo sobre el estado actual de la sociedad en general y sobre la cuestión palestina en particular.

Critico con el estado de paranoia global, Suleiman nos explica su argumentación con un tono ligero, basándose en la potencia en las imágenes que construye, cargadas de simbolismo, pero sin apabullar con un bombardeo conceptual. Esto denota un trabajo previo de planificación en el que se ha depurado cada idea y se le ha imbuido del humor necesario como para que el espectador se muestre receptivo a las ideas que se le muestran. Además de un fuerte control sobre la estructura argumental, la cinta también es un ejercicio de dominio del lenguaje fílmico, en la que destacan los encuadres y el trabajo de aproximación de Sofian El Fani, responsable de la fotografía. Pero todo ese control, toda esa planificación, no resulta en ningún momento en una cinta encorsetada.

Una buena forma de acabar una competición oficial que, si bien ha tenido buen nivel, no ha convencido como la del año pasado. Nuestras favoritas han sido “Parasite”, “Matthias et Maxime”, “Dolor y Gloria”, “Les Miserables” y “The wild goose lake”, a las que se une a última hora “It must be heaven”. Pero disimularemos, no vayamos a gafar sus opciones al palmares.

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