Mientras los hermanos Dardenne nos entregan una obra pulcra y concisa, Terrence Malick sigue sin convencer
Malick ha generado durante muchos años un sentimiento místico, casi religioso en los cinéfilos. Se creía en él, se esperaba su llegada. Pero en los últimos años, esa exaltación del genio parece que se ha ido transformando en algo más futbolístico. Uno es de Malick. O no. Eres de su equipo y le animas. Sin embargo, este partido lo hemos visto y no nos convence el resultado.
La programación de un festival puede ser algo caprichosa y atiende a innumerables compromisos. Pero la coincidencia en la misma jornada del tercer y cuarto pase de la película de Malick con lo nuevo de los Dardenne ha resultado un tanto cruel. Unos Dardenne acertados, con una película que con menos de 90 minutos construye y desarrolla un relato bien construido, contrastan con las casi tres horas de epopeya antibelicista de Malick.
«A hidden life»: el ensimismamiento del genio
En «A hidden life», Malick nos presenta a Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia austriaco que se mantuvo fiel a sus ideas, se negó a luchar en el bando nazi y fue ejecutado por ello. Jägerstätter, como figura histórica, tiene un calado y una espiritualidad adherida que, fácilmente, lo convierten en material malickiano. Transcurrida media hora, es fácil darse cuenta de que Malick ha tomado su biografía como excusa para desarrollar sus ideas sobre vida, muerte y religión. Y como vía de escape de su lirismo visual.
El debate sobre si es un genio o no queda fuera de este texto. Lo que no debe dejar de incluirse es que ese lirismo desbordante, justificado en otras ocasiones, raya en esta ocasión cierta incontinencia. Empezando por el abuso de la voz en off, sobre todo en la parte inicial del filme, cuando nos explica las imágenes que estamos viendo. Más adelante, en su uso como lectura de un texto epistolar, si parece un elemento clave, pero ya encuentra al espectador algo agotado. La reiteración de ciertas imágenes es un recurso, hábil pero nada novedoso y acaba por no aportar nada a la película.
Cámara inquieta que en algunos momentos ignora a los personajes, e incluso a su entorno, para ensimismarse en una contemplación que poco aporta y que, a la postre, solo funciona para alargar el metraje. Y ahí, precisamente, reside uno de los problemas insalvables de la película: el descontrol del propio relato y de sus ritmos. Se alargan momentos, se reiteran otros y se pasan por encima de gestos y detalles capitales para la exposición del texto. Se va recargando la historia de tal manera que casi olvidamos porque Jägerstätter está en prisión.
Dos puntos a destacar serian, por una parte, el uso del idioma. Y, por otra, lo descaradamente manipulador que resulta el final. En cuanto al idioma, la película, aun cuando todos sus protagonistas fueron austriacos o alemanes, está rodada principalmente en inglés. Sin embargo, oímos a jueces militares alemanes, carceleros (el enemigo, en resumidas cuentas) hablando en alemán. No parece una decisión casual y en parte subraya de forma innecesaria quienes son los buenos, quienes son los malos. En cuanto al final… la transformación de los vecinos nada más conocerse la noticia del ajusticiamiento de Jägerstätter es tan absoluta como truculenta. Posiblemente innecesaria. Pero nos hubiera dejado sin los planos finales del fotogénico entorno rural austriaco.
Malick, redunda y reitera, pero no cabe duda, ha hecho la película que ha deseado hacer, pero ignora al espectador casi tanto como a sus protagonistas.
«Le jeune Ahmed»: Unos Dardenne sólidos reconquistan Cannes
Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne han dado momentos brillantes en La Croisette, pero con sus últimas películas parecían haber agotado parte de la fórmula que les había hecho ganar la Palma de Oro en dos ocasiones. Fatiga y algo de encasillamiento, que no hemos encontrado en esta «Le jeune Ahmed». A través del personaje de Ahmed los Dardenne muestran los efectos en los jóvenes de la manipulación al amparo de la religión. Algo que, por supuesto, no solo encontramos en los imanes. Los católicos han aprendido a ser más sutiles, cuando no restrictivos. Pero Ahmed es musulmán y está fuertemente influido por su imán. Problemático en esencia, los directores logran introducir el tema con elegancia, sin que el texto fílmico confunda el relato de los hechos con la culpabilidad.
El desarrollo de la película, en 84 minutos, huye del drama fácil y atiende al personaje, a su construcción. Ahmed, que tiene trece años, reacciona a lo que le rodea antes con el corazón que con la cabeza. Impulsivo como suelen serlo los adolescentes, nunca abandona el propósito de atender a su propia yihad. Humano como es, vuelve a por esa piedra que le hizo tropezar anteriormente. Pero los Dardenne, que tanto mimo le han dado a Ahmed, conducen su relato hacia una redención que, aunque pueda parecer algo forzada, no es desconocida en este tipo de filmes.
En conjunto, los Dardenne han presentado un drama convincente y que retoma el pulso de su carrera. Puede que sus momentos de gloria ya no vuelvan pero «Le jeune Ahmed» es un ejercicio pulcro, que salva las trampas que este tipo de temática suele presentar