Mar. Mar 19th, 2024

Érase una vez Tarantino en el Festival de Cannes

En Cannes, como en casi todos los Festivales, hay películas y hay eventos. Cintas que generan tal revuelo y expectación, que acercarse a sus pases suele ser todo un galimatías. Son aquellos pases en los que los acreditados que no son blancos o rosas dicen aquello de “al primer pase ni me acerco”. Los ejemplos de este año han sido Malick y Tarantino. Este último, además, con la dificultad añadida de un formato (70mm) que ya le impide la posibilidad de proyección en ciertas salas del Palais. Todo esto que os debe parecer un galimatías, es algo que condiciona el día del acreditado: dónde y cuándo verás qué y con cuanta antelación irás a hacer cola como el motor de nuestros días.

El estreno de la novena película de Tarantino, “Once upon a time in… Hollywood”, ha alterado las ya de por sí castigados biorritmos del Festival de Cannes. Colas, empujones, más colas y algún codazo para poder acceder a las proyecciones. Y es que Tarantino tendría un filón si decidiera llevar a la pantalla el comportamiento de un acreditado para con sus congéneres en situaciones como estas. Una vez dentro de la sala, se nos lee un mensaje del director, quien nos pide que no desvelemos detalles de la acción, para permitir que los espectadores se sorprendan tanto como nosotros. Tarantino nos dirige también a nosotros. Y aunque es difícil la escritura de un texto sin mencionar las referencias evidentes de la cinta, Tarantino tiene razón: el no saber, en esta ocasión, es un valor añadido.

«Once upon a time in… Hollywood«: Quentin I, rey de los cinéfilos

Cuando nos enfrentamos a una película de Tarantino suele ser habitual tener la sensación de que la película está proyectada a una menor proporción de frames por segundo, lo que aumentaría la velocidad con la que se desarrolla la acción. Esa necesidad de que pasen muchas cosas en cada escena, unida a la superpoblación de personajes que, en ocasiones, presentan, son referenciales en el cine del realizador. Entre medias, esos oasis de calma, en los que una escena tiene un fuerte contenido narrativo pero la cámara se toma su tiempo y el espectador es capaz de tomar aire antes de ser sumergido en otro torbellino. ¿Encontramos todo esto en «Once upon a time in… Hollywood”? Sí, por supuesto.

En realidad, encontramos todos los componentes de su cine. Están los pies de sus actrices en primer plano, como está también la estilización de la violencia. Pero, en esta ocasión, de una forma algo más controlada. Está presente también, como no podría ser de otra forma, la reescritura de hechos de sobra conocidos. La sublimación de una época, de un estilo y de unos personajes que, como no podía ser de otra manera, logra doblegar la resistencia de nuestra propia memoria.

Pero más allá de la importancia de lo qué ocurre, «Once upon a time in… Hollywood» tiene su centro de gravedad en sus personajes de ficción. En ese actor encumbrado y encasillado por la industria y por sus propias limitaciones a quien da vida Leonardo DiCaprio. Y el que es su doble en las escenas de acción, Brad Pitt. Tarantino revive a través de ellos una época y una forma de entender la industria. Los reivindica y les muestra su respeto. En torno a DiCaprio, Tarantino define toda la acción de la película. Y en torno a su doble. El carisma de ambos actores es explotado aquí como nunca, permitiendo incluso cierta sobreactuación que, en todo caso, se justifica por la forma de entender la actuación a finales de los sesenta.

Como ya demostrara en “El lobo de Wall Street” por ejemplo, DiCaprio es capaz de alcanzar el delirio interpretativo y, sin transición, dominarlo sin problemas. En cuanto a Pitt, la media sonrisa del Aldo Raine de “Malditos Bastardos”, la de ese personaje que sabe que tiene las mejores cartas de la partida, se torna aquí en socarrona. Su personaje, Cliff, sabe que, de no tener las mejores cartas, las tomará a puñetazo limpio. Además de Pitt y DiCaprio, toda esa colección de secundarios más o menos bizarros que suele habitar la obra de Tarantino está presente una vez más. Con una excepción: Margot Robbie. La actriz da vida a Sharon Tate y es la rémora luminosa de una década que se acababa y que tendría un abrupto final con la muerte de Tate.

La construcción de los personajes funciona en la forma que nos tiene acostumbrados Tarantino: muy correcta y con momentos memorable. En la construcción de la trama es donde muestra cierta falta de chispa. Algo anquilosado, el montaje resulta en algunos momentos farragoso y es donde la película pierde gramos de brillantez. Y siendo como es “la novena película de Tarantino”, ese acierto era casi obligado. Y es lo que la separa de ser una obra mayor dentro de la filmografía de Tarantino. Pero, ¿y los buenos momentos que nos da? Pues eso, pasen y vean y, sobre todo, diviértanse.

El retorno de Dolan a Cannes

Tras la marabunta en la que se vivió el día de ayer, hoy retornará la calma. También retornará Dolan, en la que es una de las películas más esperadas de esta edición. Xavier Dolan salió injustamente escaldado de la edición de 2016. Más allá de que su película pudiera convencer más o menos a la crítica, hubo algo de maltrato marrullero en el acercamiento de algunos críticos a “Juste la fin du monde” y, especialmente, a la figura de su director. La reacción de algunos compañeros en la sala de prensa ante las lágrimas de Dolan al recoger el Gran Premio del Jurado (con 27 años) fue vergonzosa y completó una relación que venía complicándose desde el primer pase de la película.

El ya treintañero realizador canadiense vuelve este año con “Matthias & Maxime”, en la que explorará las relaciones de amistad y sentimentales de un grupo de amigos cercanos a los 30. El mismo Dolan protagoniza la cinta. Muchos creerán que todo esto ya lo han visto. Pero Dolan suele convencernos cuando más creemos reconocerle en sus propias películas.

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