Mar. Mar 19th, 2024

Ira Sachs y Xavier Dolan alejan la fanfarria y nos cuentan historias más pequeñas, más cercanas.  

Todavía resonaba la música de los setenta en el Palais cuando hemos pasado del Hollywood pirotécnico de Tarantino a adentrarnos en dos historias más personales, ficción sobre los sentimientos, sobre las relaciones. Ira Sachs vira el rumbo hacia otro tipo de drama, menos relacionado con la identidad personal y más con nuestros lazos y nuestras raíces. Dolan por su parte retrata el paso de una sólida amistad a la posibilidad de un amor.

«Frankie«: Dance Me to the End of Love

Dance me to your beauty with a burning violin…

Ira Sachs ha llevado a Sintra esta historia protagonizada por Isabelle Huppert, Brendan Gleeson, Greg Kinnear, Marisa Tomei y  Jérémie Rénier, entre otros, en la que la tradición y las leyendas de la ciudad sirven de fondo, algo místico, para una reunión de amigos y varias generaciones de una misma familia, propiciada por Frankie (Huppert). Belleza, melancolía, todo en el entorno invita a la relajación y a la reunión. Sin embargo, salvo la protagonista, su marido (Gleeson) y su exmarido (Pascal Greggory), nadie parece tener mucho interés en disfrutar del paisaje portugués. Así, durante la primera parte de la película, se nos va presentado a los personajes, retratados más desde el punto de vista de su interacción con el resto que como individuos. En ese aspecto, hay algo teatral en el planteamiento de Sachs. Huppert habla con sus hijos, les reprende, per asume estoica el poco éxito de su reunión.

Dance me through the panic till I’m gathered safely in

La llegada del personaje de Marisa Tomei, que da vida a una amiga de Frankie, no es diferente a la del resto y arrastra sus problemas a Sintra. Sin embargo, su encuentro con Frankie es el punto de inflexión de la película. No solo porque a nivel interpretativo las dos actrices forjan una de las mejores escenas de la película. Sino también porque, a través de ella, entendemos las actitudes taciturnas y tristes de la familia de Frankie. Huppert se transforma ante nuestros ojos, pasando de ser esa mujer algo cínica (que tan bien interpreta pero que no ofrece nada nuevo a su extensa filmografía), a ser una mujer afligida y vulnerable, que evita la aflicción y vulnerabilidad de los demás.

Dance me to the end of love

A partir de ese momento, el relato de Sachs alcanza su plenitud narrativa. Un texto que ha desconcertado a algunos, por explorar las relaciones desde un punto de vista no tan centrado en la identidad sexual y si en la experiencia del amor, de la vida y de su ocaso. Hay alivio en los lazos conocidos y en las nuevas relaciones. En lo estrictamente fílmico, la sensación de teatro hecho cine no solo la encontramos en la definición inicial de los personajes, ya comentada, la hallamos también en el uso que hace Sachs de las localizaciones (un hotel para los interiores) y Sintra como exteriores. Son lienzos sobre los que se desarrolla, pincelada a pincelada, la acción. Y si hay errores de continuidad, nos dan igual, porque no aportan ni restan a la historia. El músculo de la película está en la deconstrucción (y reconstrucción) del amor (amoroso, filial, amistoso).

“Matthias & Maxime”: cuando los amores imaginarios se vuelven realidad

Nada mejor para empezar un texto sobre una película que acaba de tener su estreno mundial que un spoiler. Porque, spoiler, he querido y he venerado cada minuto de la película de Xavier Dolan. Su fotografía, su banda sonora, sus interpretaciones. Pero también cada juego de miradas, cada referencia generacional (suya, por supuesto, pero que más dará), cada conversación acelerada entre dos personajes, o tres, o incluso. Y los momentos en los que el director se permite sus licencias visuales, esos también.

Digamos desde el principio que, posiblemente, “Matthias & Maxime” no convencerá a los descreídos de la capacidad artística de Dolan. Y eso, por una parte, es bueno. Porque en esta película encontramos sus señas de identidad como creador audiovisual. Están ahí, de hecho, detalles que nos llevan a sus primeras películas, en las que se jactaba de matar a su madre y nos contaba sus amores imaginarios. Pero, al mismo tiempo, se ha demostrado como algo injusto la incapacidad de reconocerle, al menos, una evolución fílmica. Hay mucha madurez en “Matthias & Maxime”. No se mata a la madre, aunque se discuta con ella. Y los amores no se imaginan, se viven.

Desde esa vivencia, Dolan construye una película de personajes, nunca de arquetipos. Y se agradece, personajes trabajados con toda la escala de grises que les atribuimos a los amigos que más queremos. Despertar de sentimientos que no por bellos son menos dolorosos. Dolan incide pero no subraya y la película avanza con canciones pop, por supuesto, pero también con una intimista banda sonora a cargo del debutante Jean-Michel Bais. En cuanto a la fotografía, Dolan ha vuelto a confiarla a André Turpin. Cámara en mano, se aproximan a los personajes y a cada detalle. Se zambulle con ellos, literalmente, en ese camino de descubrimiento.

En el terreno interpretativo, Matthias (Gabriel D’Almeida Fritas) y  Maxime (Dolan) se enfrentan a ese descubrimiento de manera diferente y así también los trata la cámara. Tanto D’Almeida Fritas como Dolan resultan creíbles en sus papeles. De hecho, Dolan no rehúye de algunos momentos dramáticos que en “Tom en la granja” resultaban claramente forzados y que aquí no lo son en absoluto.

“Matthias & Maxime” no juega a ser una película perfecta, ya que posiblemente perdería la frescura que necesita el relato. Se advierte, sin embargo, un sentimiento de libertad creativa, de haber hecho la película que ha querido hacer. Y eso es algo a celebrar siempre, pero aún más en una filmografía de alguien tan joven como Dolan.

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