Gusta mucho y levanta odios "High Rise" de Wheatley, recoge halagos "Eva no dueme" de Aguero y se disfruta del Koeeda más cercano a Ozu en "Our Little sister"
«Eva no duerme»: vuelta de tuerca estética del pasado argentino
«Eva no duerme» del argentino Pablo Agüero se abre con un poderosísimo prólogo que sirve como preludio de la aventura estética en la que se nos pretende sumergir durante una hora y media. Mediante una estructura episódica y una dirección depurada que busca la continua estilización de la imagen, combina a la perfección escenas ficcionadas con imágenes de archivo documental que nos adentran en la Argentina que rinde culto u odio hacia una figura tan importante en el desarrollo político y social de su país como lo fue Eva Perón. A partir de la muerte de ésta se confeccionan tres espacios narrativos más un prólogo/epílogo poético (hermosa recitación en off del pensamiento de Gael García Bernal como militar antiperonista) que suceden a lo largo de 22 años y que siempre giran en torno al cuerpo de la presidenta.
El filme utiliza el símbolo de una época para estudiar el pensamiento encontrado entre quienes la aman y quienes la detestan, aunque no acabe de profundizar en su totalidad en la psique de sus personajes y se centre casi en su totalidad en la consecución de imágenes evocadoras apelando más a lo sensorial que a lo estrictamente político. Sea como fuera, pese a resultar insuficiente el querer abarcar una temática tan abierta en tan solo tres casos distanciados en el tiempo, «Eva no duerme» destaca como ejercicio innovador y propuesta interesante, entrando por los sentidos haciendo gala de su pericia en la construcción de sensaciones mediante herramientas cinematográficas. Una idea arriesgada y bien realizada que cuanto menos, se consolida como una propuesta curiosa que bien merece la pena tener en cuenta. Complicado que deje indiferente a nadie.
«Hitchcock/Truffaut»: las imágenes se explican con imágenes
Con una pequeña presentación a ambos gigantes y un epílogo sobre el final de su vida, encontramos en medio de este «Hitchcock/Truffaut» de Kent Jones, documental rescatado en Perlas venido de Cannes, una revisión a algunos de los pasajes más interesantes del libro de cabecera de cualquier cinéfilo que se precie. El largometraje no ofrece nada absolutamente nuevo, sin embargo, juega en su ventaja el presentar el diálogo entre el director francés y el británico sosteniéndose de la manera más pura posible, sobre las propias imágenes de la que se hablan en la famosa entrevista de 1966. Incide y con motivo en cumbres como «El hombre que sabía demasiado» (1934) por ser la primera película 100% hitchcockiana, en hitos del blanco y negro como «Falso culpable» (1956), por como la forma aborda lo más esencial de sus temáticas, «Psicosis» (1960) por la ruptura narrativa y, como no podía ser de otra manera, «Vértigo» (1958). Además, todo esto es ayudado por comentarios de importantes cineastas actuales como Richard Linklater, David Fincher o Kiyoshi Kurosawa, lo cual enriquece aún más el visionado de esta película documental.
Kent Jones dota a su trabajo, de escasa duración, de un dinamismo interesante, ofreciendo distintos puntos de vista y plagando de anécdotas auditivas las conversaciones entre ambos monstruos del séptimo arte. Se consolida así pues como un producto que no abre nuevas vías en el estudio del que seguramente sea el más importante director de todos los tiempos a la hora de ingeniar narrativas cinematográficas en pos de articular un relato, pero que resulta de estimulante y agradecido visionado para cualquier persona con la más mínima sensibilidad artística hacia un Hitchcock preocupado por su legado. Y es que el filme se cierra con la duda del genio del suspense sobre si sus películas son entretenidas o artísticas, algo que Truffaut siempre tuvo claro y nunca dejó de pregonar, entendiendo la figura del cineasta inglés como pieza fundamental del arte cinematográfico.
«High-Rise»: Vertiginoso rascacielos metafórico y desenfrenado
Ben Wheatley es un nombre ligado al humor británico más rompedor del momento. En «Turistas« (2012) ya nos regaló la construcción de una road movie romántica que jugaba a distorsionar los recursos cinematográficos con tal de generar una sensación muy contradictoria entre lo que la aceptación de los códigos provoca en nuestra percepción del cine y la intención del director de la cinta. Mucho más trata de abarcar esta su nueva película, un delirio sensorial que ha levantado opiniones muy opuestas entre los críticos asistentes a su visionado. «High Rise» se eleva como el rascacielos que da nombre a su título tratando de abordar el descontrol y el exceso capitalista riéndose sin contemplaciones de la situación social, económica y moral del momento en el que nos encontramos. Con una narrativa que por momentos fusiona deseos, recuerdos y realidad, puede antojarse como un acercamiento experimental al más puro estilo «El año pasado en Marienbad» (Alain Resnais, 1961, Francia), dejando al espectador atosigado en su festivo devenir con la sensación de la incapacidad de comprender todo el contenido en su totalidad en una sola sesión.
Tras un envoltorio rodado desde el barroquismo y un montaje que sabe conjugar la libertad de movimientos que parecen salirse cualquier planificación, nos adentramos en una inmersión en la revolución de los de abajo contra los de arriba, invirtiendo los territorios e iniciando las actividades hostiles desde el pacifismo mediante el uso de los niños, lo que quizás sea un guiño a una escena similar vista en la monumental «Metropolis» (Fritz Lang, 1927, Alemania). A su vez, el desproveer a un continua de altas esferas dentro de un edificio sin relacionarse con el exterior nos rememora a las ácidas comedias buñuelescas como la vista en «El Angel Exterminador» (Luis Buñuel, 1962, México).
La nueva obra de Wheatley acaba por erigirse como la pieza que más sensaciones adversas ha levantado (como ya hizo en Toronto) dentro de una sección oficial marcada por el contraste de opiniones muy diferenciadas. Esta aventura desenfrenada que parece beber del mejor Terry Gilliam se posiciona como favorita a ser considerada como el mejor o peor largometraje del festival, algo que depende de la subjetividad de cada espectador. Los hay que hemos disfrutado y reído de esta comedia negra que de bien seguro no dejará a nadie indiferente. Como bien se limita a hacer el personaje principal de esta película, Wheatley se empeña en nadar a contracorriente, algo que lo convierte sin lugar a duda en uno de los directores más estimulantes del panorama actual.
«Nuestra pequeña hermana»: la cotidianidad de la vida, Koreeda más cerca de Ozu que nunca
Hirokazu Koreeda, habitual de Cannes, se deja ver en las Perlas de San Sebastián con su nueva incursión en el estudio de la familia japonesa contemporánea. En «Our Little Sister», el director nipón, recreándose en la belleza plástica en la que envuelve habitualmente sus filmes, abandona el hilo argumental para limitarse a focalizar su mirada hacia la vida de tres hermanas, más una hermanastra pequeña, que se limitan a convivir durante el periodo de un año. Algunas de ellas desarrollan una evolución en su relación con los hombres, otras respecto a la familia, también sobre el trabajo y su impacto en la sociedad, pero al mismo tiempo hay quien se mantiene igual de principio a fin, y eso se da porque, dentro de su edulcoramiento y engalanamiento habitual, Koreeda, casi disfrazándose de Yasujiro Ozu (incluyendo trenes como símbolo de las oportunidades que pasan), opta, muy valientemente, por realizar un bello lienzo que nos adentra en la naturalidad más cotidiana de la vida.
Quizás sea por esto mismo, por esa captación tan natural de la familia, que este su nuevo filme contiene pequeñas preocupaciones que ya se abordaron en profundidad en películas pasadas. Así pues, el hecho de cambiar de familia, y, en este caso, incidir de nuevo en la relación que se articula entre los que tienen o no lazos de sangre y como esto puede afectar al desarrollo de sus protagonistas, fue algo que pudimos ver como se abordó en «De tal padre, tal hijo« (2013). Por otro lado, la separación entre hermanos y la reunión entre estos ya se trató en la bella «Kiseki» (2011), del mismo modo, el hogar familiar organizado por los propios hermanos, sin la presencia paterna, fue crudamente relatada en una de sus obras más viscerales, «Nadie Sabe» (2004).
«Nuestra pequeña hermana» se apodera de temas pasados para realizar la que quizás sea su película de la que más cosas habla a la vez de ser la que menos hechos sustentan su argumento. Koreeda no nos cuenta nada, y al mismo tiempo, nos lo muestra todo.
«El desconocido»: comedia inintencionada
Muy complejo resulta hablar desde la seriedad del largometraje presentado en la sección Zabaltegui llamada «El desconocido», dirigida por Dani de la Torre y protagonizada por un Luis Tosar que tras «ma ma«, acaba por firmar el peor de sus papeles hasta el momento, algo que resulta imposible de creer ante un hombre que posee un don para la interpretación. Y es que este thriller español que ya de por si juega con el handicap de sustentarse ante una premisa ya vista en otras películas como «Ultima llamada» (Joel Schumacher, Estados Unidos, 2002), decepciona desde sus inicios por la impostura de sus diálogos. El guion firmado por Alberto Marini, a parte de reiterarse en continuas repeticiones, desquicia y levanta las carcajadas por lo fuera de tono que resultan todos y cada uno de los reproches familiares. A su vez, la solemnidad y la exageración en la emotividad de los personajes convierte en algo grotesco y ridículo cualquier atisbo de verosimilitud. Tampoco ayuda lo forzado que resulta el desarrollo del argumento, con soluciones tan poco meditadas como la de que el malvado le diga al protagonista que siga avanzando con el coche por el mero hecho de llevar mucho tiempo parado. En un plano secuencia que tampoco aporta nada más que el ego de su director, con un subrayado final panorámico enseñándote el recorrido completo de su proeza técnica, un personaje dice algo así como: «esta mujer no debería de estar aquí, pero está«. Esta es la misma justificación que ejemplifica la esencia del filme, un seguido de situaciones provocadas con las más bruta de las torpezas. Todo ello ligado al intento de la espectacularidad del más imposible todavía, queriendo emular al mejor Daniel Monzón y quedándose en los fangosos terrenos del telefilme, a la vez que también abusa sin consideración alguna del constante giro de guion. Más patético acaba por sonar la evolución emocional de los personajes, permitiéndose incluso moralinas salidas totalmente de contexto.
Esta sucesión de disparates que se toman tan en serio a sí mismos ha acabado por levantar una ovación algo irónica por parte del público quien no ha podido dejar de sonrojarse sin desenfreno alguno ante la proyección de una comedia que en ningún momento se ha planteado serlo. La peor película del festival sin ningún lugar a dudas.