"Taxi Teheran" es valiente y honesta, Mamoru Hosoda da un paso atrás con su nuevo filme y "El apostata" se enfrenta a los dogmas de los códigos cinematográficos
“The Boy and the Beast”: Entretenimiento poco original
Con la muerte de Satoshi Kon y la retirada de Hayao Miyazaki, siempre es bueno dar a conocer al nuevo relevo generacional de animadores japoneses. Brillante es la carrera de Mamoru Hosoda, quien ya llamó la atención con “La chica que saltaba a través del tiempo” (2006), desplegó una locura imaginativa divertida y descarada en la original “Summer Wars” (2009) y enterneció nuestros corazones con la tierna “Wolf Children” (2012). Es por eso que decepciona esta su nueva película llamada “The Boy and the Beast”, la cual pasará a la historia por ser el primer largometraje de animación en entrar a concursar en sección oficial en San Sebastián.
Siguiendo la estela en la que destaca una construcción de los espacios inmensamente detallada que contrasta con los trazos simples de unos personajes que así son dotados de personalidad propia, Mamoru Hosoda da un paso atrás a la hora de construir un relato original. Lo nuevo del director japonés tiene la forma arquetípica del manga adolescente más explotado, usando la figura del puer y el sennex para articular una historia de superación personal incluyendo tanto combates y transformaciones como el descubrimiento intelectual que acaba por nivelar la personalidad del niño protagonista. No obstante, el desarrollo de otros caracteres será tratado desde la lejanía y el olvido, manteniéndose demasiado planos y decantando el clímax final hacia la evolución de la maldad en un villano que resulta muy poco trabajado.
“The Boy and the Beast”, pese a tocar ligeramente temas incesantes en la filmografía nipona como el acoso escolar o la presión familiar hacia los adolescentes en lo que a los estudios se refiere, gana muchos puntos en cuanto se sumerge dentro de un mundo imaginario mucho más interesante que el real. A modo de Alicia (con conejo incluido) o de Chihiro (de nuevo falta de innovación a la hora de construir el relato), Ren se pierde en un mundo fantasioso donde destaca la pericia técnica de un diseño de personajes que elevan la valía del filme sobre todo a la hora de crear escenas panorámicas con diferentes bestias humanas en perpetuo movimiento. A su vez, el poderío visual y el nivel de la animación, hacen de este argumento naif un producto muy disfrutable y que difícilmente puede no gustar a un público tanto infantil como adulto, pero acaba por suponer un paso atrás en la irreprochable carrera de Hosoda al estar superada en muchos aspectos por sus dos filmes anteriores.
“El apóstata”: luchando contra un dogma metacinematográfico
El nombre del uruguayo Federico Veiroj está ligado a la (in)comprensión y puesta en duda de la materia cinematográfica. Así lo atestigua su legado fílmico. En 2010, filmó en “La vida útil”, la historia de un trabajador de Cineteca cuya afrenta con el mundo exterior se vale del blanco y negro y la música de cine clásico para expresar y parodiar sus emociones reales. Algo parecido intuimos en “El apóstata”, una coprodución uruguaya francoespañola que participa en sección oficial. En ella, los códigos vinculados al lenguaje fílmico, son continuamente mostrados y excedidos, buscando en todo momento una recepción del absurdo metacinematográfico constante. Para ello no dudará en usar escenas oníricas pero también veraces atadas a la falta de comunicación familiar y a la represión social a la que somos siempre exhibidos.
Federico Veiroj es alguien quien ama el cine, y precisamente por eso, se aventura a explorar sus infinitas posibilidades, lanzando preguntas constantes y añadiendo pruebas sobre el poder transgresor que ofrece una distorsión cuya única funcionalidad dogmática existe en nuestro propio imaginario impuesto. Metaforizando la represión en la imposibilidad de desvincularse de la Iglesia Católica, nos acaba por hablar de su relación con el cine y como trata de nadar contracorriente de los dogmas establecidos.
“Paulina (La Patota)”: dos concepciones de la humanidad luchando por cómo relacionarse con el mundo
La película argentina de Santiago Mitre “Paulina (La Patota)” se abre con una dirección naturalista valiéndose del plano secuencia y la cámara en movimiento para reflejar la lucha dialéctica entre un padre y una hija que pese a quererse, difieren y mucho en su manera de entender el mundo. Ambos desde una posición acomodada, apuestan por distintas formas de combatir las injusticias y resolver los conflictos del mundo salvaje el cual todavía no conocen. En la resolución del filme, tras haber llevado a cabo sus propias estrategias y haber descendido a los infiernos de un mundo que les es ajeno y complicado, los espectadores comprendemos que nos hallamos ante un cuento moral que se erige sobre dos personas de un estatus elevado en el que uno trata de combatir la maldad y la ignorancia del mundo desde la transformación de la sociedad sumergiéndose en ella mientras que otro opta por la violencia y el castigo.
En mitad del prólogo y el epílogo, un periplo a un submundo marginal fronterizo e indígena donde el machismo, el egoísmo y las más negras perspectivas de futuro, se apoderan de un espacio y un entorno al cual Paulina tratará de hacer frente. Todo ello realizado mediante una dirección austera y sencilla, se valdrá de un montaje en ocasiones fraccionado para fraguar el desarrollo del incidente violento con el que tendrá que paliar.
“La Patota” acaba por tratar con naturalismo una realidad incómoda excediéndose en su metraje y aportando bastante poco al cine social, pero resulta interesante en su discurso humanista y filosófico sobre como dos personas instruidas optan por distintas vías a la hora de convertir aquello que mientras para una es un estorbo, para otra es una prioridad que necesita ser reinventada desde dentro.
“El Rey de La Habana”: Grotesca aproximación al temperamento cubano
El multipremiado en la gala de los Goya en 2010 por “Pa Negre” y ya viejo conocido de la sección oficial de San Sebastián Agustí Villaronga, presenta su inmersión cubana en “El Rey de La Habana”. En ella, se nos sumerge desde su prologo en lo mas temperamental de la conducta innata de sus habaneros protagonistas. Durante su primera parte, aborda el apetito sexual más despreocupado de un joven cuyo desarrollo personal se basa en la mera supervivencia. Se ayuda del humor más soez para elaborar diálogos que buscan abiertamente el esperpento. Esperpento logrado con una construcción de los personajes marginales que se mueve entre ladrones, prostitutas y travestis, queriendo emular en parte a las comedias negras de Almodóvar, salvo que forzando las conversaciones y rodando con especial falsedad las escenas sexuales. Tampoco ayuda los cambios constantes en el tono del largometraje, apostando por una música que busca transmitir seriedad y emoción donde no la hay. Y es que lo que a priori podría erigirse como una revisión transportada a Cuba de “Two Lovers“ (James Gray, Estados Unidos, 2008) en tanto a que nos encontramos ante quien ha de decidir sobre si seguir con quien le conviene o con la persona a la que realmente ama, se pierde en idas y venidas entre lo trágico y lo cómico para finalizar con un golpe seco que sienta la realidad de un país contaminado de su propio descontento.
En “El rey de La Habana” destaca su dirección, su fotografía y la iluminación de unos espacios cerrados cargados de colores apagados que contrastan con la efusividad de las figuras que por ellos se envuelven. No obstante, su excesivo metraje y su falta de definición hacen de ella un producto cuanto menos cuestionable y con un discurso tan simple y a la vez difuso como su dotado protagonista.
“Taxi Teherán”: Amar al cine, dedicarle una película a los que te roban tu libertad
Al igual que su compatriota Abbas Kiarostami, con quien trabajó como ayudante de dirección en el pasado, Jafar Panahi recupera la conducción de un coche como vehículo que desarrolla el devenir en el que se desenvuelve el relato. Emulando a “Ten” (Kiarostami, Irán, 2002), el director iraní galardonado con el Oso de Oro por su película mostrada en Berlín y recuperada en las perlas donostiarras, concibe una película tan honesta como personal, irradiando un amor por el cine que se escapa de cualquier restricción absurda impuesta desde el totalitarismo. Y es que el cine de Panahi, que tan admirado es en Occidente, no goza de la libertad que debería concederse a cualquier expresión artística, siendo reprimido y aislado en su propio país, impidiéndole desde el gobierno la posibilidad de hacer cine.
“Taxi Teherán” nace como respuesta incansable a una necesidad imperiosa que se escapa de cualquier amenaza nacida desde la sinrazón y la ignorancia. Con unos medios de los más escasos, una pequeña cámara móvil en el coche, un teléfono y una cámara de fotos digital con capacidad para grabar, Panahi demuestra que por mucho que no pueda filmar desde fuera del interior de un espacio que representa la encarcelación y lo restringe a un sinfín de limitaciones, es capaz de articular una crítica feroz contra el régimen establecido.
En este nuevo trabajo Panahi se muestra tal y como es, hablando de sus propias preocupaciones a la hora de abordar el cine y la sociedad que le envuelve. Para ello se vale de un sentido del humor que dinamiza una película nacida desde el amor más inmenso que puede sentir un cineasta hacia su propio oficio.
Hoy además se ha podido visionar el inminente estreno de “Irrational Man” de Woody Allen dirigida reseñada por nuestra estimada compañera Marina Cisa.