El cine independiente vuelve a (Fil)Madrid.
La cinefilia sigue siendo el pilar fundamental de Filmadrid. Así, durante el primer día de su segunda edición las pantallas de cine de Madrid se han visto inundadas con proyecciones de distintos autores en el mismo día como Benjamín Naishtat, Lav Díaz, Pietro Marcello y Chantal Akerman. Directores que difícilmente se pueden llegar a dar la mano de este modo un mismo día, no ya solo en la Comunidad de Madrid, sino en el ámbito nacional. Teniendo en cuenta que el día anterior se vio el estreno de la película de Sokurov, el comienzo de Filmadrid vuelve a dejar el listón muy alto.
«Francofonia» (2015) inauguró el pasado jueves el festival con su proyección en la Filmoteca de Madrid. Se trata de la última producción de Alexandr Sokurov, seleccionada también en festivales como Venecia y Toronto. La historia se centra en la figura del Louvre y la Francia ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial, a través de dos figuras, la de Jacques Jaujard (director del Louvre) y Franziskus Wolf-Metternich (oficial de la ocupación nazi), si bien esto es un vehículo utilizado como pretexto para hablar sobre la relación entre los museos y la guerra, entre arte y poder.
En un nivel formal, uno de los aspectos que más asombra de esta película es la naturalidad con la que se entremezcla la gran diversidad de formatos utilizados a lo largo de las diferentes historias que se van solapando. Sokurov se despoja de cualquier tipo de amaneramiento y es capaz de otorgar una gran fluidez a las transiciones entre ficción y documental, que salpica también con toques de humor. Estos ingredientes le sirven para reflexionar sobre la idea de los museos como elementos fundamentales para preservar el arte y el modo en que, metafóricamente, se asimilan a ese carguero que atraviesa el mar lleno de obras de arte. Una crítica, llena de ironía, hacia el interés que desde el poder existe también por preservar las obras de arte.
El movimiento, el poder y nada más
En su ópera prima, «Historia del miedo» (2014), Benjamín Naishtat retrataba, de un modo tan sutil como agudo, la situación que atravesaba su país, radiografiando para ello un vecindario en el que se iba instalando una serie de percepciones, creencias o presentimientos. Con gran pulso, sin llegar a manifestar de una forma explícita ninguno de los estados que desfilaban de puntillas a través de la historia, y agarrándose a una forma de expresión que, en la mayoría de las ocasiones, flirteaba con el surrealismo, Naishtat dejaba entrever emociones como el miedo, el desconcierto, una desesperación que se tornaba en furia y hasta una claustrofobia que conseguía poner de manifiesto en secuencias de exteriores y a plena luz del día.
«El movimiento» (2015) supone, por tanto, el segundo largometraje de su director. Se trata de la confirmación de un gran cineasta que, en este caso, da un giro casi de trescientos sesenta grados al registro estilístico que caracterizó su ópera prima, aunque sin desprenderse de esa capacidad para expresar de una forma simbólica sus ideas. El paso del color al blanco y negro, uso de fundidos en negro y de una música con una clara intención de subrayar determinadas acciones o situaciones, además de aspectos algo más explícitos de su narración en cuanto al modo de expresar sus ideas.
Naishtat desarrolla la mayor parte de su historia de noche, lo que da lugar a una puesta en escena sombría, llena de claroscuros, lo que podría verse como una metáfora de la oscuridad que encierra la historia, cruel y sangrienta, de la que nos habla. Nos encontramos en el año 1835, cuando se está originando el estado argentino, momento en el que imperaba la anarquía, como reza el título de crédito inicial del film. En apenas una hora y cinco minutos Naishtat narra de forma brutal, algo de lo que da buena fe el inicio del film, el intento desesperado de conseguir aglutinar poder a toda costa por el protagonista. Esta es una película que, sin duda, establece un diálogo con la de Sokurov. Dos miradas que diseccionan el poder, dibujándolo entre lo caricaturesco y lo ambicioso e inhumano, pasando por el intento de conseguir un liderazgo carismático, que se queda tan solo en la consecución de un clima de desconfianza. Por último, un filme que uno evoca durante el visionado de «El movimiento» es «Jauja« de Lisandro Alonso, por el estilo visual utilizado en las secuencias rodadas en exteriores y porque es inevitable también ver la película de Naishtat como continuación de la revisión del género western que llevara a cabo Alonso.
Lav Díaz , apocalipsis en un ejercicio de concisión
Lav Díaz fue objeto de uno de los focos en la primera edición de Filmadrid, donde se proyectan películas de autores desconocidos en la Comunidad de Madrid. «The day before the end» (2016) es el último cortometraje realizado por el director filipino que se estrenara como world premire en el prestigioso festival de cortometrajes de Oberhausen, donde ganó el premio principal.
Nos encontramos en el año 2050. Una chica termina su visita en el dentista. Personajes que recitan pasajes de Shakespeare. Lav Díaz muestra con una mirada desesperanzada y apocalíptica, a través de imágenes en las que vemos diferentes ciudadanos recitando los pasajes del autor inglés, el destino al que irremediablemente parece estar abocado su país. Pasado y presente se dan la mano en un ejercicio de concisión y precisión de dieciséis minutos de duración. Las imágenes de la tormenta contrastan con los pasajes que previamente se han recitado de Shakespeare y se convierten en una metáfora del mensaje que pretende transmitir Lav Díaz.
FOCO Pietro Marcello
Pietro Marcello muestra una gran fijación por los trenes en las dos películas que se proyectaron ayer dentro del foco que el festival dedica al cineasta italiano y en el que se podrán ver cuatro de las películas que conforman su filmografía.
«Il pasaggio della linea» (2007) se convierte en un retrato de la clase baja italiana usando como excusa la figura del tren. Marcello filma diferentes líneas en Italia y en estos viajes vemos conversaciones de trabajadores, largos pasillos con alguien sentado al fondo, de noche, a la vuelta de cualquier lugar. Lo poético de esta película es cómo Pietro Marcello coloca su cámara al ser capaz de crear planos divididos en dos mitades, en los que funde dos espacios diferentes. En un lado del encuadre, una parte estática, el interior del tren en el que hay algún personaje o vemos un largo pasillo. En el otro lado del encuadre, el paisaje cambiante debido a que el tren se encuentra en marcha. El movimiento y lo invariable quedan así recogidos en un mismo plano. Marcello confronta de este modo poético lo que parece que nunca cambiará y es la idea de la clase baja y ese destino más desfavorecido. En este sentido, el personaje principal, un vagabundo da una vuelta de tuerca y convierte la figura del tren más que en un refugio, en un hogar. Se trata de un personaje que se pasa la vida cambiando de líneas y vive en los trenes de este modo. Marcello parece insinuarnos de este modo que ese será siempre su destino.
En «Il silenzio di Pelešjan» (2009), película críptica en la que el elemento fundamental para su comprensión es el montaje, siendo este uno de los aspectos desde los que ineludiblemente debe analizarse. El film pretende ser una prueba de “montaje remoto”, tal y como reza el texto al inicio del film, que pone al espectador en perspectiva sobre este aspecto. El retrato de Pelešjan, director de cine armenio por el que se llegó a interesar a principios de los años ochenta Serge Daney, es un retrato filmado desde el silencio, ya que es como el mismo director armenio quería aparecer siempre.
Homenaje a Chantal Akerman
Como proyección especial en el día de ayer, Filmadrid ha realizado un homenaje a la cineasta Chantal Akerman, que nos abandonara el pasado cinco de octubre, tan solo dos meses después de haber estrenado en el Festival de cine de Locarno la que ha terminado por convertirse en su última película, «No home movie» (2015).
El festival ha configurado de este modo su homenaje a la directora a través de un programa doble en el que se ha incluido, audazmente, el primer cortometraje que realizara la cineasta en 1968, junto con su última película.
«No home movie» (2015) es una película que habla, por encima de cualquier otro aspecto, de la relación entre una madre y su hija, subrayando también la forma -física- de establecer. Chantal Akerman quiere expresar que no hay límites, si bien la distancia física siempre estaré presente y será ineludible. Todo se encuentra conectado y es un intento de oposición a la soledad. Asistimos a los diferentes modos de entablar comunicaciones entre madre e hija, cuando esta última se encuentra fuera de casa de su madre. Poco después de la finalización de la película, la madre de Chantal falleció cuando ya se encontraba afincada en su apartamento en Bruselas. Hay además, en este sentido, elementos que orbitan en torno a la primera idea de la relación entre ambas. La casa actúa como elemento esencial y, en realidad, cumple una función de unión, de auténtico punto de encuentro entre ambas. El relato se convierte así en una especie de diario íntimo de su relación en el que vemos a las protagonistas compartir momentos juntas tanto en la distancia, como dentro de la vivienda, donde las vemos comer juntas, por ejemplo. El filme se impregna de gran ternura y da cuenta de la complejidad de la relación que ambas mantenían.
«Saute ma ville» (1968) es el primer cortometraje de Chantal Akerman, realizado cuando tenía 18 años. En 1971 fue reconocido en el festival de Oberhausen y se trata de un corto de apariencia sencilla e inocente, en el que da la impresión que no sucede nada, hasta el final. Sin embargo, su desarrollo se encuentra lleno de capas y de símbolos que ofrecen diferentes interpretaciones sobre la realidad que vivía la directora en aquel momento y que, visto hoy, debería servir como lectura acerca de qué posición sigue ocupando la mujer en la actualidad, para indagar acerca de si la situación ha mejorado algo desde entonces.
Película de una extraordinaria vitalidad y extraña naturalidad de apenas trece minutos de duración rodada en 35 mm, en blanco y negro, con los ahorros que la directora tenía en ese momento, la cual interpreta también a la protagonista. El relato retrata el hastío que ésta siente en relación a la cotidianeidad que la rodea y las imposiciones que recibe la mujer. A través de una mirada feminista, desplegada incluso a través de un juego de espejos en la misma estancia donde se desarrolla la historia, la cocina, lugar en el que se recluye la protagonista, se identifican elementos domésticos y aquellos de especial preferencia para Chantal Akerman.
La posición de la mujer se simboliza con la protagonista encerrándose en la cocina. Que los utensilios aparezcan tirados en el suelo, es una muestra de su rebeldía y del desafío que propone. La historia se va llenando de acidez, burla e ironía, hacia esas imposiciones, apoyada con el desesperante tarareo de una canción por la propia directora. El final desembocará en una drástica decisión al volar la cocina, abriendo el gas. Es el modo de la directora de expresar su rechazo enérgico hacia las imposiciones que le vienen dadas.