Jonas Mekas ha sido el protagonista de una jornada que nos ha dejado también ver obras sublimes como «Antiporno» de Sion Sono
Jonas Mekas
La presencia de Jonas Mekas en Madrid ha sido sin duda alguna el punto álgido de Filmadrid. De hecho, la incipiente ola de calor que ha abrasado la capital no ha sido impedimento para que centenares de personas, algunas llegadas desde otros puntos de España, se reunieran en La Neomudéjar con tal de presenciar una mesa redonda por motivo de la presentación del libro Cuaderno a los 60. Jonas Mekas fue la figura reverenciada en un interesanísimo debate donde pudimos ver a la cineasta Deborah Stratman, al crítico argentino Roger Koza, al cahierista Ariel Schweitzer o también al autor Ado Arrietta, artífice de la reciente «Bella Durmiente». Jonas Mekas reivindicó energicamente la eliminación del término experimental a la hora de referirse a los cineastas y contestó preguntas acerca de su obra, como la utilización de secuencias breves en sus planos. También tuvo oportunidad para contradecir las formulaciones de sus interlocutores e iluminar a los asistentes con unas declaraciones de lo más lúcidas por parte del cineasta de 94 años. Una mente creativa que sorprendió a los asistentes minutos antes del inicio del evento filmando con su cámara digital directamente al público.
Tras este hito dentro del joven certamen madrileño, Jonas Mekas se dejó ver en el Cine Doré donde un centenar de privilegiados tuvieron la suerte de visionar «Reminiscencias de un viaje a Lituania» (1972) en 16 milímetros y quedarse a un posterior coloquio con el director de la cinta.
Deborah Stratman
Uno de los cuatro focos que presenta este año el certamen es el dedicado a la documentalista estadounidense Deborah Stratman. En la pasada jornada, pudimos visionar dos trabajos muy diferenciados entre sí. El primero de ellos, «Energy Country», de 2003, es un estimulante acercamiento al contexto de la inminente ofensiva norteamericana en la guerra de Irak. La cineasta utiliza las imágenes para superponer unas sobre otras y valerse del poder del contraste del color para generar una ilusión visual algo piscodélica. Sobre este plano extrae distintas grabaciones sacadas de su contexto original donde estas voces, tratadas con ironía por parte de la directora, expresan su malestar por sentirse reprendidos por la moral europea contraria a la intervención armada de Estados Unidos en territorio iraquí. Duras declaraciones conservadoras y fanáticas que convierten en enemigo a todo aquel que no comparta su idelogía. Mientras tanto, el segundo trabajo, «The BLVD» (1999), no manipula imágenes y sonidos sino que trata de plasmar la realidad capturada por la cámara digital de su realizadora. En palabras, algo jococas y divertidas de la programadora Andrea Morán, el «Fast and Furious» de verdad. Y es que la cinta persigue a una comunidad negra sumida por la pasión por todo lo relacionado con la automoción y las carreras ilegales urbanas. Un estudio de la felicidad y preocupaciones de estas personas y con retazos irónicos e incluso de denuncia en cuanto a la policia.
Tras finalizar la sesión, la propia Deborah Stratman, quien había estado charlando con Mekas en La Neomudéjar, se acercó a La casa encendida para responder a las preguntas de una sala que tuvo una muy buena entrada pese a ser un programa solapado con las actividades protagonizadas por el lituano.
Vanguardias
La sesión de vanguardias de esta jornada ha estado protagonizada por la relación que guarda la palabra, la palabra escrita, el sonido y la imagen respecto a las convenciones del cine. El cortometraje libanés «Rubber Coated Steel» de Lawrence Abu Hamdan fue sin duda el más estimulante del programa. El cineasta nos presentó un caso judicial en el que se acusa a un soldado israelí de asesinar a dos palestinos. La cinta renuncia a los sonidos y a la palabra recitada, y sitúa el espacio en un campo de tiros donde distintas ftografías se acercan y alejan del espectador. El diálogo entre el juez, el fiscal, la defensa y el testigo, un forense especializado en el sonido, es transcrito de manera subtitulada acompañado del silencio. El sonido pues se substituye por la palabra escrita, e incluso por la propia imagen del sonido, mientras que el tema sobre el que gira el cortometraje es precisamente este sonido ausente, el cual se analiza durante todo el metraje imposibilitando al público la posibildad de escucharlo. Por su parte, la cinta polaca «Rudzienko» de Sharon Lockhart, nos muestra a unas jóvenes polacas en un entorno natural llevar a cabo distintas conversaciones. Unos diálogos en su idioma original que aparecen plasmados en blanco sobre una pantalla negra minutos antes o después de haber visionado la secuencia. Una ruptura formal del convencionalismo del subtitulado que se antoja repetitivo y en muchas ocasiones falto de ideas tras su premisa inicial.
Sion Sono
La penúltima película de la sección oficial que se ha podido ver en el Círculo de Bellas Artes no es tan solo uno de los puntos fuertes del festival, sino también, para quien suscribe estas líneas, una de las mejores cintas que se han podido ver en los últimos años. Sion Sono, financiado por Nikkatsu, quien quiere revivir el género erótico nipón de los sesenta y setenta llamado pingu eiga, o roman porno, se ve en la tesitura de realizar un filme que siguiendo la estela de aquellas películas contenga una escena sexual cada diez minutos. Sion Sono sigue las normas impuestas, no sin antes darle una vuelta de tuerca al género para acabar denunciándolo desde su propio terreno. En la reciente «Tag», (2015), Sion Sono exploraba distintos espacios saltando de manera inconexa de unos a otros, abriendo las puertas que unen distintos lugares desde una perspectiva surrealista, onírica. Todo ello para acabar denunciando la utilización del cuerpo de la mujer al antojo del género masculino dentro de la sociedad japonesa. «Antiporno» sigue la misma línea. Los giros argumentales sirven para erigir el mismo discurso nuevamente, pero esta vez metaforizando la masculinidad social en un set de rodaje, transformando la ilusión de la libertad femenina en un oscuro objeto de deseo, desponjándole de sus dignidad y filmando su cuerpo. «Atiporno» sigue además las distintas fijaciones del cine de Sono, como el irracional e irreparable deseo sexual por la sangre y la muerte como ya vimos en «La mesa de cena de Noriko» (2005). También la disfunción familiar, el matrimonio del padre con otra mujer y la relación sexual de estos ya visto en cintas como «Cold Fish» (2010) o la monumental «Love Esposure» (2008). También las complejas relaciones de dominación tanto de un individuo sobre otro así como de un conjunto sobre el protagonista. Algo muy palpable por ejemplo den «Love & Peace» (2015) o «Guilty of Romance» (2011). Aunque en esta ocasión el cineasta japonés ofrece un producto muy concentrado y directo. Fruto del histerismo y de la rabia, Sono grita directamente al espectador, al cual incluso llegar a reflejar durante la cinta, escupiéndole,y hasta vomitándole, todas sus preocupaciones a la cara. El discurso cargado de ira de la mujer adolescente frente al mundo plagado de hipocresía y represión masculina se materializa de manera metafórica en la que quizás sea la cinta más pulcramente estética del director. Una obra cumbre dentro de su filmografía en la que descubrimos que pese a tener unas contantes temáticas en su obra, la innovación formal y narrativa de su cine no deja de abrir nuevas fronteras y posibilidades consolidándolo como uno de los nombres claves a nivel mundial del momento.