El quinto día de competición internacional nos ha transportado a territorios remotos para dialogar desde Ruanda y Jordania sobre la presencia occidental pasada y futura y el impacto de ésta en el desarrollo de estos mundos.
Las vanguardias mandan
De nuevo la sección internacional ha tenido una dura competidora a la hora de atraer al público ya que en La casa encendida se ha iniciado la esperadísima sección de vanguardias donde entre ellas ha arrasado agotando todas las entradas “Videofilia y otros síndromes virales”, una obra que quien os escribe estas líneas está deseando que gane su competición para poder disfrutar de su visionado el próximo domingo. Mientras tanto, en el Cine Paz ha seguido la sección oficial donde la ruandesa “Things of the aimless wanderer” (la mejor película a mi parecer de lo que llevamos de festival con permiso de Godard) ha tenido la afluencia más baja de público hasta el momento. La problemática de los subtítulos ha sido finalmente erradicada, sin embargo la copia que hemos visionado tenía algunos molestos problemas de audio. No hemos tenido ningún problema en la segunda proyección, una de las más esperadas de la sección oficial y que ha atraído a mucho más público que la anterior, llegando incluso a casi llenar la sala. Estamos hablando de “Theeb”, un western jordano que pese a ser una bella película con mucha aceptación entre público de diferente índole, quizás hubiese sido más acertado presentarla fuera de concurso al ser una propuesta tan poco afín al carácter tan radical de la experimentación en el lenguaje del que hacen gala el resto de filmes.
Viaje interdimensional en Ruanda
Tras una presentación del incansable Javier H. Estrada quien ha vuelto a contagiarnos su entusiasmo hablando del programa de hoy y elaborando un paralelismo entre las dos películas sobre la figura del occidental en países periféricos, nos hemos sumergido de lleno en la que quizás sea la propuesta más compleja en su composición formal y temática de lo que llevamos de sección oficial. “Things of the Aimless Wanderer”, el segundo largometraje de Kizu Ruhorahoza, nos presenta a un hombre blanco como protagonista discursivo del relato. ¿Por qué un hombre blanco acapara el protagonismo de una película africana? En esta pregunta que el espectador se hace tan solo iniciarse el filme radica parte del discurso por el que se moverá el mismo.
Con un alargado prólogo con ausencia de diálogos, observamos a un explorador blanco del XIX perderse en la contemplación y la fatiga en la selva africana hasta encontrarse con dos nativos, una mujer desnuda posando erigiéndose como objeto sexualizado y un hombre silencioso y amenazante quien no deja de portar diferentes armas. Es entonces cuando se origina un salto temporal/dimensional hacia el siglo XXI donde el hombre blanco seduce a la mujer negra en una discoteca mientras el hombre negro los observa silencioso y amenazante. Aquí se presenta el primero de los tres episodios, donde se gesta una separación de los posibles acontecimientos, ninguno menos real que otro, de cómo una mujer ruandesa desaparece. Algunos pensarán en la alemana “Corre, Lola, corre” de Tom Tykwer, un estimulante jarro de agua fresca allá por 1998, pero la película que hoy nos atañe parece perderse aun más en la mera abstracción y querer abarcar una temática mucho más compleja y profunda que ésta. Para ello todo estará envuelto de un halo apesadumbrado apoyado en una música extradiegética totalmente hipnótica que nos absorbe hacia el declive emocional de un viaje sensorial hacia las problemáticas individuales y colectivas que Ruanda lleva arrastrando desde la colonización occidental.
La belleza formal con un cuidado tan exquisito de la imagen, llegando en ocasiones a emular al mismísimo Terrence Malick, acompaña visualmente a la lírica narración en off de un protagonista cuyas cavilaciones mentales fusionan un discurso adornado en bellas palabras que se recrea en lo visual y auditivo para abandonarse incluso en algunas ocasiones a la abstracción y apelar a los meros sentidos del espectador. El uso tan hipnótico de imagen y sonido, donde la música casi preponderante en el filme levantará una capa de negatividad, desconcierto y desasosiego casi lynchiano, casará a la perfección con el tono lumínico cargado de azules fríos y oscuros que contrastan con la vivaz luminosidad que se le suele achacar al territorio africano y que focalizará su mirada de manera finísima en pequeños resquicios donde se aprecia el impacto nefasto de la cultura occidental que ha arrasado sin miramientos a la autóctona. Todo ello será mostrado siguiendo unas narraciones donde se primará el poder de la sexualidad, desde la individualidad, mirando uno por uno a los dos amantes ocasionales, para después unirlos en pantalla y finalizar un acto de lo más frío y desapasionado. También el papel de la violencia, la amenazas, la apropiación de lo que no es debido y la visión autóctona sobre lo que viene a apropiarse de aquello que no le pertenece. Por último, se apelará a la vida y a la muerte, valiéndose el cineasta de incontables metáforas visuales, como la de la mujer atada de pies y manos por su misma condición en una sociedad donde el honor y el suicidio van de la mano. ¿Cómo una mujer puede ser libre y esclava de si misma? La reflexión sobre la feminidad desde el punto de vista individual y colectivo, abarcado desde la mirada masculina, será uno de los temas de reflexión de un filme valiente tanto en sus formas como en sus acertadísimas cavilaciones argumentales.
Western jordano
Siguiendo una estela con raíces tan profundamente clásicas, nos sorprendemos con la apuesta tan convencional en un festival de estas características que supone “Theeb”, la ópera prima del director jordano Naji Abu Nowar. Javier H. Estrada lo ha justificado en su presentación al comentar la necesidad de acercar a los madrileños el cine periférico que difícilmente sería posible ver en nuestras salas comerciales.
Rodada en los mismos escenarios donde David Lean filmó la mítica “Lawrence de Arabia” (1962), nos encontramos ante la historia de un niño llamado Theeb (que significa lobo) quien junto a su hermano mayor se encuentra desconcertado en una escenario en que el que acompaña a un inglés en 1916 en un territorio colonizado por la Gran Bretaña quien está en plena IGM por lo que la amenaza otomana está muy presente. A partir de esta premisa, el pequeño protagonista vivirá un periplo vital que le obligará a conocer la cara más amarga de la naturaleza humana.
Con unas panorámicas dignas de los más clásicos de los mejores westerns americanos, nuestros protagonistas montarán unos camellos cuyas muecas resultarán más graciosas que los serios rostros de los caballos. Las similitudes con el género nacido en Norteamérica no resultarán tan solo formales sino temáticas, repitiéndose la relación entre el senex y el puer, el estallido de violencia ante la amenaza, el paisaje como refugio y como tumba ante los peligros foráneos y la necesidad de colaborar con los enemigos para poder ayudarse los unos a los otros. Sin embargo, en su parte final, el filme evoluciona por la vía del crecimiento emocional del pequeño, quien parece comprender algunos entresijos de la problemática de la vida adulta y como el uso de la violencia parece ser el único modo de saciar unos deseos de venganza que a su vez le permitan una independencia que cree haber podido llegar a alcanzar.
“Theeb” nos deja una fotografía para enmarcar, erigiendo al escenario como protagonista indiscutible, mostrando su luminosidad y su oscuridad sin variar un ápice de su belleza visual. A su vez construye toda una evolución en el devenir de un niño en la necesidad involuntaria de alcanzar la vida adulta de la manera más rápida posible, sustituyendo la moralidad por las armas.