Mar. Mar 19th, 2024

En esta séptima jornada de FILMADRID hemos gozado del primer pase del programa Pasajes de Cine con cinco cortometrajes muy variopintos de jóvenes españoles y hemos visitado una Croacia de provincias muy desfavorecida tras la guerra de los Balcanes en “The Reaper”.

 

Mejoría en la asistencia en el Cine Paz

De nuevo el público de FILMADRID se ha vuelto dividir entre la proyección de los cortos más vanguardistas en  La casa encendida, la proyección en Cine Doré de la película de Lav Díaz Storm Children-Book One de una duración sorprendentemente corta al no alcanzar las dos horas y media y los Pasajes de Cine en Cine Paz donde cinco jóvenes directores españoles han demostrado su talento mejorando el aforo de la pasado jornada. En la proyección de la única película oficial a concurso a día de hoy, “The Reaper”, también hemos gozado de una mejoría en cuanto a sesiones anteriores.

 

Nuevas formas, nuevos objetivos y nuevos talentos

El programa de Pasajes de Cine que contará mañana con su segunda edición ha empezado muy fuerte con el esperado cortometraje Pueblo de Elena López Riera el cual pasó por la pasada edición del Festival de Cannes en La Quincena de Realizadores. Fue García Lorca quien dijo aquello de que España es un país de charanga y pandereta y parece ser esta la esencia del cortometraje que hemos podido visionar. Llegado de una estancia en París, un joven regresa a la que parece su Orihuela natal y se encuentra desubicado en el retrato de una generación perdida que sobrevive observando sin racionamiento alguno pasar unas procesiones que se suelen mantener en fuera de campo mientras caen en el escapismo desinhibiéndose entre las drogas, el sexo y el alcohol.

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Como no podía ser de otra manera, tras un cortometraje tan lineal, ha seguido una propuesta mucho más extrema. Ten Lines de Pablo Useros se ha colado en una sala de cine mostrándonos lo que es la parte de un proyecto destinado a los museos. El ejercicio del joven español que tiene más de videoarte que de cine, nos muestra un plano fijo donde diez líneas resplandecientes forman una escalera de la boca de un metro en la que un seguido de personas bajan mediante ralentís y distorsiones visuales de la imagen. Un ejercicio de estas características nos puede rememorar al cortometraje soviético Ten Minuts Older (1978)  de Herz Frank en su búsqueda de la captura del tiempo y obligar al espectador a compartirlo con lo filmado, a su vez su escena parece guardar ciertos parecidos formales con los interesantes trabajos de Tsai Ming-liang en su insaciable acompañamiento a un lentísimo monje tibetano.

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Otro giro inesperado de registro, esta vez hacia el formalismo más clásico, ha sido la proyección de Las pequeñas cosas de Carla Simón, una obra que de pequeña no tiene absolutamente nada. Volviendo de nuevo al entorno rural, una mujer enana y su madre parecen vivir en una casa lúgubre donde el tono sombrío y gris de la fotografía consigue ambientar el espacio mediante una áurea turbia donde se respira una tensión desasosegante. La dilatación de esta sensación, acompañada de pequeños toques de humor como la excelente escena donde si a vuestro cronista no le falla la memoria suena un tema de los tres sudamericanos mientras madre e hija no pueden contener más sus diferencias, acaban por ofrecer un relato apasionado que apela a las más potentes de las emociones sin caer en los malsanos derroteros de la sensiblería barata. Tan solo cierto titubeo a la hora de cerrar la historia será el único pero a un relato donde las envidias, la emancipación, la mentalidad más carca, el desafío y la mentira estarán presentes con inteligencia  para servir de testigo a una directora que a juzgar por esta obra puede llegar a ser muy prometedora.

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Los que recuerden Código 7 del imprevisible Nacho Vigalondo conocerán la importancia de dotar de una buena narración a un seguido de imágenes en principio inconexos o sin interés. Esto es lo que parece recuperar Miguel Aparicio en Los guardines,  donde filma unas casas derrumbadas de lo que en su día fue un pueblo y hoy no es más que rocas maltrechas en un paisaje desértico. Sobre estos se erige la voz de un hombre mayor quien narra casa por casa qué personas la habitaron rememorando sus matrimonios y su descendencia sin dejar de incidir en los lazos familiares, llevando a cabo un relato divertido repleto de un humor entrañable.

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Por último, y de nuevo arriesgando en los nuevos formatos del lenguaje, hemos visionado la extraña Agosto sin ti, un cortometraje filmado por Las chicas de Paisak. La obra es un ensayo sobre las nuevas vías de comunicación en los días de hoy comparados con los pasados. Dos personas muy diferentes ligadas por una amistad comparten sus respectivos agostos, una desde una zona rural de Italia, otra desde España, mediante formatos audiovisuales a modo de correspondencia. Mientras una envía videos en blanco y negro cargado de silencios y tranquilidad, otra llena sus contenidos de ruido, movimiento, conversaciones, gritos y una infinidad de muestras de una diversión muy dicharachera. El contraste entre ambos videos acaba por evidenciar el de su propio temperamento y por ende logran plasmar sus propias personalidades a través de la democratización del arte cinematográfico ligado a la irrupción de las nuevas tecnologías.

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Charlando con las nuevas generaciones

Tras el visionado de las cinco piezas reseñadas, se ha iniciado un pequeño coloquio en el que Elena López Riera, a parte de hablar de la descolocación de sus personajes, ha coincidido con Carla Simón en que si han decidido rodar en su país natal y no en el extranjero donde residen, se debe a la necesidad de filmar aquello que se conoce y por lo que se siente apego, las raíces y la familia.  Por otro lado, Pablo Useros, quien no ha podido llegar a la proyección de su corto, ha encontrado interesante mostrar su trabajo en una sala de cine y obligar a los espectadores aguantar esos quince minutos viendo a la gente pasar, ya que en un museo no es tan sencillo realizar este experimento. Por último, Miguel Aparicio, ha respondido a sobre qué buscó antes, si las imágenes del pueblo desértico o la narración del anciano, afirmando que la búsqueda de un narrador fue un trabajo posterior.

 

Croacia tras la guerra, a día de hoy

La jornada de hoy se ha cerrado con la película a competición “The Reaper” del croata Zvonimir Jurić. En ella, nos hemos transportado a una Croacia alejada de Zagreb donde los estragos de una guerra acontecida hace ya 20 años aun sigue adoleciendo a unas zonas rurales algo marginales respecto a la situación que se vive en la capital. Para ello, la lúgubre ambientación cargada de azulados fríos y oscuros ha servido como espacio preponderante hacia una historia que trata de reflejar una realidad mediante diferentes visiones de la vida del momento. Una mujer seducida por un hombre callado y presuntamente peligroso, la culpa y la preocupación, las dudas ante el nuevo camino que debe tomar la paternidad, son preocupaciones que se intercalan variando la forma y el contenido tras dilataciones temporales excesivamente extensas contrastando la calma y la tensión con el ruido, la fiesta y el estallido violento. El mal estado de las instituciones, el comportamiento estúpido de la policía y el deterioro mental de toda una generación, dan rienda suelta a un alegato tedioso y redundante sobre los males de un país donde los interesantes cambios de registro en la dirección a la hora de cohesionar con la realidad de los personajes llevan ligados de manera inseparable al aburrimiento como telón de fondo.

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Charlando con Zvonimir Jurić

Tras finalizar la proyección, el director Zvonimir Jurić, haciendo gala de un perfecto inglés, ha respondido con interés y efusividad a las preguntas del público lo que ha dado pie a un seguido de atractivas reflexiones. Interesantes han sido sus declaraciones acerca del trasfondo sociopolítico del filme, argumentando a quienes atacan el hecho de hacer películas sobre las consecuencias de la guerra sin parecer (o querer) ser conscientes de que dichas consecuencias son secuelas muy vivas en las zonas rurales de hoy. A su vez, ha comentado que durante la era comunista en los ochenta se vivía mejor que en el periodo de posguerra. Por otra parte, sobre la tristeza alegre que aportan algunos personajes del filme, ha respondido que encuentra estimulantes estos comportamientos aunque le produce algo de temor que el filme trate acerca de cosas que él no ha vivido. Entre otras cosas, también ha charlado sobre la soledad de sus personajes y sobre su odio a los símbolos fílmicos, aunque ha dejado claro que sí tolera las metáforas.

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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