Hablar con María León en la terraza de un hotel como si os conocierais de toda la vida es de esas cosas que te pasan durante el Festival de Málaga. Como lo de dormir 4 horas de media o lo de tomar un whisky mientras hablas de cine y de la vida sin importarte que en la otra esquina del lugar esté Elena Anaya. Bueno sí que te importa, pero hay que disimularlo por una especie de regla no establecida entre los del gremio. Con todo, el buen cine, o al menos las buenas propuestas, se estaban haciendo esperar hasta ayer, cuando Paco León reventó el Festival con su opera prima. Hoy la sección oficial ha vuelto a ofrecer dos películas dignas e interesantes que mantienen ese ritmo que esperemos que dure hasta el sábado.
La primera de ellas se llama Ali y no es más que un producto español con envoltura indie que mama con ansiedad y alevosía de los clásicos gafapastiles como Juno, 500 días juntos o Blue Valentine. Nadia de Santiago, una actriz que hemos visto en numerosas películas (Vida y Color, Alatriste o Las 13 rosas) tiene aquí su primer papel protagonista. El de una insolente jovencita con miedo a conducir y a enamorarse, que lleva puestas las bragas de su madre y que deambula por ahí con una frialdad que nada tiene que ver con su aspecto interior. Una voz en off no demasiado insufrible narra los conflictos de esta Miranda July en potencia. Una banda sonora repleta de garaje y folk americano suaviza la vacuidad de un filme dirigido a los amantes de este tipo de productos modernos y eventualmente originales. Con Ali, Francisco R. Baños sólo conseguirá entretener, pero eso a las 9.00 de la mañana en Málaga no es fácil.
Tras ver la película tocaba verles a ellos y allí estaba la maravillosa Verónica Forqué con su sombrero de paja para alumbrar el día, la actriz interpreta a la madre de Ali, una desequilibrada mujer que Forqué borda. Su voz irritante y sus confusos gestos le han servido de mucha ayuda. La jornada se hubiera redondeado con la presencia de Julián Villagrán pero ese gran actor infravalorado no acudió a la fiesta, aunque su papel es pequeño (un vecino inmobiliario que sale con una estrella de bollywood) es inevitable no ejecutar una sonrisa cada vez que aparece en el plano.
Y así avanzó la jornada hasta la segunda proyección. El plato fuerte del día se titulaba Els nens salvatges (Los niños salvajes). La película de Patricia Ferreira es un ejemplo de pasión y talento. Lo que cuenta no es nuevo: las tribulaciones de tres adolescentes problemáticos que solo pretenden encontrar su lugar. Es un cuento viejo que Ferreira relata con originalidad, sobre todo en cuanto al ritmo y a la estructura de la película. La presentación de los personajes la contemplamos por separado, primero Álex luego Gabi y por último Oki. Sus ambientes familiares son extremos unos de los otros pero fuera de ellos sus inquietudes coinciden hasta el punto de que acaba por florecer una amistad inquebrantable. El amor se confunde con la amistad y en ocasiones parece que estamos ante un Jules et Jim preadolescente.
Mientras las escenas van fluyendo con naturalidad la tensión aumenta hasta ahogarse en un desenlace del que no colgaré ningún adjetivo para no entorpecer la experiencia. El guión es tan veraz que respira, la única pega son los padres, algo caricaturizados, porque los chavales son personajes escritos con pulso y protagonizados con enorme honestidad.
Álex Monner interpreta a Álex, el más salvaje de los tres. Su papel se merece un reconocimiento en este festival, es una actuación enérgica y real que mantiene el sentimentalismo a raya. Marina Comas, la dulce niña de Pa Negre, lleva un peso muy importante dentro del filme pero no desfallece. Su actuación es elegante y ella es una dulzura. El otro protagonista es Albert Baró, la historia de su personaje es la más compleja, ya que hay en él algo de falsedad, algo no muy limpio que Baró domina a la perfección.
Me gusta y me perturba casi todo en esta película pero hay varias cosas de las que me he enamorado. La primera es la intención de Ferreira a la hora de encumbrar una educación pública denigrada por un gobierno lleno de simios. La segunda es la defensa de esos niños a los que se llama salvajes y que por supuesto son solo un producto marginal imaginado por nuestra sociedad y por último adoro sobre todas las cosas el modo en el que Marina Comas se bebe esos camuflados lingotazos de alcohol.
Y a estas alturas de la crónica casi no tiene sentido poner que la proyección tuvo que parar por mala sincronización entre imagen y sonido y no se retomó hasta la media hora. No importó, los aplausos al equipo de Els nens salvatges fueron los segundos más sonoros del festival. Paco León sigue ganando.