La jornada en la que ya se entraba de lleno en las largas sesiones de visionados destacó por ofrecer un nivel muy bajo de cine.
El tiempo ayer en Madrid dejó mucho que desear, pero eso no minó la moral de los muchos aficionados al cine de género que ayer se reunieron para asistir al segundo día de la Muestra Syfy, esta vez sí que con un buen puñado de películas que lamentablemente se alejaron de lo que podría considerarse buen cine pero que al menos en un par de casos proporcionaron unas buenas dosis de risas entre el público.
«Worry Dolls»: vudú de baratillo
El pistoletazo de salida lo dio «Worry Dolls» (Padraig Reynolds, 2016), una mezcla entre un thriller policíaco y terror sobrenatural. La influencias son claras, empezando por esa ambientación a lo «True Detective« (Primera temporada, 2014, Cary Joji Funkunaga). La película se queda sin embargo a años luz de las referencias, siendo más bien un capítulo descartado de cualquiera de las series típicas policiales estadounidenses de dirección plana, con unos actores terribles y un guión irrisorio, que por suerte consiguió crear un gran ambiente de humor entre los espectadores, consiguiendo que los 85 minutos de duración se convirtieran en una experiencia de lo más divertida. Nos encontramos ante ese tipo de cintas que uno debe ver aquí, ya que en cualquier otro contexto sería insufrible.
«Seoul Station»: zombies a medio gas
Acto seguido pasamos al que fue uno de los platos fuertes del día, esta vez ya presentado por Leticia Dolera con su buen hacer habitual. «Seoul Station» (2016) es el tercer largometraje de animación de Yeon Sang-ho, y funciona como complemento del éxito «Train to Busan» (2016), la primera película de acción real del director. Si el particular estilo de animación de Sang-ho funcionaba bastante bien en los dramas «The King of Pigs» (2011) y «The Fake» (2015), en el caso que nos ocupa resulta algo más decepcionante dado un mayor número de escenas de acción donde demuestra no contar con el presupuesto y los animadores de grandes producciones de otros países. La cinta además tarda bastante en arrancar y nos presenta unos protagonistas con los que resulta prácticamente imposible empatizar. Es cierto que resulta más arriesgada que su hermana mayor (que era cine comercial de zombies sin más), y el final es mucho mejor (con un giro brutal), pero también resulta más aburrida y menos espectacular. Lo ideal sería que el director volviese a temáticas más cercanas a sus primeros trabajos, ya que ha demostrado en ese terreno hacer un cine mucho más interesante.
«47 Meters Down»: otra de tiburones
El frío empezaba ya a notarse en la calle, y se entraban ya en unas horas en las que el hambre empezaba a hacer aparición, por lo que se agradeció mucho el regalo de un paquete de cereales (algo que tambíen se había realizado en ediciones anteriores y que nunca esta de más). Era el turno entonces de ver una cinta de tiburones en lo que ya es un subgénero propio (y que desde 1975 no ha sido capaz de entregar algo decente), «47 Meters Down» (Johannes Roberts, 2016). Para seguir la tradición nos encontramos ante una cinta, que a pesar de no estar mal realizada, resulta bastante insulsa en su creación de la trama y en su uso de tópicos del cine de género. Aparte la propuesta se agota enseguida, por lo que acaba haciéndose bastante larga y repetitiva, a pesar de no llegar a la hora y media. Nada nuevo bajo el Sol (o en este caso, el mar).
«Stop Over in Hell»: ¿cine?
Llegamos a la sesión de las 22:00 en la que tenía lugar el largometraje español de la muestra. Tras cenar un perrito caliente que se venden en el propio cine (a buen precio y muy buenos, una opción recomendable para tomar), nos sentamos a ver «Stop Over in Hell» (Victor Matellanos). Para presentarla estuvieron director, guionista, productores, prácticamente todo el reparto e incluso el famoso especialista de efectos visuales Colin Arthur. Siempre da cierta desazón ver a tanta gente presentar un trabajo con ilusión para luego encontrarte ante un producto de características tan nefastas que cuesta creer que se haya llegado a producir. Un western cuyo guión parece parido como el monstruo de Frankenstein, con pedazos de otras películas, y en el que tanto director como montador parecen carecer de los conocimientos mínimos para hacer algo que pueda llegar a llamarse cine. Por no hablar del reparto y ese re-doblaje extraño en un inglés de cartón-piedra, e incluso llega a resultar racista en su tratamiento de varios personajes. Las situaciones se van volviendo más rocambolescas y absurdas en un espectáculo de vergüenza ajena como pocas veces hemos visto en la muestra. Una de esas películas que difícilmente se olvidaran dado el número de carcajadas que provocó y la entrega de momentos y personajes inolvidables (El de Cuba saldrá a coalición en más sesiones estos días sin duda), aunque realmente da pena que se desperdicie gente, escenarios, vestuario y dinero en esto cuando casi cualquiera podría hacer algo mejor.
Los valientes se quedaron a la sesión golfa, que ayer correspondía a «The Funhouse Massacre» (Andy Palmer, 2016), pero dado el nivel que había exhibido, pocas ganas había de arriesgarse con esta cinta, así que la mejor opción fue retirarse a escribir y a descansar que mañana hay más (y esperemos que mejor).