Cuarta jornada en el Nocturna repleta de contrastes. De una comedia naíf y encantadora pasamos a un slasher cafre y divertidísimo. Viva el cine de género.
Antes de entrar en materia y contaros lo que esperáis leer en una web como Videodromo, permitidme que os de un consejo: Si estáis cubriendo un festival de cine huid de los karaokes como si fuesen el mismísimo Belcebú; haceos ese favor. La noche anterior, además de perder un considerable porcentaje de voz berreando Fortunate Son de la Creedence entre otras, ha limitado mis horas de sueño hasta el punto en el que redactar estas líneas se está convirtiendo en algo más automático de lo habitual.
No obstante, fue irremediable alargar la cuarta jornada de Nocturna 2015 con una celebración tras haber disfrutado de dos joyas como ‘Exeter’—lo nuevo de Marcus Nispel— y ‘Liza, the Fox-Fairy’; una disparatada, cautivadora e hilarante comedia Húngara que, de existir la justicia en este mundo, saldrá del certamen con el premio del público bajo el brazo.
‘Liza, the Fox-Fairy’
Pocas películas consiguen dejar en tu organismo esa sensación de bienestar, buen rollo y sincronía con el universo del modo en el que ‘Liza, the Fox-Fairy’ lo hace. El primer largometraje del cortometrajista húngaro Károly Ujj Mészáros y su fábula sobre el amor verdadero posee todo el sabor de la comedia francesa más surrealista y disparatada, y un tratamiento de la estética semejante al que mostraría un Jean-Pierre Jeunet que poseyese el autocontrol suficiente para controlar su excentricidad.
El equilibrio que Mészáros alcanza entre la comedia visual con recursos propios del slapstick más básico y efectivo, el diálogo inteligente, la construcción de unos personajes sencillamente encantadores, y ese tono entre lo naíf y lo kitsch, convierte el filme en la mayor y más arriesgada apuesta estilística que haya podido disfrutar ya no sólo durante el festival sino durante los últimos años.
De entrar en el universo que propone la única ‘Liza, the Fox-Fairy’ hará de los noventa minutos que le dediques unos de los más especiales que puedas vivir delante de una pantalla; y es que la historia de la dulce Liza y el celoso fantasma del cantante de pop japonés de los años 50 Tomy Tani termina siendo tan tierna y desternillante que la complicada transición entre el suspiro más romántico y la carcajada más desenfrenada se torna sorprendentemente natural.
‘Hellmouth’
Lo arriesgado de la propuesta formal de ‘Hellmouth’, nuevo filme dirigido por el realizador de ‘Exit Humanity’ John Geeddes, y escrita por Tony Burgess, guionista de esa indiscutible joya del cine de género titulada ‘Pontypool’ me arrastró sin pensarlo hasta la proyección. La pantalla verde sobre la que se rodó la inmensa totalidad de su metraje, como si de una hermana —muy— pequeña de ‘Sin City’ se tratase, actúa como el equivalente a las mágicas retroproyecciones y juegos de perspectiva y pintura empleados en los clásicos mudos de aventuras cuya esencia, adulterada por el espíritu cincuentero que emanan ciertos segmentos, puede percibirse en el expresionismo digital que plantea la cinta.
Poder adentrarse en su controvertida forma e interpretar sus referentes ayuda a superar el tedio y lo incoherente de una narrativa que no se sostiene entre la maraña de incoherencias y altibajos de ritmo que la cimientan y que por momentos, y sólo por momentos, únicamente la actuación del magnético Stephen McHattie —‘Pontypool’, ‘Watchmen’— consigue salvar.
Una rareza que funciona infinitamente mejor como curiosidad que como pieza cinematográfica.
‘Exeter’
El cierre del ecuador del Nocturna 2015 resultó tan genial como inesperado, y terminó por convertir un día en el que no tenía puestas muchas esperanzas en una auténtica fiesta de adrenalina, aplausos y jolgorio absoluto en la penumbra de una sala de cine. Todo gracias a la obra y gracia de San Marcus Nispel.
‘Exeter’ —alias ‘The Asylum’, alias ‘Blackmask’— es el tipo de película que había venido a ver en el festival y que hasta ahora no habían proyectado. Es el festín de cine de terror lúdico, cafre, gamberro, efectivo y sin ningún tipo de complejos que logra transportarte a la más tierna adolescencia, cuando la resurrección del slasher juvenil de la mano de Wes Craven con ‘Scream’ y muchos de sus entretenidos aunque huecos subproductos, con su mezcla de casquería y juerga, te ponía los ojos como platos y te hacía aplaudir cada muerte y celebrar cada chiste mononeuronal.
Comparándola únicamente con los trabajos de Nispel dentro del subgénero del body count, ‘Exeter’ se sitúa muy por encima del remake de ‘Viernes 13’ y a un nivel muy próximo a su estimable aproximación al universo de ‘La matanza de Texas’. La clave del éxito para alcanzar la notoriedad en tan prolífico campo radica en el tiempo que el guión y la dirección se toman para construir la historia progresivamente, dejando respirar la narración y dándole un indispensable tiempo para desarrollar sus personajes y dejarles interactuar como el diverso y atractivo grupo que conforman. Una vez detonada la acción, Nispel termina de perfeccionar su trabajo más macarra hasta la fecha con un tono desenfadado en el que hay más lugar para la comedia que el esperado a juzgar por los avances del filme, y con una sucesión de muertes salvajes y rebosantes de un humor ya no negro, sino del color rojo oscuro similar al de los litros de hemoglobina que salpican unos asesinatos —estrellas secundarias de la película con permiso de la simpática pandilla protagonista— herederos del cine gore cómico por excelencia.
Un divertimento de primera calidad que ha conseguido rejuvenecerme, arrancarme carcajadas, y volcarme al cien por cien con una película que, si bien tiene sus carencias, satisface como ninguna de sus congéneres más recientes. Gracias, señor Nispel.
Y ahora, si ustedes me disculpan, ahorraré palabras en la despedida y les citaré para la crónica de mañana. Es hora de quedarme inconsciente veinte minutos antes de otra sobredosis de cine fantástico.
¡Mañana más!