El Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, que se ha convertido en todo un referente dentro del género, celebra su XI edición.
Durante los próximos cinco días nos vamos a adentrar en las diferentes sesiones del Festival Punto de Vista, que tiene lugar en Pamplona, y que recogerán nuevas experiencias estilísticas y temáticas dentro del campo de la no-ficción. Una edición marcada por algunas pérdidas y despedidas, especialmente la del director artístico Oskar Alegria, que deja el puesto tras cuatro años encargado de la programación y el diseño del certamen, y que se ha referido al mismo como «nuestra fiesta del cine». Pero antes de centrarnos en la actualidad de la Sección Oficial, el XI Punto de Vista se ha iniciado con una retrospectiva temática, Volar, que, como su propio nombre indica, habla de los seres humanos (y también animales) de planear y alzarse por encima de sus posibilidades. Más en la época que estamos viviendo, en la que «ante la crisis, las alas» son fundamentales, como ha afirmado el propio Alegria. Cuestiones que, por sus propias características, ofrecen sin duda multitud de soluciones formales (y también argumentales). En esta primera crónica nos acercaremos también a otro programa paralelo, Cazador Cazado (cuyo título viene de la expresión Hunter Hunted, que se refiere a aquellos planos en los que, de manera más o menos intencionada, aparece una imagen del propio realizador de la película), en el que se presentarán cinco obras que se interrogan acerca de cómo filmar al creador, a la persona que habitualmente está detrás de la cámara, es decir, al director. Comenzamos la aventura.
Película de inauguración: Il Castello
¿Qué puede haber más relacionado con el tema de volar, que un aeropuerto? Y sin embargo, en «Il castello» (2011), película de la pareja de documentalistas Massimo D’Anolfi y Martina Parenti (candidatos el pasado año al León de Oro en Venecia por «Spira Mirabilis» -2016-) ambientada en el aeródromo de Malpensa, apenas vamos a ver aviones alzar el vuelo. Tras unas imágenes a modo de introducción de la sección que abrían, que funcionaban a modo de saludo por parte de los realizadores, nos adentramos de lleno en un recinto en el que la autoridad realiza una inspección férrea especialmente de drogas, explosivos y refugiados, trasnformando el recinto en una fortaleza inescrutable y que parece abandonada por momentos. Ante esta frialdad, la cinta echa mano en muchos momentos del humanismo, como aquellos que se refieren al control de documentos o de equipajes, en los que se llega a traspasar los límites del respeto a la intimidad. Pero los directores no solo no juzgan, sino que ellos mismos se introducen en esos aspectos tan personales con sus cámaras, como se ve en toda la extensa secuencia de la mujer que prácticamente hace su vida en el aeropuerto (sin duda la parte más llamativa del conjunto), esperando no se sabe a quién. Algún efectismo rompe con la ilusión de realidad, dando la impresión de que estamos ante un relato de ficción social, especialmente en contraste con otros pasajes mucho más objetivos, como el del control de animales (vivos o muertos), o aspectos del funcionamiento interno tan mecánicos como la observación de la cinta de maletas facturadas. Todo un mundo particular que, pese a parecer aislado del nuestro, recoge historias mucho más cercanas de lo que aparenta.
Morceaux de conversations avec Jean-Luc Godard
El primer filme, fechado en 2007, que se proyectó dentro de la sección Cazador Cazado tenía dos protagonistas fundamentales: tras la cámara, está el director, fotógrafo y escritor Alain Flescher, miembro del Jurado de la Sección Oficial, al que además se le dedica una sesión especial con un corto autobiográfico y un mediometraje sobre Christian Boltanski; y frente a ella, nada menos que Jean-Luc Godard, filmado en plena preparación de una exposición para el Centro Pompidou, que al final no se llego a realizar (en su lugar, se hizo una del proyecto de la misma, que sin embargo no tuvo éxito). Es indudable el valor cinematográfico que un documental de dos horas en el que Godard conversa con personas como André Labarthe, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, Dominique Païni o Anne-Marie Miéville, o sus disertaciones sobre su cine, sobre cómo «la cámara no es una certeza, es una duda», o sus problemas con otros realizadores como Chantal Akerman; aunque a nivel estético no vaya más allá del filme de testimonios de realización directa y naturalista. De su taller en Suiza al corazón de París, veremos al Godard cineasta, sí, pero además a la persona mayor, con su puro permanentemente en la boca, que tiene problemas tecnológicos, e incluso se emociona por momentos. También veremos su acercamiento a la juventud y al arte en general, pero sobre todo al contemporáneo. Esa es la dicotomía habitual de Godard: siendo ya un clásico y que admira el cine clásico (valga la redundancia), sigue manifestándose como uno de los autores más vanguardistas de la actualidad.
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