Mar. Mar 19th, 2024

La primera jornada del Festival de San Sebastián nos deja una inaguración decente y cuatro títulos de lo más potentes.

«El amor menos pensado» (Apertura)

Un año más el Festival de San Sebastián demuestra su eterno compromiso con el cine hispanoamericano. Algo que se desprende desde su pistoletazo de salida con una cinta de apertura como «El amor menos pensado». Primer largometraje de Juan Vera y triunfando en la taquilla argentina, Zinemaldia apuesta por un filme con vocación de agradar al público que ha arrebatado el Kursaal. La película, que destaca sobre todo en sus primeros compases, aborda de manera liviana pero con unos diálogos acertados las crisis matrimoniales pasados los 25 años de casados. El síndrome del nido vacío protagoniza este primer acto donde la pareja protagonista, viviendo además lo que observa en sus amigos y apuntalando alguna reflexión acompañada de un ritmo cómico y divertido. Y es que la película destacará sobre todo en su faceta más jocosa, encontrando en Ricardo Darín un actor totalmente entregado en un registro que logra hacer las delicias del respetable. No obstante, si bien el conjunto y sobre todo la química entre Darín y Mercedes Morán, enriquecen la película, el excesivo metraje (más de dos horas de duración) y un final decepcionantemente conservador enmohecen lo logrado en su primera mitad. Juan Vera apuesta, así como el Festival, por una propuesta que busque satisfacer y encandilar al público. Si nos abstraemos del eterno debate entre crítica y espectadores, pese a sus dolencias, la elección de este inicio de certamen no podría haber sido más acertado si tenemos en cuenta los nefastos ejemplos de ediciones anteriores. Estamos pues ante puro cine comercial sin pretensiones más allá de agradar a quien la vea, con algún destello fugaz en su escritura y con una interpretación estupenda de Darín. Viendo el nivel de los estrenos más taquilleros a nivel mundial, bienvenido sea este tipo de comercialidad.

«Apuntes para una película de atracos» (Nuevos directores)

Si una de las apuestas de San Sebastián es el cine latinoamericano, otro de sus puntos fuertes es el ahínco con el que catapultan futuros talentos dentro de la sección Nuevos Directores. Para muestra León Siminiani y su única «Apuntes parra una película de atracos». Un trabajo en continua evolución que se inicia casi como un desenlace de «Mapa» (2012), demostrándonos como reorienta por fin su vida, para acabar mudando su propio subjetivismo sobre un tema ajeno. Siguiendo con el mismo lenguaje a modo de voces en off y un uso inteligente y expresivo del montaje, acaba por decantarse sin quererlo por un género cinematográfico. Si en su primera película el tema era la ausencia de éste como metáfora de su vacío existencial, en este caso, sin cambiar el cómo, se enfrentará al qué. Lo hará basándose en la realidad, pero bebiendo y homenajenado las mejores películas de atracos de la historia. Siminiani se adentra en el segundo acto en una demostración personal de la planificación del robo real. Mostrará los entresijos, la realidad que existe en el caso de Flako, quien se hace llamar el Robin Hood de Vallecas al ser detenido por robar un banco tras infiltrarse desde las alcantarillas. Filmará todo el proceso de acercamiento al preso, recreando junto a su propia pareja aquellas escenas que no pudo filmar. Porque la cinta jugará en todo momento a desnudarse en su propia esencia ante el espectador, demostrándole la realidad a partir del ejercicio de la ficción. Pero una ficción que a su vez no lo es. Algo complicado de explicar, pero por parte del cineasta fácil de hacer llegar al público. Casi como Truman Capote con A sangre fría, acabará por realizar una non-fiction movie. Lo más curioso será que viviremos en sus secuencias finales como el propio protagonista del documental toma el auténtico protagonismo dejando al director de lado, comentando a su vez los pormenores de una película ya filmada pero no montada.

«Asako I & II» (Perlas)

El nuevo largometraje del prometedor Ryûsuke Hanamaguchi no puede distar más en primera instancia de la aclamada «Happy Hour» (2015). Si en aquella colosal cinta de más de cinco horas de duración nos golpeaba y lanzaba con rabia el carácter de cuatro mujeres japonesas dispuestas a acabar con su sufrimiento y revelarse contra el machismo imperante del país del Sol naciente, la Asako que da nombre al título de la película no puede estar más alejada de aquellas. Basado en una novela de Tomoka Shibasaki, el filme se abre con un breve romance estilizado de juventud entre Asako y el extrevagante Baku. Una composición artificiosa de la realidad a la hora de relatar nacimiento de esta relación que marcará los recuerdos idealizados y falsarios que viven en la mente de su protagonista. Mediante elipsis de varios años en el tiempo, iremos conociendo a los distintos caracteres que encontrará en su vida, yéndose la narración en muchas ocasiones hacia la exploración de éstos, dejando a Asako en un segundo plano. Y es que en primera instancia el personaje no puede resultar más insustancial, dejándose llevar por lo sucedido, por los impulsos de quienes rodean su vida y aceptando una vida humilde sin pretensiones. Pero Hanamaguchi esconde un as bajo la manga, uno que ya ha explotado durante el prólogo y que nos planteará la historia de una mujer enamorada de un hombre que le recuerda físicamente a su amor de juventud. La presentación y estudio de secundarios nos servirán para acabar comprendiendo (o no) el desajuste emocional que vive para consigo mismo y con los demás. Así pues, existirá un punto de inflexión que supondrá una aténtica sorpresa narrativa y que nos regalará las secuencias más indealizadas y emotivas del filme. Asako pasará de ser una mujer sumisa que adora un hombre aburrido y convencional a alguien que duda sobre lo que quiere hacer con su vida. El resultado de ello será casi como un aproximamiento a  Bodas de sangre de Federico García Lorca pero desde el desapasionamiento. Ese torbellino de emociones que, salvando las distancias, han sabido plasmar desde la quietud cineastas como Ozu. Hanamaguchi parece querer hablarnos a su vez del desafecto, la ausencia de emociones de la vida moderna, jugando con el humor absurdo que caracteriza nuestras decisiones e inteligencia emocional.

3 caras (Perlas)

Pocos cineastas son capaces de demostrar su fervoroso deseo de hacer cine en todas y cada una de sus películas como el iraní Jafar Panahi. Más cuando casi la mitad de su filmografía ha tenido que ser realizada como un acto de insumisión y resistencia, superando las restricciones que vive en un país del que no puede salir y se le prohibe ejercer su profesión. Siguiendo la estela de Abbas Kiarostami, con quien trabajó como ayudante de dirección, Panahi, ganador de premios como el León o el Oso de Oro, ha demostrado su propia personalidad convirtiéndose en uno de los más importantes cineastas del panorama internacional.

Si con «Taxi Teherán» (2015), película que también pudimos ver en su año dentro de  la sección Perlas, Panahi se encarcelaba en su coche como metáfora de la prisión de su vida siguiendo la estela del Kiarostami de «Ten» (2004), en esta ocasión, se atreverá a sacar la  cámara al exterior. Si bien  es cierto que seguirá utilizando el recurso de la cámara en el salpicadero del copiloto y el uso de grabaciones digitales en teléfonos móviles. Así pues, su impactante secuencia inicial nos puede rememorar en su dureza y reflexión sobre la violencia y la imagen al mejor Haneke. Y a partir de  aquí, el propio cineasta protagonizará junto a Behnaz Jaffarri, un thriller rural que mutará hacia una denuncia de la situación de su propio país. De hecho, él será mostrado como el genio demiurgo que promueve la irrupción de la acción, que acarrea el desarrollo narrativo. Se respirará en la reincidencia en convencer a la actriz que también se interpreta a sí misma que lo visualizado en su smartphone en una grabación real. También despertando los recelos de los lugareños que responderán de distintas maneras a su visita. Todo ello conducirá a una lúcida reflexión sobre la hipocresía existente sobre las referencias artísticas en Irán. Ironías como mostrarse falsamente cortés y hospitalario con estrellas televisivas y sin embargo negar y despreciar esas inquietudes en quienes han nacido en las zonas rurales en la frontera con Turquía. Panahi se siente como esa muchacha obligada a hacer un acto estúpido con tal de escapar un ambiente opresor que ahuyenta sus deseos. Para acabar de pulirlo, un plano secuencia final, heredero de «A través de los olivos» (Abbas Kiarostami, 1994), que resume a la perfección el ideario de la película.

«El hombre fiel» Sección Oficial

Con «El hombre fiel», Louis Garrel juega a ser su padre, abarcando las inconsistencias emocionales de un trío protagonista pero marcando cierta mirada propia. Y es que este filme no cuenta con la crudeza y filosofía que caracterizan las obras de Philippe Garrel, sino que se sustenta sobre estos enredos sensitivos para crear una dramedia colorista dónde se invitará al espectador a fusionarse con el cómico absurdo que rodea al trío protagonista. El propio Louis Garrel junto a Laetitia Casta y Lily-Rose Melody Depp darán vida a unas personajes que se dirigen al espectador en off, nos vuelcan sus deseos y recuerdos, truncan e inventan el montaje y buscan la complicidad de un público al que le facilitan y mucho el empatizar con ellos. El frío invernal de París será un personaje más de este cuento moral que nos incita a reirnos de  las  complicaciones psicológicas que martirizan como un aténtico sinsentido las relaciones amorosas.

Podcast:

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Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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