En la tercera jornada abordamos «Girl», la japonesa «Jesus», «First Man» de Chazelle y lo más nuevo de Bruno Dumont
«Jesus» Nuevos directores
Pocas sorpresas tan agradables como descubrir a un joven cineasta con tanto futuro por delante como el nipón Hiroshi Okuyama. Su ópera prima en el campo del largometraje «Boku wa Iesu-sama ga kirai», de título internacional «Jesus», es sin duda una obra repleta de puro sentimiento y veracidad. Desde una sencillez abordada desde los cuatro tercios, la cinta nos relata con total honestidad una nueva etapa en la vida de un niño llamado Yura. Experimentando un cambio abrupto al mudarse por la muerte de su abuelo, el pequeño llegará a un colegio nuevo donde deberá empezar de cero. Tendrá el apoyo de su familia, pero esta nueva aventura deberá emprenderla escuchando distintas voces adultas aunque tomando sus propias decisiones. Aterrizando dentro de una escuela que abraza el catolicismo, Yura experimentará un mar de dudas en cuanto a la religión, teniendo una idea muy confusa de lo que supone tanto Jesucristo como la oración, moldeando esa idea en su propio imaginario y tomando vida propia dentro de la visión del director. También sentirá el florecimiento de la amistad con otro niño, el conocimiento de los otros modelos de familia, protagonizando escenas idílicas repletas de puro sentimiento, cotidianidad que a su vez se maravilla de la magia que surge en la figura de los demás. Retazos de realidad, en ocasiones similares de los que se desprenden de la filmografía de Hirokazu Koreeda, pero alternando un surrealismo que no hace sino adentrarnos en la psique de nuestro protagonista. El filme, virará finalmente hacia otros derroteros, situaciones extremas con las que convivimos los seres humanos, tragedias que pueden acontecer en cualquier momento. Desde la formación de la personalidad, la película nos hablará en última instancia del crecimiento emocional, el libre albedrío, de las bondades de la amistad y el descubrimiento y la losa de la frustración y el dolor. Un compendio de pasiones humanas magistralmente retratadas en no más de 75 minutos. Una carta de presentación inmensa que impulsa a un cineasta con una proyección estupendamente encaminada.
«First Man» Perlas
«First Man» no solo recoge la temática reinante en la filmografía anterior de Damien Chazelle, sino que decide llevar toda esta constante un paso más allá. Un pequeño paso para el cine, uno gigantesco para la megalomanía del director. Y es que este retrato del primer hombre en pisar la Luna protagonizado por los primeros planos de un Ryan Gosling en su faceta más inexpresiva, no sirve sino como motor para impulsar un surtido de ideas con las que el cineasta no puede estar más obsesionado. Si en su momento sufrimos el acalorado debate sobre la funcionalidad de su mensaje en películas como «Whiplash» o «La la land», «First Man» se materializa como una pista más para demostrar su auténtica intención. Porque el protagonista de esta cinta lo vuelve a hacer, renuncia a sus propios sentimientos y dedica un esfuerzo sobrehumano en destacar y convertirse en leyenda. Lo hace yendo a trabajar pese a la muerte de su hija e ignorando el sufrimiento continuo de su propia esposa. Y si bien es cierto que existe el indicio de la duda en la escena en la que se ridiculizan las respuestas autmatizadas de Neil Armstrong ante sus hijos, pocos minutos después las imágenes y la música ensanchecen la heroicidad de un alunizaje perpretado por un personaje demostrando su valía tras una década de esfuerzos. Algo recompensado por su propia familia en el plano final, pocos momentos antes de engrandecer de nuevo su figura demostrando como el haber llevado el dolor de la pérdida por dentro lo ha llevado hasta lo más alto. Y al igual que Armstrong, Chazelle no se queda atrás en su virtuisismo, sobrecargando lo mostrado en pantalla como un ejercicio de exuberancia técnica que busca más su propio agrado que el del público.
«Girl» Perlas
Desde Bélgica nos llega «Girl», la cinta de Lukas Dhont que ha dado y mucho que hablar desde su premiado paso por Un Certain Regard del último Festival de Cannes. Se trata de la enésima cinta que aborda el conflicto emocional de la transexualidad, aunque al revés que en películas como la oscarizada «Una mujer fantástica» del chileno Sebastián Leilo, esta vez el conflicto no nacerá del rechazo de los demás sino del propio. Porque esta propuesta intimista que acerca la cámara continuamente al objetivo a filmar nos mostrará la cotidianidad de una vida que dista y mucho de ser armónica. Lara, una joven de 16 años que se siente mujer, contará con el apoyo paternal y médico a la hora de querer iniciar un tratamiento que acabará en un futuro en la transformación íntegra de su cuerpo. Dhont nos muestra un ambiente soprendentemente progresista, donde se comprende a la protagonista, tanto por parte del ya mentado padre, estupendo personaje, como de el equipo médico y el profesorado de ballet. Si es cierto que la relación con los compañeros de instituto no gozará de la misma salud, entregándonos algunas escenas dolorosas, pero el sufrimiento de Lara reside en un lugar peor. Se trata de su propio cuerpo, una cárcel que la condena continuamente la infelicidad. Sabiendo que en un par de años podrá disfrutar unos órganos íntegramente femeninos, se rendirá a la inconteninencia de sus instintos. Y es que el tema que plantea el filme no puede ser más complejo. La película abordará la autodestrucción física que nace del deseo de transformación, una metamorfosis que se antoja injusta, ya que ella detesta el haber nacido con cuerpo de hombre.
Si bien la dirección, como hemos comentado, no dista mucho del cine europeo autoral y social de los últimos años, si cabe mencionar la elegancia narrativa de los tres últimos planos. Aceptación exterior, monstruosidad subjetiva y mirada hacia adelante. Una lección concentrada en en poco más de un minuto de duración
«Coincoin y los extrahumanos» Zabaltegi
Si con «Twin Peaks», David Lynch abría su serie sobre el mcguffin del misterio de un asesinato sin resolver para más de 25 años después regresar con «Twin Peaks: The Return», abandonando todo realismo y sumergiéndose en su propia libertad creativa, algo parecido nos podríamos aplicar a lo que ha hecho Bruno Dumont. Porque si con «El pequeño Quinquin» miniserie de 4 episodios que ya pudimos ver en el Zinemaldia de 2014, nos sumergía en su peculiar universo investigando un crimen sucedido en esa zona rural francesa, el regreso de la serie obvia también cualquie atisbo de realismo para iniciarse. Quinquin ha crecido y ahora le llaman Coincoin. El resto de personajes son los mismos, con sus peculiaridades y sus rarezas, derrochando la esencia de un universo imaginativo construido hace cuatro años. En esta nueva aventura, el fino hilo narrativo no puede ser más absurdo. Sin venir a cuento y sin saber por qué, los lugareños empiezan a padecer la abrupta caída de excrementos extraterrestres. Un caso que investigarán los indescriptibles agentes Van Der Weyden y Carpentier en su versión más bufona y ridícula. A partir de aquí, Dumont confecciona un ejercicio de estilo que ataca sin miramientos los cánones de la coherencia lingüística. Sobre todo a través de estos personajes, se valdrá de los códigos del cine mudo y de los primeros slapsticks para confeccionar su propia obra. Lo hará llevando recursos como la gestualidad, el humor físico, las muecas o los exabruptos al extremo, reiterándose continuamente sobre ellos, entorpeciendo a drede el desarrollo narrativo. Los diálogos de besugos contruirán un posthumor llevado hasta los límites, derivando cualquier tipo de comunicación o avance al movimiento de los protagonistas. Las dualidades y la incomunicación, el racismo y la crítica a los estamentos policiales y eclesiásticos, se vivirán desde un humor negro que apuesta por la complicidad humorística del espectador que acepte al desafío, recompensándolo con un final digno de Emir Kusturica, celebrando el esperpento y dejándonos la mejor obra vista hasta el momento en el Festival para quien os escribe estas líneas.
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