Quinta jornada del Festival de San Sebastián con «In Fabric», Illsang», «Quién te cantará» y «Largo viaje hacia la noche».
«In fabric» Sección Oficial
Peter Strickland, artífice de obras tan estimulantes como «Berberian Sound Studio» (2012) o «The Duke of Burgundy», ha llegado a la sección oficial levantano muchas expectativas, siendo a priori uno de los nombres más atractivos a competición. Y lo era porque sus anteriores cintas supusieron una agradable sorpresa en la innovación fílmica. La primera desde el metacine, desentrañando la construcción auditiva de un filme, reinterpretando y haciendo suyas las reflexiones de cintas como «La conversación» (Francis Ford Coppola,1974) y «Blow-Up» (Michelangelo Antonioni , 1966). La segunda elaborando un lenguaje críptico supeditado a la evocación onírica de sus imágenes siempre en relación al carácter de sus trabajados personajes. Sin embargo, «In Fabric», su nuevo largometraje, se aleja de esta evolución anterior en su carrera de cineasta para estancarse en algo totalmente distinto. No sabemos si considerarlo un paso atrás en su trayectoria o entenderlo como una pausa. Quizás esa sea una cuestión que no podamos adivinar hasta sus próximos trabajos, si bien es cierto que el director tiene la libertad de presentar un proyecto totalmente nuevo y diferente a los esperado. Aunque si obviamos los prejuicios que pueden nublar el juicio de la obra como tal, «In Fabric» no solo decepciona en cuanto a la sospecha de que Strickland pudiese haber puesto su talento en favor de una película distinta, lo cual eso ya sería culpa de quien os escribe este texto, sino en el largometraje como tal. El director bucea en el apropiacionismo del giallo para dotar a su trabajo de un áurea propia, aunque ese intento se desinfla a medida que avanza el metraje. Recupera el colorido y la estética del subgénero, jugando con la gruesa línea que aboca lo narrado en el delirio. Introduce giros inesperados pero no originales y finaliza su divertimento en un clímax sin fuerza y mustio, haciendo las delicias de los adictos a estas temáticas pero aburriendo a quien no encuentra nada personal o destacable en esta reiteración de un cine explotado desde los sesenta.
«Illsang: La brigada del lobo» Sección Oficial
Pocos directores de cine filman la acción como el surcoreano Kim Jee-woon. En una cinematografía la de su país que se ha puesto en la cabeza del mundo a la hora de recrear el thriller más violento, una cinta como esta no podía sino despertar el interés de una sección oficial hasta ahora poco estimulante. Nada más lejos de la realidad. «Illsang: La brigada del lobo» supone uno de los desaciertos más sonados del casi siempre inspirado cineasta. Como decíamos, puede que Jee-woon sea el mejor realizador a la hora de rodar la acción en el planeta, defeniéndose con estilo en el humor, como vimos en «El bueno, el feo y el raro» (2008), la intriga, y para ejemplo «El imperio de la sombras» (2016) o el drama, con «A Bittersweet Life» (2005). Es por eso que su nuevo trabajo no puede sino chocarnos en el fallido resultado de un director con las ideas tan claras y el talento tan fino. Esta historia de ciencia ficción basada en un manga de Mamoru Oshii, que nos plantea desde un prólogo visualmente hortera una reunificación coreana y un conflicto entre brigadas policiales, terroristas y organizaciones gubernamentales secretas, acaba disipándose en la simpleza y la nadería. Su propia esencia, de fuerte rechazo al estamento policial y sus praxis, casa a la perfección con la ideología crítica reinante en este aspecto la producción cinematográfica coreana contemporánea. Sin embargo, tras su impactante primera batalla, el filme se pierde en una historia de contraespionaje que no tiene ningún sentido. Lo que en la ya mencionada «El imperio de las sombras» nos mantenía abducidos a la pantalla, aquí se respira pesado y falto de emoción. La proyección de un hombre duro que acaba con brutalidad con quien se pone en su camino salvando a la mujer trofeo nos deja un esqueleto de la trama más propio de filmes de acción de otro tiempo. Una cinta que se vive con tedio y rechazo y que tan solo salvan las estupendas escenas violentas con la que Jee-woon vuelve a brillar.
«Quién te cantará» Sección Oficial
Tras el inesperado éxito cosechado con la ya icónica «Magical Girl», Carlos Vermut reconocía estar atemorizado ante sus perspectivas de futuro. El no conventirse en un one-hit-movie puede que haya sido quizás el culpable de que su nuevo trabajo, «Quién te cantará», suponga un paso más en su corta evolución como cineasta. Una consagración autoral que nos invita a interrogarnos sobre el por qué esta película no ha sido seleccionada en otros festivales de clase A.
Citando temáticamente a «Persona» (Ingmar Bergman, 1966) en sus primeros compases, la nueva y personalísima cinta de Vermut demuestra el poderío de su propio carácter. Lo hace apelando a la fuerza de sus imágenes, y a los acertados y lúcidos acordes musicales de Alberto Iglesias. La cinta narra la historia de Lila, una cantante de éxito retirada hace diez años que tras un incidente, sufre un episodio de amnesia. A su vez, también la de otra mujer, Violeta, admiradora de la primera, madre soltera interpretada por una inmensa Eva Llorach atormentada por la crueldad de su hija Marta, a quien da vida una estupenda Natalia De Molina. A partir de este contexto, Vermut confecciona diálogos secos, donde las actrices recitan, dejando entrever el artificio de lo expuesto. Busca mediante esta representación subrayar el carácter realista de los sentimientos despertados en la cinta. Cinta que abrazará el melodrama almodovariano acoplando un virtuosismo musical encomiable que engloba y absorbe con ímpetu al espectador. Le sumergirá de lleno, con pocas concesiones al humor absurdo de situaciones incómodas. Su intención será la de dejarse llevar en una espiral malsana donde se fusiona los recelos maternos y las ambiciones artísticas.
«Largo viaje hacia la noche»
Hablar de una película como «Largo viaje hacia la noche» con tan solo un visionado y desde un contexto de festival resulta tan complejo como deshonesto. Lo es porque el segundo largometraje del chino Bi Gan tras la inmensa «Kaili Blues» (2018) exige un compromiso con el espectador, elemento interactivo en su percepción de lo que el realizador busca relatarnos. En su primera mitad, Luo Hongwu, regresará a Kaili en busca de una mujer, un amor del pasado de la que solo puede dar un nombre. El montaje de la cinta nos retrotrae al cine de Wong Kar Wai, apostando por un compendio visual muy atractivo, consiguiendo escenas que nacen del subjetivismo del personaje. Un relato críptico, que no duda en retratar violencias, falta de empatía, las maldades de la China actual. Un compendio también de testimonios y reflexiones poéticas en off que configuran la visión vital y existencialista del protagonista. Algo que contrasta con la liberadora a la vez que lúgubre segunda mitad. Hacia los 50 minutos del relato, el personaje nos da pie a introducirnos en un mundo nuevo. Los espectadores no ponemos las gafas 3D y entramos por una ventana a un nuevo universo. Una dimensión que paradójicamente, se vive gracias al plano secuencia de más de una hora de duración como más certero y veraz que lo narrado con anterioridad, sumándole el inciso de las tres dimensiones. Sin embargo, lo que viviremos dentro de este ambiente onírico será mucho más surrealista, ausente de toda lógica. Los pensamientos y las emociones de Lou se enfrentarán a sus propios miedos y preocupaciones, ayudando a ello la perfección técnica de una hazaña fílmica totalmente integrada en la propia coherencia de la historia.
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