El tercer día de Sitges 2014 ha supuesto una vuelta a los mejores 80’s con la gloriosa «The Guest» de Adam Wingard, y la productora Cannon como protagonistas.
Permitidme unos segundos para respirar, tragar saliva y bajar mi ritmo cardíaco.
Hace ya una hora que he salido de ver “The Guest”, el nuevo trabajo de Adam Wingard, y he de confesar que aún no he asimilado el filme y todo lo que me ha hecho sentir. No se si alguno de vosotros ha experimentado alguna vez tal sensación de plenitud mientras veía una película que ha hecho imposible contener las lágrimas… Pero de todo esto os hablaré más tarde.
Mientras tanto, tras haber conocido a un periodista de Boston en la sala de prensa bien majo, y con otra de mis maravillosas lavativas en forma de café soluble de medio litro amargando mi existencia —aunque no más que la primera proyección del día—, os contaré algo sobre el despropósito que es cierta película con castores zombie como principal y, a priori, jugoso reclamo. Nada más lejos de la triste realidad.
“Zombeavers”: Que venga Lloyd Kaufman y ajusticie a los responsables
No lo negaré; cuando leí sobre la existencia de un filme cuya premisa situaba a un grupo de adolescentes asediados por castores zombie, me pudo la emoción. Soy ese tipo de persona. Terminé de ver la genial “Piraña 3D” (Alexandre Aja, 2010) con una sonrisa descomunal en la cara, reconozco haber sentido un placer muy culpable con “Serpientes en el avión” (David R. Ellis, 2006), e incluso disfruté como loco con “Sharknado” (Anthony C. Ferrante, 2013); pero cuando una cinta de las características de las mencionadas, independientemente de su calidad cinematográfica, resulta soporífera, la debacle está garantizada, y ese es precisamente el motivo de que “Zombeavers” se muestre como un desastre garrafal.
Que una película con un metraje que ronda la hora y cuarto de duración altere tu noción del tiempo, dilatándose en tu mente hasta hacerte creer que llevas una eternidad sentado en una butaca que, por momentos, se hace más y más incómoda, es imperdonable; más aún tratándose de una comedia. Ni los efectos especiales manuales —he de reconocer que los castores son geniales—, ni los esfuerzos de un torpe Jordan Rubin, que dirige sin pies, cabeza, ni estilo propio por sacar adelante su obra, ni ese marcado espíritu Troma que te arranca una sonrisilla cómplice durante sus créditos iniciales, con un barril de residuos tóxicos flotando río abajo, consiguen sacar adelante una cinta cuyo planteamiento termina siendo más divertido que el filme en si.
Haciendo balance, “Zombeavers” es más efectiva como película porno softcore que como comedia. Parece que el equipo se volcase más en lucir el palmito de los tres personajes femeninos, que en hacer reír al respetable de manera mínimamente inteligente —por favor, no más chistes de pedos a estas alturas—. Rubin y compañía deberían haber pagado el dinero invertido en destrozar coches e incendiar un set, en pagar a un guionista decente por un libreto más consistente y con un mínimo de gracia.
“The Guest”: Una película que te hace recordar por qué amas el cine tan intensamente
Durante los primeros compases de “The Matrix” (Lana y Andy Wachowski, 1999), uno de los personajes le dice a Neo que este es su “Jesucristo particular”. Nunca creí que existiese un momento en mi vida en el que pudiese utilizar esa frase hasta el día de hoy, porque después de ver “The Guest”, la idea de montar una iglesia adorando a Adam Wingard no se borra de mi mente.
Wingard vuelve a aliarse con el guionista Simon Barrett tras haber firmado juntos “You’re Next” la mejor película de terror de su año, y el más notorio slasher desde que Wes Craven sorprendiese a medio mundo con su “Scream” en 1996. En esta ocasión, el bueno de Adam abandona el terror de su anterior filme para pasarse al terreno del thriller de acción, y el cambio de aires le ha sentado especialmente bien, habiendo firmado la que, por el momento, y siendo muy difícil que esto cambien durante toda la semana que queda de certamen, es el mejor largometraje que he podido disfrutar, ya no sólo en lo que llevamos de Sitges, sino en mucho tiempo.
“The Guest” es la muestra fehaciente de que Adam Wingard es un prodigio. Cuesta muchísimo llegar a imaginar dónde almacena tantísimo talento, pero después de haber visto su último trabajo no queda lugar a dudas que el realizador que apuntaba maneras con su anterior trabajo, ha acabado convirtiéndose en una figura que, salvo catástrofe, está destinada a convertirse en uno de los grandes del género y en dejar un legado fílmico a la altura del de John Carpenter.
Se que esto último pueden parecer palabras mayores, o un delirio de un fan enfervorecido, pero el recital de CINE que es “The Guest”, es muy difícil de repetir.
La evolución de la cinta resulta apasionante. El modo en el que Wingard siembra la semilla de la intriga y hace brotar de ella unas raíces que se arraigan en la mente del espectador y no la deja escapar resulta envidiable, al igual que la interpretación de un Dan Stevens que consigue cumplir a la perfección la dificilísima tarea de conseguir que el público conecte con el malo de la película. Pero cuando creíamos estar ante un thriller contenido, centrado en las relaciones entre sus personajes, y casi embotellado en la casa y el vecindario, Wingard y Barret dan un giro de 180º a lo acontecido hasta el momento para transformar su trabajo en un recital de acción que parece sacado de los más memorables años ochenta.
La ambientación y la sombra de esa década tan maravillosa para el cine de género bañan “The Guest” sin ningún disimulo, convirtiendo el filme en un ejercicio de estilo que, más que evocar o imitar, ya forma parte de la identidad de Wingard como autor. Desde la cuidada y excelente banda sonora —el remake de “Maniac” (Franck Khalfoun, 2012) es el último gran ejercicio de retrospectiva musical que recuerdo—, hasta la dirección de fotografía —especialmente la de un tramo final más Carpenter imposible—, todo es una oda a lo ochentero, a un cine con el que tanto Wingard como servidor, hemos crecido.
Puede que esto último tenga parte de la culpa, —además de porque es un excelente largometraje— de que “The Guest” haya generado tantísima emoción en mi interior, hasta el punto de lograr que se me saltasen las lágrimas durante su breve tercer acto, no por la empatía con los personajes o por el drama propuesto en el libreto, sino por haber descubierto un filme tan redondo y que me ha hecho recordar por qué amo el cine de género.
Gracias, Adam Wingard.
“The Go-Go Boys: The inside story of Cannon Films”: Cinefilia hasta el fin
Qué mejor marco que el icónico cine Prado para gozar de una oda al cine, tanto como arte, como en su cariz de oficio, como el documental “The Go-Go Boys”. Con Menahem Golan y Yoran Globus, cabeza y corazón de la malograda y mítica Cannon Films como unos narradores de lujo, la película hace un repaso tanto de la gloriosa época dorada de la productora, como de los momentos más oscuros que la condujeron tristemente al desastre.
El material de archivo, intercalado con entrevistas a los propios Golan y Globus, y con intervenciones de figuras de la talla de John Voight, Andrey Konchalovskiy o Eli Roth, así como el numeroso material de lo mejorcito que regaló la Cannon a los amantes del séptimo arte, construyen una pieza que, junto a “The Guest”, ha convertido este día en un maravilloso viaje temporal tres décadas atrás. No obstante, aunque esté hablando con cierto entusiasmo del documental, la historia, especialmente en su último tramo, no es en absoluto sencilla de digerir.
“The Go-Go Boys”, sorpresivamente agridulce atendiendo a su carácter, en primera instancia, festivo, muestra la crudeza de cómo una pasión como el cine puede llevarte a perderlo todo, pero aún así, y en la peor de las circunstancias, te obliga a seguir con ella como si fuese la más dura de las drogas.
Observar cómo Menahem Golan, muy avanzado en edad, continúa teniendo ese mismo brillo en los ojos al hablar sobre escribir y rodar historias que cuando sacó adelante clásicos que pude disfrutar en VHS siendo un renacuajo como “Bloodsport” (Newt Arnold, 1988) o “The Delta Force” (Menahem Golan, 1986), ha resultado ser el mejor discurso motivacional que he podido recibir a lo largo del día.
Y para terminar de rematar un tercer asalto de Sitges 2014 que “San Wingard Bendito del Amor Hermoso” y los Go-Go Boys han transformado en una experiencia nostálgica y personal difícilmente repetible, acabo de llegar a mi humilde morada tras compartir unas cervezas y muchas palabras con parte del equipo responsable de “LFO”; concretamente con Antonio Tublen —director— y Alexander Brøndsted —productor—; gente muy agradable y con la que ha dado gusto hablar, como no podía ser de otro modo, de cine, cine, y más cine.
Menahem Golan dice en “The Go-Go Boys” que para él, el festival de Cannes es como la Navidad, porque cuenta los años de edición en edición del certamen. Le he comprendido a la perfección, porque en mi caso, ocurre exactamente lo mismo con esta meca del fantástico internacional que es Sitges.
Mañana más, y puede que incluso mejor.