Mar. Mar 19th, 2024

La delgada línea que separa fantasía y realidad ha sido el leit-motiv del cuarto día de Sitges 2014, con «The Voices» y «Réalité» como lo más destacado.

¡Buenas tardes!

Se me antoja extrañísimo poder saludar con esa expresión y poder escribir bajo la luz del Sol, y no iluminado por la fría farola que preside el balcón de mi refugio. Pero son las siete de la tarde, y la mañana ha sido lo suficientemente fructuosa como para permitirme empezar a contar cómo han ido los visionados hasta el momento sin necesidad de plantearme aspirar café soluble para mantenerme consciente.

Un dato cuanto menos curioso de la jornada de hoy es que los tres cintas más destacables del día han compartido un nexo de unión de forma tan evidente que parece prácticamente imposible que su coexistencia en la programación de un mismo día haya sido fruto del azar.

La barrera entre realidad y ficción, entre sueño y vigilia, y la delgada línea que separan ambas dimensiones, ha sido el punto en común de “The Voices”, “Stereo” y “Reálité”. Tres filmes situados en tres polos radicalmente opuestos, pero con el leit-motiv de esta edición del festival, los sueños, como inesperado vínculo entre ellas.

“The Voices”: Agridulce, encantadora y tremendamente arriesgada

The Voices

Probablemente me lluevan los insultos y perciba el odio de muchos de los lectores del mismo modo que un Jedi percibe la Fuerza cuando diga que, tras “Persépolis”, perdí totalmente de vista a Marjane Satrapi. Su filme animado basado en el cómic —o novela gráfica, guardad los cuchillos— homónimo del que también es autora, no terminó de llenarme lo suficiente como para impulsarme a ver sus siguientes obras.
Pero como Sitges es un lugar mágico en el que a veces sucede lo impensable, el milagro ha acontecido gracias a la proyección de “The Voices”, cuarto trabajo de la iraní como directora, y primero con producción estadounidense de su filmografía, en la Sección Oficial del certamen.

Definir “The Voices” se hace tan complicado como hablar de sus bondades, pero si tuviese que resumir haciendo uso del mínimo posible de palabras el largometraje, sería calificándolo de “arriesgada y tremendamente efectiva mezcolanza de tonos”.
La capacidad de la cinta para moverse entre los terrenos del drama más emotivo y la comedia negruzca y pasada de vueltas, cambiando de un registro a otro en muy breves lapsos de tiempo, dota de un encanto especial a la amarga historia de Jerry; un enfermo de esquizofrenia con una relación un tanto particular con sus mascotas.

El acerbo relato sobre la soledad y la aceptación que plantea Satrapi está impregnado de un estilo propio y personal que consigue introducirte en el peculiar universo en el que transcurre —o no— el periplo de Jerry desde el primer momento en el que hacen acto de presencia los uniformes rosa chicle de la empresa en la que trabaja el protagonista.
La dirección de la cinta resulta elogiable, tanto por la habilidad de la directora creando una atmósfera que no todos los espectadores sabrán apreciar por lo enrarecido de la misma, como por su desparpajo al mover la cámara. Pero si por algo despunta “The Voices” es por una dirección de actores que hace que incluso Ryan Reynolds efectúe una interpretación digna de ser admirada, teniendo en cuenta tanto la complejidad de su personaje y el enrarecido ambiente del filme.

Una grata sorpresa que apuntaba maneras desde el momento en el que se conoció su premisa, con momentos especialmente emotivos, divertidísima, e incapaz de dejar indiferente a nadie. Y por si todo esto fuera poco, Anna Kendrick regala uno de los personajes más dulces que ha interpretado en su carrera, construyendo los pasajes más enternecedores del largo cuando comparte pantalla con Reynolds.

“Stereo”: La curiosidad mató al gato. La pretensión, al cineasta

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Esto de salir corriendo del Retiro para llegar al Auditori en menos de quince minutos se está convirtiendo ya no sólo en tradición, sino en un sustituto perfecto a mis sesiones de entrenamiento que tanto estoy echando de menos estos días. El problema es que las endorfinas liberadas después de los sprints cuesta arriba no logran mejorar tu humor cuando te das cuenta de que el esfuerzo físico ha sido para ver un filme que no cumple, ni por asomo, con tus expectativas.
Hoy se ha dado este triste caso, porque el thriller alemán “Stereo”, pese a haber contado con un interesante avance y tener varios aspectos formales especialmente cuidados, tira por la borda su propuesta al liarse innecesariamente contando una historia que, de haberse narrado con menos pretensiones y afán de sorprender, hubiese funcionado a la perfección.

La base argumental del segundo largometraje de Maximilian Erlenwein, lo en el subgénero del thriller criminal, prolífico donde los haya, en el que un novio y padrastro aparentemente ejemplar con oscuros secretos tendrá que enfrentarse a sus demonios encarnados en peligrosos mafiosos del Este europeo. Hasta aquí todo bien. La traba viene de la mano del detonante de la cinta; momento en el cual Erik, el personaje protagonista, comienza a ser acosado por un hombre al que sólo él puede ver y oír. A partir de este momento, la obra de Erlenwein se pierde en un sin fin de incongruencias, secuencias repletas de sinsentidos, y una impostada complejidad narrativa aparentemente articulada con la única finalidad de convertir la película en un artificio fascinante y sorpresivo.

En lugar de eso, lo único que consigue “Stereo” es convertirse en una prueba irrefutable de que el acrónimo “KISS” —Keep It Simple, Stupid—, representa una técnica infalible a la hora de llevar un guión, y por ende, un largometraje, a buen puerto. Ni siquiera el buen pulso narrativo y la pulcritud formal del filme lo salvan de la quema.

“Réalité”: “Inception» a la Dupieux

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Pocas sensaciones tan geniales hay como las que te transmite ese momento en el que sales de una proyección, rodeas el edificio que alberga en su interior la sala de cine, y vuelves a entrar para sumirte en otra hora y media de ficción. Y más genial es cuando esos escasos metros que conforman el perímetro del local son lo único que te separa de ver lo nuevo de ese genio llamado Quentin Dupieux.

No esconderé mi devoción por Dupieux en estas líneas.
Su labor en publicidad es sobresaliente, su obra musical impresionante, y, para terminar de rematar la jugada, lleva doce años confirmando su superdotación audiovisual regalando al respetable genialidades fílmicas de la talla de su última joya, “Realité”, donde vuelve a cultivar el espinoso terreno del post-humor, si así queremos llamarlo, regando el filme con una buena dosis del metalenguaje con el que inició su carrera como cineasta en “Nonfilm” (2002), y que tan buenos momentos me hizo pasar en “Rubber” (2010). En esta ocasión, Mr. Oizo —nombre artístico del señor Dupieux—, repite el esquema narrativo de sus dos anteriores cintas, “Wrong” (2012) y Wrong Cops (2013), construyendo un relato repleto de auténticos disparates que desafían toda lógica y con múltiples personajes cuyas tramas terminan convergiendo dando sentido a una totalidad, a priori, totalmente incongruente.

“Réalité” resulta especialmente meritoria si atendemos a la dificultad para conseguir esa cohesión entre sus delirios oníricos, en su tramo final. Dicha complicación viene dada al juego onírico que Dupieux, quien parece disfrutar cada vez más con retos narrativos de estas características, plantea la que ya es su sexta pieza como director. De este modo, realidad y ficción, separadas por una frontera prácticamente imperceptible, se dan la mano en una cinta tan delirante como sumamente inteligente, con una fotografía impecable —heredera de la experiencia publicitaria del realizador— y con momentos tan brillantes como hilarantes.

Al igual que sus anteriores trabajos, “Réalité”, debido a su particular sentido del humor y a lo extravagante de las situaciones que plantea, polarizará las opiniones vertidas por los espectadores que tengan el placer —o no, según se mire— de verla. Porque el trabajo de Quentin Dupieux, o se ama, o se odia. Y en mi caso, no se me ocurre modo más delicioso de pasar noventa minutos que frente a uno de los calculados desvaríos de este genio francés.

Y con esto y un bizcocho, ha dado la hora de cenar —supongo que la trillada frase de despedida viene dada a la hambruna, no me lo tengan en cuenta—, así que voy a hincar el diente a lo primero que pille, y a ver qué se cuece por el ambiente nocturno del festival, porque en Sitges, hay mucho que vivir.

¡Hasta mañana!

Por Víctor López G.

Sociópata altamente funcional. Ex-gordo. Ex-ESCAC. Superhéroe a tiempo parcial y cinéfilo a tiempo completo

Un comentario en «Sitges 2014 (Dia 4): Jugando con la «Réalité»»

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