El punto medio del festival ha quedado marcado por «Bone Tomahawk»; un western con caníbales de por medio que ha desbancado a «The Witch» como reina del certamen.
Muy buenas tardes a todos. Son las cuatro y ocho minutos de la tarde. Por motivos ajenos a mi voluntad, he tenido que desplazarme durante las últimas jornadas hasta la capital, y por eso comienzo a escribir estas líneas en el incómodo asiento de plástico de un cercanías mientras considerables cantidades de lluvia se deslizan como cascadas por las malogradas ventanas. No se si será por lo gris y mortecino del día o porque consumir un mínimo de seis horas de ficción diarias termina turbando el juicio y la razón, pero el hecho que, por segunda vez en un lapso de tres días, el tren se haya detenido porque un pasajero haya caído redondo al suelo, ambulancia inclusive, comienza a hacerme creer que estoy presenciando el brote de una pandemia.
Con suerte, los mencionados enfermos no intentarán devorarnos el cerebro, así que pueden ustedes estar tranquilos, porque las crónicas seguirán saliendo puntuales por muchas noches en vela, tazas de veneno —café soluble—, o ayunos involuntarios a los que me vea sometido.
¡Comencemos!
“Frankenstein”: Romántica rareza
Durante un pasaje de la enésima adaptación de la novela de Mary Shelley, dirigida esta vez por un artesano de la narrativa cinematográfica como es Bernard Rose, quien siempre será recordado por su fantástica “Candyman”, el mítico monstruo protagonista hace una reflexión empleando el fuego como centro de una metáfora en la que afirma no comprender en absoluto cómo un único elemento puede provocar dos sensaciones tan distintas.
Esta cavilación podría extrapolarse fácilmente a mi experiencia viendo la nueva “Frankenstein” y a, pese ser consciente de sus las numerosas taras y limitaciones que adolece, lo mucho que he podido disfrutarla.
Puede que sea especialmente receptivo a este tipo de historias impregnadas de un romanticismo desasosegante y sombrío, o tal vez todo haya sido una simple casualidad y me he despertado con el estado anímico perfecto para seguir a Adam en su solitario periplo en la contemporánea ciudad de Los Ángeles, pero revisitar el mito de “Frankenstein” desde el tono tan poco acertado como efectivo que propone Rose ha despertado un cúmulo de emociones en mi interior que no esperaba en absoluto. Y eso es mucho decir.
En la charla de rigor durante los minutos posteriores a la proyección, dialogaba sobre la concepción del texto original con una amiga que defendía la naturaleza del mismo huyendo de la etiqueta de novela gótica romántica y catalogándola como un ejercicio de ciencia ficción —lo cual tiene muchísimo más sentido del que puede parecer a simple vista—. Esta calificación genérica encaja como anillo al dedo con la aproximación del director de “Mr. Nice”, en la que ingeniería genética, medicina y robótica confluyen en una suerte de pastiche sci-fi con un espíritu victoriano representado en pantalla entre el fluir de teléfonos móviles, gafas de sol y sudaderas mediante el off de la voz interior del monstruo, extraída directamente de los pasajes del material original, y descrita por el propio realizador como el equivalente a «las palabras de Lord Byron en un mal día».
Puede que este “Frankenstein” roce el despropósito en muchos aspectos; altibajos de ritmo, un segundo acto que se antoja dilatado en exceso, personajes histriónicos, un trabajo de cámara algo descuidado en algunos momentos… Pero todo esto puede perdonarse por la valentía de Bernard Rose a la hora de tratar un clásico de este calibre desde una perspectiva tan complicada, y hacerlo sin vergüenza ni tapujos; deleitando al personal con un par de momentos gore de la vieja escuela y haciendo disfrutar a los románticos empedernidos que, como servidor, adoramos estas riadas narrativas de tormento emocional.
“Bone Tomahawk”: Los mejores 133 minutos del festival
Damas y caballeros, estamos ante una sólida candidata a arrebatar del Olimpo de este Sitges 2015 a la, hasta ahora, irreductible “The Witch”.
Pocos días antes de que comenzase el certamen mi ilustre amigo, montador y compañero de piso —hola, Imanol— me enseñó el tráiler de una película titulada “Bone Tomahawk”. La experiencia rozó lo orgásmico, y me subí en el tren del hype mientras los planos del desierto americano pasaban ante mi rostro como si de la lisérgica secuencia final de “2001: Una odisea del espacio” se tratase. He de reconocer que esta situación me preocupó, y acudí al pase con la sensación de que el avance iba a dinamitar las posibilidades de disfrutar por completo la película debido a las altísimas expectativas generadas. Craso error.
El debut en la dirección de S. Craig Zahler, guionista que afirmó haber escrito más de cincuenta guiones para diferentes estudios de Hollywood, —terminando todos, y cito textualmente: «siendo utilizados como papel de váter»— con su western de terror que bien podría haber salido de una noche loca entre “Centauros del desierto” y “Holocausto caníbal” se alza como uno de los mejores debuts que he visto en mucho tiempo, con un pulso narrativo espectacular, una crudeza salvaje, una ambientación exquisita y unos personajes que conforman al noventa por ciento el alma de la película.
Las dos horas y cuarto que dura el largometraje podrían parecer excesivas, más aún si tenemos en cuenta que, hasta su apoteósico último cuarto, el ritmo de los acontecimientos es notablemente pausado, creando bastante división entre el público en cuanto a la capacidad de entretener del filme. No obstante, todo este tiempo está impecablemente empleado por un Zahler preocupado de convertir al cuarteto protagonista en verdaderos iconos; personajes redondos, en tres dimensiones, con alma, cuerpo y un carisma que muy pocas veces se transmite en una opera prima. Desde Kurt Russell hasta Patrick Wilson lucen espectaculares; por favor, ¡si hasta el patán de Matthew Fox está arrollador!
Lo mejor de todo es que el proceso de cocción a fuego lento de la clásica historia de secuestro y rescate posterior, sumado a la enorme empatía hacia el grupo de cowboys que se llega a engendrar, hace que el violento y electrizante clímax y los minutos previos a este funcionen de forma asombrosa, arrancando aplausos, emocionando y consiguiendo que descarguemos toda la furia acumulada durante, probablemente, el mejor western que ha dado el mundo del cine desde la gloriosa “Red Hill”.
Dicho esto, queridos lectores, voy a quedarme inconsciente un rato —no todo lo largo que quisiera—.
¡Sean ustedes felices y hasta mañana!