El sexto día en el paraíso se ha visto dominado por las impresionantes imágenes de «Macbeth», y las cabezadas involuntarias durante la plomiza «February».
Muy buenas madrugadas a todos; especialmente a los que habéis aguantado seis días de desvaríos, enajenaciones varias y un exceso de emoción por mi parte —para bien o para mal— a la hora de hablar de ciertas películas.
Escribo estas primeras líneas de la crónica de la sexta meta volante de Sitges 2015 escuchando a Miles Davis en la comodidad del sofá del piso en el que estoy alojado. Una búsqueda del confort estrictamente necesaria debido al cansancio acumulado en una jorada que ha sido agotadora por varios factores: La falta de horas de sueño, la irregular meteorología y la inapropiada selección de películas que, independientemente de su calidad final, se han visto marcadas por la lentitud de unos ritmos que no han ayudado en absoluto a mantenerse despierto.
Comencemos pues con el repaso a lo más destacado del día.
“Macbeth”: Densa maravilla
Desde que Orson Welles adaptase por primera vez el clásico de William Shakespeare “Macbeth”, no han sido pocas las aproximaciones cinematográficas —y televisivas— de la historia de ambición, culpa, locura y muerte de un soldado escocés y su pérfida esposa, supuestamente predestinados a ocupar el trono de aquellas tierras. De todas ellas, el “Macbeth” de Jusrtin Kurzel se alza como una hibridación de la inmortal y mejor adaptación de la obra “Kumonosu-jô” (“Trono de sangre”), y de la dirigida por Roman Polanski en el año 71.
No puedo más que comenzar a hablar sobre el nuevo trabajo de Kurzel ensalzando lo portentoso de su estética y lo maravilloso de su planificación, en la que cada plano podría ser una obra de arte colgada del más prestigioso de los museos internacionales. El magnetismo del imaginario visual de este “Macbeth”, sumado a un tratamiento sonoro de primera categoría hace trascender a la obra de lo estrictamente cinematográfico para convertirla en poesía en movimiento, y favorece de manera irrefutable a generar y mantener una atmósfera tan asfixiante y densa que podría cortarse con un cuchillo. No obstante, este poderío formal no es suficiente para convertir las dos horas de metraje de “Macbeth” en una experiencia plenamente satisfactoria.
Pese a contar con una pareja principal de intérpretes de primera categoría haciendo una labor impecable, por no decir excepcional, el impresionante trabajo de Michael Fassbender y Marion Cotillard no compensa la descompensada cadencia del filme, cuyos primeros y últimos treinta minutos resultan apasionantes, pero dejan huérfano de emoción al grueso de un segundo acto plúmbeo y proclive a las siestas clandestinas en el patio de butacas.
Parte de la culpa del sopor contagiado por “Macbeth” en el Auditori de buena mañana lo tiene la traslación literal del texto original, cuyo exceso de teatralidad, combinado con una grandilocuencia un tanto desafortunada en lo interpretativo, lastra la que podría haber sido una digna candidata a, no arrebatar, pero si luchar de cerca por la hegemonía del clásico de Akira Kurosawa como mejor versión de la tragedia sobre el regicida Barón de Glamis.
“February”: Un poco de todo, un poco de nada
Después de un café con leche para conseguir reponerme de los microsueños que me amenazaron durante la anterior proyección, decidí hacer borrón y cuenta nueva y lanzarme a ver “February” prácticamente a ciegas, únicamente atraído por el reclamo de ver a Emma Roberts en pantalla grande desde tuve el gusto de hacerlo por última vez con “Scream 4”. A veces puedo ser un tío así de simple.
Osgood Perkins, quien se hace llamar Oz —no me extraña—, debuta en la dirección con un ejercicio de alquimia fallido que aúna un poco de thriller, una pizca de película de psychokillers y un toque de cinta de posesiones diabólicas. La mezcla, que a priori podría resultar lo suficientemente atractiva como para dar lugar a un producto muy apetecible, termina cayendo en lo vacuo y superficial, desperdiciando su buen hacer para generar ambientes malsanos en los pasillos de las instalaciones del siniestro colegio religioso femenino en el que transcurre la historia, y haciendo que me pregunte si el señor Perkins ha terminado dirigiendo un largometraje por méritos propios, o tirando de apellido.
El hijo de Anthony Perkins juega a alimentar el suspense empleando dos tramas paralelas que, conforme avanzan, generan preguntas y siembran una esperanzadora incertidumbre pero, tristemente, al confluir, tan sólo originan una sensación de indiferencia absoluta al resultar las escasas respuestas a los enigmas tan insustanciales como poco concretas. Para más inri, el desarrollo de la historia se ve entorpecido por un ritmo excesivamente dilatado en el que el número de fundidos a negro del montaje es directamente proporcional al de los bostezos y ronquidos entre el respetable.
“February” es un claro ejemplo de exceso de ambición narrativa; de querer abarcar demasiado y terminar no profundizando en nada. No infunde terror, no intriga, no cuaja en la forma de ninguno de los subgéneros que pretende tocar, sus personajes se antojan desdibujados, impidiendo que suframos por ellos… Son muchos los defectos que presenta esta ópera prima, y serían perdonables en beneficio del buen manejo de la cámara y de la habilidad de Perkins a la hora de retratar con muy buena mano los inquietantes recovecos del escenario principal del filme; pero lo que es imperdonable es esa pomposidad en un discurso cuyos temas subyacentes no quedan tan claros ni resultan tan sugestivos como su director y guionista probablemente pretendía que fuesen.
Y con esto y un bizcocho, a dormir la mona se ha dicho. Mañana será un día importante para servidor, y además será otra de esas jornadas de «proyecciones a ciegas» que tanto me gustan.
Sean ustedes felices y no se olviden a difundir la palabra de este pobre redactor cuyo corazón ha sido engullido por las pérfidas ninfas del cine fantástico.
¡Hasta mañana!