Mar. Mar 19th, 2024

El primer día en Sitges 2016 nos monta en un carrusel emocional en el que lágrimas y carcajadas han coexistido gracias a «The Tiger» y «Colossal»

Empiezo a escribir estas líneas cuando son prácticamente las dos de la madrugada. Tengo hambre —aunque la estoy paliando con unas natillas y un zumo multifrutas—, estoy empezando a sufrir los efectos del sueño mientras mis compañeros de piso llevan un buen rato entre sábanas y me duele la espalda cosa mala, pero mi cara esboza esa sonrisa estúpida que se repite año tras año por estas fechas.

Si, queridos lectores, otro año más estoy en la costa catalana disfrutando —y, a veces, padeciendo— el Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña. Y si, queridos lectores, también pienso estar aquí contándoos mi día a día durante esta bacanal de cine fantástico, privación del sueño, y café en todas y cada una de sus formas imaginables.

Sin más rodeos, dense ustedes por bienvenidos a Sitges 2016.

¡Arrancamos!

“Tickled”: Desencaje de mandíbula

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Abrir el certamen con una proyección a las ocho y media de la mañana puede resultar poco apetecible para el espectador menos curtido, pero ya son años a las espaldas por las calles de Sitges, y encontrarte con una sorpresa tan gratificante como “Tickled” (David Farrier, Dylan Reeve, 2016) acompañando al café inaugural deja un sabor de boca inimaginable.

El documental, debut en el largo para sus dos directores, es una de esas piezas a las que conviene enfrentarse con la menor información posible sobre ellas. Sólo puedo comentar que lo que empieza como un descubrimiento aparentemente inocente, ligeramente grotesco y divertido a partes iguales, se convierte en un entramado de extorsión, mentiras y abuso que no tiene nada que envidiar a cualquier thriller ficticio.

Con las siniestras competiciones de cosquillas de “Tickled”, Farrier y Reeve parecen haber gestado una suerte de híbrido entre la “Vernon, Florida” de Errol Morris y el “Catfish” de Ariel Schulman y Henry Joost, dando lugar a un filme que arranca generándote una sonrisa cómplice e incómoda para, progresivamente, desencajar tu mandíbula progresivamente después de abrir las puertas al palacio de lo grotesco.

“The Lure”: Sirenas polacas y LSD

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Después de un inicio inmejorable, tocó hacer acopio de provisiones, preparar comida para los próximos días —no es plan de perder la línea con los bocatas del Auditori—, echar una pequeña siesta sin la cual no podría estar tecleando ahora mismo, e ir a la renovada sala Tramuntana para ver “The Lure” (“Córki dancingu”, Agnieszka Smoczynska, 2015): una suerte de comedia musical fantástica protagonizada por dos hermanas sirenas que terminan trabajando en una suerte de club de variedades en Varsovia.

Bajo esta, a priori, apetecible premisa, la directora debutante Agnieszka Smoczynska —espero escribir el nombre igual cada vez que lo repita— construye una historia que debería ser de lo más sencilla y directa —sirena número uno tiene afinidad con humanos, sirena número dos quiere merendar humanos—, pero que termina perdiéndose en un mar onírico en el que los personajes aparecen de la nada para desaparecer al momento sin dejar rastro, la causalidad parece no existir, y la figura de La Sirenita de Andersen sobrevuela el metraje en todo momento.

Por suerte para el relato inconexo y absurdamente —e innecesariamente— estirado, Smoczynska consigue dotar a “The Lure” de un magnetismo innegable edificado sobre su estética demencial, un sentido del humor de lo más negruzco y unos números musicales que se alzan como las verdaderas estrellas —junto a la pareja de actrices principal y sus majestuosas y desagradables colas— de un largometraje que, pese a durar noventa minutos escasos, se hace muy cuesta arriba por la torpeza de su narrativa.
De haber equilibrado la balanza entre forma y contenido, estaríamos hablando de una de las grandes del festival; por desgracia, se queda como otra de las muchas rarezas simplemente llamativas que podemos disfrutar por estos lares.

“The Tiger”: Otro motivo surcoreano para creer en el cine

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Encontrarse de sopetón durante la primera jornada con una de esas cintas que entras a ver “a ciegas” y que pasan automáticamente a formar parte de tu lista de imprescindibles no tiene precio. Este ha sido el caso de “The Tiger” (“Daeho”, Park Hoon-Jung, 2015): otra de las las numerosas joyas que están reforzando la condición hegemónica de Cora del Sur como líder indiscutible en el noble arte de contar historias a veinticuatro fotogramas por segundo.

La delicadeza y el sentido de la épica con los que Park Hoon-Jung, quien ya nos maravillase con “New World” (“Sin-se-gae”, 2013), narra “The Tiger”, son sólo comparables a la inmensa cantidad de lágrimas que manaron por mis conductos lacrimales durante la última hora del filme. Y es que esta historia a medio camino entre la fábula ecologista, la crítica anti-militarista y el cine de aventuras más puro es una de las más hermosas que, probablemente, vayamos a disfrutar en todo el festival.

Durante las aventuras y desventuras del cazador Chon Man-deok y su cuasi mística relación con el último gran tigre vivo en las montañas de Jirisan, se me hace imposible rememorar “El Oso” (“L’ours”, Jean-Jacques Annaud), 1988), y esa amarga belleza que tantísimo me hizo sufrir cuando era tan sólo un crío, ahora traducida en una cóctel perfecto de elegancia audiovisual, emotividad, drama y mensaje.

Todas las alabanzas que pueda verter sobre “The Tiger” son pocas. Sólo os diré que, si tenéis la oportunidad, no la dejéis escapar. Eso sí; preparad un par de paquetes de pañuelos porque las lágrimas van a brotar y no pararán hasta que vuelvan a iluminar el patio de butacas tras la proyección.

“Colossal”: Qué grande eres, Vigalondo

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Para terminar, y después de una cena rápida, tocó asistir al plato fuerte del día, así que con el estómago lleno y las emociones aún a flor de piel tras “The Tiger”, tocó coger una chaqueta, unas cuantas provisiones, e ir al Auditori a ver por todo lo alto “Colossal”: lo nuevo del inclasificable Nacho Vigalondo que, sin duda, se revela como su trabajo más maduro, inteligente y sorprendente hasta la fecha, pese a revelar que, después de todo, tras la cámara se sigue escondiendo una suerte de niño grande con ganas de jugar, experimentar y pasárselo de maravilla haciendo su trabajo.

Si hay algo en nuestro cine patrio, más allá de que películas como “Ocho apellidos vascos” arrasen en taquilla sin saber muy bien por qué, es esa suerte de vacío al que siempre se ha sometido al señor Vigalondo. Me explico; no es que nos encontremos ante un ninguneo sistemático, pero no me negarán ustedes que, de haber dirigido cualquier otro cineasta con algo más de renombre “Los cronocrímenes” (2007) —por mucha nominación a los Goya que recibiese por la película—, el boom mediático hubiese sido salvaje y no le hubiese costado tantísimo levantar y distribuir su segundo e hilarante filme “Extraterrestre” (2011).

Rabietas aparte, hay que quitarse el sombrero con “Colossal” y su demencial propuesta, que raramente podría haber salido de la mente de cualquier otro realizador. El planteamiento que Vigalondo le da a su monster-movie retorna a ese espíritu… ¿“vigalondiano”? que el director perdió ligeramente en “Open Windows” (2014), e invita a aplaudir a cada minuto tamaño despliegue de originalidad y buen hacer tanto en el guión como en la impecable dirección. Para rematar, el casting internacional encabezado por Anne Hathaway y Jason Sudeikis —sin olvidarnos de un Dan Stevens que, haga lo que haga, lo borda— dan vida de forma inmejorable a esta genialidad en la que las carcajadas y los chistes más naíf sacados del lado eternamente joven del director no están reñidos en absoluto con un subtexto demoledor y una parábola brillante sobre el maltrato, la violencia de género y los abusos.

Y con esto otro zumo de frutas, este que escribe se va a dormir. Mañana hay que despertarse con las pilas bien cargadas para disfrutar de dos de las películas más esperadas del certamen: “The Void” y “Train to Busan”.

¡Salud y cine!

Por Víctor López G.

Sociópata altamente funcional. Ex-gordo. Ex-ESCAC. Superhéroe a tiempo parcial y cinéfilo a tiempo completo

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