Tercer día en el paraíso, y cuatro películas que no hacen más que confirmar lo ecléctica y fantabulosa que es la selección de películas de este festival.
¡Buenos días, fieles lectores! El fin de semana llega a su fin, y lo hace de la mano de un domingo frío y gris puramente otoñal que ha comenzado a las 6:55 de la mañana entre gritos, pánico y exabruptos. ¿El motivo? Tener que coger entradas para proyecciones del lunes de la envergadura de “Blair Witch” y “Salt and Fire”, y toparnos con que la web de reservas falla más que una escopeta de feria.
Después unos momentos de angustia, y de terminar haciendo un tremendamente satisfactorio pleno —esto es, conseguir todos los tickets deseados antes de que se agoten—, he deglutido un café con leche y un bocadillo de jamón y queso para terminar con mis ya adormecidos glúteos en las butacas del cine Retiro, donde he podido disfrutar finalmente de una de las cintas que más me han recomendado durante estos días. Por suerte, las expectativas que me han ido creando con “Safe Neighborhood” sí que han estado a la altura de la película. ¡Y de qué manera!
“Safe Neighborhood”: Esto es Sitges
Si existiese un diccionario cinéfilo con las expresiones más utilizadas durante las conversaciones entre fans del fantástico, la sentencia «es una película muy Sitges» debería aparecer ilustrada mediante un fotograma de “Safe Neighborhood” (Chris Peckover, 2016; y es que lo nuevo del director de la ácida y controvertida “Undocumented” (2010) es todo lo que esperamos —y aún más— al entrar en cualquiera de las cuatro salas del festival y sentarnos en una de las butacas a dejarnos llevar frente a las imágenes proyectadas sobre la pantalla.
“Safe Neighborhood” posee todos los elementos necesarios para arrancar aplausos, carcajadas, gritos ahogados fruto de la sorpresa y una complicidad con la cinta que te hace perdonar sin resentimiento alguno cualquiera de sus altibajos narrativos —que los tiene—. Gran parte de la culpa de todo esto radica en su premisa; una suerte de híbrido con muy mala baba de “Solo en casa” (“Home Alone”, Chris Columbus, 1990) con cualquier filme de asalto doméstico al uso del que, cuanto menos sepáis, más disfrutaréis.
Tan refrescante como su demencial e inesperado mid point, es la actuación de Levi Miller, el crío que da vida al protagonista con una soltura impresionante teniendo en cuenta lo particular de su rol en la película. Junto a él, tanto el papel secundario de un Ed Oxenbould —a quien recordaréis por “La visita” (“The Visit”, M. Night Shyamalan, 2015)— que parece haber nacido para la comedia, como un inteligente guión repleto de violencia, situaciones disparatadas y una autoconsciencia deliciosa, terminan de otorgar al segundo largo de Peckover una posición de honor entre las grandes del terror navideño como “Navidades negras” (“Black Christmas”, Bob Clark, 1974) o “Gremlins” (Joe Dante, 1984).
“Museum”: Psychokiller a la japonesa
Después del genial sabor de boca del primer pase de la jornada, tocó dar buena cuenta de un plato de cuscús con sus verduras y su pollo —y de un par de cafés para ir aguantando el tipo— antes de salir de nuevo para el Auditori para continuar la programación del día con “Museum” (“Myûjiamu”, Keishi Ohtomo, 2016); la adaptación del manga homónimo de Ryosuke Tomoe del realizador nipón responsable de la traslación a acción real de “Kenshin, el guerrero samurái” (“Rurôni Kenshin: Meiji kenkaku roman tan, 2012) y sus secuelas.
Ohtomo firma en su séptimo trabajo un psycho-thriller de corte clásico en el que la esencia de obras de culto como “Seven” (“Se7en”, David Fincher, 1995) o la más reciente “Saw” (James Wan, 2004) impregnan la inmensa mayoría de sus pasajes, distanciándose de ellas de forma inevitable por motivos estrictamente culturales. La aproximación al concepto del mal de un modo cuasi-místico y la complejidad, siempre desde el punto de vista de los ojos occidentales, de las costumbres orientales y las dinámicas interpersonales son las que hacen de “Museum” un filme al que merece la pena dedicar nuestro tiempo, aunque sin darle prioridad sobre otras cintas similares.
Formalmente impecable, y cargando con el lastre que supone una narrativa excesivamente estirada, con varios finales que llegan a desesperar en su interminable sucesión, lo nuevo del director japonés no deja de aprobar por los pelos pese a dejar secuencias en el recuerdo verdaderamente estimulantes.
“Hell or High Water”: El neo-western hecho arte
El día está a punto de tocar a su fin mientras comienzo a escribir estas líneas, y pese a tener una cama bastante confortable esperándome, con un colchón que puede mejorar ligeramente la condición de mi espalda —odio las butacas del Retiro—, no puedo retirarme antes de hablaros de un clásico instantáneo que ha entrado de cabeza en mi top 5 de esta edición, y se ha convertido en una de mis nuevas indispensables: “Hell or High Water” (David Mackenzie, 2016).
El neo-western es un subgénero que nos está dando tantas alegrías como representaciones ha tenido en los últimos años en el festival de Sitges. Obras tan dispares entre sí como “Red Hill” (Patrick Hughes, 2010), “Frío en Julio” (“Cold in July”, Jim Mickle, 2014) o “Blue Ruin” (Jeremy Saulnier, 2013) no hacen más que confirmar la variedad y calidad de una corriente genérica a la que aún le queda mucho por ofrecer, siendo el último gran representante de ella David Mackenzie, quien después de pasar por el certamen con “Convicto” (“Starred Up”, 2013), se desplaza al oeste tejano con un thriller polvoriento, seco, violento y con una calidad cinematográfica inigualable.
“Hell or High Water” te reclama con su atmósfera y termina atrapándote gracias, principalmente, al pilar de todo buen largometraje que se precie: sus personajes. El dúo protagonista y su principal antagonista, encarnados por Chris Pine, Ben Foster y un Jeff Bridges que es, sin duda, lo mejor del filme, se presentan redondos sobre el guión; repletos de matices y detalles que les hacen cobrar vida y, en consideración, nos hacen preocuparnos por ellos y entrar de lleno en la historia sobre la justicia poética ocasional detrás del crimen y las responsabilidades familiares, poseedora de una demoledora crítica al sistema socio-económico actual.
Pese a su crudeza, lo nuevo del director de la maravillosa y delicada “Perfect Sense” (2011) está dirigida con un mimo y una mano de lo más estilizada, acompañando a la perfección esos despuntes de humor que actúan de contrapunto a la violencia implícita —y explícita— y que hacen de “Hell or High Water” una de las mejores cintas que puedan disfrutarse en la actualidad, independientemente de su género.
“Melanie: The Girl With All The Gifts”: Batiburrillo post-apocalíptico
Después de salir con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillando como pocas veces del anterior pase, aún quedaba una proyección en la recámara para cerrar el primer domingo. Es una verdadera lástima que “Melanie: The GIrl With All The Gifts” (Colin McCarthy, 2016) haya transformado susodicha excitación en un par de cabezadas en el Auditori y en un odio visceral hacia una protagonista de lo más repelente cuya personalidad, y el consiguiente distanciamiento con el espectador que genera esta, conforma la losa que termina por sepultar una, a priori, buena idea.
El intento de lavado de cara que McCarthy pretende darle al manido hasta la saciedad subgénero de los zombis/infectados no está exento de mérito. Pese a fusilar ideas que parecen extraídas directamente de ese videojuego cuya narrativa no tiene nada que envidiar a la del séptimo arte, titulado The Last of Us, esta producción británica aguanta el tipo en parte gracias a su notable diseño de producción, pero se estrella estrepitosamente cuando pretende distanciarse de los códigos básicos del sus congéneres tomando según qué caminos que, más que sorprender, terminan sacándote de la historia, del patio de butacas y, si me apuran ustedes, hasta del pueblo.
Hubiese sido muy sencillo tomar lo mejor de sus referentes más obvios, de los que bebe sin sonrojarse lo más mínimo —¿alguien dijo “El día de los muertos” , (“Day of the Dead”, George A. Romero, 1985?—, pero en «Melanie», parece existir un miedo constante a no innovar ni trascender y caer en el olvido que tira por tierra todos los esfuerzos de su director por aportar frescura. Pero que no se preocupe, porque su segundo largometraje será recordado por contar con uno de los personajes protagonistas más repelentes de la historia, con un comportamiento absurdo y enervante, que empuja aún más a la desconexión por una falta de empatía descomunal.
¡Y esto es todo por hoy! Me despido con tanto sueño como nervios por que llegue el día cuatro, en el que podré ver de una vez «Blair Witch» y calmar mis ansias de Adam Wingard por una temporada.
¡Hasta mañana!