Llega un momento en San Sebastián en el que los horarios empiezan a estrangularte poco a poco. El vicio de querer estar en todos los sitios y ver absolutamente cada película del festival te envenena la sangre. Irónicamente la única solución para suavizar estos terribles efectos secundarios es sentarte enfrente de una pantalla de cine y dejarte llevar. Pero cualquier autor no sabe envolverte en su historia. O cualquier historia no es válida para hacer desaparecer tu estrés. Desde luego Savages no lo es.
Ese libro que multitud de fans de la novela negra ha leído y recomendado febrilmente, titulado El poder del perro y escrito por Don Winslow, era el único empuje que tenía para ver la última película de Oliver Stone que se estrenará el viernes 28 de este mes. Y tras dos horas y pico de falsa tensión, olvidables diálogos y actores sobreactuando lo único que tengo claro es que o Don Winslow escribió su obra maestra en estado de iluminación o no la escribió él. El escritor estadounidense es guionista de Savages y posiblemente uno de los culpables de ese tono tan artificioso que reina en toda la película.
La historia es la siguiente, dos tipos californianos crean la mejor marihuana del mundo -ambos follan y aman a la misma chica- y se enfrentan con el cártel de narcotraficantes de Baja California. Y como en otras novelas de Winslow hay raptos, asesinatos, torturas, tiroteos, traiciones y esos maravillosos trueques en medio del desierto. Sólo que Oliver Stone lo cuenta aquí sin ningún tipo de fuerza, la película resulta en ocasiones hortera y uno nunca llega a empatizar con ninguno de los personajes. Ni John Travolta está creíble como agente de la DEA ni Salma Hayek convence como líder del cártel. Lo mejor de la película podría ser la interpretación de Blake Lively, obviando una voz en off ridícula la actriz de Gossip Girl es todo lo sexy, pija y sensible que el personaje necesitaba. Otra cosa es que haya tenido que ser justo ese personaje el que lleve el peso de la narración, una decisión horrenda.
Cuando ya la película sólo era un vago recuerdo en mi memoria (la había visto horas antes pero en San Sebastián el tiempo pasa a otro ritmo) comenzó la rueda de prensa. Stone soltó alguna que otra perla maravillosa gracias a la cual no le voy a guardar rencor por haberme hecho perder un par de horas de mi vida. “La marihuana es un regalo de los dioses, y la de mejor calidad se cultiva en California”; dijo el director de JFK sin cortarse ni un pelo. “Aznar debería ir al Tribunal de La Haya, pero eso depende de vosotros”, nos espetó el americano, un director siempre crítico con la política ya no solo de su país sino mundial. Aunque a veces cansa. Mientras, Benicio del Toro ignoraba al Caiga Quien Caiga argentino y John Travolta preguntaba a las mujeres de la sala que a cuántas de ellas les gustaría vivir con dos hombres. Todo eran risas. Hoy esos dos hombres, Oliver Stone y Travolta, recibirán un premio Donostia cada uno y ambos han declarado sentirse muy orgullosos por tal reconocimiento. De lo que no debe presumir mucho Stone es de haber firmado un final para su película de esos que provocan un insufrible dolor y rechinar de dientes.
Cuando el espectador también es el creador
Con una dulce resaca me he sentado a ver la última película de François Ozon titulada Dans La maison. Un juego cinematográfico que aboga por ese recurso tan antiguo, que Cervantes usó mejor que nadie, de contar una historia dentro de otra. Un profesor interpretado por un extravagante señor llamado Fabrice Luchini (sus intervenciones en la rueda de prensa han sido antológicas) encuentra en uno de sus alumnos de francés un talento innato para narrar y decide ayudarle. El juego que se establece entre ambos personajes pasa de la inofensiva curiosidad del adolescente al voyeurismo más oscuro. La ficción se mezcla con la realidad y Ozon, a través de una novela de Juan Mayorga, cede al espectador la libertad de elegir si lo que ocurre, ocurre, o sólo es literatura y si el final debería ser ese o ser otro completamente distinto. Es cierto que la película abusa de cierta comicidad algo facilona pero únicamente por la reflexión que el espectador se puede llevar a casa, merece la pena.
“¡Espero que los productores no huyan! Esta es una película hecha sobre todo para divertir” decía Luchini en una rueda de prensa que se había transformado en un debate filosófico y artístico demasiado denso. El actor se ha marcado dos discursos eternos llenos de citas que casi han ahogado a la traductora.
Dans la Masion debería ser la película revelación del año en Francia. Debería seguir la estela del efecto Intocable. Otra cosa sería injusta.