En los 70’ los actores dejaron de ser guapos, altos y con mandíbula marcada para comenzar a ser tipos normales. Hubo uno bajito que comenzó a despuntar ya en su primer filme, uno con pinta de judío llamado Dustin Hoffman. El joven protagonista de esa obra maestra titulada El Graduado (su primera obra maestra, hay algunas más) ha cerrado el Festival de Cine de San Sebastián con su debut detrás de la cámara. La película se llama Quartet.
A través de un grupo de cantantes de ópera jubilados que deciden montar un concierto para celebrar el cumpleaños de Giuseppe Verdi, Hoffman habla de la muerte, de los egos, del amor, del arte. No es un filme que vaya a quedar grabado para siempre en el espectador pero está rodado con gracia y muy buen gusto. El elenco protagonista, los cuatro ancianos que forman ese cuarteto, son Billy Connolly, Maggie Smith (Gosford Park), Tom Courtenay (Doctor Zhivago) y Pauline Collins. Los extras son verdaderos cantantes de ópera jubilados y Hoffman los homenajea colocando sus retratos en los créditos.
La banda sonora se alimenta principalmente de algunas obras maestras del autor italiano bellísimamente utilizadas. El sentido del humor rebosa un guión muy cuidado donde no hay chistes fáciles y donde sí aparecen ciertos puntos dramáticos, camuflados pero latentes. Y aquí acaba mi carta de amor a Dustin Hoffman. Su primera película no va a levantar pasiones, le falta fuerza. En ocasiones puede llegar a ser anodina.
La sencillez abrumadora de Sorín
Luchar contra los horarios es complicado. Perderse la rueda de prensa de Dustin Hoffman es un precio muy alto, pero el último filme de Carlos Sorín, Días de pesca, lo ha compensado. La historia sobre ese hombre mayor con un pasado que intuyes le ha llenado de culpabilidad está contada con una sencillez pasmosa. Tiene momentos marcianos muy a lo Kaurismäki que engrandecen un film en el que las cosas más importantes o no salen o no se dicen. Deberían inventar un subgénero para este tipo de magos de lo cotidiano.
Hace diez años Sorín trajo a San Sebastián Historias Mínimas, hoy el tono sigue siendo el mismo, pero más profundo, más maduro. Cada uno de los personajes secundarios es un regalo para el espectador. Desde ese entrenador de boxeo con pinta de Maradona hasta el profesor de pesca, un fulano cuya naturalidad y gracia se debe quizá a que hace de él mismo.
El final es bellísimo, sobre todo por la clase con la que está resuelto. Todo lo contrario a la vulgaridad cinematográfica adquirida por ciertos directores que necesitan dos horas para contar cualquier historia rocambolesca. Para emocionar al público Sorín solo necesita 80 minutos.