Hasta la quinta jornada de Zinemaldia todo estaba tranquilo en San Sebastián. Hacía buen tiempo, los surfistas se mezclaban con los periodistas en el Paseo de Zurriola. El calor nocturno hacía que las gentes que pueblan en estos días esta magnífica ciudad llenaran los bares y las calles de la zona antigua de Donosti, esa en la que uno podría estar durante horas devorando pintxos y bebiendo sin parar. Hablando de cine o de lo que sea. Hasta ahora la sección oficial estaba siendo todo un éxito. Los aplausos no habían dejado de sonar durante los estrenos de las distintas películas presentadas, algunos más efusivos que otros claro, pero siempre presentes. Hasta esta fatídica quinta jornada en la que Penélope Cruz ha hecho acto de presencia
El tiempo ha empeorado, llueve, las olas son demasiado salvajes para los surferos con el pelo platino y de repente no hay tanta gente entre tasca y tasca. Pero lo peor es que se han apagado los aplausos. Sergio Castellitto ha presentado su última película Venuto al mondo y no le ha gustado a casi nadie. Los abucheos no eran necesarios, pobres todos aquellos que han currado en la película, pero sin lugar a dudas estamos ante la peor producción de la sección oficial. De momento.
Castellito ha adaptado una novela de su mujer, Margaret Mazzantini, que resultó ser un best seller en Italia. Pero en la pantalla algo parece fallar. Y no es precisamente Penélope, que hace un papel más que correcto poniéndose unos años de más en parte de la película. Tampoco es la historia en sí, un romance lleno de dificultades que nace y muere en la guerra de Sarajevo. Es la forma en la que está contada, llena de rebuscados giros, con varios (dos o tres o cuatro) diálogos ridículos y un grupo de actores sin mucha química entre ellos. Emile Hirsch que está tan bien en otros filmes (su mejor papel se lo dio Sean Penn en Hacia Rutas Salvajes) aquí no aprovecha en absoluto la oscuridad que llena su personaje, un fotógrafo traumatizado con el dolor que capta su objetivo durante la guerra. Además de la absurda presencia en off de Kurk Cobain y ese desternillante (sin pretenderlo) diálogo sobre su muerte.
La única que se ha salvado ha sido Penélope, cuya tardanza en la rueda de prensa de una media hora ha sido compensada con declaraciones más o menos jugosas sobre la crisis, “hay que mirar más allá del cine, lo que están haciendo con la educación es horrible”, o criticando el doblaje, “ya nunca me doblo en mis películas, sencillamente porque el cine hay que verlo en versión original. Fue una decisión complicada pero creo que es lo justo”. Al final la anécdota que ha recorrido todos los smartphones del festival es que Penélope se ha descalzado durante las entrevistas porque estaba harta de los zapatos. Con esta poca cosa nos conformamos los periodistas 3.0.
Una nueva visión sobre el conflicto de Israel y Palestina
La sorpresa del día ha llegado en manos de un libanés llamado Ziad Doueiri. Este tipo ha firmado la que posiblemente sea una de las películas mejor construidas y más atípicas sobre el conflicto árabe-israelí, The Attack. Basada en una novela de éxito (como en el caso de Castellitto pero mejor) el filme narra el dilema moral que sufre un consagrado cirujano de origen palestino que vive en Tel Aviv cuando la policía le comunica que su esposa es la causante de un atentado que ha acabado con la vida de 19 personas.
Lo más sobrecogedor de este relato contado con mucha sensibilidad y desde los dos lados del conflicto es que el propio director, criado en palestina, haya tenido que enfrentarse a otro conflicto interior al tener que retratar la mirada del pueblo israelí. Intuyo que el momento más complicado ha sido una de las conversaciones finales cuando cierto individuo, un líder religioso del lado palestino, le llama hipócrita. Al fin y al cabo el personaje principal vive en la zona israelí ajeno a las injusticias que se comenten con los palestinos. Aun así nada justifica, ni en la vida ni en la película, la salvaje actitud de los terroristas.
La película se mueve entre varias interpretaciones pero nunca pretende enseñar nada. Ese es el verdadero hallazgo de Doueiri. Mantener un espacio entre toda esa telaraña de dilemas políticos y un espectador externo a dicho conflicto. Esta película debería verse en las clases de historia, aunque su director no deje de repetir que no ha querido enseñar nada. Muchas veces el mejor aprendizaje surge de la ficción.