Se cumplen 20 años del estreno de «Pokémon: La película» en Japón, un hito que nos marcó en nuestra infancia arrastrados por a fiebre Pokémon
Cómo nos convertimos en la generación Pokémon
Corría el año 1999 y quien os escribe estas letras no tenía más de 9 años. En una época libre de teléfonos móviles y conexiones a Internet, la chavalería alucinábamos con nuestras Game Boy (en mi caso Pocket), la Super Nintendo del amigo de turno y los dibujos animados de la TV en aquella época en la que no decidías que querías ver sino que te tenías que adaptar a los que emitieran en antena. Y aun así, pese a la falta de conexión con el resto del mundo, sin Twitter que te acercara las últimas noticias de lo ocurrido en Japón, y con un poco de retraso, comprensible en la época, las campañas de marketing empezaron a funcionar. No había un solo niño o niña que no supiese que ocurría en noviembre. Salían a la venta los Pokémon Azul y Rojo en aquellos cartuchos hoy ya desfasados que tanto nos cansamos de soplar cada vez que no lo leía nuestra pequeña consola de bolsillo. No sé el resto de niños españoles pero los frikis de mi clase nos fuimos a comprar el juego ese mismo día (ahorrando propinas de los domingos y suplicando un poco a nuestros padres). Incluso alguno llegó a comprarse ambas versiones. Y es que eran dos juegos que abarcaban lo mismo, salvo que algunos incluían ciertos pokémon que no aparecían en el otro y viceversa. Para ello nos colaron el cable link, un utensilio que no dudamos en comprar para poder intercambiar pokémon con los demás niños. Un clásico el encontrarse a otro jugador en cualquier lado, la puerta de un colegio, un parque, el tren, sacar el cable y empezar a clonar. Porque éramos así de espabilados. Alguien ingenió un truco para poder intercambiar al Charizard, Mewtwo o Dragonite de turno por un Ratata nivel 5 sacado de un partida nueva empezada, apagar la consola y encontrarte con que ese pokémon ahora existía en los dos juegos. Ni que decir también de los viajes a Isla Fallo (tras la zona Safari y surfear por Isla Canela o el típico que tenía a Misigno y se le distorsionaba las imágenes de sus pokémon y podía clonar caramelos raros. Todo esto excepcionalidades, como el conseguir un Mew de la edición americana del juego (o haciendo el truco de Ciudad Celeste), porque huelga decir que todos conseguimos coronarnos como maestros pokémon ganando la liga y capturando los 150 (lejos del innumerable número de pocket monsters que hay ahora mismo).
Pero si la fiebre del juego, con sus variantes también en Nintendo como Pokémon Stadium, e incluso la irrupción de Pokémon Amarillo, que era lo mismo pero empezando con Pikachu y no con Squirtle, Bulbasaur o Charmander (ojo, la primera gran decisión crucial de nuestras jóvenes vidas), no se quedó atrás el estreno de la serie animada en televisión. El 20 de diciembre de aquel mismo año 1999, Telecinco empezó a emitir a las 18:15, horario perfecto saliendo del colegio a las 17h, un episodio diario para regocijo y fascinación nuestra. También para preocupación de hordas de madres histéricas pensando que íbamos a morir por un ataque epiléptico provocado por el impactrueno de Pikachu. Primera vez que experimentamos el hype sin ni quiera saber que era. Ash, Misty, Brock, Gary… enseguida nos encariñamos con el ahínco con la que un niño de nuestra edad de Pueblo Paleta partía de su casa para convertirse en Maestro Pokémon superando las distintas pruebas del destino, consiguiendo medallas y lidiando con el malvado Team Rocket (era raro quien no se sabía enterito el lema de Jessie y James). Pero sobre todo, nos enterneció la relación que Ash guardaba con sus pokémon, en especial con el inseparable Pikachu y el indisciplinado Charizard. Y cuando más enganchados estábamos, nos encontramos con un cambio de horario criminal, en lugar de Pokémon nos encontramos con reposiciones de «Médico de familia», moviendo nuestra serie a las mañanas de los sábados y los domingos, emitiendo además capítulos de estreno a las 9 y a las 12h, haciendo casi imposible seguir la continuidad de la historia. No obstante, esto no fue suficiente para lastrar el triunfo absoluto de Pokémon en nuestra generación. La portada del último número del cómic humorístico Dragon Fall así lo demostraba, los pokémon había vencido a «Dragon Ball» en popularidad, e incluso en TV3 en 2001 se dejó de emitir (por suerte solo fue fruto de la histeria colectiva por Pokémon y Goku sigue vive en nuestros corazones hasta el día de hoy). Más tarde eso sí debería competir con el éxito del anime «Digimon» y el impacto del efecto «Shin Chan».
Por su lado, el merchandasing que se aprovechó de la fiebre Pokémon fue brutal. Todos nos hicimos con la colección de cromos de Panini, aquella que no perdía la ocasión para hacer distintos cromos de Pikachu. También nos compramos pequeñas figuras de dudosa autenticidad en nuestras tiendas de confianza, así como pokéballs con mecanismos rudimentarios que trataban de emular lo visto en la serie al lanzarlos sobre nuestros muñecos y capturarlos. Pero sin duda lo que más éxito cosechó fueron los tazos de Matutano. Un día llegabas con 3 de ellos al colegio y volvías con nueve tras un buen día en nuestros indicios de ludopatía infantil. Al día siguiente perdías todo lo logrado el día anterior y de nuevo tenías 3 y debías comprarte una bolsa de patatuelas para tener alguno más.
Pero las movilizaciones no se quedarían solo delante de nuestras Game Boy o de nuestras televisiones. Pokémon llegó a los cines. A los cines de barrio, auténticos, aquellos de doble sesión en la que vimos nuestras películas Disney de la infancia. Nuestros padres vinieron obligados y se horripilaron con el corto del campamento de Pikachu que precedía a «Pokémon: La película». Nosotros, con las cartas de Pokémon que regalaban en la entrada, salimos encantandos de la épica cinta que abordaba los orígenes de Mew y de Mewtwo. Una cinta que no solo aguanta un visionado moderno, sino que desde Videodromo postulamos como una película de animación a reivindicar. -LUIS SUÑER
«Pokémon: La película»
Siendo sinceros, incluso los más acérrimos fans de Pokémon tendrán que admitir que la serie televisiva no llegaba ni remotamente a la altura de los juegos que marcaron a varias generaciones y que forman parte de la historia de ese arte. Para los niños era fácil disfrutar de ella, puesto que con el simple hecho de observar a esos personajes que nos fascinaban nos bastaba, pero realmente los capítulos eran una sucesión de “vendecriaturas” que carecían de un desarrollo narrativo decente y que incluso era irrespetuosa con los principios y mecanismos del juego. Así pues no es de extrañar que, como serie en sí, se quedase muy por detrás de otros productos como su competidora directa en esos inicios Digimon, aunque en el resto de plataformas no hubiese comparación posible. Pero, sorprendentemente, todo aquello que Kunihiko Yuyama, director creativo la versión televisiva de la franquicia, no supo hacer para la pequeña pantalla supo hacerlo para la grande. Para entender esto hay que tener en cuenta un factor determinante de los juegos: la presencia en ellos de criaturas legendarias, pokémon únicos, cargados de misterio que los convertía sin duda en las criaturas más fascinantes que había que capturar. En un hábil movimiento de comprensión del medio, los creadores decidieron que el paso al cine debía ir de la mano de historias más profundas en base a estas criaturas mucho menos comunes. Y así llego a los cines de todo el mundo, con mayor o menos retraso, “Pokémon, la película” (1998) dirigida por el propio Yuyama, aunque la versión que nos llegó a España (en el 2000, ¡dos años después!), era la adaptación estadounidense para el mercado occidental, cambiando algunas partes del guión, eliminando alguna que otra escena y añadiendo una nueva banda sonora para que el conjunto fuera más asequible para un público no japonés, aunque ambos productos son bastantes parecidos a fin de cuentas. El resultado final es mucho mejor de los esperado vistas las circunstancias, y no porque en su momento esperásemos una película mala, pues todos los niños atrapados en esa vorágine pokemaniaca fuimos con la ilusión por las nubes, si no porque aún 20 años después de su estreno japonés, resulta una película de aventuras más que digna con numerosas virtudes, mucho mejor que la mayoría de largometrajes derivados de animes aunque solo sea por el hecho de que no se limita a ser un capítulo alargado.
Obviando el ya citado cortometraje que acompañaba a la cinta en su estreno en salas, el alocado y desquiciante “Las vacaciones de Pikachu”, enseguida nos embarcábamos en un magnífico prólogo que nos presentaba de una manera rotunda al que sería el protagonista espiritual de la cinta, el Pokémon Mewtwo (fantástico trabajo de doblaje de Luís Bajo en la versión en castellano), una de las dos criaturas míticas de la película junto con Mew, este último tan esquivo y misterioso en el juego que solo se le nombraba y era imposible de atrapar a no ser que participases en un evento especial que tuvo lugar solo en Japón, aunque había una serie de trucos para poder conseguirlo. Tras la concisa presentación pasábamos a ver las aventuras de los personajes de la serie, ese grupo de amigos y rivales encabezado por Ash y su inseparable Pikachu, cuyas personalidades y dinámicas eran prácticamente lo único soportable de la serie y aquí se opta por el continuismo en ese aspecto e incluso con unas dosis de maduración que van en sintonía con una historia bastante más oscura e incluso violenta. Los cortos 75 minutos se convierten así en puro entretenimiento e incertidumbre, con una animación tradicional que a día de hoy aún resulta admirable por mucho no esté al nivel de titanes japoneses como “Akira” o los trabajos del estudio Ghibli. Mención aparte merece la banda sonora que hicieron John Loeffer y Ralph Schuckett para Occidente, una obra maestra nunca reconocida que ayuda a elevar la cinta hasta cuotas inimaginables. Una cosa muy curiosa es el mensaje final que promueve la película de amistad, superación personal e igualdad en contra de las disputas violentas, en ningún caso negativo pero chocante siendo Pokémon una de las franquicias más capitalistas en su concepción que se recuerdan.
Sería fácil aseverar que este es un producto solo para fanáticos y que aquellos no interesados se encontrarán con un producto nada estimable, pero esto no sería más que una falacia puesto que seria comparable a ver “El imperio contraataca” (1980, Irvin Keshner) sin haber visto nada previo de Star Wars ni tener ningún interés. Lo cierto es que, como obra independiente pero enmarcada dentro de una franquicia, esta primera película de Pokémon merece ser reconocida como una gran obra. Fue seguida de una segunda entrega que le aguantaba el tipo de tú a tú, aunque a partir de ahí la calidad cinematográfica fue cayendo en picado entrega tras entrega hasta llegar a la número 21 que se estrenará en unos meses en los cines de nuestro país. La serie por su parte ha seguido acumulando temporada tras otra siguiendo en su tónica general. Pero eso no quiere decir ni mucho menos que la saga no pase por un buen momento. Los juegos canónicos siguen apareciendo cada cierto tiempo presentando más y más criaturas con gran éxito, por no olvidar otras propuestas como Pokémon Go, juego para móviles que revolucionó el género hace un par de años y que actualmente sigue mucho más vigente de lo que mucha gente piensa, sin olvidar los juegos de Nintendo Switch que aterrizaran en unos meses y que han creado gran expectación. Eso sí, parece muy poco probable que otra generación pueda verse sorprendida por un producto de la calidad y magnitud de esta primera película, una obra que merece sin duda mucho mayor reconocimiento pero que permanece sin duda en los corazones de muchos espectadores. – MIGUEL DELGADO