Mar. Mar 19th, 2024

En «Cien años de Berlanga» repasamos y ordenamos su filmografía de peor a mejor película con motivo del centenario de su nacimiento y repasamos su biografía.

El pasado 6 de marzo, la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas daba el pistoletazo de salida al Año Berlanga en la gala de los Premios Goya, con el humorista Carlos Latre imitando al Don Pablo (Pepe Isbert) de “Bienvenido, Mister Marshall” y la artista Diana Navarro versionando el tema ‘Americanos, os recibimos con alegría’ que se compuso para dicha película, para conmemorar el centenario del nacimiento de uno de los directores más influyentes, reconocidos y reconocibles del cine español, Luis García Berlanga. Durante el año, reposiciones de su cine, exhibiciones y congresos acontecerán para honrar su memoria y celebrar su obra y dará por concluido en la gala de los premios de cine patrio el año que viene, que tendrá lugar en la ciudad que le vio nacer, Valencia. Desde Videodromo, hemos querido contribuir en esta celebración haciendo un breve recorrido por la vida y obra del cineasta que mejor ha sabido retratar y analizar la sociedad española de la segunda mitad del siglo XX y su evolución a través de su mirada cínica.

Luis García-Berlanga Martí nació tal día como hoy (12 de junio) hace un siglo en la capital levantina, en la cuna de una familia burguesa y republicana. Su abuelo era terrateniente en Camporrobles, un municipio de la provincia de Valencia, estudió Derecho, se metió en política llegando a presidir la Diputación de Valencia. Murió joven y de forma repentina y su hijo, el padre de Luis, aún siendo menor de edad tuvo que aprovechar el prestigio del nombre de su padre para presentarse a las siguientes elecciones y así sucederle en el cargo. Sin embargo, el de Berlanga no era un apellido que le tocase por parte paterna, por lo que tuvo que juntarlos para que se le reconociese como hijo del famoso político –y así es como también Luis llegó a heredar dicho apellido-. Cuando estalló la guerra, el padre del director, que por entonces pertenecía al Frente Popular, fue detenido y condenado a muerte. Pena que logro conmutar por la cadena perpetua y fue liberado finalmente en 1952, mientras su hijo ya trabajaba en la película que le lanzaría al estrellato, “Bienvenido, Mister Marshall”.

El joven Berlanga estudió en diversos colegios y academias de Valencia, incluso pasó una temporada estudiando junto a su hermano en Suiza. Cuando estalló la guerra, el parón inevitable de su actividad estudiantil favoreció que pudiera ver mucho cine, como “Don Quijote” (1933) de Pabst, película que influyó mucho sobre él y sobre su obra. A escasos meses para finalizar la contienda, Berlanga cumple la mayoría de edad y es convocado por el ejército republicano. Pero influencias familiares le permiten evitar ir al frente. Terminada la guerra, Luis cambió de bando y se fue a Rusia con la División Azul con el fin de lograr la conmutación de la pena de muerte de su padre (que no consigue) o bien por culpa de los desamores y la necesidad de vivir aventuras, nunca lo ha dejado del todo claro. A su vuelta a España, se incorpora a la Facultad de Filosofía y Letras, pero su amor por el séptimo arte le empujó a desertar del aula para acudir al cine en más de una ocasión. Pronto, esta pasión se tornó en pulsión proactiva y comenzó sus pinitos en la escritura de relatos y guiones y en la crítica cinematográfica, primero en Las Provinciasy después en la revista especializada Acción. Berlanga entiende que los estudios iniciados no son los más acordes a sus inquietudes profesionales y en 1947 toma la decisión de mudarse a Madrid para ingresar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) donde conoce a futuros grandes nombres del cine español y, en particular, a Juan Antonio Bardem con el que entabló una fructífera amistad. A cuatro manos escribieron y dirigieron su debut cinematográfico, “Esa pareja feliz” y co-escribieron junto a Miguel Mihura “Bienvenido, Mister Marshall”. Después, sus caminos profesionales se separaron.

La carrera cinematográfica de Berlanga empezó oficialmente en 1951 con “Esa pareja feliz”, pero no es hasta el bombazo de taquilla que supuso “Bienvenido, Mister Marshall”, rodada al año siguiente, cuando el nombre del realizador se consagro permitiéndole afianzar su futuro como director. De hecho, “Esa pareja feliz” no había llegado a estrenarse y no fue hasta el éxito de su filme siguiente cuando esta se pudo disfrutar en pantalla. Sin embargo, el éxito de Berlanga ha sido siempre irregular y sus grandes fracasos de taquilla, le han impedido ser un cineasta prolífico.  Se le ha tachado de vago, pero nada más lejos de la realidad. El valenciano nunca ha parado de intentar sacar proyectos adelante mientras los productores no confiaban en el potencial de las propuestas o incluso en el director, que tiene en su haber más películas que habían dado pérdidas económicas de las que habían sido rentables.

El cine berlanguiano

El pasado mes de noviembre, la RAE introdujo el término berlanguiano en la última actualización del Diccionario de la Lengua Española para definir aquello “que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga”. Pocos son los directores, y menos españoles, cuyo apellido acuñan una forma particular y reconocible de hacer y sentir el cine. Es fácil reconocer películas puramente tarantinescas, hitchcockianas o altmanianas de mayor o menor calidad, pero la influencia del cine de Berlanga en la comedia española es más sutil a pesar de ser la más predominante, por encima de otros directores coetáneos tan importantes en la comedia ibérica como son Mariano Ozores –admirado e incluso imitado a su manera por el propio Berlanga es sus últimos filmes- , Fernando Palacios, Pedro Lazaga o Manuel Summers.

Por muy particular que sea el estilo berlanguiano, es inevitable ver en él fuertes influencias de otros realizadores y corrientes cinematográficas. En los años 50, cuando Berlanga comienza su carrera cinematográfica, el cine de Hollywood esta en todo su esplendor. Las estrellas, los decorados ostentosos, y una manera particular de contar las historias y de componer los planos eran las claves para su éxito a nivel mundial, y España no iba a ser menos. Aquí se intentó imitar el cine americano con fines exclusivamente económicos, pero las diferencias estilísticas y presupuestarias daban lugar a resultados patéticos. Sin embargo, el amor y conocimiento que el valenciano tenia por el cine hollywoodiense no era mayor que el que expresaba por el europeo y supo extraer las virtudes de los 2 estilos y hacerlos propios. Desde el otro lado del charco extrajo la cuidada planificación de sus escenas y la fina ironía existente en su comedia. Es inevitable ver en el ritmo vertiginoso y en la inteligencia de los abultado diálogos de sus filmes la sombra de Lubitsch o Wilder, pero por quien sentía mayor admiración era por Frank Capra. Ambos directores suelen presentar protagonistas perdedores de la clase humilde dotados de bondad que buscan la prosperidad. Pero donde Capra iluminaba su cine permitiendo a sus personajes llegar al punto que desean alcanzar, los personajes berlanguianos están condenados al fracaso, a volver al punto de partida en el mejor de los casos.

De Europa, el cine de Berlanga bebía mucho del neorrealismo italiano –aunque el director llegaría a considerarlo un error porque ese estilo solo funcionaba en Italia por razones históricas-, ya que su uso era pertinente por ser menos costoso quee imitar al cine americano. El realizador saca la cámara a la calle para rodar historias sobre hombres y mujeres cotidianos. La ternura que muestra por sus personajes entronca con las penurias que deben pasar, sin suavizarlas o edulcorarlas. De los realizadores europeos, René Clair fue uno de los más influyentes en su cine, sobretodo en sus primeras películas. La dulzura e ingenuidad de los personajes del cine de Clair, con aspiraciones simples y primitivas, siempre a la espera de que un golpe de suerte cambie sus vidas son evidentes en su cine. Sin embargo, desde “Los jueves milagro” y, sobretodo, desde que empieza a colaborar con Rafael Azcona en la escritura de sus guiones con “Plácido”, esta candidez e inocencia se pierde por completo.

Es justamente la incorporación del guionista riojano la que ayuda al realizador a redefinir su cine y a enfatizar inquietudes comunes que serian sus máximas recurrentes durante los 10 largometrajes en los que colaboraron. Sobre todas las particularidades destacan el humor negrísimo, que va evolucionando desde la sutileza hacia lo grotesco y escatológico en sus ultimas colaboraciones y que Berlanga exacerbaría en sus dos últimos filmes ya sin el riojano, y la gran influencia de la novela picaresca y el sainete español. Con Azcona, las historias se vuelven corales y los diálogos mas prominentes, inteligentes, naturales e hilarantes generando ese concierto de voces tan peculiar de su cine y que los detractores usan en su contra al ver un apoyo narrativo más en lo verbal que en lo visual, algo que consideran demasiado anticinematográfico. Pero nada más lejos de la realidad. Las estructuras narrativas que plantea junto a Azcona y la complejidad de sus escenas donde la acción en primer término se confunde e intercambian constantemente con la de segundo plano exige una planificación milimetrada de la composición fílmica. Para ello Berlanga toma 2 decisiones que son capitales en su estilo: austeridad por encima de preciosismo visual y el empleo del plano secuencia como aproximación al espacio y tiempo teatral que requería las escenas que Azcona escribía. Y si algo se debe destacar de la genialidad del realizador es su maestría a la hora de componer y encuadrar sus asombrosos planos secuencia.

Con Azcona también llega el caos al cine de Berlanga. Las películas empiezan directamente en medio de la acción y las escenas se suceden sin orden evidente, atropellándose unas a otras y sin poder predecir que va a ocurrir a continuación. Pero todo este desconcierto es aparente. Si nos fijamos concienzudamente, todos la maraña de hilos argumentales siguen una planificación férrea. Caos, cine coral e interacciones sociales son las tres herramientas que la pareja emplea para abordar temas que poco tienen que ver con ellas, al menos directamente, como es la soledad, la incomunicación y la falta de solidaridad en la sociedad española.

De las pocas cosas que no se alteraron con la llegada de Azcona fue la estructura global característica del cine de Berlanga que se puede trazar en todas y cada una de sus películas, el famoso arco berlanguiano. Al inicio de sus filmes se presentan unos personajes –siempre perdedores- en unas situaciones miserables de la cual quieren huir. A lo largo de la historia, los protagonistas tienen la sensación de que podrán salir del agujero invadiéndoles un estado de euforia. Pero el protagonista berlanguiano jamás consigue sus objetivos. Al final, el destino, en plena injusticia poética, destrozará todas sus ilusiones llevándoles al punto de partida -o incluso más abajo- uniendo así el principio con el desenlace que son, a su vez, los momentos más dramáticos de la película.

Otra de las constantes en todas las etapas de su filmografía es el profundo análisis de los aspectos sociales, morales y culturales de la sociedad española. Su cine evoluciona, tanto en contenido como en técnica y forma, a la par que progresa la sociedad española para ridiculizar de forma certera y ácida aquellos valores de los que España se vanagloria y de cómo el feudalismo patrio sigue patente en la sombra lastrando el desarrollo del país. No deja títere con cabeza. Trata igual de mal a todas las instituciones y clases sociales, enfatizando aquellos que las diferencia y miserabiliza. Su acercamiento a estos temas es siempre de forma particular y original y manteniendo su opinión personal al margen. En “Los jueves milagro”, por ejemplo, analiza la omnipresencia y el poder de la religión a la vez que ataca la falta de moral empresarial. En “La escopeta nacional” destapa el funcionamiento de la política franquista reuniendo a nolbes empresarios y políticos en una jornada de cacería. Y en “La vaquilla” enfatiza el absurdo de la guerra, sobretodo en una contienda que enfrenta a dos pueblos vecinos, haciéndolos pelear por una vaquilla. Pero el autor valenciano no solo nos habla de la España de la segunda mitad del siglo XX. Aunque este se mantiene como eje central de su obra, lo va enriqueciendo introduciendo otros temas más existencialistas y de interés personal para Berlanga como la soledad – como elección catártica-, la libertad sexual –Berlanga era un reconocido erotómano- o las relaciones entre hombres y mujeres –la misoginia en su cine se origina por su miedo a lo desconocido y por la clara superioridad de la mujer-.

Por último, otro rasgo reconocible del cine berlanguiano es la cantera de actores que han trabajado con el. Al igual que Álmodovar o Buñuel, a Berlanga le gustaba contar con los mismos interpretes y ellos querían trabajar con él. Por extraño que parezca por la calidad y singularidad de las actuaciones en su cine, a Berlanga no le gustaba dirigir a los actores, daba pocas indicaciones y les remitía a lo que ponía en el guion para que trabajaran ellos solos el papel. Por eso, si daba con un actor competente que no requiriese de sus esfuerzo para poder centrarse en exclusividad a la parte técnica, lo incorporaba a su club de actores berlanguianos. Entre ellos, José Luis López Vázquez y Manuel Alexandre son los que más han trabajado con él, pero otros actores de la talla de Agustín González, Amparo Soler Leal, José Isbert, Elvira Quintillá, Chus Lampreave, Luis Ciges, Luis Escobar, Laly Soldevilla, José Sazatornil, Fernando Fernán Gómez o Michel Piccoli también forman parte del particular universo berlanguiano.

Para hablar de sus películas de manera individual, las he ordenado de buena a mejor intentando ser lo más objetivo posible. Pero como ser totalmente neutral es imposible, este ranking, como cualquier otro, no deja de ser de carácter personal e intransferible y desde Videodromo os animamos a que elaboréis el vuestro también. Solo he considerado los largometrajes dirigidos íntegramente por Berlanga. Fuera se han quedado “Las cuatro verdades” (1962), una cinta episódica donde 4 directores –Berlanga, René Clair, Alessandro Blasetti y Hervé Bromberger- adaptan diferentes fábulas de La Fontaine; la miniserie “Blasco Ibañez” (1997) que dirigió para TVE y el cortometraje de “El sueño de la maestra” (2002), basada en una escena de “Bienvenido, Míster Marshall” que la censura eliminó del guion original:

17. Novio a la vista (1953)

Tras el rotundo éxito de “Bienvenido Míster Marshall”, el reconocido director de cine ahora metido a productor Benito Perojo ( “Goyescas” (1942)) se fija en Berlanga y decide financiar la próxima cinta del autor levantino. No obstante, sus constantes intromisiones y su tacañería con el presupuesto hizo del rodaje un infierno. La idea de “Novio a la vista” surge tras leer un guion de Edgar Neville, el cual deciden comprar y adaptar. Berlanga buscaba ser menos conflictivo tras su anterior filme y se refugia en un tiempo pasado, en un enclave de ensueño como es el Hotel Voramar de Benicàssim, para contar una historia sobre los amores adolescentes de verano. Berlanga reivindica la época dorada del cine mudo y el slapstickdecantándose por un humor más físico que verbal y trasladando la historia a 1918 para que la estética pudiera recordar a los inicios del cinematógrafo. La propuesta es deliciosa y deja un dulce sabor de boca. Pero al ser tan ingenua e infantil acaba siendo intranscendente. Un relato sin fuerza con unos protagonistas con muy poco carisma que solo salvan los secundarios que insuflan la poca energía que tiene el filme. Berlanga intenta emular “Las vacaciones del Sr. Hulot” (1963) con el fin de repetir el éxito del filme de Tati, pero el resultado es muy inferior. “Novio a la vista” fue in fracaso de crítica y taquilla. Quizá la presencia Brigitte Bardot –quien estuvo a punto de protagonizarla pero retrasos en un rodaje previo en que se encontraba lo hizo imposible- hubiese dado un impulso al rendimiento del filme.

16. La boutique (1967)

Considerada por el propio realizador como su peor película a pesar de contar con un guion primigenio valorado como uno de los mejores que había escrito junto a Azcona, “La boutique” es su película maldita. Tras “El verdugo”, el director comete el error de comprometerse con el productor Cesáreo González, cuyas absurdas exigencias minan el potencial de la colaboración. El productor le impone a Rodolfo Bebán, frio y carente de carisma y a Sonia Bruno, que sí hace un papel maravilloso pero cuya belleza hace poco creíble que el personaje de Rodolfo, su marido, le engañe con otras mujeres. Sin embergo, Berlanga quería a José Luis López Vázquez y Laly Soldevilla en su lugar como una pareja más común, pero el productor se negó. También obligo a que se rodase en Argentina y en condiciones infrahumanas de producción e impuso el nombre final del filme, que se iba a llamar “Las pirañas”, un nombre mucho más acorde a la temática del filme.

El cambio de rumbo que buscaba Berlanga con esta cinta tampoco acompaña. El valenciano se distancia de su compromiso de autor y de los problemas que importaban a los españoles para hacer elucubraciones que no le interesaban a nadie en un intento estéril de acercarse al cine comercial. Profundiza en el proceso de transformación que sufre el hombre a través del chantaje emocional por parte de la harpía de la suegra primero y después por la evolución del personaje de Sonia Bruno, de mujer sumisa a dominadora. La cinta acaba en tierra de nadie, es completamente intranscendente. Es entretenida aunque le cuesta arrancar y a veces se torna reiterativa. Los diálogos no son demasiado inspirados y los actores tampoco son los mejores para reproducirlos, pero la progresiva caída a los infiernos de la pareja, semejante a “La guerra de los Rose” (Danny DeVito, 1989) pero más comedida, y la maravilla de final hace que se disfrute con una sonrisa socarrona.

15. Todos a la cárcel (1993)

Para muchos “Todos a la cárcel” es la única película buena de la etapa final en la filmografía del realizador, pero es una cinta mucho menos inspirada de lo que parece. Berlanga intenta emular el éxito que tuvo años atrás con “La escopeta nacional” repitiendo la misma trama y solo cambiando una cacería por la cárcel. José Sazatornil repite como empresario que busca promocionar su negocio a través de contactos de políticos sirviendo de brújula en medio del caos. Pero mientras “La escopeta nacional” es ácida, enérgica y con unos gags inspirados, en “Todos a la cárcel” falta esa fuerza. Los gags son inconexos y pocos de ellos son realmente graciosos. Por primera vez Berlanga ya no cuenta con Azcona y colabora con su hijo Jorge. Quizá la falta de la pluma certera e hiriente de Azcona sea lo que le falta a la película.

Berlanga se lleva toda la acción al interior de la Cárcel Modelo de Valencia -donde su propio padre había sido prisionero- por imposición de producción, que quería abaratar costes exigiendo limitar el rodaje a una sola localización. Esto le sirve de marco para hablar de la corrupción, de la política del pelotazo –la ironía de meter a los políticos en la cárcel aunque sea para una comida benéfica es evidente- y de la falta de solidaridad en la España de los 90. Una España en tiempos de vacas gordas pero oscura donde lo que ocurre no es lo que parece y donde los valores morales han sido tragados por el materialismo. La dirección de Berlanga sigue siendo excelente aunque menos compleja que de costumbre. Los planos secuencia son más calmados, menos complicados, dejando el peso de la fuerza de las escenas en la puesta en escena, más exageradas, rocambolesca y con peor gusto estético que de costumbre.

14. París-Tombuctú (1999)

París-Tombuctú” es el último largometraje de Berlanga y su testamento fílmico. Es su película más personal junto a “Tamaño natural”. Pero donde en aquella aislaba a su protagonista de la sociedad para profundizar en la esencia del ser humano como ser social, aquí busca transmitir como se ve él dentro de una sociedad demasiado moderna que ya no entiende. Berlanga enfrenta al personaje interpretado por Michel Piccoli, que representa al alter ego del realizador, a una sociedad que poco tiene que ver con aquella en la que el valenciano creció. Y para ello se traslada nuevamente al municipio ficticio de “Calabuch”, allí donde Berlanga nos mostró la inocencia y bondad de un pueblo rural de la España de los años 50. 43 años después esa sociedad corrompida se ha convertido en picaresca. Unos personajes grotescos e hiperbólicos que mancillan la belleza del precioso pueblo que un día fue.

En este filme Berlanga se desnuda –literal y metafóricamente-. El autor muestra sus miedos frente a un futuro incierto liderado por una sociedad a la deriva. A pesar de ser una comedia desmesurada y escatológica, “París-Tombuctú” es tremendamente pesimista. Un grito de horror donde la única solución es huir lejos, la angustia de estar encerrado en una cárcel con las puertas abiertas. Las intenciones y los mimbres del testamento final de Berlanga tiene el potencial para ser una de sus mejores obras, pero el filme no termina de funcionar. La ausencia de Azcona vuelve a notarse al faltar una solida conexión entre los diferentes gags y la mayoría de ellos no funcionan. Sin embargo, aquellos gags que funcionan, funcionan muy bien. El nivel de escatología es la más alta de su filmografía y recuerda en gran medida a las primeras películas de Almodóvar. “París-Tombuctú” tiene algunos de los mejores personajes de la filmografía de Berlanga. Los tres hermanos que acogen a Michel interpretados por una descomunal Concha Velasco, Amparo Soler Leal y Javier Gurruchaga tienen una química especial y todos sus gags son oro puro. Mención a parte tiene el recital de interpretación y derroche de carisma de Juan Diego en la piel de un mecánico anarquista y nudista, papel por el que le otorgaron el premio Goya a mejor actor de reparto.

13. Esa pareja feliz (1951)

El debut cinematográfico del realizador valenciano, que escribió y dirigió a 4 manos junto a Juan Antonio Bardem –Berlanga se encargaba de la parte técnica y Bardem de dirigir a los actores- es una solvente carta de presentación. La calidad de los diálogos, la puesta en escena y la temática ya empezaba a tomar la forma de lo que, con trabajo y experiencia, se convertiría en su marca personal. Sin embargo, el estilo y tono de la cinta era bastante impersonal y la dirección  imperfecta, típico de la dirección novel de antes, cuando los realizadores partían más de sus buenas intenciones que de un conocimiento real del trabajo de realización.

Los incipientes realizadores, 2 de los mejores de su generación y que cambiarían el rumbo y el estilo del anquilosado cine español, tenían la pulsión de plasmar su amor por el séptimo arte y decidieron integrar en el relato el universo cinematográfico llegando a abusar de continuas alusiones a la industria del celuloide. El discurso central de “Esa pareja feliz” era enfrentar la visión pesimista a la visión optimista e ingenua de la vida. Esta dicotomía estaba representada en un humilde matrimonio madrileño interpretados por Fernando Fernán Gómez, un electricista que trabaja en un estudio de cine, y Elvira Quintilla, una ama de casa cuyo sueño es ganar un concurso patrocinado por una marca de jabón para poder prosperar en la vida. La película es divertida, ligera y con un buen ritmo. El dúo de directores no pecan de pretenciosos creando una cinta correcta y un discurso interesante que desemboca en un final, si no feliz, al menos complaciente.

12. ¡Vivan los novios! (1969)

¡Vivan los novios!” es la primera película de Berlanga en color y la segunda colaboración, obligada por contrato, con Cesáreo González tras la pesadilla que supuso “La boutique”. Pero en esta ocasión, el director levantino logra tener un mayor control de las decisiones, aunque no por ello deje de encontrar cierta resistencia por parte del productor. Ahora sí consigue que la cinta esté protagonizada por José Luis López Vázquez y Laly Soldevilla y que fuese rodada en su lugar de elección, la localidad costera de Sitges. Cesáreo hizo del rodaje otro infierno como el proyecto anterior y el nivel de exigencia del director para la película se redujo, perjudicando a la calidad del resultado final. La anécdota más famosa de esta rencilla tiene que ver con la escena final, donde el cortejo fúnebre que sigue a López Vázquez y el coche fúnebre que lleva los restos de su difunta madre forman una araña gigante como alegoría de la red en la que había caído su personaje y del que no podrá escapar. Un final perfecto en su concepto pero no en su ejecución. Berlanga necesitaba 4 días y varios especialistas para coordinar la coreografía de la muchedumbre y de su filmación, y desde la productora solo le dejó medio día y extras sin formación. El resultado visual dejaba mucho que desear pero era un resumen perfecto de lo que había sido el rodaje: un guion potente interpretado por actores de excepción y con un director al mando de gran talla y todo se va al traste por problemas de producción, uno de los mayores estigmas durante la carrera del realizador.

La película fue un fracaso comercial no solo por los problemas con Cesáreo, sino nuevamente por las intenciones que Berlanga tenia con la cinta. Empeñado en dar el salto al cine comercial, el cineasta busca emular las comedias coetáneas ya que el landismo estaba teniendo mucho tirón en la taquilla. Estas eran comedias blancas con cierto toque picante pero para nada filmes sólidos. Mero cúmulo de chistes y sin pretensiones ni transfundo. La forma de ser del director no era compatible con ese cine. Berlanga es incapaz de evitar impregnar la cinta con un fondo rico, un cierto tomo pesimista y protagonizarlo por un perdedor incapaz de tomar sus propias decisiones, que pasa de ser el esclavo de su madre a serlo de su esposa. Dotar de esta manera a la comedia comercial de dicha tridimensionalidad resulta en un producto extraño que no gusta ni a los amantes de su cine por tratar temas poco interesantes y de forma más ligera y a los amantes del landismo porque ni hay tantos chistes ni ellos buscan tanta profundidad.

Pero, vista con perspectiva, “¡Vivan los novios!” es una película rara pero muy interesante. Llena de contrastes. El turismo europeo de los 60 enfrentado a una España todavía anclada en el feudalismo intentando salir a flote bajo el yugo del franquismo, una boda frente a un funeral que discurren ambos por las mismas escalinatas, humor blanco frente a humor negro. Y, sobretodo, destaca el trabajo de López Vázquez, un hombre gris y apático, incapaz de enfrentarse a nadie pero con un apetito sexual voraz. El tormento del personaje mostrado a partir de pequeños matices. Una interpretación contenida, algo poco habitual en el actor, hace de este uno de sus mejores trabajos.

11. Nacional III (1982)

Tercera y en principio última entrega de la Trilogía Nacional tras “La escopeta nacional” y “Patrimonio nacional”. Y digo en principio porque hace apenas un par de días se desveló el contenido de una caja guardada por el propio Berlanga en el depósito del Instituto Cervantes con órdenes estrictas de ser abierta en el mes del centenario de su nacimiento y que contiene, entre otras cosas, el guion del que hubiese sido la cuarta parte titulada ““¡Viva Rusia!” escrita por él mismo, Azcona, su hijo Jorge y Manuel Hidalgo.

Así como en “Patrimonio nacional” Berlanga decide cambiar radicalmente de protagonistas centrando su atención en el clan Leguineche, secundarios en “La escopeta nacional”, en “Nacional III” sigue las andanzas de esta peculiar familia dejando a esta entrega como una secuela al uso. Como siempre, el realizador junto a Azcona aciertan en el tema sobre el que hundir su afilada pluma dada su actualidad: la evasión de capitales de las grandes fortunas españolas frente a la llegada del socialismo. Más bufona y escatológica que las películas anteriores de la trilogía, algunos chistes entran mal y los que entran bien ya no tienen ni la energía ni la frescura de la que lucia en las entregas anteriores. No obstante, el guion, en términos de estructura, sigue siendo impecable. La complejidad de las secuencias que Berlanga planteaba era la mayor de todo su cine y no de forma gratuita, sino ateniéndose a las exigencias de guion. La escena más complicada de la cinta, y posiblemente de su carrera, fue un plano secuencia de más de 7 minutos, steadicam al hombro, por el interior de una estación de tren que no paró su funcionamiento durante el rodaje y con muchos actores en juego y cientos de extras perfectamente coordinados. Posiblemente en este filme el realizador alcanza su cenit en cuanto a la complejidad de su puesta en escena si bien pasa completamente desapercibido por ser tan poco vistosa.

10. Tamaño natural (1973)

Tamaño natural” es la película menos berlanguiana y a su vez la más íntima y personal junto a “París-Tombuctú”. Su ritmo es más reposado, la puesta en escena más sencilla, la fotografía más preciosista y, aunque tenga ciertos toques de humor y la estructura narrativa siga manteniendo ciertos códigos de la comedia, esta es la única cinta del realizador que se aleja del género y se puede catalogar de drama. También es la película de personaje por antonomasia. Se deshace de los trasfondos corales, porque Francia, el país donde transcurre la cinta, no es España. Solo en el tramo final, cuando el protagonista se encuentra con un grupo de inmigrantes españoles, estos aparecen como una marabunta caótica y animal que arrasa con todo a su paso.

Tamaño natural” es también el broche final a una trilogía unida por su discurso común -el estudio personal de Berlanga sobre la figura de la mujer- en lo que se conoce como la trilogía de la misoginia completada por “La boutique” y “¡Vivan los novios!”. Pero es en este filme donde el cineasta va más allá. La figura de la mujer la simplifica a su mínima expresión, una muñeca hinchable. Un objeto inanimado que representa la fantasía del hombre berlanguiano: no interfiere en la vida del protagonista, no se queja, y satisface su apetito sexual sin rechistar. Prototipo de mujer ideal. Pero no por ser inanimado deja de subyugar al hombre, quien esta inevitablemente sometido a la mujer pero no por culpa de ella sino por la inferioridad del hombre al propio concepto femenino. Porque la misoginia de Berlanga nace de considerar a la mujer como un ser superior que no entiende y que despierta sus mayores terrores.

La película, interpretada magistralmente por un Michel Piccoli que dota de profundidad y aristas a un personaje complejo, quizá el más complejo de la filmografía de Berlanga, es una desgarradora historia sobre la soledad y la sumisión, sobre los celos y el sentimiento de propiedad. Una cinta densa que Berlanga aligera mediante una dirección turbia pero sutil y liviana, claramente inspirada en el “Último tango en París” (1972) de Bertolucci, con un ritmo ascendente conforme Michel va cayendo en su espiral de locura hasta acabar de forma abrupta con un final perfecto.

9. Bienvenido, Míster Marshall (1952)

Esta es quizá la película más icónica y recordada de toda la filmografía de Berlanga sin llegar a ser necesariamente tan siquiera una de las mejores. Con “Bienvenido, Mister Marshall” sucede lo que suele ocurrir con el primer verdadero destello de genialidad de los grandes autores cinematográficos, que todo parece mejor cuando lo ves por primera vez. Ocurre por ejemplo con “Taxi Driver” (1976) de Martin Scorsese, “Pulp Fiction” (1994) de Quentin Tarantino o incluso con “Ciudadano Kane” (1941), que el propio Orson Welles no consideraba la mejor de sus películas. La segunda cinta de Berlanga sienta las bases de lo que sería su cine. Y lo hace con una historia llamativa -co-escrita junto a Bardem e inspirada en “La Kermesse heroica” (Jacques Feyder, 1935)- y unos personaje icónicos, sobretodo el alcalde de Villar del Rio Don Pablo, a quien interpreta un maravilloso José Isbert en estado de gracia. Pero también tiene fallos de director nobel. La voz en off resulta reiterativa y los episodios oníricos forzados y fuera de tono.

Si que es notoria la agilidad que demuestra el cineasta pese a ser su segunda película. Es capaz de sacar su idea adelante integrando las exigencias de la productora –que fuera una cinta folclórica y divertida, que sirviese de lanzadera a una nueva estrella de la canción, Lolita Sevilla, y que se desarrollara en Andalucía- y frente a la desconfianza del equipo técnico y, sobretodo de José Isbert, que veían en él a un director inexperto e inseguro. Pero contra todo pronóstico para los allí presentes, Berlanga dibuja una nueva forma de hacer cine, un nuevo lenguaje fresco y original que estaba a punto de llevar a una nueva vida al cine español. Tal fue el clamor entre las figuras de la industria que, antes de ser estrenada en salas, decidieron llevarla a Cannes donde fue un éxito y consiguió una mención especial del jurado a pesar de los problemas que tuvieron con Edward G. Robinson, que consideraba ciertas escenas ofensivas para su país y exigía su re-edición para eliminarlas. Este fervor demostraba que estaban frente al nacimiento de otro gran director cinematográfico.

8. Moros y cristianos (1987)

Con “Moros y cristianos” llega una de mis 2 reivindicaciones personales en esta lista, porque lo habitual seria que la última colaboración de Berlanga con Azcona ocupe los últimos puestos de cualquier ranking que alguien haga sobre su cine. Y el motivo suele se por su falta de pretensiones y de trasfondo, más allá de ridiculizar la industria de la publicidad y de los empresarios de provincias –una familia de turroneros alicantinos en esta ocasión- estancados en el pasado e incapaces de entender la reglas que rigen el juego en la sociedad moderna en la que irremediablemente deben vivir. El objetivo de Berlanga con esta cinta es claro: buscar la comicidad a toda costa. Consegui

r que el público se lo pase bien. La risa por la risa. Sin mayores pretensiones que las meramente comerciales. Pero el mundo elitista al que pertenece su cine no aprueba semejante agravio y la crítica se le echo encima.

Pero realmente el cineasta consigue lo que buscaba. “Moros y cristianos” es endiabladamente divertida. El ritmo y la energía, sobretodo de su primera media hora, es frenética. Los chistes están inspirados e integrados y los intérpretes, un elenco de lujo formado por los mejores actores de comedia del momento, están todos sublimes, asomándose al precipicio de la sobreactuación sin llegar a caer milagrosamente.

Azcona y Berlanga llevan hasta el límite el caos de la trama sin hacer tambalear los cimientos de su estructura. En este filme Berlanga empieza a potenciar la escatología y lo obsceno. Es una astracanada con mucho aroma valenciano. No deja de ser una falla, una caricatura de la sociedad actual cuyo final se anuncia muchas veces y parece que va a llegar en multitud de ocasiones pero siempre hay algo más, como una buena mascletá que te adentra poco a poco en un final apoteósico. Y el gag final de la película lo es. 5 minutos hilarantes de un humor negrísimo.

7. La vaquilla (1985)

El primer esbozo del guion de “La vaquilla” data de 1948, antes incluso de que el realizador dirigiese su primer filme. Pero el proyecto se retrasó hasta 1985 por dos motivos de peso. El primero es la ambición presupuestaria del proyecto. Pero gracias a Alfredo Matas, el mejor productor con el que ha trabajado Berlanga, y al éxito cosechado con la Trilogía Nacional lograron reunir los 250 millones de pesetas que costó el filme, el más caro del cine español hasta la fecha. El segundo motivo de la demora fue el franquismo. Hacer una bufonada de la guerra civil era impensable durante la dictadura. Pero una vez entrados en la era democrática, hacer una película de este tipo sí era posible, aunque se topara irremediablemente con la resistencia de cierto sector de la sociedad que veía blasfemo frivolizar de esa manera sobre la Guerra Civil Española.

La vaquilla” fue el mayor éxito de taquilla de toda la filmografía berlanguiana. El elevado presupuesto exigía que el realizador se atuviera a esquemas que le aseguraran el boom que finalmente tuvo. Para ello, en lugar de intentar emular aquel cine que gustaba al público como ya intentase infructuosamente con “La boutique” y “¡Vivan los novios!”, el cineasta recurre al denominador común de todos sus grandes triunfos: películas corales y caóticas, con mucho ritmo, personajes icónicos, siguiendo el arco berlanguiano a pies juntillas y metiendo el dedo en la llaga de algún tema controvertido de actualidad. Además, Berlanga también aligera bastante el contenido y la profundidad del filme. El humor es más blanco y fácil para todo el mundo y los personajes no llegan a ser tan odiosos como en algunas de sus anteriores películas. El resultado es agradable y divertido y, siendo 100% autoral, asistimos a un Berlanga a medio gas, contenido, dubitativo. Quiere introducir la figura del marqués pero se cohíbe, su discurso queda diluido y las escenas de este personaje disonantes con el resto del filme. No quiere tomar partido ni de un bando ni de otro y se ve en la necesidad de justificarlo en un final melodramático  que no funciona para nadie.

Aun así, la película es muy divertida y la dirección es impecable. Planos largos y complejos dotan de agilidad a un filme ya de por si trepidante en su concepción. La contienda bélica desdramatizada y expuesta como una falla valenciana para enfatizar el absurdo de la guerra y, sobretodo, una que enfrenta a pueblo vecinos es una manera refrescante y original de abordar el tema. Y no por ridiculizarla se banaliza, sino todo lo contrario.

6. Calabuch (1956)

Novio a la vista” y “Calabuch” forman un díptico que los desmarca del resto de la filmografía de Berlanga por su ingenuidad, su bondad, y falta de ironía y humor ácido. Una isla en medio de un universo oscuro y macabro donde todo es luz y bondad.

Cándida y complaciente, muchos creen que es un paso en falso del autor pero en realidad es una pintura realista de la España rural de los 50, de sus bondades pero también de sus limitaciones. Con “Calabuch” Berlanga alcanza el cenit de su primera etapa más inocente y soñadora. El argumento es sencillo, narrada de forma directa y amable, sin segundas intenciones ni excesos, apoyada en un reparto coral de personajes con vidas sencillas y generando un ligero ambiente onírico gracias a la armonía de su puesta en escena y elegir la maravillosa Peñiscola como enclave del filme.

El filme está protagonizado por Edmund Gwen, que venia de trabajar con Hitchcock en “¿Pero quién mato a Harry?” (1955), en el papel de un físico nuclear harto de hacer bombas atómicas que huye a la apacible localidad ibérica, donde es acogido como uno más y termina cambiando la construcción de armas de destrucción masiva por el cohete que hará ganar al pueblo el concurso de fuegos artificiales. El rodaje transcurrió sin problemas y fue uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera –también gustó mucho en el Festival de Venecia-. Berlanga consigue realizar lo que pretendía, una película cordial, honrada y sencilla al estilo de René Clair con una calidad cinematográfica inusitada.

5. Patrimonio nacional (1980)

Tras el boom en taquilla que supuso “La escopeta nacional”, no era descabellado que Berlanga y Azcona decidieran hacer una continuación. Pero su atrevimiento viene cuando deciden desprenderse de su personaje principal, el señor Canivell (José Sazatornil), para centrar la atención sobre las peripecias del clan de los Leguineche, esperpénticos personajes que robaron parcialmente el protagonismo al empresario de porteros electrónicos en la cinta anterior. Con ello, consiguen abarcar lo mejor de una secuela, que es traer personajes que ya han sido presentados para hacerlos directamente evolucionar en esta segunda parte, y a su vez dar un aire de filme completamente nuevo.

Esta entrega arranca con la muerte de Franco y la consiguiente caída de la dictadura. El marqués de Leguineche y su hijo vuelven a su palacio en Madrid tras su exilio voluntario en la casa de campo donde transcurría la acción de “La escopeta nacional” para reencontrarse con su mujer y para retomar su esplendorosa vida cortesana. Sin embargo, con la llegada de la democracia, la total indulgencia con la que vivía la nobleza se acaba y deben rendir cuentas con Hacienda, lo que les llevará de cabeza hacia la bancarrota y cuya idea para evitar la quiebra es tan esperpéntica como hilarante dando un buen broche final a una película sensacional.

La puesta en escena es soberbia, encadenando escenas de gran complejidad técnica y narrativa que requerían de mucho tiempo de planificación y elaboración, destacando una de 7 minutos donde la cámara, desplazada por railes, se mueve ininterrumpidamente entre habitaciones y pasillos persiguiendo y abandonando a los diferentes personajes. La composición cinematográfica que Berlanga hace en el interior del palacio –el cual le costó meses encontrar porque ningún noble quería prestar sus aposentos para una segura ridiculización de su clase social y, una vez decidido que sería el palacio Linares, otros tantos meses conseguir los permisos- es simplemente espectacular, convirtiéndolo en un componente más y a su vez reflejo de los personajes que en el conviven. Sin embargo, aunque la calidad cinematográfica esta varios peldaños por encima de su antecesora, no termina de mostrar la potencia ni la hilaridad –aun teniéndola, y mucha- de “La escopeta nacional” lo que impide que, siendo un filme excepcional, no alcance el Olimpo berlanguiano.

4. Los jueves milagro (1957)

Con “Los jueves milagro” vengo a romper mi segunda lanza en este personal ranking berlanguiano, ya que el filme no acaba siendo la obra maestra a la que apunta durante los 2 primeros actos por culpa de una sombra que perseguirá al autor hasta la caída del franquismo: la censura. Y por ello no merece bajar más allá del cuarto puesto al que la he relegado. Con esta comedia, Berlanga osa ridiculizar de la forma más directa y despiadada uno de los pilares fundamentales de la sociedad española, la iglesia católica. Solo a partir del guion, el censor religioso escribió 200 páginas de cambios que debía hacer sobre el libreto. Berlanga, con su humor socarrón, pretendió incluir el nombre del censor como guionista del filme.

Los jueves milagro” narra la historia de una estafa que intentan perpetrar 5 individuos para promocionar el balneario de la localidad ficticia de Fuentecilla. Intentando emular el milagro de Lourdes, el cual había hecho prosperar al pueblo francés, hacen aparecer a San Dimas (José Isbert) varias veces frente al tonto del pueblo (Manuel Alexandre) para que hiciera correr el rumor de que el agua que emana de la fuente natural del pueblo y que abastece al balneario es curativa. El bulo poco a poco empieza a crecer hasta que se les va de las manos y gente de todas partes abarrotan el pueblo con la confianza ciega de que aquel agua iba a resolver sus vidas. Con esta historia, Berlanga no solo ridiculiza directa y ferozmente a la fe ciega de las clases sociales más desfavorecidas, sino también, y de forma peligrosa, a la iglesia y a la credibilidad de los milagros sugiriendo que detrás de ellos pueden haber más intereses económicos que divinos. No es de extrañas que la iglesia pusiera trabas al filme llegando a censurar por completo el final original. En él, los perpetradores de la estafa eran descubiertos, ya que los personajes berlanguianos están siempre destinados al fracaso. En cambio, la iglesia no veía redención suficiente por la parte que les correspondía y obligaron a que el embaucador que se une a la empresa de los timadores a mitad película no fuera un simple embustero, sino el propio San Dimas que efectivamente había hecho que el agua fuese realmente curativa. El realizador estaba claramente en contra de este final, que rompía con todo el discurso abierto a lo largo de la cinta, y por ello decide, deliberadamente o no, cambiar drásticamente de tono y estilo en la recta final, como si estuviésemos en otra película.

Desgraciadamente, el resultado final, en su conjunto, fue un fracaso total que no gustó a nadie, pero esos dos primeros actos, que son soberbio, no deben caer en el olvido. Sobre un guion certero, sagaz, trepidante e hilarante, Berlanga dibuja su película más visualmente preciosista, profundamente inspirada en el expresionismo alemán, dejándonos unos planos deslumbrantes. El quinteto de timadores son pura genialidad, y José Isbert, disfrazado de San Dimas, es el icono representativo del cine de Berlanga que el autor merece y no el Don Pablo de “Bienvenido, Mister Marshall”.

3. El Verdugo (1963)

El verdugo” es quizá, junto a “Bienvenido, Mister Marshall” la película más recordada del cineasta y, para muchos, su película más redonda. Y posiblemente lo sea. No solo por su guion y por la dirección, sino por como y cuando aborda el tema tan delicado que trata. Basada en la anécdota de un amigo abogado que tuvo que asistir a una ejecución donde el verdugo estaba muy nervioso y le tuvieron que inyectar un tranquilizante, en esta comedia negrísima Berlanga nos presenta a José Luis (Nino Manfredi) un hombre de clase media-baja que conoce a Carmen –interpretada por una arrebatadora Emma Penella- la hija de un verdugo (José Isbert) de la que se enamora y deja embarazada. Para poder conseguir una casa y prosperar acaba heredando el trabajo de su suegro bajo la seguridad de que ya nunca se condena a muerte y no tendrá que ejercer. Hasta que llega una orden de ejecución de Mallorca.

El verdugo” es una crónica despiadada y lúcida contra el régimen franquista y la pena capital, lo cual le acarreó muchos problemas con las autoridades, que obligó a recortar hasta 17 planos y a quitarla de la cartelera lo antes posible a pesar de la buena acogida por parte del publico que estaba teniendo. Para esta película, Berlanga quería prestar mayor atención a la fotografía y la iluminación y contrata a Tonino della Colli. Y aunque no acabó muy contento con su trabajo, escenas como la de la Cueva del Drach no se podrían haber rodado con tan buen resultado y la calidad pictórica del producto final del filme se nota superior a sus anteriores –e incluso posteriores- trabajos.

El éxito de la cinta fue rotundo, consiguiendo incluso el premio de la critica en el Festival de Venecia. La película, sin tener el ritmo trepidante habitual de su autor, concuerda en tiempo y tono con la envergadura de la historia que narra. Berlanga sabe equilibrar a la perfección las dosis de humor y dramatismo y componer así una obra inigualable. Como broche de oro, el clímax de “El verdugo” cuenta con la que es, sin lugar a duda, el mejor plano del cine berlanguiano y una de las mejores del cine en general. Esa habitación completamente blanca que en realidad no existe en ninguna cárcel y por lo tanto no tenía razón de ser hasta tal punto que los productores no comprendían la necesidad de su presencia. Un plano casi cenital donde un grupo de personas acompañan al sentenciado a muerte camino del garrote vil seguido por Manfredi que poco a poco se va desmoronando consciente de lo que tiene que hacer. Como esa gente va dejando al reo para atender al verdugo hasta que ambos grupos son totalmente indiferenciables. Mucha información en un plano tan simple y austero. Un plano perfecto que debería haber sido el broche de oro a una cinta redonda y no la escena realmente final donde vuelven en barco a la península y que poco aporta.

2. La escopeta nacional (1978)

Una anécdota que cuenta como Fraga habría recibido un perdigonazo por parte de la hija de Franco en una cacería, se convierte en el germen de una de las películas –y más tarde de una trilogía- más completas y complejas de la filmografía de Berlanga, “La escopeta nacional”. El autor vuelve a contar con Alfredo Matas en la producción, con quien los rodajes siempre fueron suficientemente estables como para poder desarrollar todo el potencial de la película, y con su fiel amigo Azcona junto al que escribe uno de los guiones más lúcido, directos, hirientes y desternillantes de su obra. Juntos afianzan el esquema de película coral que empieza directamente introduciendo a un personaje en medio de un acontecimiento caótico -y en el que tendrá que encontrar su sitio y buscarse las castañas para evitar que la muchedumbre acabe asfixiándole- que utilizó por primera vez en “Plácido” y que repetirá posteriormente en “La vaquilla”, “Moros y cristianos”, “París-Tombuctú” y, sobretodo, en “Todos a la cárcel”. Y al igual que ocurre en “Plácido”, aquí vuelve a abordar el tema de la soledad y la incomunicación rodeando al Jaume Canivell de José Sazatornil de una muchedumbre que le habla pero no le escucha.

La escopeta nacional” es su película más política sin necesariamente tomar parte en un bando o en otro. La enmarca allí donde la política y sus entresijos era la cotidianidad, los eventos sociales que reunían a políticos, empresarios y nobles para decidir el rumbo de la España franquista movido única y exclusivamente por sus intereses económicos: un día de caza. Ese es justamente el motor de la película, que el personaje de Sazatornil consiga financiación pública a raíz de involucrar al ministro de turno económicamente en su negocio de porteros automáticos. Un tema que justamente, en el momento sociocultural español en el que se estrena la película, es de suma relevancia y actualidad y que favorece que la película se convierta en uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera.

La dirección de Berlanga es sofisticada y dinámica. Su cámara se mueve por la finca de caza –propiedad del mismísimo Franco y cuyo nieto le consiguió para poder rodar en ella aun sabiendo el tema de la cinta- con destreza y soltura. El tándem Azcona-Berlanga nos presenta a una serie de personajes pintorescos, carismáticos y reconocibles y escriben los mejores diálogos de su colaboración. Frases como: “¿Pero de qué es la colección? ¡Pero si son pelos de coño!” o “Apolítico, total, de derechas, como mi padre” son de las mejores líneas que salieron de sus plumas.

1. Plácido (1961)

La existencia de esta obra maestra es inexplicable. Sin tener nada tan icónico -ni tan siquiera el carromato de Plácido lo es- como otras de sus mejores películas, Berlanga y Azcona, en su primera colaboración, se marcan una película simplemente perfecta. Todo en ella funciona: el guion, los actores, la puesta en escena donde la acción en segundo plano esta tan planificada como la acción principal enriqueciendo las composiciones que plantea, o el mensaje. Todo encaja como las piezas de un reloj suizo y los gags son todos hilarantes y precisos. Berlanga demuestra una destreza en la dirección y en el ritmo abrumadora y el caos que se plantea esta firmemente sujeto por una estructura narrativa férrea y una planificación y dirección igualmente sólida y solvente.

Plácido” es una despiadada crónica sobre la incomunicación, la soledad –Berlanga decía que era su particular “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952)- y el hipócrita uso de la caridad como instrumento empleado por las clases pudientes para presumir públicamente de sus valores cristianos. Un tema que también es tratado ese mismo año en “Viridiana” de Luis Buñuel, pero mientras el valenciano arremete contra todas las clases sociales y trata el concepto de la caridad como un falso acto de la clase adinerada, el de Calanda abogaba por mostrarla desde la bondad de la protagonista que da nombre a la película y como los pobres se aprovechan de ello sacando la inmundicia que hay dentro de ellos. Esa equidad a la hora de dar palos a todos que tiene Berlanga hace que su cinta sea vista con mejores ojos por el régimen –a pesar de ridiculizar y denunciar en ella todo lo que la dictadura franquista defiende- y fue seleccionada para competir en los Oscar a mejor película de habla no inglesa, donde llego a quedar entre las 5 nominadas.

Todos estaban inspirados a la hora de hacer esta película y esta perfección nunca la volvió a alcanzar Berlanga en su cine, aunque muchas veces se quedara cerca. “Plácido” es, sin lugar a dudas la gran obra maestra de nuestro autor centenario, una de las mejores películas españolas jamás rodadas y, seguramente, una de las mejores de la historia del cine.

Por Pablo Lujan

Doctor en Biología Celular por la Universidad de Heidelberg. Compagino la ciencia con mi otra gran pasión: el Cine.

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