Mar. Mar 19th, 2024

El reciente estreno de «Los Odiosos Ocho» muestra un cambio en la concepción del western de Tarantino que va de la aventura épica a la enrevesada intriga .

Jugando con los géneros

Durante las últimas décadas, Quentin Tarantino se ha establecido en el panorama cinematográfico como un director obsesionado con revisar la filmografía clásica y moderna; una especie de Doctor Frankestein de la ficción cinematográfica que recoge la iconografía, las formas y las tramas de grandes cineastas de la historia para devolverlas a la vida con un estilo propio que enfatiza tanto la faceta visual como los diálogos. Amante de aquellos largometrajes que dan importancia a la acción y la violencia, como pueden ser el cine de gánsteres o el de terror de serie B, Tarantino mezcla géneros y los presenta en filmes que juegan a ser y aparentar, tal y como hizo con la saga Kill Bill, en la que combinó el cine de samuráis con el western.

Pero si debemos relacionar al cineasta de Knoxville con un cine en concreto, este sería el spaghetti western, con largometrajes como Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone; un género revisionista que interpreta los elementos que el western clásico utilizaba desde los primeros años de la historia del cine hasta la mitad del siglo XX. Por esa razón, y tras haber jugado a esconder las formas propias del género en su filmografía, en el año 2012 Tarantino presentaba «Django Desencadenado», un western que operaba tanto a nivel iconográfico como narrativo y que reutilizaba y reinventaba el imaginario del director Sergio Corbucci (creador del filme «Django» de 1966). No obstante, el filme no deja de lado la influencia del resto de géneros con los que trabaja Tarantino habitualmente, razón por la cual el filme destaca por su originalidad a la hora de plantear una trama que combina el eurowestern con rasgos propios de otros cines.

Este 2015 Tarantino vuelve a la gran pantalla con «The Hateful Eight», un western que si bien mantiene algunos de los rasgos de su estilo, así como del imaginario de «Django Desencadenado», propone un enfoque diferente del género a pesar de ser fiel iconográficamente. En otras palabras, un nuevo western tarantinesco que asienta  las bases de su interpretación del género pero que, a su vez, toma distancia respecto a su antecesora para mantenerse dentro del carácter fílmico con el que permite al espectador identificar su obra.

Expansión y contracción

A pesar de que los dos últimos filmes de Quentin Tarantino se mueven dentro de un mismo universo, estos se diferencian el uno del otro a partir del planteamiento que el director hace de cada uno, acercando al espectador a dos experiencias narrativas distintas. El punto clave de este planteamiento recae en cómo se desarrolla cada filme a nivel narrativo, pues mientras «Django Desencadenado» es un filme que parte de un pequeño punto que se expande, «The Hateful Eight» se contrae para concentrar la acción en un espacio mínimo. Llegados a este punto, este artículo pretende analizar los rasgos que asemejan y diferencian dos filmes que, si bien parten de un imaginario en común, exponen el arsenal retórico de Tarantino como creador de historias.

Imagen Hateful 2

«Django Desencadenado» no es un filme más en la obra de Tarantino, pues implica su total inmersión en el western, a través de un minucioso ejercicio iconográfico que recrea, no sólo los escenarios esenciales, sino también las situaciones y los personajes encargados de desencadenarlas, sin llegar a dejar de lado la picaresca que tanto le caracteriza. En primer lugar, el filme hace referencia al clásico del eurowestern «Django» (1966) de Sergio Corbucci, al presentar un personaje cuyo pasado ha sido marcado por la violencia de su tiempo y que busca venganza dadas las circunstancias en las que se encuentra. No obstante, el filme de Tarantino no mimetiza íntegramente la historia del director italiano, sino que hace uso de su característica ironía a la hora de dar la vuelta a las situaciones que se ven ligadas a un componente histórico. Por esa razón, Tarantino revierte el planteamiento del western haciendo que su protagonista sea un esclavo negro que por un giro del destino es liberado y tiene la oportunidad de vengarse de aquellos que un día le fustigaron, cambiando los arquetipos y predisposiciones fílmicas de la misma forma que hizo al reinventar la Segunda Guerra Mundial en el largometraje «Malditos Bastardos» (2009), dando a los judíos poder sobre sus opresores (paralelamente al proceso utilizado en el cine de explotación negro, también conocido como blaxplotation).

Al igual que cualquier eurowestern, el filme parte de la presentación de un personaje cuya vida está irremediablemente destinada a una odisea que le llevará a complacer sus pasiones, sin dejar que la acción quede fuera del relato. Así, Django (Jamie Foxx), junto al cazador de recompensas King Schulz (Christoph Waltz), viaja a través de la inmensidad de los escenarios míticos del oeste americano para hacer frente a los enemigos que se interponen en su cruzada de rescatar a su esposa Broomhilda (de la misma forma que lo hace el héroe de la leyenda alemana que cuenta King Schulz). De esta forma, el potencial del cine de Tarantino recae en su habilidad a la hora de crear historias, a través de la creación de personajes y situaciones que ponen de relieve el papel del director como creador de universos propios a través de una reinterpretación de la Historia y de las vertientes artísticas de la ficción cinematográfica. De esta forma, «Django Desencadenado» es un filme que, al igual que su protagonista, se inicia atada de manos y pies en un escenario oscuro y claustrofóbico para, más tarde, liberarse y expandirse a través de múltiples escenarios que pondrán de manifiesto la épica del relato en un viaje repleto de adversidades y de un final que pondrá a prueba la condición heroica del personaje principal.

«The Hateful Eight», por su parte, no es una excepción en la obra de Quentin Tarantino, pero si bien es cierto que mantiene una estrecha relación con el imaginario de «Django Desencadenado» (en particular a la hora de idear personajes y situaciones que extraen su potencial como figuras únicas) difiere en la estructura narrativa, haciendo del filme una jugada de ajedrez minuciosamente planeada que tiene como propósito poner al espectador en jaque. En esta ocasión, el director nos acerca a la historia de ocho personajes que, a causa de una fuerte ventisca, se ven encerrados en una pequeña mercería en la que las tensiones se disparan cuando todos se dan cuenta de que uno de ellos va encadenado a una fugitiva por la que se paga una cuantiosa recompensa, dando rienda suelta a la desconfianza y la creciente tensión. Un filme, en definitiva, que suprime la presencia de un héroe protagonista que debe hacer frente a diversos retos episódicos para poner de relieve una trama coral que coloca a todos los personajes en un mismo hilo narrativo que se despliega del primer al último fotograma.

Así como se consideraba el filme anterior como un círculo en expansión, «The Hateful Eight» se desarrolla de forma totalmente opuesta, pasando de la inmensidad de los nevados e infinitos paisajes de Wyoming a un espacio reducido en el que ocho individuos se pondrán a prueba en un juego de identidades que enfatiza la intriga y posterga la acción a través de la dilatación mediante el tenso diálogo. Este fenómeno, a pesar de romper con la dinámica de «Django Desencadenado», bien puede parecer que aleje a Tarantino de su usual modus operandi pero, no obstante, le mantiene más cerca de su estilo que nunca. Como se comentaba algunas líneas más arriba, «The Hateful Eight» destaca por una construcción narrativa basada en la lenta planificación de una trama que juega a esconder la verdad hasta la última parte del metraje y este es precisamente uno de los puntos fuertes del cineasta. Tomando como punto de partida la dilatación temporal propia del spagetthi western, como la que expone el duelo final a tres bandas del filme «El bueno, el feo y el malo» (1966) de Sergio Leone, Tarantino hace uso de las posibilidades de este recurso de forma habitual en su filmografía, con diálogos que se abren y no se cierran hasta que la psicología de sus personajes ha sido exprimida hasta sus límites. Un buen ejemplo de ello es la conversación que mantienen los personajes de «Malditos Bastardos» en la taberna subterránea mientras tratan de esconder sus auténticas identidades. En «The Hateful Eight» el director lleva este recurso al límite hasta el punto de convertir la totalidad del metraje en una tensa conversación que parece no tener un fin o un propósito claro, pero que en realidad trata de llevar al límite tanto a los personajes como al espectador, construyendo una trama intrigante que tan solo puede concluir de forma brutal a causa de la tensión que se ha construido fotograma a fotograma. En otras palabras, mientras la conversación de «Malditos Bastardos» (así como muchas otras en su obra) se configura como una secuencia independiente que propone un instante de tensión previo a un momento determinante para el argumento, el nuevo largometraje de Tarantino funciona como una unidad que integra las tensiones que anteriormente utilizaba para enfatizar determinados momentos dentro de la trama, tal y como sucede con la primera parte de «Death Proof» (2007) cuando el psicópata interpretado por Kurt Russell seduce terrorífica y sutilmente a las jóvenes que, más tarde, arrollará con su Chevrolet Nova.

Imagen Hateful 1

De esta forma, «The Hateful Eight» es un retorno a las formas de filmes como «Reservoir Dogs» (antes que al western predecesor), en los que la acción se ve empujada por un planteamiento que construye minuciosamente la psicología de sus personajes con el fin de dar un sentido sólido al desenlace. Un  método, en definitiva, muy efectivo para un filme que al igual que sus personajes juega a disfrazar su identidad mediante la iconografía de un género determinado, para acabar desvelándose como una obra de suspense que se desarrolla a través de un imaginario y de unas formas que han influenciado la filmografía de Quentin Tarantino desde su opera prima.

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