Mar. Mar 19th, 2024

La rueda de prensa de Ivan Cooper, representante de la Asociación por los Derechos Civiles de Irlanda del Norte (NICRA), abre Domingo Sangriento: “Vamos a marchar porque desde la división de Irlanda se discrimina a los católicos del norte en un territorio bajo el dominio protestante».

Un breve fundido da paso al jefe de las fuerzas paracaidistas británicas aseverando que “dada la continua situación conflictiva de la seguridad en el interior todo desfile, procesión o marcha quedan prohibidos hasta próximo aviso”. Y aquí tenemos el germen de lo que supondría una de las represiones más brutales sobre una marcha pacífica. Aunque, bueno, mejor será empezar por el principio.

Si bien es cierto que lo que nos ocupa en este artículo es el conflicto contemporáneo y su retrato cinematográfico, que tiene su máximo interés en las acciones del grupo terrorista IRA y los daños colaterales que producen, es necesario apuntar que la isla irlandesa ha resultado siempre un terreno tumultuoso, una jungla árida que nos remonta a los muchachos de rostros desapacibles lanzando piedras al ejército invasor pero que hunde sus raíces en razones mucho más profundas.

Irlanda ha vivido en la intranquilidad absoluta casi desde que la invadieron los ingleses allá por el siglo XII. Tras ochos siglos de ocupación por parte de sus vecinos declararon su independencia en 1919. Tras ello llegarían una guerra contra el ejército británico y otra civil que configuraron parte de los odios que aun hoy se mantienen intactos aunque las ansias de paz hayan determinado de qué peso cae la balanza.

De esta forma, en 1923 se configura el país tal y como hoy lo conocemos. Un Estado Irlandés Libre (en principio liderado por un rey, aunque poco más tarde se convertiría en República) y una zona situada en el norte que optó por seguir permaneciendo al Reino Unido.

Las siguientes décadas sirvieron para definir las posturas de cada uno en una guerra marcada como muchas otras por las diferencias religiosas. Si la República de Irlanda es en su mayoría católica, sus vecinos del norte comulgan con el protestantismo. El conflicto surge en el momento en el que la minoría católica del norte se levanta en armas con la anexión a la República como último objetivo.

Y ahí radican, en su mayor parte, años de lucha y organizaciones como el IRA (Irish Republican Army, brazo armado del republicanismo) que se enfrentaban al ejército británico y otros grupos paramilitares como el UDA (Ulster Defense Association, terroristas lealistas, o lo que es lo mismo, defensores de la unión con el Reino Unido) y que se recrudecen a partir de The Troubles cuya máxima expresión es ese Domingo Sangriento del que ya hablábamos al principio y que cinematográficamente ha sido retratado con maestría por Paul Greengrass.

Maldito Domingo

Rodada en Inglaterra, con actores desconocidos y un presupuesto que terminó excediendo con mucho su escasa recaudación, supone un acercamiento desapasionado a la tragedia que marcaría el futuro contemporáneo del país irlandés. Greengrass carga su cámara al hombro dotando con buen criterio al metraje de un aspecto semidocumental y didáctico que lleva al espectador de la estupefacción a un estado catártico que culmina con U2 entonando su famoso himno mientras los créditos homenajean a los caídos.

El Domingo Sangriento, o de forma más precisa Bloody Sunday (nótese el juego de palabras puesto que bloody en inglés significa sangriento y maldito) tiene lugar el 30 de enero de 1972 en el Londonderry y fue denominado como “El día que murió la inocencia”.

Todo empezó cuando la NICRA convocó una manifestación pacífica que tenía como intención adentrarse en el ayuntamiento de la ciudad pasando previamente por la zona del Bogside. Es necesario explicar en este punto que durante un breve lapso de tiempo en el Derry hubo una zona denominada no-go, cerrada por barricadas y defendida por los propios ciudadanos, en la que no se permitía la entrada del ejército británico.

Pues bien, los organizadores de la marcha, de 20.000 manifestantes, no creyeron conveniente traspasar las fronteras del área no-go, sin embargo, algunos extremistas comenzaron a lanzar piedras al ejército británico y el Primer Batallón de Paracaidistas abrió fuego contra la multitud en lugar de dispersarlos. El resultado fueron 13 muertos más uno que moriría a causa de las heridas y 14 heridos además del posterior incendio de la embajada dublinesa el día siguiente.

Cameron pide disculpas

La película de Greengrass funciona como testamento y reconstruye de forma fidedigna y casi en tiempo real los acontecimientos. Lo que sitúa el largometraje en el escalón de lo excelente es el contraste producido entre la manera fría e impertérrita de narrar el suceso y las emociones que crea en el espectador sin importar si conoce las implicaciones del conflicto o es un completo neófito.

Su Oso de Oro en Berlín y la declaración de David Cameron en 2010 confirmando por fin que los soldados habían disparado sin motivo, afirmando que la intervención armada del Ejército británico “ni estaba justificada ni es justificable”, entierran por fin un asunto de infausto recuerdo al que la sentencia exculpatoria del juez Widgeri tiñó con el oscuro color del rencor y la venganza.

El realizador inglés esboza con pulso firme a cada personaje, dotando al metraje de una visión global del conflicto a través de un suceso específico. Así, el organizador Ivan Cooper no deja de ser un idealista de buenas intenciones que pretende emular, no sin cierta pretenciosidad, a Martin Luther King.

Gerry Donaghy actúa en dos vertientes bien diferenciadas, como rebelde católico que se divierte con sus amigos lanzando piedras en las manifestaciones sin tener demasiado clara su tendencia política, a la vez que trata de conservar su relación sentimental con su chica protestante a la que intenta no involucrar en sus actividades.

Del otro lado, el general Patrick MacLellan que sin mucha convicción atiende a las presiones para que reprima duramente la manifestación y un joven soldado de la brigada que asiste indignado a las acciones de sus compañeros pero acaba acatando el código de honor a la hora de buscar responsabilidades.

¿Por qué sucedió?

El mutismo de los primeros años ha dado paso a declaraciones que esclarecen más si cabe lo que sucedió en el Derry. El sargento mayor de la compañía de paracaidistas confesó que jamás había visto bombas ni armas en las manos de los manifestantes y terminó aseverando: «Me siento muy culpable por el efecto de aquel día. Creo que fue manejado de forma errónea. Por todos. Por mí el sargento de la compañía, los soldados y nuestros superiores”.

A pesar de todo y una vez que se ha adornado la tragedia con disculpas tardías, en la mente del descreído, del curioso, del que trata de llegar al fondo del asunto, siempre hay lugar para buscar explicaciones. El suceso fue tan obsceno como injustificado, pero como cualquier operación tiene sus motivaciones y no hay que indagar en exceso para encontrar las razones del ejército británico para comenzar con los disparos indiscriminados.

Luis Antonio Sierra es uno de los mayores expertos en el conflicto irlandés que tenemos en España y ha trazado una teoría clarividente en base a opiniones como la de Paul O´Connor: «Estaba claro que el gobierno estaba decidido a reprimir la marcha. Era casi una República del Derry libre, una zona de unos 30.000 habitantes.

Por lo tanto tenías una gran zona de una ciudad de Europa Occidental a principios de los 70 que durante un tiempo considerable, unos 9 meses, estuvo fuera del control del estado. Este hecho desconcertaba y enfurecía al gobierno y el ejército británico ya que muchos periodistas extranjeros venían por aquí muy a menudo. El poder conservador británico demandaba que se tomaran medidas. La estrategia militar puesta en práctica fue la de la lucha anti-guerrillera que suponía llegar, meterse en zona prohibida, disparar sobre cierto número de personas y esperar que el IRA saliese a luchar».

Así pues, parece que el Domingo Sangriento fue una operación orquestada con la intención de eliminar el Derry y debilitar el IRA. No obstante, aunque sí consiguieron su primer objetivo, en lo que respecta al segundo la acción propició que muchos jóvenes se alistaran al IRA y el grupo paramilitar obtuvo coartada en su empresa pues dejaron de ser vistos como vulgares terroristas para aparecer ante los ojos de la muchedumbre como auténticos freedom fighters.

Algo así sucedería tras las huelgas de hambre de 1981 con Bobby Sands como máximo estandarte retratado en la película Hunger de Steve McQueen. Pero eso es una historia que contaremos en el próximo capítulo…

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