Una de las películas más influyentes y también más olvidadas del género cumple 40 años. Os lo contamos todo de «The Wicker Man», obra cumbre del terror británico.
Somos hombres de fe
Necesitamos creer en algo. El ser humano es así, ha tenido miedo desde siempre a qué habrá después de la muerte. ¿El vacío, la nada, la oscuridad eterna? ¿Un paraíso con seres asexuados con los que flotar eternamente en un orgasmo continuo de melodías celestiales? ¿Un infierno en el que ser braseado continuamente con lenguas de fuego que emergen de tinajas de barro moldeadas por el diablo en persona? ¿Un limbo por el que vagar, como el estudiante que tiene una asignatura pendiente y deambula por su habitación, mirando ese libro abierto de esa materia que se le atasca? ¿O será que nos reencarnamos? Luego ser un pato o una rana. Nacer en un bebé y tener más vidas y aprender de las anteriores hasta llegar a la perfección y ser un alma limpia y pura. Sea como sea, el hombre es un animal religioso hasta la médula. Y no hace falta irse al catolicismo. Nuevos ídolos surgen al amparo del grito de millares de adolescentes enfebrecidas; estrellas de cine tienen altares en los que colocar los pies y las manos, considerándose ermitas que atraen al turista como el oso a la miel. No tenemos que irnos, tampoco, al fanatismo: hay gente que cree en el destino, por ejemplo, que piensa que todo pasa por una razón o, simplemente, que todo está regido y fue creado por una fuerza superior que no tiene por qué ser ni tener nada qué ver con el espíritu santo, que fue, a la vez, paloma, Dios y niño Jesús.
El cine, que es lo que nos interesa a los que escribimos en esta casa, ha tratado la religión de mil maneras distintas, tantas como autores o cabezas pensantes existen: ha servido de propaganda para reclutar fieles; ha servido para trasgredir las normas, incluso para excitar la mente con perversas situaciones. Una de las que más me interesan a mí como espectador es la que sirve de acicate reflexivo, la que pone en la picota los mecanismos del miedo que provocan el fanatismo, que provocan la ley de un ser divino: la congoja que somete al individuo y no le permite ser libre porque, cuidado, puede ir derecho a una muerte lenta y dolorosa. Para la eternidad. Una de las obras más olvidadas o desconocidas o “colóquese aquí su adjetivo para denominar lo peculiar y oculto” es The Wicker Man. Quizás hayáis visto, alguna vez que otra, su cartel: un hombre de mimbre majestuoso, coronando una cima que mira de frente a un ancho mar, y la silueta de una muchedumbre que recorta el cielo al contraluz. Esta imagen se ha convertido, a la larga, en un icono del que investiga el género y no se queda en los clásicos de siempre. The Wicker Man está dirigida por Robin Hardy y data de 1973, justo el mismo año en el que se estrenó El Exorcista (William Friedkin, 1973) película que tuvo infinita mejor suerte que la primera. Y no estaban muy alejadas la una a la otra, en tanto en cuanto a temática.
La prehistoria y el germen de The Wicker Man
Tendríamos que remontarnos dos años atrás para encontrar el germen de The Wicker Man. En 1971, Christopher Lee, Peter Snell (un productor de cine independiente) y el escritor Anthony Shaffer (La huella, 1972) iban tras la adaptación de la novela Ritual, escrita por David Pinner, al que se le pidió que la adaptara en forma de guión. No obstante, encontraron la historia »poco excitante» y decidieron embarcarse en la creación de un guión propio: una mezcla entre elementos de Ritual, un grabado de 1676 llamado, precisamente, The Wicker Man y diversa propaganda católica. El resultado fue una historia en la que se enfrentaban dos maneras muy particulares de entender la religión: una apegada al más ferreo catolicismo y otra que abrazada sin temores ni remilgos el paganismo más libre. Por lo tanto, tenemos, por un lado, a un hombre de fe, un célibe, Neil Howie, ultrareligioso católico que, además, es sargento de policia. Un día recibe una carta proveniente de Summerisle, una isla situada en el archipiélago de las Hébridas, en la que se le pide ayuda en torno a la desaparición de una joven llamada Rowan Morrison. Lo que en un principio parecía un caso más se torna una pesadilla. Summerisle es un lugar especial: fértil y rico en productos de la naturaleza, parece regirse por una ley local que hunde sus raíces en la religión animista. La religión animista es aquella que cree que la naturaleza es la diosa y dueña de todo. Imaginaos el poder del viento, que destroza vidas con sus huracanes: o el sol, que provoca incendios devastadores. La población le rinde cuentas a su alcalde, a su lord, el Lord Summerisle, (la otra cara de la moneda) interpretado por el anteriormente citado Christopher Lee, el cual creía tanto en el proyecto que accedió a trabajar gratis: tienen sus fiestas propias, rinden culto al árbol de mayo y todos sus ritos están afectados por la naturaleza. La fertilidad la consiguen con danzas alrededor del fuego: a los niños en las escuelas se les educa en una sexualidad descarnada y natural; sus gentes practican sexo en pleno campo, en plena libertad. Como podéis suponer, el enfrentamiento entre la personalidad pacata y profundamente beata de Neil Howie y el libertinaje y la sensualidad de las gentes de Summerisle provocará un resquebrajamiento en la personalidad del primero, afectándolo en su investigación y en sus profundas convicciones religiosas. Para dotar a la historia de un halo de realismo, la banda sonora consistía en piezas folk tradicionales de aires místicos y religiosos, como la canción de 1775 que abre la película, Corn Rings are Bonnie, musicada especialmente para la ocasión por Paul Giovanni. Hay que decir que The Wicker Man se trata, casi de una película musical. No solo se escuchan varias canciones durante su metraje, sino que es interpretada in situ por actores de la misma y dota a la película de un contraste muy peculiar, que casa bien con el paisaje bucólico, pero no tan bien, dicho como el mayor de los halagos, con el enrarecido ambiente que envuelven los hechos que se cuentan. El resto del score instrumental son piezas de la cultura escocesa, irlandesa e inglesa como Robertson’s Rant o Drowsey Maggie, ésta última popularizada por bandas como The Chieftains. A la postre, el vinilo conteniendo la banda sonora se ha convertido en una codiciada pieza de coleccionista, pues que hubo un tiempo en el que se dió por desaparecida, junto con los negativos de la película. De esto daremos buena cuenta más tarde.
El rodaje se llevó a cabo en 25 localizaciones distintas, la mayoría de ellas situadas en Newton Stewart, Escocia y llevó siete meses completarlo. A pesar de que en la película la historia se desarrolle en una isla, no pudieron rodar en ninguna de ellas, y tuvieron que convertir el otoño en primavera. Cuentan las anécdotas, por ejemplo, que Britt Ekland, que encarna al contrapunto erótico del protagonista, embarazada durante el rodaje, no lo pasó nada bien: declaró que los lugares en los que rodaban eran »los más desapacibles de la Tierra». Tuvo que pedir incluso disculpas. Otra anécdota en torno a ella: para la famosa escena de la danza en su habitación usó a una doble de cuerpo. Solo muestra los pechos. El resto, tristemente, no pertenece a ella. Como tampoco pertenece la voz que se escucha en su versión original: Según el director, su acento no era demasiado escocés (la actriz es sueca de nacimiento) asi que fue doblada completamente por Annie Ross, una actriz y cantante escocesa.
Simbología en The Wicker Man
Dicho así, The Wicker Man no parece una película de terror sino más bien un thriller psicológico con algún que otro elemento que roza, más bien sutilmente, lo sobrenatural. Sin embargo, sí podemos aseguraros que, aunque miedo no se pase, la sensación de que todo puede saltar por los aires, de que allí, bajo esa apariencia idílica, se esconda un terrible secreto, se siente durante todo el metraje. Neil Howie es un hombre inquebrantable y es puesto a prueba cada día: por la hija del mesonero, una fogosa rubia que exuda sexo por cada uno de sus poros; por una bibliotecaria con visos de ser ninfómana o por una profesora que hace que su grupo de alumnas grite »PENE» al unísono. Es tentado en cementerios (impagable escena en la que aparece una mujer amamantando a un bebé y, con una mano, ofreciéndole una manzana) e incluso asiste a orgías, como mero testigo, que intenta sacudir de su cabeza rezando mecánicamente noche tras noche, aguantando para ver si puede, por fin, encontrar el paradero de la chica desaparecida.
En una película como The Wicker Man los símbolos llenan la pantalla. Aparecen manzanas y serpientes, cadáveres con monedas en los ojos (para pagarle a la parca, la muerte, y dejarnos continuar el camino); la »mano de gloria’‘, un amuleto con forma de mano, con velas en lugar de dedos, y que proveía de invisibilidad al que lo portara, o bien servía para paralizar a aquellos que veían su luz. La liebre que está enterrada en el ataúd de la niña desaparecida es un símbolo de la virginidad del personaje. Pero el más llamativo de todos es el escarabajo escondido en el pupitre de una de las alumnas, que está atado con un hilo y le vemos dar vueltas en torno a un palo continuamente; en él queda representado el personaje de Howie, que dará vueltas en torno al misterio hasta quedar irremediablemente atrapado. Además, todo lo que aparece en la película es real: los ritos representados se han llevado a cabo en Gran Bretaña y parte de Europa Occidental; El Wicker Man, u hombre de mimbre, es clave en la religión celta y los druidas lo usaban para sus sacrificios. Es curioso advertir, además, que casi todas nuestras religiones católicas se basan en celebraciones paganas que rinden culto a la naturaleza. Bonita manera de acercar a dos personajes tan equidistantes, a su modo, como el sargento Neil Howie y Lord Summerisle. Otro dato curioso acerca de los símbolos: casi todos los nombres que aparecen provienen de árboles, plantas y flores como Willow (sauce), Rowan (Serbal, árbol sagrado celta), Rose (rosa) o Daisy (margarita). Todo al servicio de dotar a la película de algo más que un mero vehículo de lucimiento para el señor Lee, que decía que su papel de Lord Summerisle era el mejor de toda su carrera.
Las diferentes versiones de The Wicker Man
Existen, a día de hoy y coincidiendo con su cuarenta aniversario, tres versiones del clásico de Robin Hardy. La versión larga, que dura 102′ y fue la que se estrenó en cines en 1973. De esta versión no habla muy bien Christopher Lee, pues nada menos que quince minutos de su interpretación se quedaron en la sala de montaje. Su vida comercial fue desastrosa: si primero se encargó de ella la British Lion, ésta fue absorbida por EMI, encontrándose el realizador con que los nuevos jefes odiaban su película, no le encontraban vía comercial alguna. A la desesperada, lo intentó en el mercado de Cannes, al que llevó, incluso, un hombre de mimbre de tamaño natural para exponerlo el día del estreno. Allí, un avispado Roger Corman, atraído seguramente por la majestuosidad de la estatua, mostró interés por comprarla y darle vida comercial en Hollywood, siempre dentro del circuíto del auto-cine: exigió, para ello, un nuevo montaje, resultando así una versión mucho más corta (la short version) que la original, presentando una edición confusa, con escenas que se adelantan en el tiempo (básicamente para enseñar antes las tetas de la Ekland) y no casan muy bien con lo que se quiere contar. Finalmente, en diciembre de aquel año se consigue estrenar en Gran Bretaña pero, con tan mala suerte que, según se cuenta, hasta Christopher Lee llegó a pagar de su bolsillo las entradas a críticos de cine locales para que éstos fuesen a verla. Al otro lado del charco, los derechos habían pasado a la Warner, la cual la reestrenó con cierto éxito en autocines de San Diego y Atlanta. Todo este marasmo de autocines y de considerar como producto de serie b tal peculiar obra, sacaba de sus casillas a Robin Hardy, llegando a afirmar: “¿Qué se puede esperar de unos espectadores que lo único que hacen es follar torpemente en el asiento de atrás del Ford de sus padres?»
Como queriéndole dar la vida que se merece, Robin Hardy, ahora instalado en los USA, contactó con Peter Snell y Christopher Lee para ver si podían restaurar y montar la película como ellos realmente querían. Cuando se pusieron en contacto con la British Lion, un jarro de agua fría recibieron como respuesta: lo único que tenían en los almacenes era la copia de 88′. Todos los negativos de la versión larga se tiraron a la basura, sin más. Afortunadamente, Hardy recordó la copia íntegra que le había entregado a Roger Corman, ántes de que éste hiciese remontarla. Lo llamó y, efectivamente, Corman poseía la única copia íntegra de la película. La montó y editó, llamándola Director’s Cut. La director’s cut se alarga hasta los 95′ y presenta un montaje mucho más coherente (una mezcla entre la versión corta y la versión larga) y es, a día de hoy, la mejor versión que existe, aunque Lee siga diciendo que éstaes una sombra de lo que la película podría haber llegado a ser. Se estrenó en diciembre de 1977 y fue un éxito tremendo. La publicación de culto Cinemafantastique la denominó como «El Ciudadano Kane de las películas de horror». Ésta es la versión que se acaba de editar en DVD y Blu-Ray bajo el nombre de final cut y que, por fin, hace justicia a la que es una de las películas de terror más singulares e influyentes, sin quererlo, de la historia del género.
El legado de The Wicker Man
Lo maravilloso, además, de The Wicker Man es la herencia tan vasta que nos ha dejado a día de hoy, a pesar de ser una película apenas vista. Aparte del engendro de remake que perpetró Neil LaBute con Nicholas Cage de protagonista en 2006, toda el imaginario de The Wicker Man está más vigente y de moda que nunca, hasta el punto que en el 2013, como hemos dicho con anterioridad, se ha restaurado el film con motivo de su cuarenta aniversario. Aunque quizás en 2014 ya podamos asistir un poco a su declive, no hace mucho, dos o tres años vista, uno se paseaba por redes sociales como Tumblr y todo estaba lleno de rombos y runas, amuletos y hechicería; camisetas de lo más cool servían como escaparate religioso y pagano; videoclips como los de la casa CANADA estaban llenos de cruces o grupos como SALEM, llenaban sus canciones con letanías inquietantes. Incluso en una película tan reciente y, supuestamente, tan rompedora con el género como You’re Next podemos ver restos de The Wicker Man: los »malos» de la película portan máscaras de animales, máscaras que se usan en el desfile al final de la película. Y todo esto siendo una obra pequeña, un desastre comercial que ha permanecido como obra de culto y una de las mejores obras de terror de la historia del cine. Lástima que Robin Hardy solo se pusiese una vez más tras las cámaras y fuese para realizar una olvidable secuela, The Wicker Tree. Olviden esto y acojan The Wicker Man como lo que es: una película de rara belleza, una especie única de película musical de terror religioso con uno de los finales más terroríficos de toda la historia del cine. Recen por conseguirla. Hagan lo que sea. Saldrán bendecidos de la experiencia.
Bibliografía: steve-p, rogerebert, anothermag