La gran apuesta de la temporada de Netflix es un buen producto de entretenimiento pero que falla en su vacua profundización en los jugosos dilemas que plantea.
Cada pocos años, en la parrilla televisiva hay un gran éxito que toda cadena de televisión y streaming intenta emular buscando subirse al carro del dinero. Si hace 10 años ese hito era “Perdidos” (J.J. Abrams, 2004-2010), ahora es “Juego de tronos” (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-presente) la serie que marca el compás. Ficciones como “Vikings” (Michael Hirst, 2013-presente), “Outlanders” (Ronald D. Moore, 2014-presente), “Las crónicas de Shannara” (Alfred Gough y Miles Millar, 2016-2017), “Westworld” (Jonathan Nolan y Lisa Joy, 2016-presente) o la inminente “El señor de los anillos” que va a producir Amazon son claros intentos por llegar a lo más alto de la parrilla televisiva o, al menos, ir a rebufo sirviendo como sucedáneo que alivie la espera entre temporadas de los fans de la ficción de HBO. A pesar de que Netflix no necesita entrar al trapo puesto que ya tiene “Stranger things” (Matt y Ross Duffer, 2016-presente) como gallina de huevos de oro, no ha podido evitar la tentación de buscar esa esencia y se ha sacado “Altered carbon” de la manga. Pero a su favor, hay que decir que al menos se atreve a salir de la edad media adentrándose en un futuro ciberpunk que, aunque nos acerque, quizá demasiado, a “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982), nos aleja de tantos caballeros, dragones y magias oscuras.
Al igual que “Juego de tronos”, la serie toma el nombre de la primera novela de la trilogía literaria que adapta, “Takeshi Kovacs” de Richard Morgan. En ella, se nos plantea un futuro distópico donde la conciencia de cada ser humano es almacenada en un chip (pila) instalado entre las cervicales de un cuerpo biológico (funda). Cuando una funda muere la pila se puede implantar en otra funda de forma que, la persona, no muere realmente. Solo la destrucción de la pila daría lugar a la muerte real. En este universo, seguimos a Takeshi Kovacs (Will Yun Lee), un operativo de las Brigadas de Choque que ha sido condenado a la extracción de la pila sin poder ser reincorporado en otra funda por deserción. Sin embargo, 250 años después, el multimillonario Laurens Bancroft (James Purefoy) adquiere la pila de Kovacs y la implanta en el cuerpo del oficial de policía Elias Ryker (Joel Kinnaman) con el fin de que investigue quien fue el asesino de su anterior funda.
Tu alma en un pendrive
La serie nos propone una suerte de reencarnación hinduista digitalizada tremendamente sugerente. Sobre todo porque el viaje del alma (en este caso en forma de chip) al siguiente cuerpo no es juzgado por Iama, sino que depende del status económico del individuo fallecido o de su familia. De esta forma, cuanto vivas y la calidad del cuerpo en el que te reenfunden depende del dinero que tengas. Con esta premisa, se genera una jerarquía social desde aquellos cuyas pilas se almacenan por no tener dinero para comprar otra funda hasta los que tienen tanto dinero que pueden tener indefinidos clones tanto de la funda como de la pila, con un extenso abanico de posibilidades de por medio. Esta idea con tanto potencial es solo el tronco de un árbol que se ramifica en muchos temas como la religión, la inmortalidad o la autodeterminación, y es cierto que todos ellos los podemos encontrar en “Altered Carbon” entrelazados con la trama central con mayor o menor atino. Sin embargo, se nota que el guion esta trabajado sobre una historia a medio camino entre el culebrón y el thriller que busca deslumbrar por sus innumerables giros inesperados y que, todo este poso filosófico, solo se haya añadido como un fondo que de una falsa sensación de profundidad a una historia muy superficial. Para ejemplificarlo, se podría comparar con “Black mirror” (Charlie Brooker, 2011-presente). Mientras que la serie antológica construye en cada episodio una historia alrededor de una propuesta tecnológica, en “Altered Carbon”, este fondo no es más que un reclamo para colarnos una historia culebronesca que bien podría ser un episodio de “CSI: Las Vegas” (Anthony E. Zuiker, 2000-2015) tremendamente estirado.
A esta premisa hay que sumar la presentación de decenas de drogas alucinógenas y cachivaches tecnológicos que debemos ir incorporando a la historia. Esto hace que la serie pueda hacerse especialmente farragosa y que la atención requerida por parte del espectador sea total. Pero, una vez te familiarizas con este universo futurista y aceptas que la profundidad de la propuesta se trabaja más en tu cabeza que en el guion (algo que ocurre más o menos a partir del episodio 4), “Altered Carbon” se torna en un divertimento puro, un placer culpable del que se hace irresistible no ver otro episodio hasta devorarlo prácticamente de una sentada. Todo gracias a ese tono de culebrón con golpes de efecto estratégicamente diseminados a lo largo de la historia en un infinito in crescendo. Todo para acabar en un final a la altura que cierra una primera temporada que se sustenta por si sola pero que, en caso de que funcione, se deja una puerta abierta a su continuación
De mayor quiero ser Blade Runner
Solo con haber visto el tráiler de la serie, decir que “Altered Carbon” está influenciada por “Blade Runner” puede sonar a obviedad. Pero quizá sí que sea objeto de mayor debate donde situar la serie, entre la inspiración o el descarado plagio. Es posible que los más acérrimos del clásico de Ridley Scott se echen las manos a la cabeza desde el primer minuto, y puede que tengan razón. Sin embargo, con el tiempo la serie adquiere suficiente identidad y la conexión quede anecdótica. La ficción de Netflix es bastante menos oclusiva, nos presenta escenarios más abiertos y naturales y el ritmo narrativo no tiene nada que ver. A estas diferencias, hay que sumar el abuso de ópticas deformantes como los gran angulares y los ritmos de montaje incoherentemente rápidos, son capaces de dotar de carácter propio llegando a ser incluso efectivos contra todo pronóstico. Un riesgo digno de aplaudir que aridece a la serie en contraposición de la armonía visual que caracteriza al clásico de la ciencia ficción. Además, “Blade Runner” no es el único filme del que bebe. A lo largo de la temporada, vemos ideas claramente inspiradas en películas como “Matrix” (Lana y Lily Wachowski, 1999), “Saw” (James Wan, 2004), o “Hostel” (Eli Roth, 2005). Por otro lado, a la serie tampoco le conviene acercarse demasiado a la cinta de Scott como para promover la comparación. Mientras que “Blade Runner” construía una gran historia llena de matices partiendo de una premisa simple como es la figura del replicante, “Altered Carbon” cimenta sobre una propuesta demasiado compleja, una trama muy superficial.
Para terminar, querría comentar como la creadora de la serie (Laeta Kalogridis, guionista de cintas como “Alejandro Magno” (Oliver Stone, 2004) o “Shutter Island” (Martin Scorsese, 2010)) aprovecha la libertad que ofrece producir una serie lejos de la televisión en abierto para salpicar la serie con litros de sangre por CGI y desnudos que complacen tanto a hombres, con los integrales del nuevo hito sexual, Martha Higareda, como para mujeres, con el torso musculado de Kinnaman o la demostración de lo bien dotado que está Purefoy. El sexo y la ultra-violencia es siempre un buen reclamo si tienes la libertad para ello pero, aunque personalmente lo disfrute, en este caso es demasiado gratuito.
Dudo mucho que “Altered Carbon” se vaya a convertir en el nuevo “Juego de tronos”. Incluso es posible que dentro de un mes nadie hable de ella, pero no por ello menos recomendable como producto de mero entretenimiento. Más plana de lo esperable y con un aura de culebrón demasiado grande para tratarse de una serie de futurismo negro y ciberpunk, pero este cóctel de ingredientes improbables acaba resultando extrañamente disfrutable.