Tras bajar la guardia en una floja tercera temporada, los Underwood vuelven a Netflix con más fuerza que nunca.
Tras aquellos dos golpes sobre la mesa presidencial que daban fin a la segunda temporada de “House of cards”, esperamos ansiosos durante un largo año la vuelta de un frívolo y despiadado Frank Underwood (Kevin Spacey) convertido en el hombre más poderoso del mundo, el presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, nos encontramos una tercera temporada diferente donde los Underwood no solo perdían fuelle y se sentían acorralados frente a un mundo que, sorprendentemente, les venía grande, sino que la sólida unión entre Frank y Claire (Robin Wright) se fracturaba. El valiente viraje hacia una humanización de los personaje no fraguó y Beau Willimon, showrunner de la serie, aprendió la lección. Ahora nos trae de vuelta a los crueles protagonistas que nos cautivaron en un principio en una genial cuarta temporada.
El ave fénix renace de sus cenizas
A diferencia de la tercera temporada que empezaba varios meses después de que Frank fuese nombrado presidente, este año lo retomamos justo donde lo dejamos, dándole mucha más fluidez y evitando la confusión que fue aquella inmersión directa a mitad de mandato. A causa de esta correcta continuación temporal, era inevitable mantener el estilo aunque fuese por unos pocos capítulos. Los creadores de la serie, viendo el berenjenal en el que se estaban metiendo y queriendo salir de ahí para devolver al público lo que ansiaba, da un golpe sobre la mesa al igual que Frank y cambian drásticamente la dirección de la trama. Borrón y cuenta nueva. Un perfecto renacimiento del fénix de aquellas cenizas que aún quedaban encendidas en los primeros capítulos. Pese a que la intención por parte del equipo creativo es demasiado evidente, el cambio queda fluido, impactante, estimulante y eficaz. Lo apuestan todo y se llevan el gato al agua.
Tras un cuarto episodio espectacular, el miedo de que este sea el clímax de la serie al igual que pasara en la primera temporada de “Fargo” (2014), el nivel y la tensión se mantiene en alto hasta el final introduciendo nuevos personajes y tramas que enriquecen la línea argumental. Esta vez, las vicisitudes no asustan a los Underwood, y vuelven a emplear su habitual arte de la guerra romana: la mejor defensa es un buen ataque.
La lucha por la permanencia
A pesar de que la serie se creó con el objetivo final de la llegada de Frank a la Casa Blanca, convertirse en el presidente de Estados Unidos no puede ser el punto final. También hay que poder mantener el cargo y repetir una segunda legislatura. Empezó fuerte con unas primarias frente a una gran rival, Heather Dunbar (Elisabeth Marvel), pero fueron perdiendo fuelle hasta un final bastante tibio en la pasada temporada. En esta ocasión nuevos rivales hacen frente al presidente empleando sus mismas tretas y poniéndole en verdaderos aprietos.
Sin darnos un respiro tras las primarias, “House of cards” nos mete de lleno en la carrera por la presidencia en un estupendo cara a cara con un rival a la altura de los Underwood como lo fue Raymond Tusk (Gerald McRaney), el candidato republicano Will Conway, interpretado por un correcto Joel Kinnaman. Pese a ser secundario, el tratamiento del personaje es meticuloso y complejo al igual que Frank, lo que enriquece los estupendos momentos donde los dos candidatos comparten pantalla. La personalidad de Will es diametralmente opuesto a Frank, pero las tretas que emplean ambos no son muy diferentes, dejando momentos geniales de tira y afloja que esperemos no acaben pronto.
La fina línea entre la realidad y la ficción
Uno de los puntos fuertes de “House of cards” es como enseña sin tapujos las dos caras de la política. Por un lado está la imagen tremendamente medida ante el público donde todo va bien, todo son sonrisas, nada es tan horrible como parece, siempre dispuestos a luchar por el pueblo. Una imagen a la que estamos acostumbrados y, puesto que no hemos visto nunca (o se nos olvida con facilidad) el lado oscuro de la política, la que nos creemos a pies juntillas. Por otro lado, la serie lo contrasta con un mundo oscuro lleno de trampas, engaños, odio, orgullo y beneficio propio donde el pueblo no importa lo más mínimo. Todo enmarcado en un panorama sociopolítico tan actual y tan real, que convierte a “House of cards” en una serie de terror: ¿realmente refleja el panorama político real con tanta exactitud como parece? Reformas de educación y laboral, sindicatos, escándalos personales o las relaciones internacionales han ido apareciendo sembrando la duda de hasta que punto podemos creer lo que nos dicen los políticos. Un claro mensaje dispuesto a despertar de un golpe el aletargado ojo crítico en todos nosotros.
Una escena que ejemplifica a la perfección esta hipótesis acontece en la presente temporada. En ella, Frank y Will discuten sobre un asunto delicado frente a las cámaras y deciden reunirse para tratarlo en privado. De cara al pueblo están reunidos tratando de buscar soluciones al problema. En realidad, están jugando con el móvil dejando pasar el tiempo. Una escena sencilla e intranscendente que genera un miedo y odio atroz por partes iguales hacia los políticos.
Además de la lucha por la candidatura en las primarias y la apretada contienda entre Frank y Will por la presidencia, otro delicado tema que se trata es el terrorismo, donde el estado islámico recibe el nombre ficticio de ICO. Nuevamente, la imagen pública de como los políticos se enfrentan a los terroristas recuerda mucho a la que desgraciadamente estamos viviendo en la realidad. Mientras, por otro lado, las motivaciones y decisiones tomadas en privado en la ficción asustan, porque podría ser real. “House of cards” juega magistralmente sobre una fina línea entre realidad y ficción que, puesto que jamás ha sido accesible para la mayoría de los mortales, no sabemos si realmente existe o no.
El caos de los personajes secundarios
A estas alturas de la serie parece redundante alabar el trabajo de Kevin Spacey y Robin Wright, que daría para un artículo entero a parte. Sobra decir que “House of cards” no sería posible sin el increíble trabajo de estos actores, capaces de hacer suyos a unos personajes tan complejos y odiosos. Mientras que la tercera temporada sirvió para desarrollar la complejidad de los protagonistas y dar rienda suelta a las dotes artísticas de ambos monstruos de la actuación, este año vuelven a ser aquellos que conocimos en primera instancia. Y los echábamos de menos.
Sin embargo, en el cambio de rumbo de la serie han sido los personajes secundarios no salen tan bien parados. Remy Dalton (Mahershala Ali) y Jackie Sharp (Molly Parker) que habían protagonizado varios de los escasos buenos momentos de la pasada temporada desaparecen casi por completo dejando un agrio sabor de boca. En este aspecto destaca el caso de Jackie, que empezó increíblemente fuerte y con un gran potencial y que no han sabido aprovechar como el personaje merecía. Lo contrario ocurre con el escritor Thomas Yates (Paul Sparks), a través del cual nos acercábamos al matrimonio Underwood sin fuerza ni gracia. Queda patente que los creativos no saben bien que hace con él y sigue vagando en la trama sin encajar en ningún sitio. Ya intentaron el mismo cometido con el guardaespaldas Edward Mitchum (Nathan Darrow) que, teniendo mucho más potencial, no supieron dirigir.
Más flagrante es el caso de las dos espectaculares incorporaciones en los primeros episodios de este año: la oscarizada Ellen Burstyn y Neve Campbell. La primera interpreta a Elizabeth Hale, la madre de Claire. Burstyn nos brinda con una interpretación magnifica alcanzando los momentos cumbre en las discusiones con su hija. A pesar de que sale en pocas ocasiones, el tratamiento del personaje es correcto. Sin embergo, es una pena no poder disfrutarlo más y sabe a poco. Por otro lado, Neve Campbell interpreta a Leann Harvey, una despiadada directora de campaña contratada por Claire con el potencial de ser otra mujer poderosa al nivel de Jackie o incluso de la propia primera dama. Sin embargo, tras el cambio de rumbo de la serie queda relegada a un segundo plano y todo el personaje forjado en los primeros capítulos desaparece por completo.
Del ocaso de los actores secundarios de esta segunda parte de la serie resurgen antiguos conocidos como el periodista Tom Hammerschmidt (Boris McGiver) o el ex presidente Garrett Walker (Michael Gill) que vuelven a escena para hacer tambalear el imperio creado por los Underwood. Hace de la serie una historia sólida y cerrada sin dejar cabos sueltos y demostrando que toda acción tiene su consecuencia, aunque sean varios años después.
Quizá sea debido a que la tercera temporada de “House of cards” había minado mis esperanzas de poder ver a Frank y Claire, a Spacey y Wright en todo su esplendor, pero este regreso por todo lo alto me resulta tan satisfactorio que, a pesar de claros puntos débiles como el maltrato de los personajes secundarios, esta se convierta en la mejor temporada hasta la fecha que acaba de manera magistral. Para evitar spoilers, evitaremos hablar del final del último capítulo. Solo recomendaros esta magnífica serie a los que no la hayáis visto, y a los que sí, ánimo con la espera hasta el año que viene.