Tras dos muy buenas temporadas, Narcos se establece como uno de los productos más populares de Netflix.
Si te recomiendan una serie que trata sobre unos traficantes de droga y unos agentes de la DEA que intentan darles caza, tal vez tengas un déjà vu y pienses en que ya la has visto. Pero no estamos hablando de “Breaking Bad” (Vince Gilligan, 2008-2013), sino de “Narcos”, que a pesar de que tenga una premisa similar, se trata de algo completamente diferente. Estrenada en Estados Unidos y con la mitad de los diálogos en castellano (incluso más en su segunda temporada), es difícil decir cómo ha logrado conseguir el sello de aprobación de Netflix. Tampoco hay ningún director conocido detrás, de hecho sus creadores son semidesconocidos dentro del mundillo de la televisión. Contra todo pronóstico, “Narcos” no sólo ha estrenado ya dos temporadas y firmado por otras dos más, sino que también ha sido nominada a los Globos de Oro y a los premios BAFTA el año pasado, y además goza de mucha popularidad, sobre todo entre el público hispanohablante.
La serie trata sobre el ascenso al poder de Pablo Escobar (Wagner Moura) y dos agentes de la DEA establecidos en Colombia. Uno de ellos, Murphy (Boyd Holbrook) narra los hechos como un narrador omnisciente mientras vemos imágenes de archivo del auténtico Pablo Escobar y la verdadera Colombia de los años 90. No olvidemos que la historia está basada en hechos reales, y que como se suele decir, en ocasiones la realidad supera a la ficción. Y es que tal vez una de sus mayores virtudes es precisamente esa, que lo que ocurre en la ficción ha pasado de verdad (en cierta medida), y constantemente aprovechan este gancho y nos lo recuerdan. No obstante, el basarse en hechos reales tiene una dificultad, y es la inevitable conclusión del arco argumental de Pablo Escobar. La primera temporada como historia parece que está incompleta, y a pesar de que nos deja con ganas de más, no tiene un final marcado para ninguno de los personajes. Para eso tendremos que esperar a ver la segunda.
José Padilha, director de películas como el remake de “Robocop» (2014) o la brasileña “Tropa de élite 2” (2010) (donde podemos ver también a Wagner Moura) es uno de los productores ejecutivos, y el director de los dos primeros capítulos. Marca la que será la línea estilística: Colores variados que contrastan unas escenas con otras y subrayan la riqueza cromática de Sudamérica y los años 80; cámara en mano para meter al espectador en la acción; y un uso de la luz que ayuda a distinguir la riqueza del antagonista con los bajos fondos de las calles colombianas. Pero, sobre todo, una característica definitoria es la crudeza de la imagen. Para ayudar a darle una apariencia similar a las películas de los años 70, se dejan cosas sin corregir e incluso se amplían los defectos. Otro hecho a destacar es que la serie está grabada casi en su totalidad en la propia Colombia, sin recurrir a sets de rodaje.
Un villano querido por todos
Muchas son las historias en esta década que tienen como personaje principal a un antihéroe. Desde la mítica “Los Soprano” (David Chase, 2000-2007) hasta “Breaking Bad”, pasando por “House of Cards” (Beau Willimon, 2013-actualidad) o la serie que tal vez se asemeje más a Narcos, que es “Boardwalk Empire” (Terence Winter, 2010-2014), ambientada en los años 20 durante la Ley Seca en Estados Unidos y que tiene como protagonista a uno de los principales contrabandistas de alcohol del país. Todas tienen en común al villano que todos queremos ver salir victorioso, incluso comparten el tema de las drogas como leit motiv. Sin embargo, “Narcos” se diferencia de todas ellas en el sentido de que Pablo Escobar no es el protagonista absoluto de la serie. De hecho, el narrador es Murphy, el agente de la DEA, el chico bueno que también queremos que gane. La historia alterna los tiempos entre el lado de los “buenos” y el de los “malos”, sin dejar que ninguno sea más protagonista que el otro. Esta ambivalencia marca el tono, y mientras en una escena nos alegramos porque Escobar escape de las garras de la policía colombiana una vez más, en la siguiente nos entristece ver al Agente Peña (Pedro Pascal) frustrado por el mismo suceso.
Sin duda, uno de los mayores atractivos es el personaje de Pablo Escobar, caracterizado por un magistral Wagner Moura, nominado al Globo de Oro por este personaje. Gran parte del mérito es del actor, que lo interpreta a la perfección, sin excesos ni histrionismos, pero también hay que tener en cuenta de que estamos hablando de una persona que existió de verdad. “El Robin Hood paisa” es como se le conocía en Medellín, ciudad donde transcurre la acción. Escobar era un ídolo para miles de colombianos, y una persona muy querida en su ciudad. Cuando no estaba ocupado asesinando a sangre fría, inauguraba estadios de fútbol e incluso regalaba dinero por la calle cuando no sabía cómo lavarlo. A finales de los años 80 figuraba dentro del top 10 de las personas más ricas del planeta, y eso que el ranking seguramente no contaba con todo el dinero negro que tenía esperando ser lavado. Era una de las personas más poderosas del mundo, y no dejaba a nadie indiferente. No es de extrañar que estuviese en el punto de mira de tanta gente, desde el gobierno de Colombia hasta otros traficantes colombianos de peso. Su reinado estaba destinado a caer tarde o temprano.
Una segunda temporada magnífica
En la segunda tanda de capítulos, Escobar es el centro sobre el que orbitan todos los demás personajes. Si en los diez primeros observábamos el ascenso al poder del narco, los siguientes capturan la incesante caza de brujas que se cierne sobre él. El tiempo de la historia está mucho más condensado centrándose en tan sólo un año, en contraste con la primera mitad que abarcaba desde finales de los años 70 hasta 1992. Comienza con Pablo escapando de la cárcel que él había construido para sí mismo. “El zorro salió de la jaula y la caza comenzó”, dice el Agente Murphy. Lo que sigue son 10 capítulos de guerra entre el cartel de Medellín y las muchas fuerzas que andaban detrás de Escobar. Y aunque en cierto punto el narco parece echarse un poco para atrás y querer negociar su reingreso en prisión, el presidente Gaviria (Raúl Méndez) declara que la guerra no terminará hasta que Pablo Escobar muera. Como es de esperar, uno de los hombres más poderosos del planeta no se iba a rendir tan fácilmente.
A medida que la avanza la trama, la guerra se vuelve cada vez más sangrienta. Escobar ya no atenta solamente contra el gobierno de Colombia u otros narcos, sino contra gente inocente. El Bloque de Búsqueda, la operación especial creada por el gobierno para dar caza al narco, tampoco tiene compasión contra los sicarios. Como resultado de llevar mayor parte del peso argumental, ya no escuchamos tanto la narración del Agente Murphy como vemos a Escobar salir airoso una y otra vez. Pero todo tiene un final, y la historia vive un crescendo en el que cuanto más crece el enemigo, más débil está Pablo. A pesar de que Moura hace un buen trabajo caracterizando al narco como un hombre difícil de leer, el espectador puede ver que al final lo que le acabará matando es la arrogancia de creerse la persona más poderosa del mundo cuando día tras día va perdiendo poder desde que escapó de la cárcel. Su soberbia le acabará pasando factura en el clímax del capítulo final.
Los productores de “Narcos” tienen difícil continuar con la alta calidad de la serie sin una de sus mayores atracciones. Como dice uno de los productores ejecutivos de la serie, Eric Newman, “mientras siga habiendo cocaína en el mundo, la serie podrá continuar”. Es imposible saber si podrán alcanzar las expectativas que la segunda temporada ha marcado, o si conseguirán crear personajes tan buenos como el de Pablo Escobar. De momento, los que parece que serán los nuevos villanos no tienen ni la mitad de carisma que su predecesor, lo cual no es buena señal. El tiempo lo dirá.