La plataforma de streaming por excelencia empieza el año fuerte con esta comedia negra de corte indie británico que no deja a nadie indiferente.
A pesar de apostar fuerte por supuestos caballos ganadores como David Ayer (“Bright” (2017)), David Michôd (“The Meyerowitz stories” (2017)) o Bong Joon-ho (“Okja” (2017)), a Netflix le está costando alcanzar el estrellato cinematográfico, donde pocas cintas como “The Meyerowitz stories” (Noah Baumbach, 2017), “Ya no me siento a gusto en este mundo” (Macon Blair, 2017), “The Babysitter” (McG, 2017) o “Mudbound» (Dee Rees, 2017) se salvan de la quema, aunque no llegan a ser títulos que vayan a perdurar mucho en nuestra memoria. Sin embargo, la gigante del streaming si que se erigió como una marca de referencia en el apartado de series desde su primer producto, “House of cards” (Beau Willimon, 2013-presente) hace tan solo 5 años. Fiel a su calidad seriéfila, Netflix no podía empezar mejor el año con el estreno, el pasado 5 de enero, de “The end of the f***ing world”, una adaptación del fanzine homónimo co-producida con la Channel 4 británica y creada por el neófito Jonhathan Entwistle.
En sus 8 episodios de escasos 20 minutos (lo que en definitiva equivale a una película un tanto larga), la serie nos narra como James, un chico introvertido e insensible y que se autodefine como psicópata, acaba conociendo a Alyssa, una compañera de instituto con no menos problemas psicológicos. Esta adolescente e inusual pareja está interpretada por un magistral Alex Lawther (el joven pedófilo de “Black Mirror: cállate y baila” (James Watkins, 2016)) y Jessica Barden en una interpretación no menos espectacular. Alyssa harta de vivir con un padrastro acosador y bajo la mirada permisiva de su madre, decide escaparse con Alex, quien ve la ocasión para hacer de la joven su primera víctima. De esta relación improbable, surge una compenetración que empujará a la redención de ambos.
Más allá del humor negro
Aunque esta loca sinopsis se presenta como un jugoso lienzo donde plasmar el humor más negro y cafre que se nos pudiese ocurrir, “The end of the f***ing world” lo emplea para hacer una profunda y compleja tesis sobre la adolescencia y las secuelas de una infancia dura. De hecho, la serie puede verse como un híbrido entre “Bonnie and Clyde” (Arthur Penn, 1967) y los “Los 400 golpes” (François Truffaut, 1959) dirigido por Bernardo Bertolucci bajo un filtro indie británico. El tratamiento de los personajes de James y Alyssa es complejo. Jonathan Entwistle y Lucy Tcherniak han apostado por presentárnoslos como dos juguetes rotos con los que difícilmente podemos empatizar debido a la aridez de su comportamiento imprevisible, que solo habíamos visto en “Soñadores” (2003) o “Tu y yo” (2012), ambas del gran maestro italiano Bernardo Bertolluci o desde las primeras películas de la Nouvelle Vague. La volatilidad y magnetismo de Alyssa recuerda mucho a la Catherine de “Jules y Jim” (François Truffaut, 1962) o a la Odile de “Banda aparte” (Jean-Luc Godard, 1964), herederas de las femme-fatale del cine negro movidas por un alma anárquico, germen de locura en la que sumen a sus partenaires varones.
La química entre Alex Lawther y Jessica Barden es increíble para la tierna edad de ambos actores. Juntos fluyen por la pantalla y por la trama haciendo que parezca sencillo un argumento tan complejo. Un trabajo titánico tanto de los actores como de su creador, capaz de condensar y simplificar la profundidad de la historia que nos cuenta en un plano, un gesto. La riqueza visual de la serie es apabullante. Mediante el diseño los espacios, los planos y la elección de otros personajes con los que interactúan, vemos la evolución de los protagonistas que, a su vez, imprimen sobre lo que les rodea esos cambios que sufren en un ciclo que armoniza y hace de “The end of the f***ing world” una serie redonda. Además, en este ejercicio de ingeniería psicológica aún hay espacio para una alta dosis de humor negrísimo amplificado por el uso de una doble voz en off, un recurso que difícilmente funciona bien pero que en este caso funciona a la perfección. Este humor tan Lanthimos que salpica una historia aparentemente sencilla da como resultado una serie altamente entretenida y recomendable a todo tipo de público, incluso al más sensible al humor negro.
La arquitectura argumental de “The end of the f***ing world” es rica, diversa y compleja. Está construida sobre diferentes capas, perfectas cada una de ellas, que acaban funcionado tanto si la analizas de manera aislada como si atendemos a su visión en conjunto. Así pues, el espectador podrá quedarse y disfrutar de una mera comedia, una historia de amor atípica, un thriller setentero, un ejercicio de nostalgia de la Nouvelle Vague, un estudio del comportamiento adolescente, o simplemente, una tesis sociológica. Por ese motivo, es una serie que invita al revisionado y que deja con ganas de una segunda temporada gracias a una extraña conexión entre el espectador y los protagonistas que Entwistle va construyendo a fuego lento a lo largo de los episodios.
El filón de la producción británica
Grandes caballos de batalla de Netflix como “Black Mirror” (Charlie Brooker, 2011-presente), “The Crown” (2016-presente) o la quizá menos conocida pero altamente recomendable “Lovesick” (Tom Edge, 2014-presente) tiene en común el origen británico de su producción. La calidad de estas producciones junto a otras como “Sherlock” (Steven Moffat y Mark Gatiss, 2010-presente), “Luther” (Neil Cross, 2011-2015) o “Downtown Abbey” (Julian Fellowers, 2010-2015) entre otras, hacen del sello anglosajón, un sinónimo de éxito. Si bien estos ejemplos son muy diferentes entre sí, todos tienen en común un estilo pictórico muy reconocible, donde quizá “El discurso del rey” (Tom Hooper, 2010) sea su ejemplo más reconocible por su éxito en los Oscars. Colores apagados, con poco contraste, ausencia de cámara al hombro, mucho plano frontal con poca o nula angulación, y el atípico encuadre de los personajes, sobre todo en los diálogos, son algunas de las características de un estilo muy repetido que, aunque quite cierta personalidad a las obras que lo emplean, no pasa de moda. Sin embargo, su empleo en “The end of the f***ing world” no responde únicamente a una cuestión de origen, sino que es un acierto para poder plasmar con sencillez y limpidez la complejidad de los personajes y la crudeza del mundo que les rodea y que acompaña en ciertos momentos cómicos.
Netflix lo ha vuelto a hacer. Su apuesta por “The end of the f***ing world” no puede ser más acertada. Un producto que roza la perfección en el mundo de las series televisivas y cuyo único pero es que no sea suficientemente vistosa como para atraer al público en masa. Por ese motivo, puede acabar siendo relegada injustamente a un segundo plano por productos más llamativos aunque sean inferiores.
Tráiler de “The end of the f***ing world”:
Un crítico en apuros
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